A muchos nos quedan grandes las excelencias como Mujica. Les quedan grandes a nuestros países, a nuestras realidades, a nuestra mediocridad y oportunismo.

Les quedan grandes a nuestra apatía y arrogancia. A nuestra mezquina clase política. 

 

Eminencias como Mujica que nacen una cada 500 años, nos quedan grandes a las sociedades racistas, clasistas y perezosas. A las sociedades aguacatas. A los pueblos homofóbicos y cachurecos. A ese tipo de sociedad que niega el derecho al aborto pero ve niños muriendo de hambre en la calle y no se indigna. A esas sociedades que permiten los feminicidios, la violencia de género y la mancilla a los campesinos. 

 

Dignidades de izquierda como Mujica, que están en extinción que no necesitan alardear de ser revolucionarias porque con sus actos lo demuestran, nos quedan grandes a muchos que utilizamos la ideología para beneficio personal. Tan recalcitrantes y oportunistas con “estirpe” de saqueadores como la misma derecha inmunda. Somos  peores todavía porque nos abanderamos de un color, de una causa, nos escondemos atrás de la dignidad de mártires, de necesitados,  de discursos escritos por otros. De consecuentes a los que no les llegamos ni  a la sombra de los zapatos,  y todo para alcanzar nuestros exclusivos beneficios personales. Qué nivel de rastreros somos.

 

No merecemos su presencia, su palabra, su discurso sentido y honesto.  No merecemos llamarlo compañero, hermano. No merecemos una fotografía con él, un verlo de lejos, un gritarle, “¡viva Mujica!” No  merecemos sentirnos honrados de escucharlo. ¿Por qué? Porque muchos de nosotros somos escorias, desleales, bandoleros. Carentes de humildad, segregacionistas, indolentes y sobre todo arribistas. Calumniadores y mediocres a morir.

 

 

Porque  a muchos de nosotros los títulos universitarios nos sirven solamente para alardear de intelectualidad, de seso, de clase. Jamás para la consecuencia. Jamás para tender la mano al necesitado, jamás para abrir los brazos y encausar las luchas de los marginados. Nunca, pero nunca para poner le pecho. Nunca, pero nunca para poner lo aprendido a servicio de los “nadies.” Qué lejos estamos de Martí. Vamos a la escuela y a las universidades a llenarnos de textos que  en nuestro apocamiento jamás verán la luz del día. Jamás provocarán la oleada, la arremetida, la algarabía, la rebeldía. Jamás despertarán la rebelión. Textos que en la gente justa hacen hervir la sangre y avivan revoluciones. Nosotros, nosotros lo que hacemos es enterrar nuestras convicciones y vendernos a la comodidad de la indolencia. 

 

Entonces, ¿con qué cara vemos a Mujica? Si lo que hacemos en acción es deshonrarlo. ¿Con qué cara decimos ser revolucionarios, progresistas, democráticos si le tenemos miedo a los cambios radicales a beneficio del pueblo mancillado? ¿Si nos conformamos con lo menos y denigramos lo más? Si cuando ir por lo más nos cuestiona, nos obliga a responsabilizarnos, a una acción que en la faena nos puede dejar en el camino.

 

¿Con qué  valor mencionados el nombre de Mujica si carecemos de humildad? Vaya que somos el colmo del descaro. 

 

A muchos también nos encanta alabar a revolucionarios puros como Mujica, pero en acción lo que hacemos es escupirlos al rostro, apuñalarlos por la espalda. 

 

¿Será que lo hacemos para aparentar ser justos, honestos y conscientes? ¿Será que lo hacemos por moda? ¿Para ganar adeptos? ¿Para lucir una  ideología que ensuciamos con nuestra falta de arrestos? No, no cualquiera es revolucionario, no cualquiera es justo, no cualquiera es honesto. No nos confundamos, no pretendamos confundir a los demás lo que somos es una masa de mezquinos que nos creemos instruidos y exclusivos. Como si eso fuera galán. 

 

Con qué derecho mencionamos siquiera el nombre de Mujica, si somos una partida de infames. Sin arrestos para mencionar siquiera la palabra revolución. El verbo no sirve de nada si no lo convertimos en acción justa. 

 

Para honrar a Mujica no es necesario publicar fotografías suyas en las redes sociales, publicar fotografías nuestras asistiendo a sus conferencias, No. Para honrar a Mujica ni siquiera hay que mencionar su nombre. A excelencias como Mujica se les honra con la acción, con la consecuencia, buscando la justicia, abriendo caminos, construyendo puentes, dejando de ser arrogantes. Reconstruyendo el tejido social, manteniendo viva la Memoria Histórica. Eliminando de nuestra sociedad la impunidad, la corrupción, la indolencia.  Así se nos vaya la vida en ello. Lo demás, lo demás son babosadas, son patadas de ahogados. ¿Quién tiene los arrestos que levante la mano? ¡Y que acuerpe!

 

Dedicado con amor a los arribistas, a los que se creen héroes nacionales porque han salido a asolearse en manifestaciones. Asoleadas las que se dan los campesinos y los vendedores ambulantes  todos los días, y ellos no andan alardeando. Dedicado con amor a los pretenciosos, a los mezquinos, a los homofóbicos, a los cachurecos y a los tibios. A los racistas y clasistas. A los que nunca tendrán el valor de romper los tabiques y crear un mundo nuevo, una humanidad justa, digna y equitativa.

 

Dedicado con amor a los que sin colgarse de eminencias como Mujica, y  en el absoluto anonimato son corriente fresca de agua de río en la montaña. Son el canto de chicharras y la lava de los volcanes despiertos que nunca duermen. Son el eco de los muros en la ciudad. Son el alma de las calles y de los montes. Son la  candidez de  la poesía de un amanecer en el cerro. Para los de siempre, para los rojos de verdad. Y también para los infames. A quien le quede el guante que busque su par. ¡Salú! 

 Busque en el mapa su país, su clase social, su grado de escolaridad y pregúntese, ¿qué está haciendo para que este mundo cambie? Entonces, y solo entonces tendrá todo el derecho de pensar en un Mujica. 

 

Yo merita, la niña heladera. 

 

Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado

Agosto 19 de 2015.

Estados Unidos.

Fuente: Crónicas de una Inquilina.