César Eulogio Prieto Oberto
No pretende ser éste un titular rotundo, contundente, menos aún amarillista. Pretende sí llamar la atención sobre un sector de la clase empresarial que intenta hacerse el pendejo ante la crisis de dólares que padece el país y aspira seguir chupándose la renta petrolera como lo han venido haciendo durante cien años, me refiero a la burguesía petrolera, ésa que nació y se consolidó durante la era gomecista, y se atornilló in extremis cuando el petróleo comenzó a ser atractivo para las empresas transnacionales, mientras estuvo vigente el pacto de punto fijo y se prolonga hasta hoy día.
Lo grave no ha sido en sí el otorgamiento de los dólares en cifras milmillonarias, sino el destino que se les ha dado. En bancos privados del exterior y/o en paraísos fiscales, se calcula, por parte de analistas de entidades bancarias internacionales, que venezolanos tienen depositados la escandalosa cifra de unos trescientos cincuenta mil millones de dólares (350.000 MMUS$). ¿De dónde salió esa fabulosa fortuna?. Por supuesto que el origen es variado: a) parte de las ganancias obtenidas de sus negocios en el país; b) de dólares obtenidos del Estado para el crecimiento y desarrollo de la nación en el marco de la política de sustitución de importaciones; c) dinero mal habido por negocios fraudulentos (fraudes, robos, corrupción, narcotráfico, etc.). Claro que imperan los llamados delincuentes de “cuello blanco”: banqueros, altos funcionarios públicos, militares de alto rango, políticos inescrupulosos, dirigentes sindicales, y sobre todo “empresarios maulas”, esos mismos que tiran la piedra y esconden la mano.
Para muestra de lo que afirmamos, he aquí algunos datos. Entre 1959 y 2014, el empresariado privado venezolano recibió, según informes del BCV, la friolera de 589.799 MMUS$, un promedio interanual de 10.724 MMUS$ en esos 55 años, período durante el cual el sector industrial creció al pírrico promedio de 0,253% anual. Desagreguemos algo esas magnitudes. Entre 1959 y 1998 -40 años-, el mencionado sector recibió 222.366 MMUS$, un promedio de 5.559 MMUS$ anuales, y la tasa de crecimiento interanual promedio del sector industrial fue de apenas 0,16%. Cuarenta años durante los cuales la estructura socioeconómica del país se transformó en monopólica, oligopólica, monopsónica y oligopsónica. Progresivamente nos hicimos más y más dependientes, más y más vulnerables.
En los 15 años transcurridos entre 1999 y 2014, el sector empresarial privado recibió el impresionante volumen de 367.433 MMUS$, un promedio interanual de 24.495 MMUS$, en tanto que el sector decreció un promedio interanual de (-0,23%). Ante esos datos, ¿qué juicio podemos hacer sobre esta clase? Ellos afirman que el gobierno ha destruido el aparato productivo del país. ¿Cuál aparato productivo, ése que creció apenas 0,16% interanual promedio durante cuarenta años? ¿O el que se contrajo -0,23% en los últimos quince años pese a haber recibido un promedio anual de 24.495 MMUS$?
Esa situación persiste en el país desde siempre. De allí la imperiosa necesidad de desarrollar los controles que se aplican para superar contingencias coyunturales, para intervenir sobre distorsiones estructurales o para combatir ambas situaciones simultáneamente, tal como lo afirma el economista y diputado Jesús Faría en reciente artículo. El control de cambios en nuestro país es un ejemplo muy claro de ello. Su justificación fue detener la fuga de capitales provocada en un contexto de creciente tensión política, que condujo al golpe de Estado en contra del comandante Hugo Chávez, y de sabotaje petrolero. Los “meritócratas” petroleros que se autoexiliaron del país con miles de millones de dólares que se auto pagaron al huir al extranjero, dejaron agarrados de la brocha, vale decir en la estacada a los miles de trabajadores que, ante su llamado golpista, se plegaron al sabotaje petrolero. Es improbable superar esa coyuntura en el contexto de una economía parasitaria, rentista y con elevadísima dependencia del exterior, como la nuestra. En estos momentos el control de cambio es la respuesta a un adverso escenario económico y político, interno y externo: desplome de los ingresos petroleros, agudización de las contradicciones políticas, agotamiento del rentismo.
De levantarse los controles, esta clase parasitaria dejaría las reservas internacionales en peor situación que la heredada de Luis Herrera Campins por Lusinchi, y de éste por CAP II, a la vez que Caldera II de su antecesor.
Ahora bien, la necesidad de controles implica igualmente la existencia de mecanismos que garanticen su eficiencia. Los controles deben ir adecuándose a las condiciones imperantes. Si su diseño conduce a rezagos, en este caso, de la tasa de cambio, esto traerá problemas cada vez más graves. Por otra parte, si los controles promueven la corrupción, por su diseño y/o por sus distorsiones, se hacen incompatibles con un plan económico de desarrollo. Los controles deben garantizar el acceso de las empresas, en este caso, a las divisas, de lo contrario se transforma en una traba insalvable para la economía. No la manera de controlar que ha sido recurrente en los últimos años, donde se denuncia la desaparición “sin culpables de más de veinte mil millones de dólares” –en realidad son más de 70.000 MMUS$- ante el silencio cómplice de los funcionarios de CADIVI y demás autoridades del Estado. Una regla esencial de los controles consiste en su revisión permanente para garantizar su eficiencia. La fortaleza institucional es vital para ello, sobre todo en medio de una mentalidad parasitaria, que ha fundamentado el desempeño del sector empresarial y de la burocracia corrompida del viejo Estado burgués.
Los controles deben extenderse con rigurosidad en el ámbito de la percepción de los impuestos, siendo celosos en los mecanismos destinados a minimizar la evasión y la elusión. Medidas impositivas, como el impuesto al débito bancario, un manejo más estricto en la recaudación del IVA, así como llevar la racionalidad del gasto hasta los extremos, son imperativos en este momento.