«Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte. Puede producir brillantes individualidades aisladas, rasgos de pasión, de ingenio y hasta de género, y serán como relámpagos que acrecentará más y más la lobreguez de la noche.» Marcelino Menéndez Pelayo

El entendimiento de lo que sucede tanto a lo interno y externo de nuestro país Venezuela y conocer a profundidad como somos en el sentipensar y actuar como sujetos históricos en situación y en proyección determina el lugar a donde hemos llegado o podemos llegar para bien o mal, para nuestra destrucción o nuestra construcción como seres humanos, ciudadanos y pueblo.

La ignorancia (no saber algo que le interesa), la idiotez (no tener idea de las causas y consecuencias de lo que acontece), la indiferencia (no querer saber y mantenerse dormido y enajenado) y la imbecilidad (vivir de la miradas de otros y preferir la inmovilidad propia) no puede ser la norma. Como venezolanos siempre hemos demostrado admiración por quienes tienen conocimiento, solo que mucho conocimiento que nos llega no responde a nuestra geopolítica de intereses comunes y de una convivencia pacífica y justa.

Desde hace rato llegó el «tiempo» para que todos reflexionemos la realidad y la compartamos, ya sea en las oficinas donde trabajamos, en las colas que tenemos que hacer o con los vecinos (Aporrea ha sido un espacio interesante en este sentido como Comunidad interpretativa) y decidir a partir de acuerdos que nos favorezcan a todos a corto, mediano y largo plazo. Pero que también nos oigamos, con sencillez, con verdad y especialmente para unificar criterios y respetar las diferencias necesarias que como ciudadanos tenemos a partir de nuestras propias historias, experiencias y modos de ver el mundo y a nosotros mismos. Y nos organicemos para actuar en función de lo que acordamos.

No se trata de los saberes y conocimientos alcanzados por la vía de estudios formales (escuelas, institutos, universidades) sino en la reflexión y acción sociopolítica de un pueblo y de sus instituciones. Y como pueblo comprendo «es un modo de conciencia y quehacer cultural colectivo de una nación caracterizada por la identificación y sentido de pertenencia a una realidad concreta geohistórica (Patria-patrimonio) lo que nos permite defender, producir y transformar a partir de nuestras necesidades reales y sentidas, de nuestros intereses nacionales, regionales y locales (Matria) independientemente de las expectativas creadas y construidas desde el sistema mundo vigente (globalización del mercado) que de algún modo irrumpe nuestra cotidianidad e imaginario e incluso intenta someter a sus caprichos y pretensiones alienantes».

El entendimiento y consenso para acordar sentidos y direccionalidad en el manejo de lo que tenemos y podemos hacer, así como la sabiduría y la integración en términos de soberanía, cooperación, esfuerzos comunes, seguridad y defensa de lo que somos y queremos hacer es necesario no sólo en una familia, en una comunidad sino en el espacio social (Patria/Matria) donde y con quienes convivimos y nos hacemos. Cada quien por su lado, divididos y en competencia malsana para tomar y aprovecharse de los bienes y usufructos que es de todos, (Caso petrodólares) nos está llevando a un abismo, que solo sale ganando el de afuera, el que quiere mantenernos desnergetizados, para controlarnos y seguir manipulando a su favor e interés.

Un país (desde el mismo joven, el adulto y los ancianos) que se sepa diagnosticar en su situación actual tanto en lo material (lo que tenemos y podemos) como en lo espiritual (lo que queremos y anhelamos), que conozca las condiciones presentes y sus potenciales, sus fortalezas y debilidades pero también los factores que influyen para lograrlo o amenazan para impedirlos, es un país sabio y con posibilidades para trascender y superar los obstáculos, incluso aquellos que reproducimos sin darnos cuenta y que sabotean las propias y mejores posibilidades.

Ya basta de los caminos fáciles para unos y difíciles para las mayorías, ya basta de tomar atajos que solo perdemos mas, lo mejor que somos y podemos dar, ya basta de identificarnos con lo que no somos pero que en apariencia se nos presenta atractivo y a la larga es engañoso pues no avanzamos a ningún lado pero si destruimos o invisilizamos aquello que podemos hacer.

Quiero traer para esta reflexión el artículo «Siete tesis equivocadas sobre América Latina» del sociólogo Rodolfo Stavenhagen, defensor de los derechos humanos de los indígenas, publicado en junio del 1965 en el Periódico El Día en México. El autor hablaba de los mitos que hasta entonces se presentaban como recetas para las naciones y pueblos latinoamericanos y que en síntesis son las siguientes: 1) Los países latinoamericanos son sociedades duales; 2) El progreso en América Latina se realizaría mediante la difusión de los productos de industrialización a las zonas atrasadas, arcaicas y tradicionales; 3) La existencia de las zonas rurales atrasadas, arcaicas y tradicionales es un obstáculo para la formación del mercado interno y para el desarrollo del capitalismo nacional y progresista; 4) La burguesía nacional tiene interés en romper el poder y el dominio de la oligarquía terrateniente; 5) El desarrollo de América latina es creación y obra de la clase media nacionalista, progresista, emprendedora y dinámica, y el objetivo de la política social y económica de nuestros gobiernos debe ser estimular la «movilidad social» y el desarrollo de esta clase; 6) La integración nacional en América latina es producto del mestizaje y, 7) El progreso de América Latina solo se realizará mediante una alianza entre los obreros y los campesinos, alianza que impone la identidad de intereses de estas dos clases. Sugiero la lectura completa del análisis elaborado por Stavenhagen y hacer sus propias reflexiones sobre lo que sucedió y sigue sucediendo a nuestros países y aún siguen siendo las recetas de muchos políticos/partidos y economistas/empresarios y de instituciones neoliberales y de gobiernos progresistas, así como de las universidades públicas y privadas, estas y estos siguen siendo sus agencias de difusión y establecimiento de un modo de hacer las cosas como si fuese la única opción a seguir y no hay otra. Y que quieren inculcarlas a otros como algo novedoso – permanentemente es maquillada – o que no ha pasado de moda. Pero lo más triste y vergonzante es que después de 50 años de haberse escrito este artículo podemos confirmar fehacientemente que somos el producto histórico de aquellas tesis fríamente inoculadas en nuestra humanidad deshumanizada.

Por tener los años suficientes para comprender mi país y quienes habitamos, (aunque he tomado algunas ideas del libro «El Laberinto de los tres minotauros» del escritor merideño J. M. Briceño Guerrero que considero lectura obligatoria de todo venezolano que se honre ser) trazaré algunas pinceladas de los resultados de la aplicación de estas tesis en nuestra realidad, resultando: la invisibilización de nuestra impronta indígena y negra, (apenas el proceso bolivariano ha servido para recordarnos su existencia y valor identitario, aún falta mucho por redescubrirnos en nuestra esencia originaria), la exacerbación del ideario mantuano/clase media en cuanto privilegios y derechos de clase para unos y en menosprecio de otros/clase pobre, la creencia de estudiar para «ser alguien» es decir, obtener capacidad adquisitiva y consumir más que otros. El desdeño por el campo y el desprecio por los campesinos y sus formas de vida. Basta mirar como aún el éxodo campesino a las grandes urbes sigue presente, (o desplazamientos de campesinos de países vecinos que han ingresado al nuestro y residen en las periferias de las grandes ciudades: Caracas, Carabobo, Miranda, Zulia, entre otras) pues en estas hay más instituciones y empresas que garanticen trabajo y servicios públicos. La constitución de partidos y gobiernos apátridas que solo se interesan por el poder de los suyos y las prebendas que estos reciben en connivencia con las grandes trasnacionales y elites económicas dentro y fuera de la nación. La producción de una clase media analfabeta, sin sentido de identidad y de pertenencia que no sea el sueño americano estimulado y vendido por los medios de comunicación social. Y hablar de la coalición de campesinos y obreros ha sido casi imposible cuando la misma realidad campo y ciudad ha sido debidamente aislada y enemistada una de otra y estos grupos han sido sometidos al escarnio, burla y desprecio pues no responde a los estilos de vida de los ricos, que se presenta como sueño que nunca va a ocurrir pero que mantiene en letargo a las mayorías. Pensar en alianzas sobre todo cuando el trabajador de la ciudad no tiene tiempo para reflexionar su realidad y menos aún integrar lo que desconoce o ignora. Ya la televisión hace lo suyo para mantenerlo alienado y distraído.

Ante este panorama, me voy a permitir mencionar lo que plantea María Josefina Mas Herrera en su Libro Desarrollo Endógeno, es necesario diseñar una estrategia que nos permita construir lo que queremos alcanzar no solo como generación actual sino para las venideras. No ver el futuro como espacio de infinita posibilidades sino como aquello que aún no hemos decidido como actores o sujetos sociopolíticos en los cambios que una sociedad pueda alcanzar. Como comunicadora social y organizacional creo que aún no hemos dado un uso debido de los medios de comunicación para incentivar el diálogo de todos y no solo de los sectores de una clase que se autodenomina «sociedad civil» y que discrimina a los otros como grupos de parias. No se podría llamar dialogo social y que solo participan los sectores privilegiados sino diálogo de saberes, de conocimientos y de prácticas sociales de un pueblo que busca alcanzar un buen vivir para todos y un pueblo que busca vivir mejor que otros. Somos así, nuestro sentipensar y actuar antagónico y contradictorio propio de lo que hemos aceptado pasivamente desde la colonialidad de nuestro saber. Lo primero por debatir debe ser reconocernos a nosotros mismos en lo bueno y en lo malo como pueblo, como regiones, como ciudadanos, como electores y gobernantes, como consumidores y empresarios. Y lo poco que hemos sido como emprendedores, productores, creadores e inventores de realidades más nuestras, más humanas.

Es necesario que los medios de difusión y alternativos, las instituciones públicas, los líderes sociales, políticos, culturales, educativos y comunitarios naturalicen el diálogo de saberes y prácticas orientados para asumir lo que somos, no sin antes reconocer aquello que no queremos ser y que impacta nuestra cotidianidad con malos servicios, con la falta de producción, con el consumismo exacerbado, con la búsqueda del ventajismo, con el uso de formas irregulares anti-éticas y antiestéticas.

Necesitamos promover la vida, el cuidado de la salud, la convivencia y el respeto de unos por otros, la búsqueda de la verdad, la construcción del bien común, la belleza como producto social y no de un certamen. Ya el sistema capitalista hace todo lo contrario. ¿Por qué ayudarles? No podemos seguir usando las estrategias del capitalismo como es la manipulación, la mentira, el engaño y el poder vertical que solo crea división, incomunicación, sordera, ceguera, confusión, incertidumbre y caos. Necesitamos programas y planes en los canales del Estado y de la propiedad privada, en los espacios de las escuelas, plazas y comunidades de alto impacto que promocione ideas y valores que construyen país, que señalen lo que hay que cambiar y no solo critiquen para destruir y descalificar (escondiendo intenciones ocultas y perversas) pero sobre todo que, contribuyan a mantenernos despiertos (no por miedo, por culpas o vergüenzas) para producir la conciencia ciudadana y la institucionalidad que merecemos y nos podemos otorgar como poder constituyente y constituido que somos y necesitamos ejercer con conocimiento, confianza e intención y capacidad real.

En fin, se trata del entender y saber de un pueblo que se conoce como electores/gobernantes y consumidores/empresarios para ahora asumirse como emprendedores y constructores de su propio destino.