David Bollero
Público.es

Desde ayer, no son pocos los que se han lazando a las tiendas y centros comerciales a celebrar el llamado Black Friday. Esta ‘celebración’ se instauró en el viernes siguiente al 4º jueves de noviembre. Una de las historias que escuché en cierta ocasión acerca de su origen es que en realidad viene dado por su coincidencia en EEUU con el día de Acción de Gracias (seguramente, somos tan absurdos, que no tardaremos en importar también esa tradición). Concretamente, en la ciudad de Filadelfia, donde con motivo de esa celebración, se congestionaba la ciudad con gigantescos atascos, lo que dejaba a los pequeños comercios sin clientes. De ahí que se le llamara Viernes Negro (los mismos policías lo bautizaron también así por el tráfico), pues sus ingresos caían estrepitosamente.

Esa historia, desde luego, me agrede menos que otra de las que he oído en alguna ocasión: el terminó Black Friday se acuñó porque antiguamente en EEUU, el día siguiente a Acción de Gracias, se vendían los esclavos con ofertas para afrontar el duro invierno en las plantaciones.

Siguiendo con la de historia de Filadelfia, con el fin de ponerle remedio a la situación, decidieron ofrecer incentivos a los clientes, no sólo de precios sino de otra naturaleza, como flexibilidad de horarios, más plazas de aparcamiento… Los resultados fueron positivos y la experiencia se ha ido extendiendo –y pervirtiendo- hasta tal punto que incluso ha llegado a nuestro país con una fuerza inusitada.

Ya no se trata de atajar a una situación adversa, sino de promover un consumismo salvaje que genera necesidades en los clientes que ni siquiera sentían como tales. Personalmente, me horriza la imagen de gente gastando dinero que tanto le ha costado ganar en artículos de los que bien podría prescindir. Decía el filósofo polaco Zygmunt Bauman que el consumismo promete algo que no puede cumplir: la felicidade universal. Y pretende resolver el problema de la libertad reduciéndolo a la libertad del consumidor”. Y qué razón tenía, queridos lectores.

A pesar de este frenesí consumista que se ve hoy por las calles, aún hay esperanza. Esta misma semana, durante unas jornadas sobre “El reto del empleo en tiempos de crisis”, organizado por el Círculo 3E (Economía, Ecología y Energía) en Madrid, tuve la oportunidad de escuchar una interesantísima ponencia del profesor de Economía de la Universidad Complutense (y fundador de Ecooo), Mario Sánchez-Herrero. En ella, delineaba una de las iniciativas que podría contribuir a cambiar nuestra sociedad, incidiendo directamente en la economía. Decía el profesor que “es un error hablar de fomentar la eficiencia en la producción; lo que hay que impulsar es la eficiencia y la sabiduría en el consumo”... algo, por otro lado, que choca frontalmente con la imagen de hordas de gente en centros comerciales en pleno Black Friday.

La visión de este profesor es un soplo de aire fresco ante el nauseabundo tufo que se desprende de los elogios desmedidos hacia empresarios como Amancio Ortega mientras éste acumula denuncias y acusaciones de explotación en Sudamérica, el norte de África y Asia. “Que salgamos de Zara contentos porque nos hemos comprado una camiseta por 12 euros, en lugar de adquirirla en otro lugar con más garantías de comercio justo por 18 euros, está mal”, apuntaba el profesor, desde mi punto de vista, muy acertadamente.

Y es que, en contra de lo que suele hacer, por ejemplo, el Telediario que para interpretar los datos macroeconómicos consulta a brokers del mercado de valores, yo prefiero a un profesor de Economía. Su docencia y conocimiento me enriquecen mucho más que los casos prácticos de los amigos del parqué. Escuchar hablar a Sánchez-Herrero de “cooperativas de consumo responsable”, aconsejar que “seamos los ciudadanos los que hagamos la economía” o verle aspirar a que “España se convierta en polo de atracción de quien quiera vivir realmente una vida digna”, me inspira.

Ese es el poder del ciudadano, no sólo el político, también el socio-económico. No lo olviden cuando caigan en las garras de los Black Friday de turno. Como bien sostiene Sánchez-Herrero, “más allá de los partidos, hay que votar a corporaciones”. Miren qué cadenas de supermercados explotan a sus trabajores o chupan la sangre a los productores, revisen qué eléctricas dejan a miles de familias sumidos en la pobreza energética, comprueben qué tiendas de ropa se nutren de talleres con condiciones de semi-esclavitud… y no les voten. Cambien y quizás algún día, como dice el profesor, seamos ese país en el que se vive realmente una vida digna, en la que los propios ciudadanos nos hemos preocupado, incluso, de una transición justa de esos empleados abocados a trabajar en las empresas del mal, y que pasen a empresas del bien. En definitiva, de un cambio de mentalidad tan grande, que nos haga inmunes a sogas consumistas como los Black Friday que, además, nos condenan poco a poco a un Planeta más pobre e insostenible, en todos los sentidos.