Rubén Ramos
1. Una primera cuestión que hay que dejar en claro es que esa mezcla decadente y delirante de 17 grupúsculos, desde trotskistas hasta ecologistas, autodenominado «Coalición de Izquierda Radical» (identificada como Syriza), no tiene nada de izquierda, y mucho menos de revolucionaria.
Se trata de viejos dirigentes de los grupúsculos nazifascistas, conservadores, socialistas, maoístas, marxistas leninistas, trotskistas, comunistas, socialdemocrátas, socialliberales, ecologistas, «dorados», y demás especies que, a través del tiempo, medraron del poder de los «Coroneles» y de la Tercera República, hasta hoy. Grupúsculos con fines estrictamente electoreros y de reparto de las prebendas y de la corrupción que apareja ser miembro del parlamento griego o del poder ejecutivo.
Algo más, el «radicalismo» nunca fue una posición de izquierda y mucho menos su soporte ideológico. El radicalismo evoca la tradición jacobina (que inspiró a los partidos republicanos de la vieja Europa y es hoy un rezago histórico). El radicalismo más reciente, alude a las posiciones centristas, conciliadoras y asistencialistas.
Quizás Syriza y su «empoderado» dirigente Alexis Tsypras estén más cerca de este radicalismo. No de otra forma se podría entender su paquetazo «conciliador» con la «troika» y los acreedores de la UE.
Pero en Syriza puede que haya algunas individuales excepciones en cuanto a formación política y académica, e incluso, moralmente. Dudo, íntegramente éticos.
Como coalición, su claudicación ante la «troika», los grandes bancos, y la eurozona, los identifica a todos como traidores. Esto, debería bastar para que desaparezcan políticamente. Pero la ignorancia política, la desinformación, y esa mezcla infame de «fe y esperanza del pueblo», los autoriza a seguir mintiendo.
Incluso a pesar del NO. O tal vez por esto mismo. Porque, sabido es, que cuando los «esperanzados» dicen NO, es porque en realidad quieren que los sigan matando. No de otra forma podrían seguir «indignándose». Se acabaría lo que yo llamo el «snob proletario».
Por eso, aun cuando el «referéndum» ha convertido a los griegos en cómplices de una traición, aún dicen tener «confianza» en su primer ministro; y su «indignación» se ha trasladado a la eurozona, a Alemania, a Ángela Merkel.
Tsipras es intocable. Pudo darse el lujo de relevar a su ministro de finanzas de su papel de negociador de la deuda griega, antes del referéndum, sólo porque a sus acreedores les caía mal su «marxismo». Luego, aunque parezca paradójico, lo botó una vez producido el NO. Enseguida, ratificó como ministro de finanzas a alguien con oscuros vínculos con la mafia sionista anglo-norteamericana.
Hace unos días, ha reestructurado su gabinete con los ministros más allegados a los bancos y con los más obsecuentes a las privatizaciones y a «la Troika» que ahora tiene todo el poder para supervisar y controlar cualquier decisión gubernamental importante antes de ser discutida por el parlamento. Para estos nuevos ministros, la soberanía y la dignidad se calculan en euros.
Los 38 representantes de los 149 de Syriza que votaron en el Parlamento en contra del «paquetazo» son, igualmente, traidores. Como integrantes de esa organización se supone que conocían su contenido y no se opusieron. Lo avalaron. Hacer la «finta» de votar en contra no los salva de la genuflexión frente a los bancos y la UE. Votaron a sabiendas de que sería aprobado. Pues la oposición que va desde los social demócratas y social liberales hasta los neonazis, pasando por los «dorados» y los del «Río», suman 151 representantes. Sumados a los 111 de Syriza, el Congreso Heleno aprobó el oprobio por 262 votos.
Syriza dio una muestra de «democracia interna» digna de elogio y de renovada esperanza ante un pueblo despistado. Su propósito no era otro que el del «referéndum»: manipular las «esperanzas» en función de los intríngulis en los que andan embarcados sus dirigentes.
2. Una segunda cuestión tiene que ver con lo que en realidad representa Alexis Tsipras. Pasó alguna vez por las filas de la Juventud Comunista en su país, pero su real «experiencia política» se refiere a su activismo en la «Coalición de los movimientos de izquierda y ecológicos» (Synaspismos) entre 2008 y 2013.
Fue bautizado como candidato de Syriza en la Universidad de Columbia de Nueva York, integrante de «La Hiedra» (Ivy); la red de universidades ultraconservadores de Estados Unidos.
Tuvo como padrino a George Soros, el capo de los especuladores financieros y el mayor comprador de deuda griega que le reportará millonarias ganancias gracias al «rescate» impuesto.
Siguiendo a Soros, quien es partidario del endurecimiento de las sanciones a Rusia y al que considera la mayor amenaza para la Unión Europea, Tsipras insistió siempre que Grecia no rompería sus compromisos con la UE y con el euro, y mucho menos con la OTAN.
Como ingeniero de la construcción, su formación académica en economía, política y en ciencias sociales es de bajo nivel. Esto explica su acérrima defensa de las relaciones mercantilistas, su pragmatismo mecanicista y su filiación monetarista. Tsipras dice: «Los mercados te conceden préstamos a intereses tanto más altos cuanta más necesidad tienes de dinero. La respuesta a todo esto, por lo tanto, se encuentra en unos presupuestos equilibrados, de modo que se limite fuertemente la necesidad de recurrir a préstamos».
Esta manera de entender la economía explica su programa de austeridad y de reformas negociado con «la Troika» bajo la intermediación estadounidense, e impuesto al pueblo griego con el voto mayoritario del parlamento heleno. Más aún. Explica su absoluta ignorancia respecto del sentido y alcance de una mayor austeridad. Pues si bien esta es la condición impuesta al pueblo griego para seguir en la eurozona, es también la condición para su salida. A eso apuntan la reducción de salarios, el aumento del desempleo, la privatización de las empresas que quedan, la reducción de la burocracia, la mayor apertura y garantías a la inversión extranjera (donde aún quepa alguna, pues ya todo Grecia es propiedad privada), la libre circulación de bienes y capitales, los mayores recortes a lo que queda de los programas sociales. En síntesis, dejar que la economía griega la arrastren las fuerzas del mercado a los brazos del capital transnacional.
Atrás quedó aquello de que «la Troika ya no tiene sitio en Grecia, que pertenece al pasado y que la austeridad no regirá más en la economía griega». Estas fueron frases hechas para agradar a los «esperanzados».
Desde siempre, Tsipras tuvo muy clara su traición. No se podía esperar otra cosa de quien es, como su homólogo Pablo Iglesias en España, un advenedizo a la política que nada tiene que ver las luchas del movimiento obrero, de los campesinos, de los desocupados, de los pobres.
Tsipras, en Grecia, como Iglesias, en España, no son sino el «descubrimiento» de los viejos y nuevos especuladores del capital. Éstos, ávidos de mayor riqueza a costa de la miseria de los pobres, lanzan jovenzuelos para encandilar a los de la tercera edad; a la legión de ilusos no sólo desinformados, sino deformados mentalmente; y a los diletantes que se ven generacionalmente reflejados en ellos. La publicidad mediática de los medios controlados por las mismas oligarquías especuladoras y el poder del narcotráfico, se encarga de lo demás. Aparte de melenas crecidas y desordenadas, camisas desabrochadas, jeans desteñidos, y terno informal sin corbata, los «nuevos líderes» no son sino los fantoches post modernos del liberalismo financiero y la financiarización.