Manuel Alfieri
Tiempo Argentino
 

10 de agosto 2015.- Unos 2500 inmigrantes se amontonan en un asentamiento del puerto francés de Calais. Del lugar se desprende un olor fétido. Dicen que allí no pueden vivir ni los animales. Que no hay agua, ni alimentos, ni ropa. Los chicos y las mujeres están expuestos a enfermedades contagiosas y son carne fácil para la explotación sexual o el tráfico de personas. Lo único que abunda es la miseria. Apenas unas lonas sucias y rotas cubren las cabezas de los desesperados que prefieren estar ahí antes que en sus países de origen, donde la guerra y la violencia no les dan respiro. Pero tampoco llegar a Europa es garantía de paz. Mucho menos cuando son considerados una verdadera «plaga» a la que la ultraderecha británica pretende eliminar con el uso de la fuerza. O barrerlos al otro lado de la entrada del túnel que une a Gran Bretaña con el continente europeo.

El término «plaga» fue el que eligió hace unos días el primer ministro del Reino Unido, David Cameron, para referirse a los inmigrantes que intentan cruzar el Eurotunel desde Francia con el objetivo de pisar suelo británico. Luego de la declaración -que generó polémica y controversia en todo el mundo-, ordenó la utilización de diez millones de euros para solucionar el problema. ¿Cómo? Creando una valla que impida el paso de los extranjeros y rodeando la zona con policías para contribuir a «mejorar la seguridad del lugar».
 

La decisión de Cameron dejó gusto a poco en las filas de la extrema derecha británica. Por estos días, Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés), una agrupación que pretende que el país deje la Union Europea, pidió que el conflicto sea resuelto directamente por el ejército británico. «La situación está claramente fuera de control y es el momento de plantearse opciones radicales como la de enviar el ejército a los puertos de entrada en nuestro país», dijo el referente de un movimiento xenófobo que en mayo del año pasado logró el 27,5% de los votos en las elecciones de eurodiputados, con un discurso que aboga por el cierre de las fronteras y la expulsión de los inmigrantes.

Kevin Hurley, ex jefe de contraterrorismo de Scotland Yard, fue todavía más allá y pidió que Cameron envíe una unidad especial de gurkas –una de las fuerzas de combate más feroces del mundo, originaria de Nepal y que participó en la Guerra de Malvinas- para reprimir a los inmigrantes. «Son una fuerza muy competente y los tenemos a la vuelta de la esquina. Sería una buena opción para tener controlada la situación mientras los gobiernos francés y británico ponen en marcha una estrategia preventiva», aseguró Hurley.

Hasta el momento, y a pesar de las presiones, Cameron no se animó a llegar tan lejos. Sin embargo, la posición del premier en relación al problema de la inmigración tiene varios puntos de contacto con lo que plantea la ultraderecha. Como tantos otros líderes europeos, Cameron se subió a la ola xenófoba que reina en el continente desde hace unos años y que considera a los inmigrantes como los responsables de todos los males que se viven en la región. El problema no es el ajuste, el desempleo y la pobreza, sino el que viene desde lejos.

La política de cierre de fronteras y confrontación directa con los extranjeros quedó muy clara en mayo, cuando Cameron ganó por amplio margen las elecciones generales, conquistó la mayoría de las bancas en el Parlamento y logró renovar su mandato. «Es necesario reducir la inmigración», dijo el exultante premier ante militantes de su partido, el Conservador. Y remató: «Hay que lograr que el Reino Unido sea un lugar menos atractivo para los inmigrantes ilegales».

Poco después, lanzó un paquete de leyes para controlar la inmigración que tiene tres pilares: combate al trabajo informal, reforma de las reglas laborales y renegociación de las normas que regulan la inmigración dentro de la Unión Europea (UE). En concreto, los inmigrantes tendrán un plazo de apenas seis meses para encontrar trabajo. De lo contrario, deberán abandonar el país. En caso de que obtengan un empleo, tendrán que hacerlo en blanco y con toda la documentación requerida por las autoridades, porque trabajar «sin papeles» será considerado un delito y las empresas que contraten empleados indocumentados sufrirán sanciones. La policía, además, podrá confiscar los salarios obtenidos «en negro» y las agencias de trabajo tendrán que dar prioridad a los británicos antes que a los extranjeros.

El gobierno también deportará a presuntos delincuentes reclamados en el exterior sin que puedan presentar recursos de amparo para intentar quedarse en el país. Además, serán penadas aquellas personas que alquilen departamentos o casas a inmigrantes sin papeles. En ese sentido, los dueños podrán expulsar de sus viviendas, sin autorización judicial, a quienes no cuenten con un «derecho de residencia» dentro del Reino Unido. Todas las sanciones van desde multas por algunas miles de libras hasta los cinco años de prisión.

Otro de los puntos de la política migratoria de Cameron está relacionado con las llamadas «ayudas sociales». Según su mirada, los inmigrantes son un «costo» para el Estado. Por eso, el nuevo plan –que está en sintonía con las políticas de ajuste que el premier implementa en el país-, prevé que los extranjeros podrán acceder a algunos subsidios, como los destinados a la vivienda, sólo después de haber residido en el Reino Unido durante cuatro años. Una política que para Harriet Alexander, periodista del diario The Telegraph, está vinculada a un «mito» fogoneado por la prensa. «Los medios dicen que los inmigrantes vienen aquí para vivir de los beneficios sociales, del Estado, pero yo creo que eso es un mito. La gran mayoría viene para trabajar y evitar la pobreza», comentó desde Londres y en diálogo con Tiempo Argentino la joven corresponsal británica.

Alexander, de 33 años y redactora de The Telegraph desde 2008, aseguró que el Reino Unido –y en particular Inglaterra- tiene muchos atractivos para los inmigrantes. No sólo por las mencionadas «ayudas sociales» que subsistieron a décadas de neoliberalismo, sino también porque, según Alexander, «todavía tenemos poco desempleo en comparación con otros países como Francia, Italia, España y Grecia. Aquí hay educación y muchos extranjeros quieren que sus hijos crezcan hablando inglés, porque saben que el idioma abre puertas». Y agregó: «Además, tenemos la reputación histórica de ser tolerantes y tenemos una gran tradición de inmigración. Siempre han venido australianos, estadounidenses, irlandeses, mucha gente de Asia. Hay comunidades grandes de países como Afganistán y Pakistán. Entonces esa gente se siente como en su casa».

A la hora de encontrar una explicación a la política de cierre de fronteras de Cameron, Alexander piensa en el contexto regional. «En Europa hay un movimiento de ultraderecha que está creciendo y eso da miedo a los políticos de centro o de la centroderecha. Aquí tenemos gente como Farage, líder del UKIP, y Marine Le Pen (del también racista Frente Nacional francés) que le echan la culpa de todo a los inmigrantes y que plantean la salida de la Unión Europea. Ese mensaje cala hondo en los barrios marginales, donde muchos ingleses creen que los inmigrantes les sacan su trabajo. Y los dirigentes políticos toman ese discurso para ganar votos», opinó la periodista. Por lo pronto, Cameron recordó que en menos de un año, en junio de 2016, realizará un referéndum para preguntarles a los británicos si quieren que el Reino Unido continúe siendo miembro de la UE. El tema de la inmigración podría inclinar la balanza.