Dr. Sergio Fernández Riquelme
En enero de 2015, Irán y Rusia sellaron un acuerdo de transcendencia histórica. En la capital persa, Teherán, se firmó el pacto de cooperación militar y tecnológica entre ambos países, de la mano del ministro de Defensa iraní Husein Dehqan y del ministro de Defensa ruso Serguéi Shoigu. Las alarmas saltaron en la prensa internacional. The Guardian, The New York Times o Die Welt, como voceros de las cancillerías occidentales, pusieron el grito en el cielo (en especial por la posible venta del sistema de misiles de defensa S-300). Los denunciados como enemigos del llamado “mundo libre” unían sus fuerzas.
Este acuerdo suponía otro hito en una alianza estratégica quizás de más largo recorrido, entre dos naciones opuestas el agotado modelo neocolonial norteamericano
Pero este acuerdo suponía otro hito en una alianza estratégica quizás de más largo recorrido, entre dos naciones opuestas el agotado modelo neocolonial norteamericano, y ambas objeto de duras e ilegítimas sanciones por parte de Washington y sus aliados europeos; conectaba ciertos intereses y compartía algunas estrategias, aunque dejaba una cosa meridianamente clara: ambos países seguirían luchando, buscando respaldos autónomos, por sus respectivos proyectos políticos independientes pese a la presión imperialista. Por ello, en las declaraciones posteriores a la firma, el ministro iraní declaraba que «Irán y Rusia son capaces de enfrentarse al expansionismo de la intervención y de la codicia de los Estados Unidos a través de la cooperación, la sinergia y la activación de un potencial estratégico de las capacidades” (IRNA); mientras Shoigu señalaba que “estamos en favor de un multinivel de cooperación a largo plazo con Irán y de dar la bienvenida a los líderes iraníes en sus intentos de expandir sus lazos con Rusia, incluso en la defensa militar. Tenemos desafíos y amenazas comunes en la región a las que no podemos oponernos a menos que nos comuniquemos” (ITAR-TASS).
Ya en el verano de 2014, Rusia e Irán habían realizado otro pacto de relevancia: la firma de un acuerdo comercial clave, de más de 20 mil millones dólares y de cinco años de duración. El gobierno presidido por Vladimir Putin colaboraría con el sector energético iraní, superando las restricciones occidentales, y cooperando en las áreas de petróleo y gas, industria, construcción de plantas de energía y redes; la parte iraní suministraría maquinaria, bienes de consumo y productos de la agricultura. Asimismo, en noviembre de ese mismo año, ambos países acordaron la construcción en Irán de dos nuevos reactores nucleares en la planta de Busher (por la empresa rusa Rosatom). Y a todo ello se unieron los esfuerzos rusos por relanzar la negociación internacional sobre el programa nuclear iraní (Grupo 5+1), y por abrir la posibilidad de incorporación de Irán a la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO, liderada por China, Rusia y Kazajistán).
Las amenazas y los objetivos se demostraban compartidos, más allá de viejas rencillas o de necesidades mutuas. Los riesgos venían derivados, a nivel regional, del salvaje y expansionista integrismo del EIIL (Daesh, en árabe), fundamentalismo consecuencia plausible tanto de la humillante y brutal invasión norteamericana de la vieja Mesopotamia como de la financiación y militarización occidental previa de los enemigos de aquellos sistemas políticos no plegados a sus intereses en la zona; y a nivel global, de un Imperialismo norteamericano que, ante la falta de viabilidad bélica directa, como se hizo visible en el fallido intento de derrocamiento del Gobierno sirio de Bashar al-Asad (amigo histórico de ambas naciones), buscaría someter a los países disidentes a sus designios mediante presiones económicas potentes (desde castigos financieros a la caída del precio del petróleo).
Las pretensiones comunes se focalizarían, así, en la autoayuda. Rusia defiende la autonomía de la República Islámica de Irán en gestionar sus recursos energéticos, desarrollar su programa nuclear pacífico, mantener sus tradiciones socio-culturales y promover su papel de potencia regional en el Medio Oriente; mientras, Irán apoya a Rusia en el suministro de materias primas y alimentos, la lucha contra las sanciones occidentales y la protección de los intereses regionales legítimos del país euroasiático. Dos naciones cercanas y dos socios estratégicos, unidos no solo por la buena vecindad, sino por una visión política y económica disidente del monopolio en vías de extinción a medio y corto plazo.
En el siglo XXI un nuevo mundo multipolar se abre paso. Tras la crisis económica de 2008, y el fracaso atlantista de repetir las catastróficas invasiones de Irak o Libia, nuevas potencias emergentes en la globalización parecen unirse o colaborar en la defensa de la independencia y soberanía de los Estados frente a neocolonialismos que intentan borrar las identidades tradicionales y la libertad de los pueblos, como alternativas estructurales o puntuales en pro de un nuevo orden geopolítico globalizado.