Claudio Katz
En los últimos años han sido muy frecuentes las comparaciones de la crisis griega con el colapso argentino del 2001. Numerosos analistas destacaron las semejanzas en el nivel del endeudamiento, el deterioro económico o el desplome político [2].
Este contrapunto se ha diluido en la nueva coyuntura creada por el triunfo de la coalición de izquierda Syriza. Las diferencias actuales con el antecedente argentino son muy significativas.
En la esfera productiva el derrumbe de la economía helena supera ampliamente lo ocurrido en el Cono Sur. Desde el 2009 Grecia soporta una continuada depresión que desmoronó su PBI en un 26%. El desempleo promedio trepó al 27 % y supera el 50% en las franjas juveniles. Las jubilaciones y pensiones fueron brutalmente reducidas y la pobreza afecta al 40% de la población infantil [3].
El desmoronamiento que Argentina padeció en la acotada coyuntura del 2001-02 se ha extendido en Grecia a lo largo de seis años. También la deuda helena ha trepado por encima de su equivalente latinoamericano. Saltó del 100% (2008) al 174% (2014) del PBI.
Pero la principal diferencia entre ambos casos radica en la transferencia del pasivo griego a los estados de la Unión Europea. Los bancos acreedores -especialmente alemanes y franceses- utilizaron las dos reestructuraciones de la deuda para desprenderse de esa carga.
En la actualidad el 60% de la deuda griega está en manos de una agencia estatal-financiera del Viejo Continente (FEFF), otro 10% es manejado por el FMI y el 6% restante es administrado por el Banco Central Europeo. La estatización se consumó a través de una operación fraudulenta. Los títulos fueron cotizados a precios elevados e intercambiados con grandes auxilios crediticios.
Mientras que Argentina negoció sus canjes con múltiples acreedores privados (2005), Grecia tramita su deuda con la jefatura de la Unión Europea. Este manejo asume un carácter político muy distinto a la operación económica que concretó el país sudamericano.
En la esfera institucional las diferencias son también muy marcadas. En ambos casos la estructura tradicional de partidos, legisladores y funcionarios fue deglutida por la crisis. El bipartidismo heleno de socialdemócratas y conservadores (PASOK-Nueva Democracia) quedó tan incinerado, como el justicialismo menemista y la UCR de Argentina.
Este último desplome arrastró a todo el régimen vigente. El presidente De la Rúa fue eyectado de la Casa Gobierno y cinco mandatarios gobernaron durante pocas semanas. Una ruptura de esa envergadura no se consumó hasta ahora en Grecia.
El desenlace posterior también ha sido diferente. El viejo esquema político fue reconstruido en Argentina durante la última década por los gobiernos kirchneristas. Otorgaron importantes concesiones sociales y democráticas para distender la ira popular y recomponer los intereses de los grupos dominantes.
Como en Grecia nadie pudo implementar esa restauración, la continuidad de la crisis condujo al ascenso de Tsipras a la presidencia. Syriza no proviene de estructuras tradicionales como el kirchnerismo justicialista. Es una fuerza alineada en la izquierda radical que asume ideales anticapitalistas.
En este marco de antecedentes y contextos tan distintos: ¿Puede Grecia lograr el mismo desahogo económico que consiguió Argentina durante la última década?
Escenarios trastocados
Si la capacidad de negociación de un país dependiera exclusivamente de su peso económico, a Grecia le resultaría muy difícil repetir la trayectoria de su contraparte. Argentina es el quinto productor mundial de alimentos, ejerce una influencia gravitante en el mercado de soja y maneja recursos naturales apetecidos por todas las potencias. En cambio Grecia se desenvuelve como una pequeña economía, en los márgenes de la Unión Europea. Se caracteriza por una alta especialización en el turismo y el transporte marítimo.
La pérdida de soberanía monetaria que genera su pertenencia a la eurozona acentúa esas diferencias. Argentina siempre mantuvo la administración autónoma de su deteriorada moneda. Quedó favorecida, además, por un default de la deuda que blindó su economía ante a las turbulencias de las finanzas internacionales. Por eso negoció el canje de su deuda con menor presión de los banqueros y el FMI.
Por el contrario Grecia está ubicada en un área estratégica de la tormenta global. A pesar de su reducida participación en el PBI europeo se encuentra muy integrada a todos los circuitos del Viejo Continente. No bordea a la economía mundial, sino que conforma una periferia directa del centro.
Esta localización explica la enorme expectativa internacional que acompaña a la renegociación de su deuda. Esa centralidad contrasta con la relativa indiferencia que rodeó al desenlace del canje argentino durante el 2003-06.
El protagonismo de Grecia ha quedado reforzado por la estatización de sus pasivos. Mientras que el intercambio de los bonos argentinos fue tramitado en forma convencional por funcionarios y banqueros, las tratativas de la deuda helena son monitoreadas por Merkel y Hollande.
Resulta difícil determinar si esa gravitación aumenta o reduce el margen de negociación del país. Pero es indudable que el establishment europeo ha quedado desconcertado por el triunfo de Syriza. A diferencia del 2012 no logró ningún resultado con las campañas para atemorizar a los electores.
Incluso la unanimidad penalizadora del gran capital hacia Grecia se ha quebrantado. Mientras que la Troika mantiene su dureza tradicional, varios exponentes de las altas finanzas propician negociaciones más contemplativas. La intransigencia de los c onservadores germanos contrasta con la contemporización que exhiben los políticos franceses.
Existe un creciente temor burgués a la aparición de muchos Syrizas en Europa. La preocupación inmediata se localiza en la oleada de protestas que comienza a proyectarse en España al plano político. «Podemos» sintoniza con la juventud indignada y las 300.000 personas que celebraron en Madrid el triunfo de la izquierda griega, anticipan una tendencia que podría extenderse a Irlanda, Portugal o Francia.
Los temores que genera este posible aluvión superan el susto precedente al contagio económico. La preocupación por el impacto de un default griego sobre los bancos se ha reducido y la propia victoria electoral de Syriza no alteró el comportamiento habitual de las Bolsas.
Esta distensión refleja cierto alivio general de las finanzas continentales. El dogma deflacionario de Merkel enfrenta un techo y con el Plan Draghi ha comenzado el aflojamiento monetario. En el Viejo Continente se perfila una repetición de los mecanismos de alta emisión (Quantitative Easing) que utilizó Estados Unidos para lidiar con la crisis.
Por otra parte, Grecia ha quedado situada en el medio de las nuevas tensiones geopolíticas que provoca el conflicto ucraniano. En el nuevo mapa Syriza cuenta con la inédita posibilidad de recostarse sobre Rusia, para contrarrestar las presiones de la Troika.
El triunfo de la izquierda griega aporta, además, un contrapeso a la oleada de islamofobia reaccionaria, que sucedió al atentado contra Charly Hebdo. Syriza encara una esperanza progresista que puede inaugurar un giro mayúsculo en el continente. Por eso resulta útil extender las comparaciones a lo ocurrido en Sudamérica.
Contrapuntos regionales
Tsipras inició su gestión con medidas de reparación a los desposeídos que desconocen las imposiciones de la Troika (Memorándum). Restableció la electricidad a 300.000 hogares carenciados, fijó un nuevo salario mínimo y decretó la readmisión de 3.500 trabajadores despedidos. Disolvió, además, el órgano creado para las privatizaciones y suspendió la venta de los puertos de Tesalónica y El Pireo.
Con este debut Syriza confirmó su disposición a implementar una política económica de ruptura, muy distante de la continuidad inicial que mantuvo Kirchner. En Argentina, esa preservación de programas y ministros de la gestión previa (Duhalde- Lavagna) permitió coronar la depuración de capitales, iniciada con la mega-devaluación del 2002.
La atadura a las pautas deflacionarias del euro impidió a los gobiernos del PASOK y la ND realizar este tipo de limpiezas, que los capitalistas utilizan para recomponer la rentabilidad de sus negocios a costa del salario.
Syriza siempre contrapuso alternativas progresistas a cualquiera de estos ajustes regresivos. Pero la implementación actual de su programa exige alterar las relaciones de fuerzas. La coalición llegó al gobierno al cabo de una intensa lucha social, pero concretó su ascenso en una coyuntura de reflujo. Necesita proyectar su victoria electoral a las calles y a la balanza de poder.
También en este terreno la situación difiere de lo ocurrido en Argentina. En ese país la rebelión del 2001 introdujo un drástico cambio a favor del campo popular. El kirchnerismo asumió el gobierno aceptando ese giro político-social impuesto por la lucha de los piqueteros y la clase media.
Las semejanzas de Grecia con lo vivido en Argentina son más significativas en el terreno regional. Es evidente que la recuperación de conquistas exige un contexto europeo más permeable a los intereses populares. Recurriendo a la imaginación se podría concebir al triunfo de Syriza como un acontecimiento equivalente a la victoria lograda por Chávez en 1999. Ese triunfo fue sucedido por sublevaciones populares exitosas (Argentina, Ecuador, Bolivia) y victorias contra la derecha en varios comicios sudamericanos.
Estos procesos determinaron la singularidad de una región, que durante la última década registró dinámicas contrapuestas a la ofensiva neoliberal. En el marco creado por la valorización de las exportaciones primarias, ese escenario político permitió frenar los atropellos de los capitalistas.
¿Se repetirá esa secuencia en la periferia europea? ¿Lograrán revertir el apriete deflacionario que impone el euro? ¿Construirán resistencias semejantes al movimiento que en Sudamérica contuvo al ALCA?
La prioridad de la derecha es abortar estas posibilidades contraponiendo a Grecia con el resto de Europa. Los conservadores difaman al pueblo heleno, presentando los vicios de la burocracia y los capitalistas (corrupción, estafas, irresponsabilidad financiera), como un ADN de toda la sociedad. Insultos muy parecidos suelen difundir los periódicos estadounidenses contra varias naciones latinoamericanas.
Un conocido experto en estas manipulaciones repite el libreto imperial, hostigando a los griegos que «han optado por el harakiri» y la copia del «populismo venezolano». Con esa inversión de la realidad atribuye connotaciones suicidas al primer intento de remontar el crimen social perpetrado por la Troika [4].
Afortunadamente estas infamias pierden peso frente a la creciente solidaridad con Grecia que se verifica a ambos lados del Atlántico. La defensa de Syriza y del proceso bolivariano confluye en una misma resistencia contra las agresiones imperiales [5].
Los dilemas de la negociación
La apuesta de máxima en la negociación griega con los acreedores es lograr una quita del pasivo, semejante a la obtenida por Alemania Federal en 1953. Tsipras remarca este antecedente, para recordar la deuda económica y moral que mantiene la potencia germana por los crímenes cometidos durante la ocupación nazi. El tono explícitamente político de esta exigencia corrobora las diferencias con la negociación argentina de la década pasada.
Partiendo de una eliminación sustancial del pasivo, la dirección de Syriza pone sobre el tablero un variado paquete de quitas, refinanciaciones y pagos condicionados al crecimiento. Estas alternativas incluyen mayores erogaciones solventadas con impuestos a los capitalistas locales o cancelaciones más reducidas del pasivo, si no se instrumenta una reforma fiscal progresiva.
Tspiras confía en ganar esta pulseada. Estima que la amenaza de radicalización que encarna Syriza doblará el codo de los acreedores. Resalta la paradójica fortaleza que tienen los débiles, en las coyunturas que gran división de los poderosos. Espera reforzar la influencia continental de David frente a Goliath, en las prolongadas negociaciones que se avecinan.
Pero la gestación de este escenario requiere sortear el ahogo que imponen los vencimientos inmediatos de la deuda. Por eso el nuevo gobierno reclama la concesión de un crédito puente de seis meses. En ese lapso se reforzaría la campaña de desafío a la Troika que ya inició el ministro Varoufakis.
Algunos analistas estiman que Grecia no podrá conseguir la quita otorgada a Alemania en 1953. Señalan que el país es un deudor enfrentado y no asociado con los acreedores. Recuerdan que los gobiernos occidentales perdonaron la deuda germana durante la posguerra, para reconstruir una economía clave en su batalla contra el comunismo. Posteriormente el gobierno estadounidense incentivó alivios semejantes a favor de gobiernos subordinados (Egipto) o títeres (Irak). Es indudable que Grecia se ubica actualmente en las antípodas de esas situaciones.
Sin embargo, todos estos antecedentes comparten la preeminencia de prioridades políticas sobre consideraciones económicas, en el manejo de una deuda. Por esa razón resulta imprevisible el sendero que transitará el pasivo heleno.
En los últimos años las renegociaciones fueron sinónimo de ajuste. La agenda que tenía prevista la Troika para el país implicaba la refinanciación de los vencimientos (21.000 millones de euros), a cambio de mayores despidos y privatizaciones. En la nueva coyuntura, el mismo término de renegociación alude a una disputa real por quién pagará los agujeros de la deuda.
Pero es evidente que una estrategia para doblegar a la Troika debe contemplar respuestas a una posible intransigencia de los acreedores. ¿Qué hacer si exigen la continuidad del apriete?
Un anticipo de esta eventual virulencia es el anunciado corte del financiamiento a los bancos griegos por parte del BCE. Si se cierra esa canilla de liquidez, las entidades helenas deberán sobrevivir recurriendo a costosos fondos previstos para situaciones de emergencia.
Esta traumática dependencia financiera impediría los seis meses de tregua que propone Tsipras. Las tensiones bancarias podrían agravarse adicionalmente, si se dispara la fuga de capital que sobrevoló al triunfo electoral de la izquierda. En pocas semanas desaparecieron montos equivalentes a todo lo ingresado durante el 2014.
En este terreno la experiencia argentina es aleccionadora, puesto que el traumático corralito del 2001-02 sucedió a una furibunda salida de fondos. Este tipo de hemorragias debe ser contenido antes que se destruyan las reservas y los recursos en divisas. Sólo un detallado proyecto de nacionalización de los bancos y control de los movimientos de capitales permitiría lidiar con esa crisis.
Se pueden formular incontables especulaciones sobre la actitud final que asumirá la Troika, pero resulta indispensable contar con un Plan B, para continuar las negociaciones con reservas protegidas y un sistema bancario en operaciones. Como se demostró en Chipre en el 2013 los acreedores son chantajistas que juegan a varias puntas.
Las alternativas de la pulseada
Siryza enfrentará dilemas semejantes si decide asumir las propuestas de la consultora Lazard. Ese plan promueve eliminar un tercio del pasivo y subdividir la carga restante en dos porciones. Una parte sería canjeada por títulos ajustados al crecimiento que determinarían pagos a partir de cierto porcentaje de expansión del PBI. Otro segmento quedaría consolidado como una deuda de larguísimo plazo, sujeta a una tasa de interés a concertar. Se supone que esta reestructuración dejaría el pasivo en un techo del 120 % del PIB [6].
Pero ese porcentual implicaría un nivel que obstruiría el desenvolvimiento de la economía griega. El promedio predominante al concluir el canje argentino rondaba en la mitad de ese porcentual. La experiencia del Cono Sur también indica que los bonos atados al crecimiento son un arma de doble filo. Pueden entrañar onerosos pagos financiados con mayor endeudamiento interno. Las tasas de interés de todas las operaciones en juego constituyen otro riesgo significativo.
Como cualquier negociación incluirá adversidades de ese tipo resultaría importante implementar una auditoría para clarificar el origen y la legitimidad del pasivo. Esta revisión refutaría todos los argumentos neoliberales, al demostrar que la deuda se desbordó por las estafas perpetradas por los banqueros.
Resulta posible implementar la auditoría con cierta facilidad, puesto el 80 % del pasivo está en manos de la troika y se remonta a lo sumo al año 2010. Una rápida inspección ilustraría cómo la escandalosa subvención a los bancos se consumó violando las normas del BCE. La auditoría demostraría, además, la gravitación de los gastos militares en el pasivo previo y las fortunas amasadas por los contratistas extranjeros en esas operaciones [7].
En Argentina nunca se realizó esa auditoría y las investigaciones parciales durmieron en los Tribunales y el Congreso. Por esta razón los canjes se consumaron aceptando la validez de títulos sin respaldo. Este fraude salió nuevamente a flote durante la reciente crisis con los Fondos Buitres. Los especuladores exigen millones por los papeles carentes de legitimidad que adquirieron a cambio de moneditas.
Pero la auditoria constituye tan sólo una pieza de un complejo paquete de medidas en múltiples frentes. Demostrar la inconsistencia de la deuda contribuye a elevar la conciencia de la población, pero no resuelve los dilemas que enfrenta la resistencia al Memorándum [8].
Esta batalla exige la misma inteligencia que las respuestas elaboradas frente a las amenazas de expulsar al país del euro. Syriza ha enfrentado acertadamente esta presión, proclamando su intención de permanecer en el circuito monetario, sin aceptar «ningún sacrificio por el euro». Con esa definición ha evitado la falsa contraposición entre salir o permanecer en la eurozona, como si fuera una opción voluntaria de los griegos. La responsabilidad del problema recae sobre los acreedores. Son ellos quienes deben arriesgarse a echar al país de la moneda común.
Mantenerse dentro del euro aceptando el ajuste es tan nocivo como reintroducir el viejo dracma al cabo de una gran devaluación. Ambos caminos obstruirían los alivios económico-sociales que promueve Syriza. La solución al dilema monetario no puede anticiparse y surgirá de la propia batalla en curso.
Quiénes suponen que Grecia podría repetir la mega-devaluación argentina del 2001-02 para incentivar un ciclo de crecimiento sostenido, olvidan los traumáticos efectos sociales de esa medida. La recuperación de la economía sudamericana sólo fue lateralmente incentivada por el fin de la convertibilidad. Ese repunte obedeció principalmente a la peculiar inserción del país en los valorizados mercados de materias primas.
Lecciones para la izquierda
Finalmente cabe considerar una analogía inversa: ¿Qué enseña Syriza a la izquierda argentina?
Constituye ante todo el modelo de construcción política que se frustró en el 2001-03. Esa posibilidad quedó neutralizada por el surgimiento de un liderazgo kirchnerista, que canalizó y desactivó la protesta popular. Pero lo que no emergió hace una década vuelve a cobrar forma en la actualidad. La necesidad de crear una gran fuerza de izquierda ya no deriva de la catástrofe económica o el desplome del bipartidismo. Es el corolario de una década de experiencias con los gobiernos de Néstor y Cristina.
El descontento con las limitaciones de ese ciclo ha potenciado el afianzamiento de varias alternativas derechistas (Macri, Massa, Scioli, Binner, Cobos). Pero el mismo proceso induce al surgimiento de opciones de izquierda. Lo ocurrido en Grecia aporta un nuevo aliento para esta segunda alternativa.
Syriza empalma con experiencias populares en Venezuela y Bolivia que son más cercanas a la realidad argentina. Pero en los tres casos se verifica el mismo arribo al gobierno de coaliciones de izquierda, que chocan con las clases dominantes y el imperialismo.
Alcanzar la presidencia y obtener mayorías parlamentarias constituye el primer paso de una batalla anticapitalista, que avanzará construyendo el poder popular requerido para conquistar el estado y la hegemonía de la sociedad [9].
Syriza demostró cómo progresar exhibiendo la ambición de gobernar. No se limitó a denunciar el orden imperante o a resistir los atropellos del capital. Su vocación de llegar a la presidencia fue percibida por la población, luego del gran salto electoral logrado hace dos años. La coalición se afianzó, gestionó municipios, incorporó pensadores y elaboró un programa más definido.
Pero el debut gubernamental de Syriza también ilustra las disyuntivas que genera el comienzo electoral de una batalla por el poder. Este sendero exige definir prioridades y aceptar compromisos. Un ejemplo de esta conducta es la postura asumida frente a la OTAN. Cortar vínculos con ese organismo persiste como un objetivo que no resulta aplicable en lo inmediato. Los primeros esfuerzos están concentrados en la pulseada económica y no en el desmantelamiento de las bases norteamericanas.
Otro ejemplo de la misma actitud es el convenio concertado con la formación nacionalista ANEL, ante el rechazo del Partido Comunista (KKE) a participar en el gobierno. Esta decisión fue compensada con medidas de resguardo (viceministros propios en áreas compartidas) e iniciativas democráticas en terrenos conflictivos (concesión de la nacionalidad a los hijos de inmigrantes). Pero lo acordado con ANEL limita las puniciones a los privilegios de la iglesia y el ejército. Es importante tomar nota de este tipo de concesiones, si se considera con alguna seriedad proyectos de acceso electoral al gobierno.
Syriza ilustra cómo construir un alineamiento en la izquierda superando la división y el sectarismo. En Grecia confluyeron corrientes provenientes del socialismo, el eurocomunismo y el trotskismo. Esta convergencia se radicalizó asumiendo un nítido perfil anticapitalista, que dejó atrás la experiencia previa del Sinaspismos. La vertiente interna más radical dentro de Syriza (Plataforma de Izquierda) cuenta con figuras muy reconocidas y reúne al 30% de los afilados [10].
La coalición griega retrata cursos posibles para la izquierda argentina. El frente maduró en la lucha contra las corrientes que promovían el empalme con personajes de la socialdemocracia (PASOK), semejantes a los apadrinados por la centroizquierda anti-k (Binner).
Syriza batalló también contra una corriente sectaria muy arraigada (KKE), que exhibe los mismos vicios que numerosas vertientes de la izquierda argentina. Contrapone su propia construcción a cualquier alianza con agrupamientos afines y se niega a participar en la administración de Tsipras. Sus críticas al nuevo gobierno se parecen a los cuestionamientos esgrimidos en nuestro país contra Chávez-Maduro o Evo Morales.
Syriza aporta también un buen ejemplo de convivencia entre diferentes culturas de la izquierda. Ha integrado a la vieja generación que combatió a la dictadura de los coroneles con las nuevas camadas que encarna Tsipras.
En la coyuntura argentina actual el agrupamiento mejor posicionado para intentar una construcción semejante a Syriza es el FIT. Se ha convertido en la principal fuerza de la izquierda, canaliza el descontento radicalizado y se encuentra bien ubicado para la próxima confrontación electoral.
Pero la gran paradoja de esta situación es la hostilidad de muchos componentes del FIT hacia Syriza. Este rechazo presenta distintos grados de explicitación y se expresa en la mixtura de cuestionamientos y felicitaciones que transmitieron al nuevo gobierno. Esta reacción no es la primera, ni la única contradicción que afronta el FIT. Lo importante es registrar si encontrará algún camino para zanjar esa ambivalencia.
Notas
[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2] Una revisión de estas opiniones en nuestros artículos sobre el tema: Katz, Claudio, «Grecia 2010, Argentina 2001», www.cadtm.org, 25-10- 2010. «Lecciones de Argentina para Grecia», katz.lahaine.org, 24-7-2011.
[3] Lapavitsas, C., y Munevar, D. «Greece Needs a Deep Debt Write Off.» cadtm.org. octubre 2014. Navarro, Vicenç. « El escándalo y latrocinio de la deuda griega», www.universitatprogressista.org, 3-2-2015 .
[4] Vargas Llosa, Mario, «Grecia, el harakiri de un país», elpais.com, 8-2-2015. [5] Dos ejemplos de esta acción son el manifiesto de 300 economistas con Grecia y la semana mundial de solidaridad con la revolución bolivariana. Ver: «Nous sommes avec la Gréce»,Syriza-fr.org/ 2015 y [email protected] ,11-2-2015 .
[6] Husson, Michel «Gréce: le bras de fer est engagé», al encontre .org, 8-2-2015.
[7] Toussaint, Éric . «Syriza: un grano de arena en el engranaje», cadtm.org/ 4-2-2015.
[8] Un debate sobre este problema en: Louçã, Francisco; Toussaint, Eric, Álvarez, Ignacio; Katrougalos, Georgios. «La deuda: ¿Qué estrategias podemos desarrollar en Europa?». cadtm.org/, 27-1-2015.
[9] Una relectura de Poulantzas resulta más oportuna que la consulta de Laclau para redefinir esta estrategia socialista. Ver:Kouvelakis, Stathis. «Entrevista», revista Jacobin, www.jacobinmag.com/2015/01.
[10] Ntavanellos, Antonis, «Entrevista» A l´encontre, www.vientosur.info, 7-1-2015.