Abu Baker Al Baghdadi, califa del Estado Islámico con base en las ciudades de Mosul y Raqa, acaba de reaparecer con una locución grabada para desmentir los rumores sobre su muerte en un ataque de la aviación norteamericana. Ese ataque se habría llevado a cabo en la noche del 7 al 8 de noviembre contra un convoy en el que viajarían, además del “califa”, varios dirigentes yihadistas más.
En su alocución, Baghdadi se esfuerza en convencer a sus seguidores de que “el Califato va bien” y de que nadie podrá detener su expansión internacional, citando como muestra de ello las adhesiones al Estado Islámico de grupos yihadistas en Arabia Saudí, Yemen, Egipto, Libia, Túnez y Argelia.
Es cierto que la emergente acción en Egipto del grupo Ansar Beit al Maqdis (Defensores de la Santa Casa) o las adhesiones en Libia y Yemen suponen un espaldarazo para las pretensiones expansionistas del Califato sirio-iraquí, pero difícilmente se puede decir lo mismo de las saudíes, de Túnez o Argelia, donde, debido a coyunturas políticas bien diferentes, la actuación de los movimientos yihadistas puede considerarse residual.
Tampoco cabe duda de que los fulgurantes éxitos del Califato en Irak y Siria han sido la principal razón de estas adhesiones, por lo que los indicios de que el epicentro y referencia actual del yihadismo internacional comience a debilitarse también puede afectar negativamente a las nuevas franquicias del Estado Islámico.
Desde que se inició hace dos meses el apoyo aéreo a los peshmergas iraquíes y después a los resistentes de Kobani en Siria, han ido apareciendo muestras de que, contra la triunfalista alocución de Al Baghdadi, el Califato ha comenzado una fase de declive.
Y el primero de estos indicios es la situación de Kobani, convertida en verdadera obsesión de los dirigentes yihadistas. Cada día que pasa, las informaciones procedentes de esa ciudad indican una lenta pero continua progresión de los combatientes de las YPG, del Ejército Libre de Siria y de los peshmergas iraquíes que han acudido desde Irak en su ayuda. Sesenta días después de que el Califato se lanzara con todas las fuerzas y medios disponibles a la conquista de la ciudad, los yihadistas están a punto de ser expulsados de los últimos reductos que mantienen en los barrios orientales.
De acuerdo con distintas fuentes, el control de los kurdos se extendería ya varios kilómetros hacia el oeste mientras que en el sur las Unidades de Defensa Popular habrían logrado bloquear la principal carretera que permite a los atacantes comunicarse por tierra con las ciudades de Tel Abyad y Raqa, desde las que les llegan suministros, munición y refuerzos.
Pero el principal indicador de que las cosas no van bien para el Estado Islámico es que sus mandos tienen que recurrir a policías municipales de varias ciudades, como la propia Raqa, Mambij, Al Bab o Jarabulus para lanzar nuevas ofensivas, cuando estos agentes no están preparados para la guerra urbana de guerrillas. El resultado es que se produce un continuo goteo de bajas que difícilmente pueden sustituirse con combatientes experimentados, a no ser que se desplacen de otros frentes de Siria o incluso de Irak.
En este último país, los peshmergas, con apoyo aéreo internacional, también van ganando terreno y arrebatando decenas de localidades a los yihadistas. Al oeste de Mosul y tras recuperar la ciudad de Zumar, han cortado la comunicación con la ciudad de Sinyar, todavía bajo control del Estado Islámico pero que ahora está amenazada por el avance de los peshmergas. Lo mismo ocurre en la margen derecha del río Tigris, donde han recuperado la localidad cristiana de Bakufa, a solo 30 kilómetros al norte de Mosul. En esta ciudad se ha creado una milicia cristiana –Dwekh Nawasha- encargada de defenderla mientras los kurdos continúan su progresión hacia Mosul.
Más al sur, en el frente de Kirkuk las fuerzas kurdas se encuentran a solo una veintena de kilómetros de Hawija, una de las principales ciudades suníes ocupadas por el ISIS durante su ofensiva de junio. Precisamente en esta zona, las autoridades del Gobierno Regional del Kurdistán (KRG) aseguran haber detenido a decenas de desertores del Estado Islámico intentando entrar en el enclave petrolífero utilizando documentos de identidad pertenecientes a policías iraquíes asesinados, justificando su presencia en los puestos de control porque se dirigían a ser atendidos de distintas enfermedades en los hospitales de Kirkuk e incluso disfrazados con las ropas islámicas femeninas que permiten ocultar todo el cuerpo.
Precisamente en Hawija y en otras poblaciones de esta parte de Irak, como Riyadh, Rashad y Beiji, están formándose milicias locales por iniciativa de clanes y tribus suníes para expulsar a las fuerzas del Estado Islámico, que se ha visto obligado a repetir ejecuciones en masa, como los trescientos integrantes del clan Albu Nimer el pasado mes de octubre, para frenar el creciente descontento entre los árabes suníes, la base social que hasta ahora les ha permitido mantenerse en el poder.