Desde la independencia de Sudán, Israel no ha cesado de vender armas, entrenamiento militar, seguridad interior y tecnología de vigilancia. El único problema es que esas armas y demás son utilizados para cometer crímenes de guerra y posibles crímenes contra la humanidad.
Ahora sabemos que, en los noventa, Israel vendió armas a Ruanda mientras el genocidio era una práctica generalizada en todo el país. Los detalles de esos tratos continúan siendo secretos. Existe un llamamiento para que esos detalles se hagan públicos, llamamiento que, actualmente, está siendo examinado en el Tribunal Supremo de Justicia. Sin embargo, parece que no se ha aprendido ninguna lección de esa cuestión.
En los últimos 18 meses, una sangrienta guerra civil ha estado rugiendo en otro país africano: Sudán del Sur. En ella, se están produciendo crímenes de guerra suficientemente documentados y posibles crímenes contra la humanidad. Los medios internacionales cubren, cada día, esta guerra. Por otro lado, los medios israelíes informaron acerca de ella los primeros meses pero, desde entonces, el silencio es la norma, aunque continúan perpetrándose atrocidades. Es probable que este silencio tenga una buena excusa: funcionarios gubernamentales de alto rango y la industria de la seguridad están vendiendo armas, entrenamiento militar, seguridad interior y tecnología de vigilancia a las facciones en lucha en Sudán del Sur. Cualquier información sobre estas actividades podría ponerles en una situación embarazosa.
Desde los sesenta del siglo pasado, Israel ha estado implicado en una guerra secreta en el sur de Sudán. Se trata de apoyar la lucha de los rebeldes para que se liberen de la tiranía de Khartum. La ayuda de Israel no refleja los valores humanistas ni solidarios con una justa y legítima lucha por la libertad, sino que es el resultado de una variedad de intereses estratégicos en esa región. En 2011, después de una fuerte presión de la comunidad internacional, se realizó un referéndum en Sudán del Sur. El 99 por ciento de sus habitantes votó a favor de la secesión de Khartum. El 9 de julio del mismo año, Sudán del Sur se convirtió en un Estado independiente.
El Estado de Israel fue uno de los primeros países del mundo en reconocer el nuevo Estado. En 2011, Salva Kiir Moyardit, presidente de Sudán del Sur, vino a Israel en visita oficial. Para Israel, un Sudán del Sur independiente era una oportunidad de oro para promover sus intereses en la zona en relación con su propia seguridad y economía; por lo tanto, realizó fuertes inversiones en infraestructura civil y militar en ese país. La relación entre los dos países es excepcional, incluso cuando se la compara con los estrechos vínculos que Israel mantiene con otros países africanos. La mencionada relación muestra ciertos rasgos de patrocinio.
Esta relación especial debería entenderse en el contexto de las luchas por el poder en la región. El conflicto local entre Sudán y Sudán del Sur está financiado por Irán e Israel, respectivamente. Mientras Irán reforzaba sus lazos con el Sudán musulmán, Israel fortalecía sus relaciones con el cristiano Sudán del Sur, que también lo provee de petróleo. Hace dos años y medio, presuntamente, Israel bombardeó una fábrica de armas de propiedad iraní en Khartum; hace un año, las fuerzas armadas de defensa israelíes interceptaron un barco de carga que transportaba municiones de Sudán a Gaza; y, el pasado mayo, se informó de que un dron israelí fue derribado en Sudán. Es evidente que Irán e Israel están librando una guerra por delegación mediante sus aliados africanos.
El único problema es si acaso esta estrategia semiimperial puede, de cualquier modo, justificar el apoyo a las fuerzas de Sudán del Sur que perpetran crímenes de guerra y contra la humanidad. Para impedir la venta de armas que puedan ser utilizadas con ese propósito, ningún interés estratégico israelí, sea real o imaginario, puede ser eximido de responsabilidad moral y legal.
Es triste señalarlo, pero la independencia de Sudán del Sur se ha convertido en una de las peores tragedias de estos tiempos. Desde mediados de diciembre de 2013, hay una salvaje guerra civil en Sudán del Sur que enfrenta a dos grupos étnicos y políticos; una continuación de la sangrienta guerra civil que, después de 22 años, resultó en la independencia del país. Según las últimas informaciones, en esa guerra, murieron 50.000 personas, hubo dos millones de personas que debieron dejar su hogar o convertirse en refugiados y otros 2,5 millones de personas están en riesgo de sufrir hambre como consecuencia de ella. Las organizaciones de derechos humanos y Naciones Unidas estiman que hay unos 12.000 menores integrados como soldados en unidades militares que combaten en Sudán del Sur. Todas las facciones en lucha –especialmente, el gobierno y sus milicias aliadas– están involucradas en crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y graves violaciones a los derechos humanos.
Ninguna de las partes tiene capacidad para llevar la guerra a un final y ningún grupo étnico tiene una mayoría clara en el país. La tribu dinka, que en estos momentos controla el gobierno, reúne a solo el 35 por ciento de la población. Algunos de los combatientes de la oposición son antiguos agentes de las fuerzas de seguridad que desertaron para pasarse al otro lado, llevándose las armas y el adiestramiento militar recibido, haciendo que las fuerzas del gobierno lo tengan aún más difícil para derrotarlos. Por estas razones, el gobierno adoptó una estrategia alternativa: asesinatos en masa, violación sistemática de las mujeres de lo otros grupos étnicos y violencia contra los ciudadanos identificados como oposición. Mientras las armas sigan llegando al país, el gobierno no tiene interés alguno en llegar a un compromiso y continúa aferrado a la falsa esperanza de derrotar a sus enemigos en el campo de batalla.
La situación ha hecho que los países europeos declararan un embargo de armas en Sudán del Sur y que Estados Unidos suspendiera su ayuda militar. También hubo algún intento de aprobar un embargo similar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Hasta ahora, estos intentos no han tenido éxito, no solo debido a discrepancias y discusiones entre los miembros del Consejo, sino también por el temor de que los rebeldes derroten a las fuerzas del gobierno. A pesar de las dificultades políticas que se presentan para llegar a un acuerdo de resolución de embargo, la gravedad de la situación en Sudán del Sur es clara para todo el mundo. El 3 de marzo de 2015, el Consejo de Seguridad aprobó la Resolución 2206 –presentada por Estados Unidos– por la que se da un ultimátum a ambas partes, amenazándolas con un embargo de armas y otras sanciones si no acaban la lucha.
A pesar de la reacción mundial, según la información proporcionada por activistas de los derechos humanos que han estado, o están todavía, en el país, la guerra secreta de Israel en Sudán del Sur continúa. Desde la declaración de independencia del país, Israel no ha parado de enviarle armas, de adiestrar a sus fuerzas y de entregar una variedad de dispositivos tecnológicos relacionados con la seguridad. También existe cooperación entre los servicios secretos de ambos países y hay entidades israelíes que han establecido y mantienen en funcionamiento un sistema interior de control y vigilancia en Sudán del Sur.
La implicación actual de Israel en Sudán del Sur es algo excepcional en la historia de las exportaciones militares israelíes. Está, sin duda, más allá de todo cálculo económico. Hoy día, Israel está trabajando intensamente por la viabilidad de un proyecto en el que ha invertido mucho en los últimos años. Un proyecto que, si fracasara, podría dañar su credibilidad ante dictadores y otros regímenes por el estilo que reciben ayuda militar israelí.
Una publicación oficial del Ministerio de Defensa, difundida en noviembre de 2014 (más o menos un año después del inicio de la guerra civil en Sudán del Sur), se vanagloria del éxito del departamento de exportación en la muestra Cyber Security, que fue visitada por 70 delegaciones de todo el mundo, incluyendo Sudán del Sur. Existen testimonios de que los militares de Sudán del Sur están empleando el rifle israelí Galil ACE. Dieciocho meses después del comienzo de la guerra civil, un diario sudanés informó de un puente aéreo entre Israel y Sudán del Sur para transportar proyectiles autopropulsados, equipo militar e, incluso, mercenarios africanos (después de haber sido entrenados). Los pertrechos continúan fluyendo. Una delegación de Sudán del Sur visitará una exposición de armamento israelí que se inaugurará la semana que viene en Tel Aviv.
Pensad un minuto en esto: un país en el que, ahora mismo, se están perpetrando crímenes contra la humanidad, utilizando para ello armas provenientes de otro país y en condiciones de embargo absoluto de armas aprobado por Estados Unidos y Europa, envía una delegación de compras a Israel y allí es recibida con los brazos abiertos.
Tanto la ley internacional como una elemental moral humana prohíben la venta de armas y cualquier otra ayuda militar que pueda ser utilizada para cometer crímenes de guerra y contra la humanidad. En el pasado, debido a los conflictos políticos relacionados con la Guerra Fría, la comunidad internacional fracasó en el cumplimiento de esta obligación pero, desde los noventa, esta política se ha transformado en un cuerpo legal decisivo tanto en Estados Unidos como en Europa; no solo eso, esta cuestión ha sido asumida por convenciones e instituciones internacionales como Naciones Unidas y tribunales de ámbito internacional.
Israel no tiene la posibilidad real de garantizar que el armamento que vende a Sudán del Sur no se emplea para asesinar a civiles, o para amenazar a mujeres mientras son violadas por soldados o integrantes de milicias. Más aún, no hay manera de garantizar que el adiestramiento de las fuerzas de seguridad no es utilizado para asesinar y torturar a civiles y que la tecnología exportada no es empleada para perseguir a los ciudadanos por su filiación política o étnica –sin mencionar el apoyo a horrorosos crímenes de guerra y contra la humanidad–, a menos que detenga completamente todas las exportaciones a ese país de material militar y de seguridad. Es importante dejar en claro que la ley internacional prohíbe también la venta de tecnología y dispositivos que “no disparen proyectiles” si pueden ser usados en la comisión de crímenes de guerra y contra la humanidad.
El pasado 12 de marzo, el abogado Itai Mack dio una entrevista sobre exportaciones militares a Sudán del Sur en el programa de radio –en hebreo– According to Forein Media (según dicen los medios extranjeros), emitido por la emisora de radio Al For Peace. Mack reveló más detalles sobre la implicación israelí en la provisión de armas y adiestramiento militar a las fuerzas de Sudán del Sur. A partir de sus hallazgos, el doctor Mack hizo un llamamiento al Ministerio de Defensa para que pare las exportaciones militares a ese país. Este llamamiento fue rechazado; lo contrario habría sido algo sorprendente.
En estos momentos, Tamar Zandberg, integrante de la Knesset por el partido Meretz, está tratando de romper el pacto de silencio que pesa sobre esta cuestión mediante la petición de que el Ministerio de Defensa detenga inmediatamente cualquier exportación militar a Sudán del Sur. La solicitud fue acompañada de una opinión experta redactada por el doctor Mack, que describe minuciosamente los aspectos objetivos y legales del tema.
El público israelí debe sumarse a esta petición. El momento para hacerlo es ahora mismo.
Idan Landau es un académico israelí de la Universidad Ben-Gurion. Esta nota se publicó (en hebreo) por primera vez en el blog de Idan, Don’t Die a Fool. Ha sido reproducido gracias al permiso del autor.