Aram Arahonian

 

Durante décadas, la llamada izquierda latinoamericana manejaba su accionar en términos de conspiración revolucionaria, resistencia y lucha armada. Muy pocas veces en términos de economía, comercio, defensa, que son los desafíos que debe enfrentar hoy, sobre todo en los países donde ejerce el gobierno o donde espera ejercerlo y donde la resistencia debiera convertirse en construcción.

Y cuando hablamos de izquierda, no nos estamos refiriendo a partidos marxistas, leninistas o trotskistas, sino a todos los movimientos que impulsaban desde sindicatos, partidos, organizaciones sociales, estudiantiles, campesinas, indígenas, los cambios estructurales que desembocaran en sociedades inclusivas, equitativas, justas.

 

Durante las últimas décadas, el mayor desafío es superar y sustituir al neoliberalismo en todas sus dimensiones. Si bien el fracaso de la propuesta económica del neoliberalismo abría la oportunidad para que la izquierda surgiera como alternativa de gobierno, la verdad era que debía enfrentar la recesión, el debilitamiento del Estado, la desindustrialización, la exclusión y fragmentación social.

 

Y como si todo eso fuera poco, debía enfrentar la fuerza ideológica del neoliberalismo no sólo a nivel nacional, sino regional y global. La potencia del estilo de vida estadounidense con su paradigma de que todo es mercancía –todo se vende, todo se compra, como en los shopping-centers–, la utopía neoliberal junto a la publicidad, las marcas, la televisión del mensaje y la imagen únicas, como recuerda Emir Sader.

 

La tarea de reimaginar la izquierda no se puede desarrollar desde los esquemas tradicionales (sean o no oficialistas). Hace rato que la izquierda tradicional está agotada, sin capacidad para abandonar sus viejos nichos, para pensar una alternativa para amplias franjas –incluidas aquellas que no se definen de izquierda– y pasar a la disputa de conciencias con una derecha que, pese a su crisis, sigue avanzando en la reconquista de diversos escenarios sociales y en la restauración conservadora.

 

Lo cierto es que la izquierda todavía no generó valores, formas de sociabilidad ni alternativas al mundo de valores neoliberales centrado en el consumismo, el individualismo y la falta de solidaridad, sobre todo para con los menos favorecidos. La interrogante que surge es si es posible incorporar propuestas anticonsumistas –más allá de consignas– en sociedades donde el acceso al consumo es una gran (y reciente) conquista para las grandes mayorías.

 

No caben dudas: hay que reconstruir el pensamiento de izquierda. Y en esta reconstrucción hace falta la academia, hacen falta los intelectuales para sumar capacidades de reflexión y formulación de propuestas alternativas al pensamiento hegemónico. Durante más de tres décadas se denostó el modelo neoliberal, pero no se avanzó en la elaboración de una propuesta alternativa.

 

El discurso de la izquierda tradicional quedó anclado en la etapa de la resistencia, por incapacidad propia, por no entender que se transita una nueva etapa de construcción, sobre todo de estas propuestas y teorías alternativas al liberalismo, vinculadas a los desafíos del siglo XXI.

 

La intelectualidad «progre”, olvidada o ignorante del pensamiento crítico latinoamericano, no participa activamente en los nuevos procesos políticos, muchas veces anclada en el «marxicismo” (narcisismo marxista), en la denunciología permanente (y su paralelo lloriqueo) o en la repetición de consignas y firma de solicitadas (que engruesan los listados de organismos de seguridad), lo que algunos confunden con militancia.

 

Marx (siempre viene bien recordarlo, pero contextualizándolo) manejaba el concepto de las oleadas. Estamos apenas en el reflujo de la primera y en espera de la nueva oleada que permita que las ideas y praxis se expandan a otros territorios y permitan profundizar y anclar los cambios en los que se avanzó, en general (apenas) parcialmente estructurales, como diría el vicepresidente boliviano Álvaro García.

 

Se necesitan nuevas teorías para poder ponerle freno a este proceso de vaciamiento democrático que caracterizó por décadas a los gobiernos neoliberales, dictatoriales o no. Hoy se transita la oleada de recuperar la memoria, reconstituir y ampliar los derechos de la sociedad, asumir el control del excedente económico y expandir la generación de la riqueza con su distribución (defensa de los recursos naturales y manejo soberano de los mismos), esperando que la redistribución de las riquezas se puedan concretar en una tercera oleada.

 

Una distribución de la riqueza que no es sostenible puede generar frustraciones terribles de las que difícilmente haya recuperación en tres o cuatro décadas.

 

Las estructuras productivas en la región responden aún a la realidad del capitalismo dependiente, periférico y subdesarrollado. El neoliberalismo vendió con bastante éxito la idea de que era rentable sustituir la noción de patria y de nación por la de mercados. El libre comercio está demostrando que tiene una capacidad letal para desmontar los aparatos productivos y convertir los estados en blanco de la delincuencia organizada y del capital financiero. Y para eso tampoco hubo propuestas ni respuestas. Apenas denuncias.

 

Es necesario que en las agendas de nuestros movimientos, de nuestros gobiernos progresistas, se reposicionen ideas que nacieron en esta época, como la creación de instrumentos de financiamiento del desarrollo –el Banco del Sur, por ejemplo–, la utilización de monedas nacionales en el comercio regional, el fortalecimiento de los mecanismos de pagos a través de la cooperación, la reducción de la fuga de excedentes a través del fortalecimiento de los mecanismos de control de capitales.

 

Se enfrenta una arremetida contra la unidad latinoamericana y especialmente contra los avances y logros que generaron los gobiernos y los pueblos en la integración. Los partidarios de mantener nuestras sociedades y nuestras economías en una relación subordinada se reorganizaron y vistieron de otro ropaje sus propuestas de libre comercio. Quizás nos tomó desprevenidos, pero está en marcha una contrarrevolución conservadora contra los logros alcanzados en nuestro sur: se reactivan propuestas de desarrollo favorables al libre comercio, mientras los sectores más reaccionarios se disfrazan de abanderados de la defensa de los derechos humanos y la democracia.

 

Ese proceso de producción de amnesia colectiva cuenta con el inmenso poder que tienen los medios de comunicación corporativos para producir mentiras y medias verdades –y cartelizados para difundirlas–, confundir y manipular, privatizando la opinión pública. La estructura de la desigualdad la mantienen no sólo el capital financiero, las instituciones financieras internacionales, o el complejo industrial-militar, sino que tienen un puntal fundamental en los grandes conglomerados privados de comunicación, los que se atribuyen el poder de determinar cuál gobierno es bueno y cuál es malo, de acuerdo a los intereses del capital que ellos defienden.