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Países latinoamericanos como Brasil, Perú, Argentina o Venezuela son una de las prioridades de China, que considera injusto el orden económico mundial actual y busca desplazar a EE.UU. en la región. El acercamiento económico y las inversiones cada vez mayores de China en la región latinoamericana resultan muy productivas para ambas partes.
Para muchos países de América Latina China se ha convertido en el principal socio económico. El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés) confirma que para países como Brasil, Perú, Venezuela o Argentina el gigante asiático es ya el principal vínculo comercial.
Las cifras evidencian este desplazamiento de EE.UU. en Latinoamérica. En 2014 la banca china invertía en la región 22.000 millones de dólares y las inversiones aumentaron en un 71%, cifra que contrasta con el receso que han sufrido los prestamistas estadounidenses, con un 20% menos desde 2011.
Para los países del continente americano la aparición de China como nuevo actor económico ha contribuido a propiciar un crecimiento promedio sostenido del 3,8% anual en la última década. De hecho, no deja de ser significativo que la última cita del CELAC, la comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, tuviera lugar en Pekín.
«Pekín quiere internacionalizar sus empresas y quiere tener más presencia en todo el mundo. Su campaña de internacionalización pasa principalmente por aquellos países y continentes en donde hay más espacio para crecer, algo con lo que cumple América Latina», explica Daniel Madrid i Morales, investigador de la Universidad de Ciudad del Cabo, República de Sudáfrica. «También hay un interés de luchar contra la presencia de otras potencias, y estando en América Latina China consigue cerrar la conexión entre América Latina y EE.UU.», agrega.
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Las necesidades y las posibilidades de China y de Latinoamérica forman un matrimonio perfecto. Por un lado, las segundas naciones requieren inyecciones económicas y, por otro, Pekín, sobrado de liquidez, es el mayor consumidor de materias primas del mundo. De hecho, estamos solo al principio de este matrimonio de conveniencia, habiéndose comprometido el presidente chino a aumentar hasta 250.000 millones de dólares las inversiones en la próxima década en la región. Pero, ¿en qué se traducen estas macrocifras sobre el terreno?
Venezuela es el mayor receptor de préstamos chinos con una suma superior a los 50.000 millones de dólares, y es también uno de los principales destinos de inversión, sobre todo para las explotaciones petroleras y la creación de infraestructuras.
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Brasil es otro punto de interés para el crudo. La más importante compañía petrolera china SINOPEC se hizo con el 30% de la portuguesa GALP y el 40% de la española Repsol, ambas presentes en la nación brasileña.
También en Argentina las petroleras asiáticas explotan los yacimientos de Vaca Muerta, donde SINOPEC, la empresa petrolera china, acaba de firmar un acuerdo de colaboración con YPF. Además, están presentes en la creación de infraestructuras como redes ferroviarias de alta velocidad o el metro de Buenos Aires, donde el yuán se deja sentir.
La minería es otro sector estratégico y Perú es el mejor ejemplo de ello. Se calcula que China domina ya un tercio del sector minero peruano, en concreto en la extracción del cobre, siendo las empresas asiáticas las mayores productoras de este mineral en Perú.
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Pero, además, en toda la región las compañías chinas desarrollan proyectos de telecomunicaciones, automoción, agricultura, construcción y sectores energéticos, lo que extiende sin fronteras la influencia de Pekín, y no sólo a nivel económico. Esta presencia garantiza una mayor influencia global, además de exportar con los lazos económicos su agenda política.
«China raramente diferencia entre lo político y lo económico y en practicamente todas sus estrategias internacionales hay una doble dimensión», resalta Daniel Madrid i Morales. «China cree que el sistema mundial creado después de la Segunda Guerra mundial dominado por EE.UU. es un sistema que no le beneficia y hará todo lo posible para poder conseguir un sistema alternativo en el cual tenga cada vez más poder», sigue el experto, que pone como ejemplo la creación el año pasado junto a los países BRICS de un banco de inversión «en el que China tiene mucho más peso que en las instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI)».
En teoría la relación entre el PIB y el derecho a voto en organismos internacionales debe ser proporcional, algo que de manera superlativa se incumple en el caso de China, que tiene mucho menos margen del que debería corresponderle. Mientras, desde el congreso del EE.UU. se demora la actualización de estas cuotas del FMI que fueron aprobadas en 2010. Como vemos, las nuevas dinámicas que generan las relaciones internacionales no quedan reflejadas en los órganos económicos, marcados por el orden político tradicional.
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