Juan Bosco Martín Algarra-lainformacion.com

 

Según el papa Francisco, las Naciones Unidas han logrado importantes avances a lo largo de sus 70 años de historia, pero no han conseguido integrar a millones de excluídos “por la cultura del descarte”. ¿En qué consiste esta cultura del descarte? ¿Quiénes la sufren? Y, sobre todo, ¿cómo combatirla?

Analizamos doce puntos esenciales del discurso del papa Francisco en la ONU con un lenguaje alejado de la corrección diplomática.

1. Las sociedades no pueden estar al servicio de ideologías, sino de personas.

La Historia reciente demuestra que las ideologías han sido mucho más perjudiciales que positivas la Humanidad, porque no han puesto en el centro a la persona. “El poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades”, recalca Francisco.

Toda acción política debe estar presidida por la virtud de la prudencia, “por un concepto perenne de justicia que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho”.

2. No se puede hablar de dignidad humana si no hay mínimos materiales y espirituales: techo, trabajo, tierra, familia y libertad.

Miles de millones de personas en el mundo, entre ellas millones de católicos, viven en la pobreza: los gobiernos fracasan cuando en sus países no hay “mínimos vitales” para todos como la vivienda, el alimento, el trabajo o el vestido… Entre estos mínimos hay que incluir la libertad, incluyendo la libertad religiosa.

Conviene recordar que este último derecho no se puede ejercer plenamente en los países de muchos jefes de Estado que este viernes escuchaban el discurso del Papa.

3. No hay dignidad sin educación, ni educación sin familia.

Para lograr muchos de estos mínimos vitales de los que habla el Papa resulta imprescindible la educación, particularmente en el caso de las niñas. Pero la educación concierne no sólo a los Estados, sino a las familias y a las organizaciones a las cuales las familias encomiendan este cometido. Esta cuestión es uno puntos de los conflictos más habituales entre la Iglesia y los estados nacionales.

De ahí que Francisco haya querido recordar que “el desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos. Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana –amigos, comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–”.

Esto supone y exige el derecho a la Educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes-, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de las agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos”.

4. “En la ONU no pueden existir mini-clubes exclusivos”.

Pocas veces la voz de los países pobres encuentra en la ONU la caja de resonancia que necesitan. Esto provoca que la ONU parezca “un club donde todos son iguales, pero unos más iguales que otros”.

Francisco reclama “la adaptación a los tiempos (…), progresando hacia el objetivo último de conceder a todos los países, sin excepción, una participación y una incidencia real y equitativa en las decisiones. Esta necesidad de una mayor equidad vale especialmente para los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas”.

El Papa interviene ante la Asamblea de la ONU

No se puede combatir la exclusión social en el mundo, quiere decir Francisco, si el organismo encargado de erradicarla está adormilado por el “nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias”.

Alerta a la ONU con el peligro de la burocratización (“limitarse al ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos –metas, objetivos e indicaciones estadísticas indicadores estadísticos) y el peligro de la simpleza: “creer que una única solución teórica y apriorística dará respuesta a todos los desafíos”.

5. Es un contrasentido total que importantes países de la ONU sean potencias nucleares.

Las contradicciones de la ONU resaltan especialmente en este punto que Francisco no ha querido pasar por alto. Ha aludido al preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, que aboga por la solución pacífica de las controversias. Pero al mismo tiempo, los mismos países que promovieron esa carta acumulan y fabrican mortíferas armas de destrucción masiva:

El Papa declara que “una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la desconfianza».

Francisco exige que la ONU se empeñe “por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de estos instrumentos”.

6. El uso de la fuerza es una obligación para evitar matanzas.

La condena total a la guerra y a la proliferación armamentística no contradice el uso de la fuerza legítima. El Papa cita su carta del año pasado al secretario general de la Naciones Unidas: “La más elemental comprensión de la dignidad humana obliga a la comunidad internacional (..) a hacer todo lo posible para detener y prevenir ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas” y para proteger a las poblaciones inocentes.

Ingentes cantidades de población han tenido que salir huyendo de numerosos conflictos étnicos y religiosos, cuyas consecuencias está notando ahora Europa.

El CICR alerta de que Yemen se acerca a la

Cita “la dolorosa situación de todo el Oriente Medio, del norte de África y de otros países africanos, donde los cristianos, junto con otros grupos culturales o étnicos (…) han sido obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares de culto, de su patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes”.

Eso sí, recuerda “que no faltan duras pruebas de las consecuencias negativas de las intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional”. ¿Alusión implícita a la invasión de Irak en 2003?

7. Hay que prestar más atención a las guerras no convencionales pero tan mortíferas para la humanidad.

Ha llamado la atención el comentario que el Papa ha dedicado al problema del narcotráfico, cuyas consecuencias son en algunos casos tan devastadoras e incluso más duraderas que las guerras. En efecto, en palabras del Pontífice, se trata de “otra clase de guerra”, y “no siempre tan explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de personas”.

Francisco cita el rosario de actividades delictivas que acompaña al narcotráfico: “Trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil…”, y su extensión hacia “distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones”.

8. La política debe gobernar a las finanzas y no al revés.

Para el Papa, la crisis económica que ha azotado a buena parte del mundo desarrollado, y cuyos efectos aún son palpables en algunos países, son una muestra de “un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder”.

Cita la terribles consecuencias para países en vías de desarrollo: su “sumisión asfixiante a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”.

9. La protección del medio ambiente es un derecho humano.

Las consecuencias de la destrucción de los recursos naturales van mucho más allá del atentado ecológico o estético. Para Francisco, la destrucción de la biodiversidad pone “en peligro la existencia misma de la especie humana”.

El Papa menciona un “derecho de ambiente”, y pone al ser humano como parte de ese ambiente. Lo cual obliga a que el ser humano entienda los “límites éticos” que existen en su interacción con la Naturaleza. “Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad”.

Además, cita la creencia de las religiones monoteístas de la Creación. La Naturaleza es obra de Dios, que ha entregado al hombre para que la utilice con respeto. “No puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla”.

10. Se quieren imponer falsos derechos cuando no se han cubierto los derechos básicos.

Buena parte de la prensa mundial parece extrañada de que el Papa apenas se refiera a controversias clásicas en la información eclesial, como el aborto, la homosexualidad o la contraconcepción. Realmente el Papa sí lo hace en muchos discursos, aunque de manera indirecta, como ha ocurrido este viernes.

Ha criticado que se promuevan “falsos derechos”, (en referencia implícita a los programas de contraconcepción y aborto promovidos por la ONU en países del Tercer Mundo, o el matrimonio homosexual que se ha impuesto en muchas legislaciones occidentales), al tiempo que se excluye “a grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder”.

En este sentido, Francisco critica el maridaje espurio entre poder político y económico, que ha promovido “la cultura del descarte”

“Los más pobres (…) son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del ambiente”, afirma el Pontífice.

11. No al relativismo: existen las verdades absolutas y los límites éticos.

Tanta insistencia en el mensaje social, en aparente detrimento del espiritual, llevó al Papa a bromear con los periodistas en su habitual rueda de prensa en el avión: “Si hace falta rezar el credo, estoy dispuesto a hacerlo”.

Pero Francisco es un firme promotor de los valores universales y, como consecuencia práctica de estos, de los límites éticos. Y vuelve a poner como ejemplo la defensa del medioambiente y la lucha contra la exclusión, que “exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones (cf. ibíd., 123, 136)”.

Con estas palabras, el Papa estaba dejando muy claras tanto su oposición a las políticas antinatalistas, muchas de ellas promovidas por la ONU, como a la teoría de género que impregna muchas legislaciones occidentales. También ha criticado “la colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida irresponsables y extraños a la identidad de los pueblos”, con la que se pretende someter a países del Tercer Mundo con la excusa de promover el progreso social.

12. El mundo no puede dar la espalda a la trascendencia ni a lo sacro.

Como conclusión de todo lo anterior, el Papa ensalza “la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer, de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados”.

La ONU, según el Papa, debe huir de las tendencias laicistas justificadas como expresión del racionalismo en el ejercicio del poder. “La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada. Tal comprensión y respeto exigen un grado superior de sabiduría, que acepte la trascendencia”.

Y una caricia: la ONU es imprescindible como expresión del diálogo universal.

El Papa no ha escatimado elogios para la labor que desde hace 70 años ha llevado a cabo la ONU. Ha resaltado sus contribuciones al derecho internacional y su incuestionable empeño por defender los derechos humanos en tantas partes del mundo: “Todas estas realizaciones son luces que contrastan la oscuridad del desorden causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos”.

Aunque no omite los graves problemas del mundo, reconoce que, si no hubiera existido la ONU, le hubiera deparado un futuro mucho peor: “Si hubiera faltado toda esa esta actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades”.