Las amenazas de Estado Fallido sí serán televisadas
Fernando Buen Abad Domínguez
Con 130 000 asesinados; con 300 000 desplazados… con Ayotzinapa ensangrentada y en vilo por los muertos y por los 43 desaparecidos, casi toda acción parece (sin serlo) corta, parece pequeña, parece inútil. Por eso en el grito de dolor y rebelión con que México clama Justicia y castigo para regresar vivos a los que vivos se llevaron, aparece el llamado a una Huelga General que, desde su origen, es herramienta y no fin en sí misma.
La Huelga General necesita de la clase trabajadora unida para mirar firmemente, cara a cara, al enemigo de clase y de su lucha. La Huelga General necesita del pueblo dispuesto al cambio, de los campesinos y de los estudiantes… de mujeres y hombres que en cualquier actividad sienten que su lucha es una sola, que es un proceso de consciencia apasionada y que con esa lucha cambiarán la historia toda de una vez o en una de su partes indisolubles. No es una tarea sólo de los “dirigentes” ni sólo de unos cuantos. La Huelga General nacida desde las raíces, es un programa, un estado de ánimo, una invocación a la inteligencia democrática y a la serenidad convertidas en firmeza, en claridad, en humor y en creatividad en el arte de batalla.
La Huelga General es un tesoro preciado en el arsenal teórico y práctico de la clase trabajadora y de los pueblos en lucha. El carácter revolucionario de la Huelga General no se detiene en la secuencia de los hechos que se verifican durante su desarrollo sino que se expande, nacional e internacionalmente, para convertir la experiencia, en experiencia viva de clase y en instrumento para fortalecer la corriente genuinamente revolucionaria de la Historia. Una de sus amenazas es la presencia asidua del parasitismo reformista y oportunista.
La Huelga General ha sido presa de todo género de descalificaciones y ataques, contra sus acciones y contra sus definiciones. Ha sido, incluso, agredida con todo tipo de espejismos y confusiones, algunas veces economicistas, otras veces burocratizantes y no pocas veces por la mano de la corrupción y la represión selectiva. Hemos visto hasta el hartazgo cómo se pudren los movimientos de Huelga sacrificados, también, por la crisis de dirección revolucionaria que aun se hace presente en todos los campos.
Hoy en México el llamado a Huelga General emerge de una visión que no contempla sólo a los episodios locales de Ayotzinapa, Tlatlaya, Iguala o Guerrero sino que penetra con su análisis de clase la estructura toda del neoliberalismo y sus mandatos desde Washington, para explicar la situación geopolítica de un país que ha visto cómo los gerentes del PRIANRD le arrebatan sus recursos naturales, su mano de obra y su inteligencia popular al servicio del imperio yanqui.
La Huelga General que se convoca, con sus mayores o menores fuerzas, debe tomarse con mucho respeto porque es un camino para resolver algunas necesidades de corto plazo (frenar la represión, construir herramientas con protagonismo popular para impartir Justicia, fijar condiciones democráticas para decisiones inmediatas…) necesidades de la clase trabajadora que entiende que se encuentra aun dentro de los límites del capitalismo y que es necesario cuidarse de toda conciliación con la burguesía y de las traiciones que suelen desatarse en contra de la lucha.
Esta Huelga, su convocatoria y sus métodos, debe ser incluyente y cuidadosa, incluso hay que cuidarse de la propaganda incendiaria ultra-izquierdista y de quienes ven a la Huelga como una mercancía electoral de coyuntura. La Huelga General no es un artificio discursivo ni un decreto voluntarista. No podemos separar la práctica de la Huelga General de la teoría del socialismo científico una vez que hemos visto pasar ante nuestros ojos mil amarguras y decepciones que nos desmovilizan y nos hacen perder tiempo. Un fracaso con esta Huelga, si ocurriera, debe ser nuestro pero jamás un triunfo de la oligarquía PRIANRD-TELEVISA.
Por eso el plan de lucha no puede agotarse con la Huelga. Una Huelga General no es patrimonio de “dirigentes” sino fuerza revolucionaria que expresa activamente esa conciencia que vive en las cabezas y en los corazones de todos aquellos que sienten con dolor y rabia las miles de injusticias que comente el capitalismo a diario contra sus vidas. Es necesario avanzar hacia una Asamblea Nacional, un frente único constituido abiertamente con todas las fuerzas activadas para asegurar claridad y limpieza a la dirección revolucionaria de la protesta. Ni reformismos ni oportunismos. En la Huelga General convocada para el 20 de noviembre en México deben vivir todos los caídos y todos los que están en pie. Debe expresarse la dignidad de la indignación ante los asesinatos de Estado y ante la impudicia del gobierno que pasea su fraude con todo cinismo hasta en los momentos más inoportunos.
La Huelga General que ronda las cabezas y los corazones, esa Huelga que a unos genera dudas y a otros genera esperanzas, necesita ir de la mano de una Asamblea Política Nacional, con voz internacionalista, y animada por los jóvenes que deben educarnos a todos con la lección de la claridad y la serenidad que a muchos hace falta a esta hora. Huelga y Asamblea necesitan limpiar el terreno y anular las discusiones secundarias y las inútiles. Necesitamos un acuerdo de las bases, de toda las bases, democráticas y sinceras, que exigen la renovación radical de las dirigencias en todas las instituciones y organizaciones políticas.
La Huelga General por sí sola es insuficiente porque no es milagrosa. Debe arrojar resultados y programas de acción muy dinámicos y democráticos, con alcances de intervención estructurales realmente profundos en la revolución completa de los paradigmas y no sólo de las formas. No hagamos una gran fiesta de la rebeldía, una celebración democrática de la rabia conciente y transformadora, para terminar dejándola en manos de nuestros verdugos y para que corrijan ellos el espanto macabro en que han hundido a nuestro pueblo mientras hacen los grandes negocios privatizadores. Ninguna amenaza de Peña Nieto puede contra la Huelga General ni contra sus alcances, por más que, distinto a su costumbre en Atenco, por ejemplo, diga ahora (como le ordenan decir desde Washington) que no quiere “hacer uso de la fuerza”. El único autorizado para usar la fuerza democrática es el pueblo soberano. ¡Vivos los queremos!