Juan Castillo y Cia
Rebelión

Extraña sensación se vive en la Argentina preelectoral, a diferencia de otras elecciones el clima imperante revela cierta atmosfera de indiferencia que contrasta obviamente con el entusiasmo que supo despertar, por ejemplo, la última elección presidencial. Tal vez, la medianía de los candidatos, que no despiertan demasiado entusiasmo en buena parte de los votantes, sea el leitmotiv de tamaña apatía ciudadana. Por cierto, el cuadro se agrava aún más si tenemos en cuenta la desconfianza que pesa sobre los medios masivos de comunicación que a lo largo de estos últimos años se han especializado en destruir todo vestigio de veracidad en lo que a información política se refiere.

Circunstancia nada desdeñable si reparamos en la impostura que ha caracterizado al periodismo de esta última década (especialmente, el perteneciente a los medios hegemónicos) y que tiene como correlato el desinterés ciudadano por los denominados programas políticos. A tal punto llegó la desnaturalización de la información y el ocultamiento de lo que acontece en materia de políticas de estado que la presidenta de la república se vio obligada a recurrir a las apariciones por cadena nacional y, de ese modo, anoticiar todas y cada una de las actividades desarrolladas por su gobierno.

Ha sido tan extremo el ocultamiento de la información que hasta los avances científicos y tecnológicos más destacados de la historia de nuestro país –como por ejemplo: el lanzamiento del Arsat 1 y Arsat 2- pasaron inadvertidos por las pantallas de la televisión privada. Hecho éste que pone de manifiesto el nivel de desinformación ciudadana que propician los grandes medios de televisión.

Sin duda esto no es una novedad, pues, la desinformación conlleva, entre otras cosas, inexorablemente a disminuir los niveles de politización social. Y la ausencia de una sociedad politizada siempre ha sido el mejor presupuesto para garantizar el dominio de unos pocos.

Una de las grandes virtudes desplegadas por Néstor Kirchner primero y por Cristina Fernández después ha sido no descuidar los niveles de politización social; de haberlo hecho no solo gran parte de sus logros hubiesen quedado a mitad de camino; sino que los medios hegemónicos -conjuntamente con el resto del establishment- se hubieren fagocitado todas sus iniciativas.

No es un dato menor recordar que Néstor Kirchner llega a la presidencia con el 22,24% de los votos en el año 2003; ni tampoco lo es el rememorar que Cristina Fernández en el año 2011 obtuvo el 54,11% de los votos. Allí se ve claramente como el proceso de politización social fue in crescendo merced a estos dos políticos notables que, paulatinamente, fueron despertando en la conciencia ciudadana la idea de que la política es la única herramienta que el pueblo tiene a su alcance para transformar la realidad.

Y en ello, un papel preponderante jugó el discurso confrontativo que supo mantener el gobierno con los dueños del poder real -lo que no significa haber ganado la pulseada ni mucho menos- empeñados en obstaculizar e impedir cualquier tipo de transformación que implique una mejora para los sectores populares.

Se podrá discutir si se hubiese podido avanzar más o menos, pero lo cierto es que se avanzó en muchos aspectos. Y uno de los campos donde más se percibe ese avance es en el plano cultural; quien suponga que la cultura política argentina es la misma que la que existía previamente a la llegada de los Kirchner al poder o está faltando a la verdad en forma deliberada o esta obnubilado por una concepción dogmática.

Todos sabemos que, en la vida de los pueblos, los procesos históricos no son lineales, hay marchas y contramarchas, avances y retrocesos; y los efectos que se desencadenan en determinado momento histórico no mueren ni súbita, ni instantáneamente. Por el contrario, se prolongan en el tiempo y en ocasiones dan lugar a la configuración de un nuevo momento histórico que en apariencia no guarda relación alguna con el período en que se produjeron aquellos efectos. Para ser más explícito: Cualquiera que intente comprender el porqué del reinado del neoliberalismo en la década de los 90, si bien no puede prescindir de los factores internacionales y locales que se desencadenaron en los años 80; mucho menos puede soslayar la existencia, a partir de marzo de 1976, del denominado “Proceso de Reorganización Nacional” que no solo instauró el terror y la desaparición en la Argentina, sino que “inoculó”, en buena parte de “la conciencia colectiva”, los principios del neoliberalismo económico que posibilitaron la disolución del Estado y la destrucción de la economía nacional.

Por suerte los tiempos fueron cambiando y precisamente el kirchnerismo fue quien se encargó de demostrar, contrariamente a lo que pregonaban e inculcaban -si bien lo siguen haciendo- los medios de comunicación “independientes” y el staff permanente de economistas del establishment, que la construcción de otro modelo económico-social era posible.

Así surgió la reivindicación de la política y con ello el despertar de la sociedad. Actualmente, estamos transitando los últimos días de gobierno del denominado “período K”; en este caso de la primer presidente mujer que tuvo nuestra república. Y hasta el más acérrimo adversario -por no decir enemigo, que los hay y en abundancia- debe reconocer que fue el ejercicio presidencial al que más obstáculos y trabas le colocaron tanto los factores de poder como los medios de comunicación nacional e internacional. Abundaron los intentos desestabilizadores, las operaciones de descrédito y aún hoy prosiguen, ininterrumpidamente, las campañas difamatorias. Sin embargo, la Presidente, Cristina Fernández de Kirchner, culmina su mandato con el mayor consenso popular desde el regreso de la democracia en nuestro país. Sin duda se va a extrañar su presencia en la Casa Rosada, sin duda vamos a extrañar su discurso contestatario en los foros internacionales, hasta las cadenas nacionales -una de las pocas fuentes de información fidedignas- vamos a echar de menos.

Y a propósito de “cadenas nacionales” un párrafo aparte merece el Ing. Mauricio Macri quien recientemente sostuvo que de llegar a la presidencia “vamos a terminar con las cadenas nacionales para que las señoras puedan ver tranquilas las telenovelas”. Más allá de lo desatinado de la expresión que revela una desvalorización absoluta de la conciencia femenina; su propuesta demuestra hasta qué punto el líder del Pro reivindica la despolitización de la sociedad.

Lo cierto es que se acerca la culminación del mandato presidencial y, a fuerza de ser honestos, ninguno de los eventuales presidenciables -incluido el candidato oficial- alcanza la estatura política de esta mujer que, con más aciertos que errores, supo ser un adiestrado piloto de tormentas para conducir la nave del Estado. Sabemos que, a diferencia de lo que profesaba Fukuyama, la historia no se detiene y tampoco podemos predecir el curso de sus movimientos. No obstante, si podemos estar seguros que dar marcha atrás no va a ser sencillo para el que llegue a ocupar el Sillón de Rivadavia, y eso, mal que les pese a los encarnizados opositores, se lo debemos a “los K”. De ahí que, quienes ponderamos este momento histórico, también experimentemos esa sensación extraña.