El domingo pasado la aviación israelí destruyó un convoy de tres vehículos cerca de Quneytra, una ciudad siria dinamitada por Israel hace más de cuatro décadas, que está en el Golán no ocupado. En el ataque murieron seis milicianos de Hizbola y seis militares iraníes, incluido un general de la Guardia Revolucionaria.
Israel no reivindicó el bombardeo pero el martes un funcionario israelí dijo a una agencia internacional que no fue intención de la aviación matar al general Mohammed Allahdadi, el oficial iraní de mayor rango en Siria. Minutos después otros funcionarios israelíes desmintieron el comunicado explicando que no están dispuestos a admitir que sea Israel quien llevó a cabo el ataque.
La autoría está fuera de toda duda, incluso dentro de su país, pero tradicionalmente el Estado judío prefiere mantener la ambigüedad con respecto a este tipo de operaciones. Es una política que viene de lejos y que no ha cambiado a pesar de que todo el mundo lo sabe y lo da por hecho.
Sin embargo, el diario más próximo al primer ministro Benjamín Netanyahu, Israel Hayom, publicó sin tapujos el martes que “nuestras fuerzas atacaron una célula de destacados terroristas en el Golán sirio”.
Israel ha enviado a la frontera con Líbano sus baterías antimisiles y ha tomado precauciones ante una posible escalada militar.
El ataque de Quneytra no es más que otra provocación deliberada, esta vez cuando faltan menos de dos meses para las elecciones israelíes del 17 de marzo. El general Yoav Galant, que acaba de pasar a la reserva, declaró el mismo domingo que la operación guarda una relación directa con los comicios, aunque el martes se desdijo ante la presión del gobierno. Galant no es ni mucho menos el único que piensa de esta manera.
Un alto cargo de Hizbola declaró el mismo domingo en Beirut que “Israel está jugando con fuego y pone en peligro la seguridad de todo Oriente Próximo”. No obstante, Netanyahu tiene mucho ganar con este tipo de acciones.
Netanyahu es el primer interesado en crear conflictos cuando apenas faltan unas semanas para las elecciones. Su campaña electoral se está basando justamente en crear miedo y en denigrar a sus rivales por falta de experiencia, por indecisión y por incapacidad para hacer frente a los retos a los que se enfrenta el país.
El ataque de Quneytra da pie la imagen de un Netanyahu fuerte y capaz de defenderlos de sus enemigos, tanto fuera como dentro del país. Y de esta manera mejora su posición de cara a los comicios.
El riesgo de una respuesta de Irán o Hizbolá entra dentro de los cálculos de Netanyahu. En medios militares se comenta que sería “limitada” y en medios políticos se dice que en cualquier caso redundará en beneficio del propio Netanyahu.
“En lugar del general iraní liquidado vendrá otro general y en lugar de Yihad Mugnia (uno de los milicianos muertos en el ataque) vendrá otro hombre de Hizbolá que será más peligroso. Israel ha comprado la próxima oleada de atentados sin ganar nada a cambio”, ha advertido el analista Nahum Barnea en el Yediot Ahronot.
Otro analista del mismo periódico, Alex Fishman, ha escrito lo siguiente: “Alguien ha arrojado una cerilla en un barril de explosivos y ahora está esperando a ver si explota o no”, en referencia Netanyahu. Según Fishman, a este “juego” de los dirigentes israelíes se le llama “piromanía”.
Pero es justamente eso lo que parece buscar Netanyahu elevando la tensión al máximo para presentarse como el líder de una democracia que lucha contra el terrorismo. Esta actitud es posible porque Israel cuenta con el respaldo incondicional de sus aliados occidentales en cada una de sus acciones, sean del tipo que sean y tengan las consecuencias que tengan.
Jefes militares hebreos han confirmado en alguna ocasión que están apoyando a los rebeldes sirios contra el régimen de Damasco. Esto explicaría el ataque del domingo, como explica el acercamiento de Israel a los países sunníes de la península arábiga que odian visceralmente a los chiíes, empezando por Irán y terminando por Hizbola.
Se ha observado que los milicianos islamistas que rondan por el Golán nunca han atacado a Israel, de la misma manera que tampoco lo han hecho el Estado Islámico ni el Frente al Nusra de Al Qaeda en los cuatro años que dura el conflicto. Esto ha suscitado un sinfín de especulaciones sobre la naturaleza de este tipo de formaciones radicales.
Pero el objetivo de Netanyahu va mucho más allá de elevar la tensión en la región y de un cálculo electoral. Estos días el Senado de Estados Unidos está preparándose para extender las sanciones contra Irán, una iniciativa que rechaza el presidente Barack Obama, pero que cuenta con el impulso de Netanyahu y del poderoso lobby israelí en Washington.
De hecho, en el entorno de Netanyahu se ha comentado, y se ha publicado, que Obama ha pedido a Netanyahu que detenga la operación de los senadores contra Irán y que Netanyahu se ha negado al considerar que cualquier acuerdo entre la administración norteamericana e Irán es negativo para Israel y para sus aliados sunníes en la región.
Netanyahu dio ayer otra bofetada a Obama cuando se anunció que el Congreso y el Senado han invitado al primer ministro israelí a hablar en Washington dentro de tres semanas de “terrorismo e Irán”, según anunciaron los medios hebreos.
Paradójicamente es el mismo Obama, junto con algunos países europeos, los que han atiborrado a Israel con armas de todo tipo y facilitan el militarismo reinante en el Estado judío a pesar de ir en contra de los intereses occidentales.