William Jefferson Clinton, “Bill” Clinton, presidente estadounidense (1993-2001), instituyó un concepto-ideológico-político en las Ciencias Políticas del capitalismo que ha servido de referencia a momentos particulares de la realidad económica estadounidense; nos referimos, concretamente, a: “…es la economía, estúpido…” (Bill Clinton dixit). Suponemos que se referiría a las tesis económicas propuestas por el partido republicano aplicadas durante el gobierno del presidente George W. Bush como conclusión real de aquellas políticas económicas que se desarrollaran durante los gobiernos del presidente Ronald Reagan y del presidente George H. W. Bush que se conocen hasta el hartazgo como el “neo-liberalismo”.

Dos realidades: socio-política y de política internacional: el fin de la “Guerra Fría” y la llegada al poder, es decir, a la Casa Blanca, de la generación de los “baby boomer”, aquella generación que se realizó y desarrolló bajo las realidades de la “Guerra de Vietnam”; es decir, siempre han debido estar presentes en el inconsciente de Bill Clinton aquellas experiencias sociales y las muy particulares vividas en alguna fiesta en Londres durante aquellos años de principios de la década de los años 70. Pero poco se habla de aquella política clintoniana agresiva de “reimpulsar el estudio” del “boom de las computadoras”; es decir, en última instancia, era necesario y obligante sustituir la máquina de escribir por una computadora pero para ello era imperativo desarrollar una política sico-social y de aprendizaje en los factores sociales de las clases medias estadounidenses.

Mientras aquella realidad se desarrollaba en los EEUU de América, en China las realidades sociales, económicas, ideológicas e incluso en los sectores de las propias realidades militares chinas se encontraban en perfecta crisis profunda estructural del Estado chino cuando ya se percibían para aquellos años de la década de los años 70 que la “Revolución Cultural” había alcanzado su cenit y comenzaba el proceso de “caos y anarquía profunda” en todos los renglones de la vida social, económica, educativa, ideológica y militar cuales, por lógica inevitable, tendrían que transitar los factores reales del Poder como bases fundamentales de los procesos revolucionarios socialistas de la “Revolución china” hacia su perfectibilidad permanente como revolución nacional.

Cuando nos referimos a la “Revolución china” nos estamos refiriendo a aquel proceso que comenzaría el 21 de julio del año 1921 con los consecuentes antecedentes histórico-ideológicos y alcanzaría su realidad revolucionaria en 1º de octubre del año 1949. Es decir, nos referimos a aquellos militares patriotas que fueran los responsables de devolverle al pueblo chino “su dignidad y sentido de vida” cuando el propio triunfo de la “Revolución china” se sustentaba en anular hasta en sus propias raíces los “Tratados y Acuerdos” firmados desde el “Acuerdo de Nanjing” hasta aquellos que Chiang Kaishek suscribiría con “el padrecito”, Joseph Stalin, de “Defensa mutua”. Es decir, en última instancia, prevalecería “el nacionalismo chino de los Ming”, inevitable e indiscutiblemente porque era un “asunto histórico” propio del proceso revolucionario de independencia nacional y de revolución sico-social y económico-política en el marco de los paradigmas buscados y alcanzados por los antecesores históricos de aquellos chinos que se impondrían durante la dinastía Ming y que prevalecerían durante el desgastante y extranjerizante momento de la dinastía Qing por manchú.

Para poder explicar el proceso de la economía china a partir del triunfo de la “Revolución china”, nos vemos, inevitablemente, en la obligación de precisar algunas experiencias personales vividas tanto en China, en Hongkong (Cónsul General venezolano, Abe Ladar, shanghainés y judío sefardita en tercera generación) y Taiwan (Academia Militar Fuxingang).

Cuando asumimos nuestras responsabilidades diplomáticas en Beijing a partir de aquel mes de octubre del año 1981 nos adentramos en un “mundo mágico kafkiano”; para mejor comprensión podríamos calificar aquella realidad social y económica como un “mundo mágico” al mejor estilo de “Cien años de soledad”. Para muestra nos referiremos a una de aquellas experiencias vividas en altas horas nocturnas cuando manejábamos hacia las realidades de la “Gran Muralla” mientras observábamos como una larga fila de asnos de más de 40 en número entraban a Beijing por la Puerta de Jian Guomenwai con la carga de alimentos para cierta población favorecida socialmente con alimentos procedentes de la Comuna de Beijing.

Aquella sociedad china aún tenía en su conciencia colectiva la alienación impresa durante aquellos años de la “Revolución Cultural”. No importaba si la sociedad urbana se vestía, únicamente, de verde y azul como tampoco importaba sí la alimentación diaria en invierno era de “col y arroz” (iron rice bowl) como tampoco era de necesidad resaltar las clases ideológicas obligantes de todos los sábados para todos los cuadros del partido de Beijing cuando se les instruiría sobre “las líneas fundamentales del partido”. Eran tiempos de alienación a esquemas estalinistas heredados aunque necesarios más por razones del “caos heredado” de la “Revolución Cultural” que por propios análisis de las realidades objetivas globales por las cuales transitaba, en aquella década arriba mencionada, toda la sociedad urbana de Beijing. Duras realidades que los más de 70 historiadores expertos en asuntos chinos discutíamos en diferentes escenarios sociales. Conversas de salón pero fundamentales para la comprensión del proceso real en tiempo real de la revolución seudo-socialista china.

Pero ¿Por qué se expresó la Revolución Cultural y porqué en aquellos precisos años comprendidos entre 1966 al 1976? Acá nos permitimos explicar una otra experiencia personal (con sus venias). Una de las permanentes inquietudes que nos asaltaban constantemente en Beijing era la ausencia, profunda, de la “cultura milenaria china” a pesar de la extraordinaria e impactante exhibición en aquel vetusto edificio en museo de Shanghai y las maravillas que disfrutábamos en los corredores del “Palacio real” (Ciudad Prohibida). Algo le había sucedido a toda la sociedad china aunque, por ejemplo, en amena conversa con la intelectual china traductora de “El Quijote” percibíamos aquel “inconsciente cultural impreso” que habíamos disfrutado en diferentes lecturas personales. La cultura se sentía en el pueblo pero subsumida bajo una capa protectora que inhibía su expresión externa que, mas tarde comprendidos, era producto por consecuencia de las políticas desarrolladas durante la trágica “Revolución Cultural”.

Serían en aquellos momentos temporales vividos y disfrutados por algunos meses en la isla china de Taiwan cuando pudimos penetrar, intelectualmente, en aquella tan buscada respuesta conceptual para la completa comprensión de la cultura milenaria china; no solo por la extensa exhibición en el museo de Taibei (como aquel scroll dibujado en tinta china por aquel italiano sinizado) sino porque saltaba socialmente del consciente colectivo de la sociedad urbana de Taibei con toda naturalidad la tan buscada “alma china”, aquella que se expresaba en profunda diferencia frente al “imaginario judeo-cristiano”. Una simple pregunta fue necesaria para podernos encaminar a la inquietante necesidad de buscar respuestas del porqué en el continente que conforma la nacionalidad china no se percibía la misma cultura que en la isla de Taiwan. La respuesta sería simple y claramente objetiva en el marco de los paradigmas antropológicos: la intelectualidad china había huido durante los procesos contradictorios de políticas sociales y económicas equivocadas. En China se expresarían “marielitos” previos a la implementación de políticas rígidas y alienantes de un conceptual “socialismo real” contradictorio con las realidades socio-históricas de la sociedad china como un todo sociológico.

Curiosamente, el 1º de octubre, Mao Zedong desde el balcón de la “Ciudad Prohibida” que mira sobre la plaza de Tian Anmen proclamaría la fundación e inauguración de la fundación de la nueva República Popular China pero Mao y el liderazgo fundamental de los militares revolucionarios decidieron no permanecer, por razones de seguridad, en Beijing como nos lo trasladaría el responsable de la seguridad personal del mariscal Lin Biao sino que se trasladarían, de nuevo, hacia los cuarteles militares de la revolución ubicado en “Las Colinas Perfumadas”, en las afuera de Beijing, a objetivar cómo planificarían las políticas revolucionarias de carácter socialista cuales, obligante y necesariamente, tendría que implementar el nuevo Gobierno de carácter socialista supuestamente sustentado en los obreros y campesinos chinos.

Es demostrable que la intelectualidad china con los conocimientos requeridos para el diseño de un gobierno revolucionario-nacionalista había decidido no permanecer en China por la falta real de las garantías correspondientes ofrecidas por lo que el liderazgo del Partido Comunista Chino se vio en la obligante necesidad de “ponerse en las manos” de los planificadores soviéticos bajo las órdenes directas del “padrecito” Joseph Stalin.

Se ha especulado entre los sinólogos sobre las intenciones reales geopolíticas de Joseph Stalin sobre su ansiada búsqueda del control del recién triunfante gobierno chino, búsqueda de aquella influencia estalinista que ya había fracasado durante aquella década de los años 20 (Mihail Borodin), influencia que influiría en aquella realidad político-militar que tendría su máxima expresión fáctica en aquellas situaciones en contradicciones de “refriega” en la frontera sino-soviética sobre el río Amur.

Diferentes escuelas dedicadas al estudio de las relaciones sino-soviéticas consideran que para Joseph Stalin era de necesaria obligación recrear aquellos escenarios de 1917 de confrontación con las potencias imperialistas del sistema capitalista mundial; era una necesidad para su propia supervivencia como poder real en aquellos comienzos de la “Guerra Fría”. Aquella necesidad geopolítica en su expresión geoestratégica se convertiría en aquel eslogan: “solidaridad socialista”. Para poder alcanzar esa influencia Joseph Stalin necesitaba de “un patriota chino” que diera la cara para evitar las desconfianzas naturales de Mao Zedong siendo esa persona el planificador educado en la URSS en la persona de Chen Yun.

Pero la realidad objetiva de la economía china requería de algo más que la manipulación de Joseph Stalin y las buenas voluntades inducidas (¿conductismo?) de Chen Yun. La realidad de la economía china era su “quiebre real y total”; lo obsoleto de las tecnologías industriales aún en aquella década de los años 50. Por ejemplo, en la siderúrgica de Beijing sus bienes de capital alcanzaban la vetusta edad de más de 70 años. Era la falta de profesionales que asumieran las responsabilidades gerenciales. Por ejemplo, en la misma siderúrgica en mención, la comuna de dicho conglomerado tenía la responsabilidad de fabricar pan, diariamente, para sus obreros y obreras. La realidad en la economía agrícola destrozada no solo por aquellos años en revolución como por los impactos objetivos de la 2da. Guerra Mundial en el escenario territorial chino y, por último, las alienaciones sico-social y económicas significativas de las políticas impuestas por la planificación impuesta por Chen Yun considerando que la agricultura había sido el factor fundamental de la acumulación del Estado histórico chino.

Pero Mao se caracterizaba por su educada e inducida realidad histórica social continental, por su desconfianza hacia las verdaderas intenciones de Joseph Stalin, por su concepto sobre el desarrollo del proceso revolucionario socialista pero también nacionalista chino sin dejar en el camino la solidaridad internacional.

En ese marco objetivo era necesario dar un “Gran Salto adelante” (1958-1961) que permitiera colocar en “la palestra mundial” a China como actor fundamental. Se sustentó en el cómo se realizarían, en otras decisiones históricas importantes, aquellas políticas sobre la acumulación agrícola (¿se podría comparar con la NEP?). “Las mil usinas” se enfrentarían a sus propias y objetivas realidades: el fracaso total y el correspondiente impacto en crisis de hambre y muerte en la sociedad china. Aquel fracaso obligaría a Mao Zedong a reflexionar sobre su propia realidad como líder del pueblo chino porque Mao Zedong era el “presidente histórico del pueblo campesino”, era, en última instancia, “el Presidente-pueblo” de los obreros y los campesinos pero, fundamentalmente, de toda la sociedad histórica china (El concepto Presidente-pueblo se lo escucharíamos al Presidente Nicolás Maduro Moros en un acto de graduación de estudiantes de diferentes misiones chavistas). Era inevitable la reflexión político-ideológico-histórica en el marco objetivo de paradigmas socialistas sobre las bases objetivo-históricas de la Historia de China.

Aquella realidad en unidad objetiva lo llevaría a ceder ante las propias realidades socio-económicas, ante las expresiones permanentes de protestas del campesinado, ante las objetivaciones que los líderes revolucionarios militares del Ejército Popular de Liberación encabezados por los comisarios políticos en las personas de Zhou Enlai y Deng Xiaoping le sugerían, era la real incomodidad de todo el sector militar revolucionario-nacionalista-histórico: era su permanencia en el poder y/o era ser invitado a trasladarse sin poder alguno a algún lugar del centro de China. Hombre sagaz y astuto, no dejándose manipular por los personales objetivos de Jiang Qing, su esposa, Mao decidió por la reflexión temporal pero manteniendo su real obediencia a lo inducido sicológicamente en una comprensión desglosada en sus “tesis filosóficas” y asumirse como líder fundamental. (Previo al “Gran Salto Adelante”, Mao lanzó la campaña de las “100 Flores” [1957-1958], también como consecuencia de las presiones que le impondría el PCCh).

Pero Mao Zedong, el líder que sustentaría sus tesis sobre las realidades históricas de los movimientos sociales chinos, hunanés por nacimiento, es decir, naturalmente tozudo, concluyó que estaban impresos en el inconsciente colectivo de la sociedad china paradigmas históricos que tenían que ser erradicados de raíz, sin contemplaciones, promoviendo, esta vez sí junto a su esposa, Jiang Qing, la “Gran Revolución Cultural” que tenía como objetivo político-ideológico fundamental erradicar estructuras conscientes e inconscientes confucianas y burguesas dirigiendo sus ataques hacia toda la intelectualidad china in situ al considerar que la permanencia de ellas, esas mentalidades, obstruirían sus objetivos revolucionarios socialista personales del “salto al comunismo chino”. Es decir, en última instancia, Mao Zedong en su impaciencia intelectual-alienante-estalinista (curiosamente) buscaba “adelantar los tiempos en plena imitación a su mentor Stalin” que producirían, objetivamente, el estruendoso fracaso total con condicionantes sico-sociales sobre los cuales ya nos hemos referido más arriba.

¿Cómo alcanzó el PCCh su propia necesidad de imponerse sobre su obligante existencia en diseño de políticas socialistas adaptadas a las realidades chinas cuales permitieran la transformación profunda de aquella realidad estatal en “crisis y caos” consecuencial a decisiones políticas encerradas en paradigmas superados en sus propias bases conceptuales buscando alcanzar el objetivo de desarrollar la estructura económica en el marco de las tesis marxistas como necesidad de profundizar transformaciones en la super-estructura estatal china? Respuesta muy sencilla: la “política de reforma y apertura” cual le ha permitido a China un permanente crecimiento económico con fundamental impacto en las estructuras sociales tanto a nivel del agro como en los sectores urbanos y la refundación conceptual y tecnológica de todo el sector militar del EPL.

Con respecto al desarrollo obligante de desglosar la respuesta correspondiente, por su extensión, nos estamos permitiendo, por ahora, dejarla en el tintero.