Marcos Ríos Guerra
Pensemos bien: hace más de 200 años el capitalismo viene controlando todos los procesos de producción de bienes y servicios fundamentales para la vida. A partir del descubrimiento del petróleo se aceleró la tecnología orientada a captar energía a partir de los combustibles fósiles y actualmente la casi totalidad del sistema capitalista está basado en esta fuente de energía finita.
Por este motivo las empresas que en los últimos 100 años han dominado la producción y refinamiento de combustibles son los responsables de las guerras generadas en todo el Mundo para controlar las principales zonas petroleras. Para ello han construído ejércitos civiles públicos y privados, que se encuentran ocupando financiera y militarmente a aquellos territorios de países productores de petróleo en América, África, Asia, Europa y Oceanía.
Los casi aproximadamente 80 millones de barriles de crudo producidos diariamente a nivel mundial son la energía que utiliza el sistema imperialista para mantener su control global sobre los medios de producción, finacieros, transporte refinamiento y comercialización-venta de el vital elemento del capitalismo.
En Sudamérica, la mayor reserva mundial certificada de petróleo semipesado convencional se encuentra en territorio venezolano y es el motivo de la nueva política de amenaza inminente de agresión sobre el gobierno y pueblo bolivarianos, para apoderarse de esa fuente mundial de energía, que de conquistarse, suministraría energía a la principal potencia económica-militar durante más de 100 años a precioos actueles de costo y flete.
El mismo camino seguirían Argentina con el yacimiento de «Vaca Muerta» en la Patagonia por medio del fracking y en Brasil con los yacimientos Pre-Sal existentes en aguas crecanas a las costas, sumadas a las de Ecuador y Bolivia para conformar así una importante fuente de energía fósil y de otros recursos naturales esenciales (Agua y alimentos) para el desarrollo capitalista voraz.
La amenaza extraordinaria e inusual que representa Venezuela para la seguridad de los Estados Unidos se basa en no poder disponer libremente de estos yacimientos para desarrollar nuevas expansiones de mercados globales con aumentos de ganancias por reducción de costos energéticos.
El gobierno de Obama ha gatillado así la orden de las empresas dueñas de los Estados Unidos en la perpetuación del capitalismo planetario: a prepararse entonces para las batallas por venir en todos los escenarios que plantee el imperialismo.