Ricardo Salgado
Sin ánimos de imponer verdades ni pretensiones de infalibilidad, ponemos a Latinoamérica en este 2014, bajo la lupa de su avance político, y si los pueblos se mueven a un ritmo similar a las izquierdas, estén estas en el poder o no. Existen muchos trabajos excelentes sobre temas particulares, pero, hasta la fecha, no se ha podido consolidar una visión única de integración, y, por el contrario, hemos tratado de mantenernos dentro de algunos parámetros de medición que no siempre son nuestros, ni tampoco reflejan la dialéctica de las profundas contradicciones en el seno de nuestras sociedades.
A unas horas de que se produzca la segunda vuelta en el Uruguay, el Frente Amplio luce seguro ganador, y con ello se garantiza la continuidad de un proceso que, por lo visto, no hemos podido nombrar en ningún país de nuestra región. Lo que si es cierto es que cada vez que tratamos de hablar de socialismo nos vemos forzados a regresar a la experiencia soviética, la que, en esencia, tampoco logro salir de los parámetros impuestos por el sistema hegemónico.
Sobre la tendencia de los partidos de izquierda en el poder, se ha hablado mucho, y gran parte de esos provienen de sectores progresistas (obviaremos aquí la palabra radical porque no la encontramos ideal para definir el pensamiento de ningún grupo en especial, en todo el continente), y están dedicados a criticar la tibieza con que se aborda el tema de avanzar hacia el desmontaje del capitalismo. Se critica la idea del mal menor, o la tendencia al capitalismo de Estado (problema del que tampoco la URSS pudo salir), y se habla mucho sobre la naturaleza de la propiedad, sin encontrar el punto exacto donde la transición inicia.
Algunos argumentos muy sencillos son valiosos en este momento particular para América Latina, y su posición en un mundo sumamente turbulento, en el que predomina el sistema capitalista, siempre en crisis, de las cuales se alimenta y se reproduce. Quizá el primer asunto a tratar debe ser el poder, y tener la claridad de que el mismo está siempre asociado a la fuerza y la capacidad de hacer uso de la misma. L a otra idea sencilla, es que lucha y procesos electorales no son idénticos, y que, en cualquier caso, la primera engloba a la segunda como su forma más accesible en un momento histórico de gran desbalance hegemónico en términos de la fuerza, en el que la violencia es una herramienta poderosa del sistema contra los pueblos.
Bajo ese esquema de ideas diríamos que los pueblos han avanzado mucho en la lucha, lo que no siempre se refleja en las urnas. Si vemos el caso de México, apreciamos a un pueblo movilizado, fuerte, con tendencia a crecer, pero con una izquierda incapaz de dar su mejor esfuerzo para valorar el momento histórico. Fenómenos similares se dan en varios lugares del continente; ya la izquierda paso a ser las izquierdas, y, en algunos casos el rango debe ampliarse mucho más y llegar al progresismo. En general, las izquierdas no pueden de momento captar mucha más simpatía que en las décadas precedentes, pues sus idearios se mantienen aún muy rígidos que no responden a los intereses de clase de los miembros de nuestras sociedades.
En el caso brasileño, el descontento con el gobierno del PT podría crecer, y ser atizado por el imperio mismo, si la nueva gestión de la presidenta Dilma sigue tratando de controlar a los Tucanos, sin contar con el crecimiento de su base de apoyo, algo que solo es posible si se radicalizan algunas posiciones en el país más grande de la región, y se dejan de lado las estrategias de mercadeo electoral por un momento y se dedican esfuerzos a la organización de un ejército de militantes que trabajen contra la lógica neoliberal.
Venezuela, bajo ataque durante toda la administración Maduro, ha podido experimentar la importancia de sostener la movilización popular, aun si no es para ganar una elección. La lucha que se libra en este país, nos concierne a todos, y no hay mal menor, y menos aún importa si los pasos hacia el socialismo son grandes o pequeños, la otra versión es la derecha imperial destruyendo todo lo alcanzado en el continente, aquí no caben medias tintas. Ese es un proceso a defender con todo, por todos. Y no se trata de imponer un criterio único, pero aquí muchos intelectuales tienen una cuenta pendiente con la revolución, y es la construcción de su teoría revolucionaria.
Centroamérica, víctima de muchos entuertos históricos, enfrenta problemas diversos, pero sus pueblos se afianzan en una lucha heroica y desigual, contra una derecha cavernícola que nunca tuvo reparos en servir al amo del norte. El Salvador y Nicaragua avanzan sin que falten los obstáculos, mientras en Guatemala la izquierda sigue estancada buscando como se hace. Nuevamente, el asunto pasa por la fuerza, o la acumulación de la misma, que no es un fenómeno antojadizo aleatorio.
En Honduras, la derecha y el imperio han intentado por todos los medios destruir al Partido LIBRE, que constituye una gran coalición de grupos diversos que rechazan ampliamente el sistema y los resultados del Golpe de estado de 2009, que han militarizado la sociedad. Mientras tanto, la discusión interna de este partido es pobre, tratando de eludir el tema de la reelección presidencial, que es a todas luces uno de sus potenciales mayores en la lucha electoral. Aceptar el desafío de la reelección induciría rápidamente a una escalada de la lucha contra el régimen y brindaría la oportunidad de crear un partido de calle, más allá del electoralismo, en el tradicional portaviones de los Estados Unidos en el área.
La izquierda colombiana da muestras de mucha madurez, y parece ponerse a tono con el avance de la lucha popular. Los acuerdos de paz son un objetivo importantísimo, no solo interno sino para la región, que espera ansiosa el momento de regresarle a Uribe sus paramilitares, afincados hoy en todas partes, provocando desolación y muerte. Con la victoria de la paz, llegaría sin duda, un punto de inflexión en el que seguramente es el “Israel” de América.
Sin embargo, no se puede soslayar el hecho de que la derecha es muy fuerte, o más bien dispone de manera formidable del monopolio de la violencia en Colombia, eso hace tan intrincado el camino hacia La Paz. No es casual que el gobierno de Santos se niegue a la tregua bilateral. Al final, la violencia es el mejor negocio de la clase dominante de ese país, y su aliado Estados Unidos.
Cuba, el ejemplo de todos nosotros sigue avanzando. Muy organizado y con innegables victorias de muchos campos que le separan décadas de los más avanzados de nosotros. El bloqueo, condenado unánimemente cada año, sigue vigente y no se vislumbran posibilidades reales de su terminación. Aun así, este país, marcha firme en la construcción de un modelo que logro mostrarnos que lo que sí es posible es vivir sin el imperio y con mucha dignidad.
La Argentina vive un proceso de particularidades muy complejas, donde es difícil por ratos para la izquierda ver el límite que la separa de la derecha y, confunden su anti peronismo con una visión absolutamente incoherente. Cierto que la dirección del país no lleva por ningún sendero anti capitalista, pero tampoco debería esperarse que esa sea su misión. Habiendo optado por acompañarle, seria inteligente, ir construyendo un momento de transformación. Ciertamente, este país cuenta con muchísimos intelectuales de primerísimo nivel que podrían finalmente hacer aportes universales, hacia la construcción de una verdadera filosofía de la praxis, y, quizá, incluso atreverse a imaginar lo que hasta ahora no fue posible ver: un mundo más allá del capitalismo.
El proceso argentino, es muy importante, y seguramente es mucho más inteligente apostar por el “mal menor” que cometer absurdos, especialmente si somos capaces de percatarnos de que un nuevo Plan Cóndor no puede, ni debe desestimarse nunca. De nuevo, aparece el factor fuerza, el uso de la violencia, la hegemonía y el poder, que es de lo que todo esto se trata.
Es importante reflexionar sobre el papel de los movimientos sociales, y aún más importante es saber hasta donde estos pueden llegar en el tema central para nuestros pueblos que es la construcción de poder. En ese sentido vale la pena ver el proceso boliviano, exitoso en la lógica capitalista (macroeconómica) y también en el desarrollo de su sociedad.
Es posible que este escrito levante muchas más interrogantes que las respuestas que aporta, pero podemos resumir todo en tres preguntas: ¿Avanzan los pueblos latinoamericanos? ¿Avanza la izquierda latinoamericana? ¿Realmente sabemos lo que es el socialismo?
De algún modo, esas respuestas serán tema de nuestro quehacer el año próximo, y si tenemos éxito, posiblemente, iniciemos a andar en un proyecto único, martiano, bolivariano, morazanista, sandinista, guevarista.
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