Melissa cursó por seis años la Licenciatura en Lenguas Extranjeras, pero nunca ejerció su carrera en un centro estatal. Sabía que con menos de 20 CUC de salario no le alcanzaría para mantenerse. Guardó el título recién impreso y buscó empleo en un restaurante privado. Necesitaban muchachas altas y con “buena presencia”, y sus maneras de universitaria le abrieron las puertas.
En casa no fue la única en tomar esa decisión. Fabio, su esposo, ingeniero metalúrgico graduado de la CUJAE, abandonó el centro de investigación donde lo ubicaron y se contrató en un cine 3D. Pocas semanas después el gobierno cubano cerró todas esas instalaciones.
Cinco meses luego de quedarse en la calle, Fabio se convirtió en dependiente de una cafetería. En menos tiempo del que imaginó la “paladar” cayó en la quiebra y el ingeniero decidió probar otro oficio sui géneris: hoy Fabio lleva, casa por casa, la actualización sistemática del Paquete Semanal.
Para la pareja dejar la profesión alcanzada tras años de estudio no fue un paso sencillo, pero lo asumieron como el plan B que se toma cuando las circunstancias exigen un cambio radical.
El “subempleo ilustrado”
Así llaman los investigadores sociales cubanos a la migración laboral de los profesionales universitarios hacia oficios y ocupaciones menos cualificadas.
Con el relanzamiento del sector no estatal desde 2011 el fenómeno se reinstala en el debate.
“Hay una tendencia a buscar personal muy joven, que por lo general viene de otro sector”, confirma Mayrín, habanera que creó una agencia empleadora para conectar oferta y demanda laboral en el cuentapropismo. “Los dueños piden también que el candidato por lo menos hable inglés técnico, sobre todo en la gastronomía y las casas de renta, que son los espacios donde más se buscan trabajadores”.
“Recuerdo una pequeña carpintería donde me solicitaron un comercial. Pedían que fuera alguien con título universitario, dominio del inglés, conocimientos de contabilidad, buena educación, proyección, buen aspecto y tener hasta 35 años. Me resulta difícil ubicar personas que ya pasan de los 40, con menos de 12 grado”, detalla la gestora.
“Yo sí prefiero graduados universitarios, para que tengan un buen background en todo lo que hagan, sea lo que sea”, expresa Rolando, dueño de un restaurante en la capitalina calle de Galiano. Este emprendedor contrató para encargarse del negocio a un ingeniero industrial, una licenciada en Economía, un licenciado en Contabilidad y una licenciada en Estudios Socioculturales; y espera emplear a varios universitarios más, cuando despliegue franquicias por algunas zonas de La Habana.
Sin embargo, resulta imposible encontrar datos específicos sobre el movimiento laboral de los jóvenes hacia el sector no estatal, y ni siquiera los cientistas sociales disponen de estadísticas para calificarlo como una tendencia.
“No se puede pensar que ahora es cuando los jóvenes profesionales están mirando otros trabajos más atractivos”, anota Idania Rego Espinosa, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS). “Desde la década de 1990 muchos graduados universitarios han migrado hacia el turismo y las corporaciones extranjeras, lo que ahora se abren nuevas opciones y muchachos con ese valor tienen la mejor preparación para competir en el mercado laboral”, agrega.
Casi medio millón de licencias para el trabajo privado en un universo laboral de 5 millones 22 mil personas no es una cifra demasiado significativa. Por ende, tampoco son tantos los jóvenes profesionales que escogen el entorno no estatal como su solución inmediata, en comparación con los que permanecen en actividades vinculadas a su formación.
“En mi campo lo que más puede hacerse es reparar PC’s o teléfonos celulares”, dice Claudia, ingeniera en Telecomunicaciones. “Eso puede ser útil, interesante…pero no me llama la atención, no veo desarrollo profesional, solo una tarea mecánica y repetitiva que implica conocimiento pero hasta un punto”.
“No está concebido el trabajo por cuenta propia en función del capital humano porque los graduados universitarios no encuentran actividades afines a su formación”, insiste por su parte la investigadora del CIPS. “De todas formas, si no tengo cómo insertarme con mi formación universitaria, pero necesito vivir mejor y tener más ingresos, sencillamente trabajo para un privado”, reflexiona.
Se reafirma así lo que académicos como Ricardo Torres, del Centro de Estudios de la Economía Cubana, han llamado una de las mayores contradicciones del modelo: alta eficiencia en la creación de potencial humano, en contraposición a un sistema incapaz de generar oportunidades para aprovecharlo en toda su magnitud.
¿Quién da más?
La voluntad de dejar el empleo estatal comienza con solo mirar a sus padres y colegas más experimentados. “Personas que llevaban 30 años en aquel centro estaban en el mismo lugar que yo, el recién llegado. Y me decía: ¿en qué espejo me voy a mirar si en 30 años no se consigue nada de comodidad?”, recuerda Fabio.
Ese mismo razonamiento lo encuentra la psicóloga Rego en sus investigaciones de campo: “A veces los jóvenes nos responden con la referencia puesta en los mayores que trabajan para el sector estatal: ‘Mis padres son universitarios y después de tantos años… ¡mira el salario que tienen!’, se cuestionan y por supuesto, cambian sus expectativas”.
“Me molesta que un profesional tenga que estar ‘inventando’ porque el salario no alcanza”, confiesa Grettel, bióloga de 8 am a 5 pm y repasadora de matemáticas tras regresar a su casa. “No está bien que yo tenga que dar repasos o mis amigas arreglar uñas y vender dulces, si todas somos científicas”, enfatiza.
“Siempre me gustó trabajar para pocas personas, ser dueño de mi tiempo”, revela Damián, un arquitecto que dejó su puesto en una gran empresa constructora para unirse a un colega y montar un estudio sin licencia. “Creo que casi todos queremos seguir en la profesión, porque es lo que estudiamos y nos gusta; pero estoy dispuesto a replanteármelo si siento que pierdo el tiempo”, asegura.
La sensación de pérdida puede aparecer también cuando recuentan los ingresos a fin de mes. Según la información pública más reciente, el salario medio estatal alcanza 471 pesos cubanos (unos 25 dólares) mientras el ingreso mínimo mensual declarado por los trabajadores particulares sumaba 1500 pesos cubanos. Tres veces más.
Trabajar, comer, ¿partir?
“Existe una ‘generación silenciosa’ que no aparece en las estadísticas y de la cual no podemos conocer sus criterios. Es la del grupo de jóvenes que lamentablemente emigran”, advierte Mirlena Rojas, del grupo de Estudios Sociales del Trabajo, en el CIPS.
Un saldo migratorio anual por encima de las 40 mil personas, compuesto sobre todo por personas de entre 20 y 40 años, impacta callada pero directamente en la erosión del tejido social interno, y por tanto, en la fuerza laboral capacitada, el activo fundamental del país.
“Tengo un compañero que abrió un heladería –refiere Claudia- la vendió enseguida, y con el dinero se fue a hacer una maestría en Brasil.” Para contener el éxodo casi todos demandan una urgente transformación de las reglas del juego de la economía.
“Hoy en Cuba te encuentras quien en su propia especialidad se busca tres empleos, o tiene su empleo y además hace otro, pero no piensa que irse de gastronómico sea la solución”, opina la periodista Isabel Moya, directora de la Editorial de la Mujer. “También está quien sí asume ese proyecto de vida. Cada vez hay que ver más y respetar las aspiraciones individuales de la gente, y no satanizarlas”, apunta.
Además de asumir este fenómeno, su existencia plantea la necesidad de flexibilizar las posibilidades de empleo por su cuenta para los miles de graduados universitarios que acumula el país (y aún no han emigrado) y mejorar el panorama salarial del sector estatal en el país.
Sin esperar a que eso ocurra, Melissa dejó el restaurante por una academia particular de idioma inglés. Retornó a su formación y no niega sentirse más satisfecha con el nuevo dueño, aunque teme un repentino cambio de las leyes.
Fabio quisiera retornar a la metalurgia, pero ve ese momento distante. Por ahora se mantiene tranquilo, repartiendo el Paquete, mientras sigue adelante con su plan B.
*Los nombres que aparecen sin apellidos son pseudónimos empleados a petición de los entrevistados.
Fotos: Alejandro Ulloa.
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