Ollantay Itzamná

 

La hegemonía, a diferencia de la dominación (político militar), consiste en el consentimiento y la “naturalización” de los mecanismos de sometimiento (sistema educativo, religioso, jurídico político, económico, informativo, etc.) en el espíritu de las y los subordinados, como elementos constitutivos de su cultura. La hegemonía implica la anulación/domesticación del pensamiento crítico/creativo y de la inteligencia espiritual. Es la espectacular globalización de lo efímero. Este es el peligroso punto ciego en el que como humanidad nos encontramos.

La hegemonía del sistema-mundo-occidental-capitalista (en menos de tres décadas de vigencia), en su versión neocolonial actual, no sólo ha instaurado una cultura del sepelio global de los derechos de la Madre Tierra y de los derechos humanos, sino que “naturalizó” en el imaginario colectivo de la humanidad la muerte y la debacle planetaria como un fatal destino inevitable. Por eso el saqueo/expulsión de los pueblos para la opulencia inmoral de unos pocos ya no indigna casi a nadie.

El libre mercado se constituyó en el Santuario global del insaciable Dios capital que deglute todos los derechos, bienes comunes, e incluso la capacidad auto regenerativa y auto regulativa climática de la Madre Tierra. Esta es la hegemonía de la debacle planetaria. Donde la razón crítica de la modernidad claudicó frente a la hegemonía de la creencia instaurada por los antisujetos del capital financiero ávidos por el poder global.

En este punto ciego de la historia de la humanidad, las y los no ciudadanos, los exprimidos y/o excluidos por el sistema “moderno”, quienes aún no renunciaron a su dignidad y a su capacidad de asombro e indignación, nos dan luces y esperanzas con sus intrépidos caminos y acciones de resistencias fecundas.

Resistencias estoicas y creativas en contra de los megaproyectos extractivistas que van por todo y por todas partes. Resistencias inéditas en contra de la comercialización/disolución de los derechos humanos. Resistencias contra hegemónicas frente a la globalización de la democracia neoliberal corrupta y cleptómana. Estas resistencias colectivas civiles y políticas nos indican que el sistema de la debacle no ha conseguido una total hegemonía en la humanidad.

Algunos activistas reflexivos inquietos comienzan a sospechar de las mentiras “científicas” impartidas en las escuelas y universidades como verdades por la cultura hegemónica.

Tabúes como el Estado, el Mercado, la Ley, el Desarrollo, la Modernidad, Dios, etc. son cuestionados desde los campos de las resistencias locales. Los medios de información corporativos y editoriales dejan de ser referentes monopólicos culturales. Aunque la televisión y el mercado aún continúan configurando las estructuras psicológicas y comportamientos incluso de las comunidades en resistencia.

No cabe duda que estos estigmatizados, criminalizados y perseguidos ( sobrevivientes al holocausto colonial y neoliberal) están cultivados en una profunda y cotidiana espiritualidad de la resistencia creativa contra hegemónica y gozan de una mística acrisolada que ni las cárceles, ni la muerte les logran quitar la libertad interior. Por eso, por más que sus historias y horizontes de lucha estén empedrados por recurrentes derrotas y fracasos, ellas y ellos no claudican en sus luchas. Quizás por ello, aún después de ser asesinados y sembrados en el vientre fecundo y fresco de la Pachamama continúan aún dando frutos y abonando inéditos procesos de resistencias libertarias.

No cabe duda que estos anatemas y “enemigos” del desarrollo de los ricos, en estos tiempos de la burda derrota de la razón lineal y utilitarista euronorteamericana, se constituyen en la reserva y el baluarte de la conciencia y la dignidad humana que se resiste a perecer bajo la hegemonía de la debacle planetaria. Está claro que urge transitar de la resistencia civil y política, a una resistencia cultural y económica, fundada y orientada en un espiritualidad profunda.