Dilma no logró implantar el ajuste fiscal anunciado y además de ese fracaso sufrió un inmenso desgaste político. También se anunciaron nuevos y duros recortes en los gastos públicos. Fue una clara derrota para el ministro de Hacienda, Joaquim Levy.
Confirmando rumores que circulaban con insistencia en los últimos días, los ministros de Hacienda, Joaquim Levy, y de Planificación, Nelson Barbosa, anunciaron formalmente ayer una drástica reducción en la meta del superávit primario (lo que el gobierno ahorra, cortando el presupuesto, para amortiguar la deuda pública). El pasado noviembre, tan pronto fue anunciado como ministro de Hacienda, el neoliberal Joaquim Levy, que ocupaba una de las direcciones del Bradesco, segundo mayor banco privado brasileño, se comprometió a ser “realista” y “actuar con total transparencia”. Dijo que era esencial para reconquistar la confianza y la credibilidad perdidas en el primer gobierno de Dilma Rousseff (2011-2014) anunciar metas viables y factibles.
Anunció la meta de superávit fiscal en 1,15 por ciento del PIB, contrariando la tradición tanto de los dos gobiernos de Lula da Silva (2004-2010) como del primer mandato de Dilma, que era anunciar metas bastante superiores. Como ese compromiso jamás fue alcanzado de manera real, los gobiernos, especialmente el de Dilma, se lanzaron a maniobras que aprovecharon brechas en la legislación fiscal, la llamada “contabilidad creativa”. Aun así, en 2014 el superávit primario, inicialmente anunciado como 2 por ciento del PIB, fue de escaso 0,6. Con eso, lo anunciado para este año sería casi el doble.
Todo eso se desplomó ayer. Si los cortes antes anunciados resultarían en un ahorro de 66 mil millones de reales (unos 22 mil millones de dólares), ahora el compromiso es de ahorrar unos 9 mil millones de reales (poco menos de 3 mil millones de dólares). Además, se anunciaron nuevos y duros recortes en los gastos públicos que sumados alcanzan a casi 80 mil millones de reales (unos 25 mil millones de dólares). Los nuevos cortes afectarán a todos los ministerios, lo que significa que los programas sociales llevados adelante desde la llegada del PT al poder, en 2003, serán duramente castigados.
En una larga conferencia de prensa ofrecida por ambos ministros, y que se arrastró por casi dos horas, hubo preguntas contundentes y copiosas y extensas respuestas, todas proferidas en lenguaje razonablemente claro y bien basadas en aspectos técnicos. Se admitió que la inflación de 2015 se situará alrededor de 9 por ciento y que la deuda pública llegará a casi el 65 por ciento del PIB.
Al reducir de manera tan drástica la meta de superávit primario, el gobierno impuso una clara derrota a Joaquim Levy. Al mismo tiempo, reconoció que la situación económica es bastante más compleja y frágil de lo que se venía admitiendo hasta ahora. La recesión, que en 2015 podrá llegar a 2 por ciento del PIB registrado el año pasado, ya se siente en el cotidiano de la gente. El desempleo, que estaba estabilizado en algo alrededor del 5,2 por ciento de la fuerza laboral, en junio superó por poco la marca del 9 por ciento. En algunos sectores, como la construcción y la industria automovilística, la situación es más preocupante aún.
Con la economía en franca retracción, la recaudación fiscal viene siendo muy inferior a la prevista, como admitió ayer el mismo Joaquim Levy. Recaudando menos de lo previsto y gastando más de lo que puede, el gobierno evidentemente no tendría bajo ninguna circunstancia ahorrar para suavizar los servicios de la deuda.
La seria crisis política que sacude al país también contribuye mucho para el actual momento. Por más que el gobierno se diga determinado a “cortar en su propia carne”, como reitera Levy, para cumplir con todos los cánones de la política de ajustes, el Congreso Nacional, actuando de manera totalmente rebelde, insistió, con tal de derrotar y aislar políticamente a Dilma, en aprobar medidas claramente contrarias a lo anunciado por el equipo económico. Aumentos estratosféricos a servidores de la Justicia, por ejemplo, son apenas uno de los muchos ejemplos de iniciativas que terminaron por minar de manera terminal lo que se anunció a principios de año como la serie de medidas redentoras de la economía.
En resumen, Dilma Rousseff no logró implantar el ajuste fiscal anunciado, y el único balance realista es que además de ese fracaso la presidenta sufrió un inmenso desgaste político. Ante la opinión pública, su gobierno experimenta un derrumbe formidable. Las relaciones con el Congreso alcanzaron su grado máximo de animosidad, con el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, declarándose –pese a pertenecer al PMDB, principal aliado el PT en la base de apoyo al gobierno– en plena oposición.
El panorama es de crisis y total desorden. Levy, que reza el credo radicalmente opuesto a todo lo que el PT siempre propuso, parecía resignado al anunciar un cambio que hasta hace pocos días rechazaba de manera vehemente. Nada indica que desista y abandone el barco del gobierno, pero tampoco nada indicaba, hasta hace muy poco, que aceptaría el retroceso en su plan.
Más grave aún es darse cuenta de que nada indica que algo vaya a cambiar en el escenario desconcertante que, al menos a juzgar por lo que decía Dilma Rousseff en la campaña electoral del año pasado, jamás ocurriría si fuese ella la vencedora. Al contrario: ella aseguraba, con convicción olímpica, que todo lo que ahora ocurre ocurriría si ganara el adversario.