En este texto seguimos profundizando el debate, para hacer un esfuerzo analítico, en el sentido de ser más didáctico, y así instrumentar el debate con la izquierda del gobierno brasileño. Para los y las lectoras desde afuera, es necesario mostrar la situación compleja en la cual hoy vive Brasil, como la crisis política generada a partir de las denuncias de corrupción estructural en Petrobrás. El no cumplimiento de las promesas de la campaña, por la presidenta reelecta Dilma Rousseff (PT), como la política de calle de la derecha neoliberal, maniobrando con recursos publicitarios y bastante inspirada en los escuálidos de Venezuela, pero aún sin guarimba. En este primero texto vamos a comenzar con el tema de la Legitimidad y en su secuencia, para el inicio del debate en cuanto a calidad del liderazgo Político.
Veamos al concepto clásico y después con la materialización de este, analizaremos con ejemplos del Brasil actual. La legitimidad política es una meta a ser alcanzada cada día, necesita ser conquistada, reconquistada y asegurada. Supera en relevancia las reglas del juego institucional, perteneciendo al universo del Juego Real de la Política. Pues bien, la fragilidad del actual gobierno federal brasileño estaría, en este quesito, fragilizado en dos frentes.
Primero, por la proximidad de los proyectos estratégicos del gobierno (Pre-sal), con la sospecha y evidencias de corrupción, donde los partidos oligarcas, las mayores empresas de construcción civil y operadoras de contractos con la gigante brasileña del petróleo. Me parece obvio, porque eso no comenzó ahora, pero para el escenario político, se necesita de hecho un elemento concreto @fato. La misma ausencia de una denuncia, que no alcanza a presidente – o «aún no alcanza» como constantemente habla el líder del bloque de derecha. Que opera como chantajista del Poder Ejecutivo, Eduardo Cunha (diputado federal por el PMDB del estado de Rio de Janeiro), hoy es un actor-llave en la política nacional – que impide la relación. O sea, entra como elemento de discurso, con la sospecha de corrupción en los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso (del PSDB, de 1995 a 2002) en la misma Petrobrás, jamás fueron investigadas. Lo que importa al escenario actual es que hay esta sospecha y de esta participan partidos de la base del gobierno. Ahí entra el segundo problema.
Segundo, la fragilidad de un gobierno bajo ataque, con la sospecha de corrupción, no puede convivir con el duro discurso plebiscitario del 2do turno (la segunda vuelta o balotaje) de la campaña presidencial (en 2014) y después, aún en el año de 2014, el hecho concreto de que la presidenta ha rasgado el mismo discurso, para tener condiciones de superar la crisis económica, sin arriesgar las ganancias de los capitales rentistas y especuladores (el presupuesto de Brasil de 2014, el gobierno nacional ha gastado el 45% de su presupuesto pagando ganancias y parcelas de la deuda pública que nunca termina). Luego, se hace difícil llamar el pueblo para la calle para defender este gobierno, siendo que el mismo hubo traicionado a sus electores aún a finales de 2014.
De esta ausencia plena de legitimidad, la derecha ideológica y neoliberal se aprovecha para fecundar el conservadurismo, el estilo anticuado y golpista (convocando por el impedimento de la presidenta) y lanzar la opción chilena en la clase media brasileña, a la vez retroalimentada por los mayores grupos de medios de Brasil, transformando la justa indignación anticorrupción, en histeria colectiva distribuida en la internet, expandida en el Brasil urbano y metropolitano. En la ausencia de este periodístico mediático, con el refuerzo del poder de agenda, a través de la investigación de la Policía Federal y de la Fiscalía Federal en Petrobrás, la derecha ideológica está estructurando un peligroso espacio autónomo, sin depender de los líderes de carrera. En este escenario, Aécio Neves (senador por el PSDB de Rio y candidato derrotado por pequeña margen de votos en la carrera presidencial) se preserva como opción, siendo una especie del venezolano Henrique Capriles del país.
Calidad del liderazgo político y los caminos cruzados del Brasil actual
La calidad del liderazgo político anda de brazos, con la soledad del ejercicio del poder. Se engaña quién imagina que la titular del Poder Ejecutivo, todo lo puede y todo sabe. Y, se engaña más aún quien supone que esta titular pueda gobernar sin un actualizado y verificado sistema de informaciones, y obviamente, un sistema de inteligencia. Por el visto, el Palacio del Planalto (sede del Poder Ejecutivo de Brasil) está como una queso suizo, lleno de huecos para fuera, teniendo de esa manera que garantizar, una base «aliada» a fórceps (el Ejecutivo tiene una base aliada frágil en el Congreso, en su mayoría compuesta por oligarcas que tienen como primer instinto la preservación de los propios intereses.
Esto determina que el gobierno nacional sea atropellado, por distintos enemigos internos y externos, todos atacando a la vez. La calidad del liderazgo de Dilma Rousseff es incontestable, para su sistema de creencias (la presidenta de Brasil cuando era guerrillera fue víctima de una salvajada cuando en la tortura y no delato ni siquiera a nadie de los miembros de su organización, Dilma tenía entonces solo 19 años), pero no se puede decir de su carisma (o la falta de este).
Para suerte de la presidenta reelecta, la derecha que no gobierna con ella, no posee alguien con el carisma de un Carlos Lacerda (temible periodista, diputado y gobernador de la derecha civil golpista en 1954 y en 1964) y tampoco hombres-bomba como el liderazgo escuálido de Venezuela (me refiero a los golpistas que están presos por atentar contra el orden constitucional en Venezuela). Por suerte de América Latina, tampoco tenemos más las Fuerzas Armadas, operando como Poder Moderador; pero para desgracia de nuestra población brasileña, la flaqueza del liderazgo y la inconsistencia programática, lleva a la actual titular del gobierno, de la séptima economía capitalista en el mundo, a ser en parte rehén de sus acuerdos por la tal de la gobernabilidad y – en paralelo – para la opción preferencial por los bancos.
Infelizmente la derecha está en las calles, de cara lavada y lenguaje publicitario, caminando en la búsqueda de un peligroso desenlace, el fin de las políticas sociales compensatorias (tímidas y con presupuesto mínimo) a través de un lenguaje de «unión nacional» y unidad de los brasileños; esta derecha no partidaria, pero neoliberal y con una línea chilena, ya ha ocupado más de 50 ciudades en actos públicos, pidiendo el enjuiciamiento de la presidenta reelecta, es bastante peligrosa.
Los neoliberales operan con un lenguaje condenatorio al debate de las acciones afirmativas (como la política de cotas para negros y familias pobres para vagas del servicio público y locales de enseñanza superior), están contra el debate de las reparaciones étnico-raciales, se oponen a cualquier política de renta mínima y acciones afines. Hoy el peligro de la sociedad brasileña, es la alianza de los neoliberales, con la de gente de ultra-derecha que desea “el volver de la ultraderecha”, para clamar por el retorno de las FFAA, pidiendo una intervención militar ya!
A manera de una corta conclusión
En el país vivimos el costo, de haber mejorado la vida de 44 millones de brasileños sin la organización social necesaria para garantizar estos mismos derechos. En la ausencia de protagonismo de clase, casi todo recae en la acción distributiva del aparato de Estado. Este es el blanco a atacar de los que se movilizan en el ala derecha de la política hoy en Brasil. Esta es la capacidad mínima de defensa que los sindicatos restantes, deberían estar peleando para asegurar, la capacidad de ejecución de las políticas distributivas a través del aparato del Estado Nacional. Ante el capital transnacional financiero que hace chantaje al gobierno, que ha traicionado su propio programa lo hace con tapas de revistas como The Economist o periódicos como Financial Times. La cancha en Brasil está abierta, pero hay drama y problemas por parte del movimiento popular ara seguir adelante.