Todos y todas necesitamos lo que no todos ni todas producimos.

En el presente régimen burgués, mejor conocido como sistema o modo de producción capitalista, sus clases sociales son la burguesía y el proletariado. Se trata de clases actualmente antagónicas porque su «luna de miel» pasó hace ya centurias.

Es un régimen que bien podríamos llamarlo régimen proletario y lo conoceríamos como modo de producción asalariado; no lo hacemos porque el proletario antecede, como tal, al asalariado y este es lo máximo en el desarrollo de la explotación clasista del trabajador.

Este asalariado es el trabajador exclusivo del capitalismo en su condición de vendedor de fuerza de trabajo por un precio establecido por el patrono[2] y precio marcado en el mercado laboral. En este, la clase capitalista impone la cuantía de la paga de esa fuerza de trabajo mediante los precios de las mercancías de la llamada cesta básica de los trabajadores, o sea, de las mercancías de segunda y tercera calidades. No olvidemos que las clases sociales, si bien y en común necesitan alimentarse, consumen dietas diferentes en calidad o en valor nutritivo y satisfactibles de sus necesidades. De los asalariados es la cesta básica o vital, y la de los capitalistas incluye lujos y excentricidades.

Karl Marx infirió científicamente que la revolución económica contemporánea, o sea, el salto del modo burgués al modo comunista, sería la resultante del desarrollo desproporcionado de los medios de producción respecto de la mano de obra que los usa, o sea, de las relaciones entre propietarios privados exclusivos de los primeros y sus usuarios asalariados, relaciones que se dan en la producción social de las mercancías que todos necesitamos, pero en la cual unas personas fungen de propietarios a secas, y otros como productores y operadores de todos esos medios de producción ajenos. Se trata de relaciones entre capitalistas y asalariados, a nivel de fábricas, comercios y banca, y entre burgueses y proletarios fuera de los recintos empresariales.

Es lógico y consecuencial que la dominación y sumisión correspondiente que mantiene en pie toda empresa burguesa trascienda la sociedad como un todo. Por eso nos hallamos con personas burguesas o ricas[3] que no pisan fábrica alguna y andan por un lado enfatuadamente despreciando y marginando a los pobres, a los proletarios que se convierten en asalariados de sus empresas lucrativas o extractoras de plusvalía, asalariados de sus empresas de ayer, de hoy o de mañana.

Se trata, pues, de una confrontación entre la estructura económica y su correspondiente infraestructura que ya esta, representada por las fuerzas productivas, no soportaría el tipo de distribución de la producción que puede realizarse con aquellos medios de producción y con aquella mano de obra si esas relaciones de propiedad fueran otras, y, preferiblemente, si fueran relaciones de propiedad colectiva, sin propietarios privados de las fuerzas productivas, es decir, ni de los medios de producción, ni de la fuerza de trabajo porque tanto aquellos como esta estarían disponibles para todos y todas y no para quienes pudieran comprarlas como rige en el sistema capitalista.

Resulta evidente que las relaciones entre burgueses y proletarios, es de decir, entre capitalistas y los asalariados que respectivamente son sus personificaciones[4], han terminado entrabando el desarrollo mismo de esas fuerzas productivas, a pesar de que han experimentado muchas revoluciones técnicas o perfeccionamientos que hoy y desde hace muchas décadas hallan un límite en esa propiedad privada.

Recordemos que fuera de la fábrica sólo hay personas, unas que cada día, a cada hora y a cada segundo, amanecen más ricas, y otras pobres. Dentro de las fábricas hay personajes dueños de la empresa o accionistas, y expropietarios de fuerza de trabajo cuya «riqueza» queda limitada al monto constantemente agotable de sus salarios semanales o quincenales.


[1] Otro avance de mi segundo libro de texto: Praxis de El Capital II, todavía en imprenta.

[2] Durante el esclavismo, por ejemplo, los esclavistas subastaban, unos pagaban más que otros por la mano de obra, mientras que en el régimen capitalista los salarios lo fija leoninamente el patrono, al margen de las regulaciones que el mismo Estado Burgués les constitucionalice.

[3] Una persona rica es una persona que de una u otra forma ha retenido y hecho suya una propiedad que pertenece originalmente a los trabajadores productivos. La forma o el mecanismo que viabiliza semejante enriquecimiento anómalo es la contrata de trabajadores que reciban salarios inferiores al valor que agregan a los medios de producción con los cuales vacían su fuerza de trabajo cuando crean mercancías diversas.

[4] Carlos Marx, Prólogo a La Contribución a la Crítica de la Economía Política.