A propósito del decreto ejecutivo del 9 de marzo de este año, suscrito por el presidente de los EEUU, Barack Hussein Obama, con el cual avanza un paso más en la escalada agresiva contra nuestra Patria, nuestra revolución y nuestro pueblo; y al mismo tiempo se pone al frente, ya sin ningún disimulo, de las acciones para desestabilizar el país y derrocar el gobierno revolucionario de Nicolás Maduro por la violencia, nos proponemos analizar brevemente la vocación intervencionista del imperialismo y las razones de su derrota en esta coyuntura histórica.

Es larga la tradición intervencionista de los Estados Unidos de Norteamérica en todo el mundo. Como parte de esa tradición intervencionista, este país tiene también un largo historial de invasiones militares (sin contar las de carácter económico-financieras e ideológicas-culturales). Con razón el camarada Fernando Soto Rojas ha planteado en diversas oportunidades, que los venezolanos nos enfrentamos a una nación invasora en el siglo XIX, invasora en el siglo XX e invasora en el siglo XXI.

Desde los albores de la nación estadounidense, es decir, desde que lograron las trece colonias originales su independencia de Inglaterra, lo hicieron heredando el carácter colonialista de su “madre patria”. Así, en sus documentos fundacionales se establece la doctrina del “Destino Manifiesto”, según la cual, los EEUU de Norteamérica estaban destinados a ser una suerte de nación líder del conglomerado de naciones en el mundo, comenzando por el continente americano. De este modo desarrollaron durante todo el siglo XIX una política expansionista que, partiendo de las antiguas y originarias trece colonias, la convirtió en un país continente y en una gran potencia.

Durante el siglo XIX esa élite dominante estadounidense, orientada por el “Destino Manifiesto” primero y la Doctrina Monroe después, se expandió con la llamada conquista del oeste, en la cual exterminaron a la población originaria del norte de América y la redujeron a reservaciones, compraron el territorio de la Louissiana a Francia y el de Alaska a Rusia, invadieron a Méjico y le arrebataron la mitad de su territorio en lo que hoy son los estados de Texas, California y Nuevo Méjico y en 1899 invadieron Cuba para impedir la victoria de los patriotas Mambises sobre España, y sobre esa base, obtuvieron los territorios de Puerto Rico y Hawai. Todo eso en apenas un siglo.

Con la invasión a Cuba en 1899 no sólo impidieron la consolidación de las tropas Mambisas sobre España y en la negociación se apoderaron de Puerto Rico y Hawai, sino que se incorporó un artículo en la constitución cubana (la Enmienda Platt) que autorizaba al gobierno de EEUU a intervenir en Cuba cuando lo considerara necesario y recibió el territorio donde hoy se asienta la base militar yanqui en Guantanamo concedido a perpetuidad. Es decir, Cuba pasó de ser una colonia española a una neocolonia del imperialismo estadounidense.

Considerándonos su “patio trasero”, desarrollaron una política que, diplomacia y violencia delante, los convirtió en el país hegemónico en el continente y luego de la II Guerra Mundial en la potencia hegemónica del capitalismo mundial.

Durante el siglo XIX, sin pretender ser exhaustivos, EEUU invadió militarmente Nicaragua, Haití, Méjico y otros. Durante el siglo XX invadió Nicaragua, donde fue enfrentado por “El Pequeño Ejército Loco” comandado por el General de Hombres Libres, Augusto César Sandino; Haití en varias oportunidades, Guatemala, República Dominicana, Granada, Cuba (por Playa Girón, la primera derrota militar del imperialismo en nuestro continente), Panamá e intervino con asesores militares en casi todos los países del continente.

Esta política de intervenciones militares, bien sea con ejércitos y marines o con asesores militares, junto a una agresiva estrategia política (con su fortaleza económica, su carácter de potencia hegemónica –política y económica- luego de la II Guerra Mundial, el chantaje y las presiones de todo tipo contra gobiernos que no se le subordinaron y el expediente del golpe de Estado usado en diversas oportunidades) le permitió establecer una hegemonía indiscutible en el continente nuestroamericano en el siglo XX.

Esto fue así a pesar de la resistencia de los pueblos de nuestro continente: Casi todos los gobiernos que se opusieron al dominio yanqui fueron derrocados o sus líderes fueron asesinados. Allí están los ejemplos de Cipriano Castro en Venezuela, derrocado en 1908, de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, de Joao Goulart en Brasil en 1964, de Juan Bosch en República Dominicana en 1965, de Salvador Allende en Chile en 1973 o los asesinatos por la CIA de los presidentes Omar Torrijos de Panamá y de Jaime Roldós de Ecuador. No era –no es- necesario ser comunistas o de izquierda para recibir la ira del intervencionismo imperialista, sólo basta tener una posición patriótica y digna, de defensa de los intereses nacionales.

El siglo XXI comienza con los pueblos de nuestro continente avanzando en los procesos emancipatorios que ponen en cuestión la dominación imperialista y la explotación capitalista. Desde la llegada al gobierno del Comandante Supremo de nuestra revolución Hugo Chávez, se inició un proceso que cambió la correlación de fuerzas en nuestra América, creó una nueva situación geopolítica e hizo que el imperialismo perdiera la iniciativa política en nuestra región. Ello explica acontecimientos como el entierro, previa derrota, del ALCA en Mar del Plata o la última Declaración de UNASUR exigiendo –todos los países miembros, independientemente de la posición ideológica de sus gobiernos- la derogación del Decreto Ejecutivo del 9 de marzo de este año con el que el presidente Obama agrede a Venezuela.

No es casualidad, la nación invasora desde su nacimiento, que en este siglo XXI invadió Afganistan, Irak, Libia y prepara otras intervenciones. La nación cuyo presidente de manera arrogante nos amenaza con su fuerza militar para “torcernos el brazo”, la que nos declara una amenaza para justificar la agresión contra nosotros, incluida la militar. Esa nación, gobernada por una élite ultraderechista y absolutamente fanatizada, que cree que de verdad estamos en los tiempos del “Destino Manifiesto”, de la “Doctrina Monroe” o, más recientemente, la política del “Gran Garrote” de Rooselvelt, está siendo derrotada en sus pretensiones.

El levantisco y rebelde pueblo venezolano, guiado por el legado antiimperialista de Hugo Chávez y el liderazgo consecuentemente Bolivariano, Socialista y Chavista del presidente obrero Nicolás Maduro; se ha puesto de pie y cierra filas para impedir la afrenta y enfrentar la amenaza de guerra con una política de paz. Los pueblos de nuestro continente y de todo el mundo nos acompañan en este combate. Son incontables los pronunciamientos solidarios de organismos internacionales, gobiernos, partidos políticos, movimientos sociales y personalidades de todo el mundo que nos acompañan y rechazan con nosotros las amenazas del jefe del imperio que pretende ser emperador del mundo.

El imperialismo más feroz y poderoso que ha conocido la humanidad, la nación invasora en los siglos XIX, XX y XXI, será derrotada en las tierras de este continente en este siglo, será derrotada por pueblos dignos, rebeldes y justos, con líderes y gobiernos populares y antiimperialistas. América latina y el Caribe será la tumba del imperialismo y del capitalismo depredador y en esa victoria estará, sin duda, ocupando un  puesto en la vanguardia, el pueblo venezolano y la figura gigante del Comandante Supremo y eterno Hugo Chávez.

Caracas, 21 de marzo de 2015