Ollantay Itzamná

 

El sistema neoliberal vigente en el país, desde hace más de tres décadas atrás, despoja y privatiza bienes comunes de guatemaltecos/as (tierra, agua, bosques, minerales, hidrocarburos, servicios básicos, etc.), abonando el resentimiento popular creciente.

El actual gobierno neoliberal, masacró en dos ocasiones a poblaciones indígenas movilizados en defensa de los bienes comunes (Totonicapán y Alta Verá Paz), decretó dos estados de sitio para permitir las operaciones hidromineras, criminaliza y encarcela a centenares de defensores/as comunitarios de derechos. Pero, la resistencia al sistema neoliberal vigente no se activó en las ciudades principales del país.

En los últimos años, desde el área rural, los procesos de resistencias sociales no sólo identificaron al sistema neoliberal como el “enemigo interno” del país, sino que incluso en algunas organizaciones sociales movilizadas ya se debaten propuestas de reorganización sociopolítica de Guatemala, de abajo hacia arriba, mediante un proceso de Asamblea Constituyente popular, intercultural e incluyente.

¿Qué es lo que activó la indignación ciudadana de citadinos/as?

En estas tres últimas décadas, los agentes del sistema neoliberal (empresarios, partidos políticos, iglesias, universidades, agroindustriales, etc.), cooptaron a la gran mayoría de los movimientos indígenas y campesinos y los convirtieron en ONGs. Domesticaron a los sindicatos y disciplinaron a los ex guerrilleros (muchos de ellos/as, ahora, organizados en partidos políticos de izquierdas neoliberales). El neoliberalismo tuvo la capacidad de “transformar” a la incipiente ciudadanía en simples consumidores compulsivos teledirigidos, indiferentes con la “cosa pública”.

Pero, el embrionario desvelamiento del aparato criminal de la corrupción que operaba enquistado en el corazón económico del Estado neoliberal (caso SAT y enriquecimientos ilícitos del Presidente y Vicepresidente de la República), está desatando una inédita movilización citadina espontánea, simultánea y multitudinaria, recurriendo a la internet (redes sociales) como herramienta para la autoconvocatoria.

Ocurrió el pasado 25 de abril, cuando la ciberindignación se materializó en concentraciones públicas exigiendo la renuncia del Presidente Otto Pérez Molina y de la Vicepresidenta Roxana Baldetti porque las y los indignados, antes, sólo tenían sospechas del robo de sus impuestos, ahora, todo está comprobado. Por eso, más movilizaciones de indignación están anunciadas.

Como todo movimiento social contemporáneo, estas acciones colectivas son autoconvocadas (no existen estructuras o dirigentes convocantes), espontáneas (no existe una previa programación/organización), simultáneas (se movilizan en varias ciudades y al mismo tiempo), multitudinarias (no son representantes, son vecinos/as que salen a las calles a nombre propio).  La gran mayoría de ellos/as son jóvenes estudiantes o adultos, cibernautas o actores en red.

Según los carteles y mensajes difundidos, el enemigo identificado pareciera ser la corrupción pública prohijada o promovida por el actual gobierno nacional. Pero, la molestia y la indignación manifiesta es en contra de toda la “clase” política (de derecha y de izquierda) corrupta convertida prácticamente en una especie de vampirus guatemaltecus, que convirtió al Estado en su mejor presa para succionar.

Estos movimientos sociales contemporáneos, aglutinados por emociones (molestias) compartidas, regularmente inician su “articulación” alrededor de demandas comunes, pero circunstanciales (repudio a los gobernantes corruptos, rechazo de las privatizaciones, etc.), sin mayor proyección sociopolítica, ni prevención de posibles escenarios hipotéticos. Saben lo que no quieren, pero no saben con exactitud lo que quieren.

Ahora, dicen no querer “ni a Otto, ni a Baldetti, ni a ningún partido político tradicional”, pero aún no se sabe (o no saben) “lo que quieren”. Mucho menos el “cómo quieren conseguir esa nueva realidad sociopolítica que querrían”.  Aunque también es cierto que muchos/as de las y los citadinos movilizados en contra de la corrupción pública son y serán electores (este año) de algún partido político tradicional neoliberal.

El reto no es expulsar del poder a los corruptos, sino atreverse a cambiar el sistema

El mayor reto que tienen las y los ciudadanos citadinos indignados/movilizados, no sólo es su cohesión como sujetos sociopolíticos colectivos para transformar esa realidad que repudian, sino también la construcción de una agenda compartida con demandas que aspiren a transformaciones estructurales en el Estado y en la sociedad.

Cambiar gobiernos en estados fallidos neoliberales, de nada sirve, mucho menos si no se tiene opciones, y peor aún cuando la misma sociedad es una “maquinaria” de fabricación de potenciales funcionarios/as públicas corruptas.

El “enemigo interno” de Guatemala no sólo es el gobierno actual, sino el sistema neoliberal que corrompe, saquea, e instaura la thanatocracia en el país, diluyendo el Estado de Derecho.

El sistema neoliberal convirtió a la ciudadanía primigenia del país en consumidores/as compulsivos, promotoras/es pasivos del capitalismo salvaje. Éste es el mayor reto que tiene la ciudadanía indignada: activar una ciudadanía activa y responsable, organizada, que se atreva a repensar y reconstruir el país de todos/as, con todos/as, y para todos/as.

A este proceso de repensar/reorganizar el país se denomina proceso constituyente refundacional. Si las y los indignados de las ciudades se encuentran y confluyen con los movimientos sociales indígenas y campesinos genuinos vigentes, entonces, las posibilidades de procesos de transformaciones estructurales en el país sí tendrán visos de celeridad y sostenibilidad en el tiempo. Ello implica superar el pensamiento/activismo sectorial y apostarle a procesos estructurales con visión de país incluyente. De lo contrario, en el mejor de los casos, sólo se habrá expulsado a unos corruptos para legitimar a otros corruptos en el poder. La indignación no debería ser sólo contra uno de los agentes del sistema mortal neoliberal, sino contra el sistema en sí, y atreverse a transitar por los caminos contemporáneos del Sur.