Aunque no se incluya entre las bajas del guerrerismo de EEUU la
“renuncia” del Secretario de Defensa, Chuck Hagel, parece ser un
“resultado colateral” de los descalabros estadounidenses en los
frecuentes conflictos bélicos en que se involucra la gran potencia
única global.

Se recuerda que Hagel declaró en una conferencia a militares que
ofreció el 14 de noviembre de 2013, que “la voluntad del pueblo
reflejada en las recientes elecciones, es que no haya más guerras, ni
más Medio Oriente”. Y agregó: “El mundo se hace cada vez más complejo
e interdependiente e incluso con naciones tales como Irán y Siria… el
poder militar puede contribuir a lograr un enfoque conjunto con el
gobierno que aporte una senda para el entendimiento en vez de a la
guerra”. Tampoco es común oír a un jefe máximo del Pentágono
estadounidense manifestar que “la guerra es siempre una opción, pero
por lo general no es una decisión sabia ni popular”. O que “es
preferible conversar con países no aliados como Irán, Rusia y China
para evitar un conflicto antes de que éste estalle”.

Pero ciertamente son muchos los que en Estados Unidos, incluso en
algunas alta esferas del gobierno, están cansados de tanta guerra en
cualquier parte del mundo, por mucho que la alta tecnología reduzca el
número de bajas propias.

“Incluso si vencemos al Estado Islámico, perderemos la guerra mayor
contra el mundo islámico”, es el pronóstico que hace Andrew J.
Bacevich, profesor de la Escuela de asuntos internacionales y públicos
de la Universidad de Columbia, que trabaja en una historia de la
participación militar de los Estados Unidos en el gran Medio Oriente.
Siria, se ha convertido en el decimocuarto país de población islamista
que ha sido invadido, ocupado o bombardeado por fuerzas de Estados
Unidos y donde han muerto soldados norteamericanos desde 1980. Los
anteriores han sido: Irán (en 1980 y de 1987 al 88), Libia (1981,
1986, 1989 y 2011), Líbano (1983), Kuwait (1991), Irak (1991 al 2011 y
este año 2014), Somalia (de 1992 al 1993 y 2007 hasta la actualidad),
Bosnia (1995), Arabia Saudita (1991 y 1996), Sudán (1998), Afganistán
(1998 y 2001 hasta el presente), Kosovo (1999), Yemen (2000, 2002 y en
la actualidad), Pakistán (de 2004 hasta hoy).

Según el profesor Bacevich, “derrotar al Estado Islámico sólo
comprometería a los Estados Unidos más profundamente en una empresa
que ya dura décadas y que ha demostrado ser costosa y
contraproducente”.

Para fundamentar su punto de vista, el profesor se retrotrae al año
1980 cuando el Presidente James Carter anunció que Estados Unidos
podría usar la fuerza para impedir que el control del Golfo Pérsico
cayera en manos de adversarios inconvenientes. Estados Unidos asumió
así la responsabilidad de proteger el orden post-otomano en una región
en la que antes había rehuido implicación militar seria.

En aquel entonces, Estados Unidos proclamaba sin rodeos que su interés
principal era el petróleo (no la libertad, ni la democracia ni los
derechos humanos, como ahora declara). El objetivo a proteger era la
estabilidad y el medio del que esperaba valerse para alcanzar el
objetivo era su poder militar. “Las armas asumirían el liderazgo sobre
las cosas; la olla podría cimbrar, pero sin hervir” hace notar
Bacevich.

En la práctica, sin embargo, sean botas propias que huellan el
territorio del adversario o misiles que llegan por aire, como ha
quedado demostrado en esfuerzos bélicos subsecuentes de Estados
Unidos, en vez de estabilidad lo que se produce es justamente lo
contrario.

En la guerra contra Vietnam, esta práctica estadounidense se conoció
como “incendiar la aldea para salvarla”. En el Medio Oriente, se trata
del desmantelamiento de países para producir un «cambio de régimen»
para construir de una «nación aceptable».

Pero los cambios coercitivos de régimen conducen, casi siempre, a
vacíos de poder. Fehacientes muestras fueron Irak, Libia post-Gaddafi,
y Afganistán, que probablemente lo será cuando las tropas de Estados
Unidos y la OTAN tengan finalmente que irse.

Podemos estar satisfechos –dice Bacevich- de que Obama haya aprendido
de su predecesor que invadir y ocupar países de esta región del mundo
simplemente no funciona. La lección que Obama legará a su sucesor es
que con drones, huelgas y ataques tampoco se resuelve el problema.
Debemos aspirar a una victoria sobre el Estado Islámico, pero incluso
si la logra, esa victoria no será de liberación sino que simplemente
que servirá para prolongar una empresa militar viciada desde su inicio
hace décadas.

No importa cuánto dure la guerra de Estados Unidos en el gran Medio
Oriente, terminará en un fracaso. Y cuando ello ocurra, los
estadounidenses descubrirán que también era superflua.