rubèn ramos
03-10-2014
Hoy se cumplen 46 años del pronunciamiento de la Fuerza Armada peruana anunciando que el tiempo del oprobio y del entreguismo que signó la vida republicana del Perú, había llegado a su fin.
Un general y cuatro coroneles sensibles a la pobreza y desigualdad que aún persiste en este país andino derrocaron del poder del Estado al administrador de turno de los intereses económicos norteamericanos y de una oligarquía nacional servil y vende patria.
Siete años duró la experiencia revolucionaria que se inició ese 3 de octubre de 1968. Puso el nombre del Perú en los anales de la historia contemporánea como uno de los procesos de liberación económica, social, ideológica y política más importantes e inéditos del mundo.
Nadie medianamente informado y ajeno a las mezquindades del odio y del racismo que identifica a los mediocres y decadentes, ayunos de capacidad alguna de entendimiento e interpretación, puede negar que el único tiempo en el que el Perú tuvo resonancia mundial y causó expectación unánime, fue en esos siete años de profundos cambios estructurales. No sólo introdujeron al Perú en la modernidad, sino que le devolvieron la perspectiva de su verdadera historia: soberana, independiente, autónoma y libre.
El Movimiento del 3 de Octubre del 68, rompió con las ataduras que las oligarquías militares, económicas y políticas habían trenzado con el poder inglés, primero, y con el norteamericano después, en procura de prebendas y para medrar de la corrupción y del cohecho. Aquéllas, nunca ejercieron poder alguno, pero sirvieron al del imperio sionista anglo-norteamericano-israelí con alarde de servilismo y sin vergüenza alguna.
Renacidas tras el “golpe” del 29 de agosto de 1975, promovido y financiado por la Central de Inteligencia (CIA) y el Departamento de Estado norteamericano a través de USAID, y manejado desde la Embajada estadounidense en Perú, como parte del llamado “Plan Condor”, esas mismas oligarquías son las que actualmente han hecho de este país el más desigual e ignorante de América latina.
Son esas mismas oligarquías, tanto económicas, políticas y militares -y sus herederos- las que han puesto el Perú a merced del saqueo y la depredación de sus recursos energéticos, mineros, forestales, agrícolas, acuíferos, pesqueros. Para esto se han sumado, o simplemente usufructúan del poder que ejercen los grandes consorcios internacionales que fungen de “socios inversionistas” del Grupo del Banco Mundial (BM), del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) -que de interamericano no tiene nada-, y de la Agencia Internacional para el Desarrollo de los Estados Unidos (USAID).
Son estos organismos y sus socios privados internacionales, más las oligarquías nativas y los remedos de caciques regionales y provinciales los que, conjuntamente con las mafias del narcotráfico, han condenado al país a un crecimiento económico ficticio que empieza a mostrar sus contradicciones y a anticipar una profunda crisis. El cuento de la “gran transformación” del último gobierno se sumó así al del “destino diferente” con el que el presidente de los apristas y apristones se abrió campo para hacer que la plata le venga sola a llenarle los bolsillos.
Quien más, quien menos ha pontificado, desde 1975, sobre la necesidad de que el Perú transite hacia la industrialización, pero todos lo único que han hecho es seguir con el modelo primario exportador impuesto por la dupla FMI-BM para asegurarse el pago puntual de los intereses de la cuantiosa deuda externa y seguir manejando el país como su despensa de minerales y materias primas; como un aliado de primer orden para la estrategia de seguridad nacional norteamericana en Sud-américa al lado de Colombia y Chile; y como un territorio de bases militares y centros de operaciones estratégicas cuando llegue el momento de invadir Bolivia, Ecuador y Venezuela, en primer orden, y Argentina y Brasil, llegado su momento. Puede ser antes, como después.
Resulta por esto oportuno recordar lo que el pensamiento político que nutrió de perspectiva histórica a las transformaciones económicas y sociales del gobierno del general Velasco, precisó como alternativa al modelo capitalista y comunista imperante en la década de los 70’. Modelos que, tras el final de la experiencia soviética, en los 90’, devendrían en un único modelo capitalista denominado “neoliberal”, llamado a ser el modelo que ha sumido a los pueblos del mundo en mayor miseria, en limpiezas étnicas por armas y bacterias, en genocidios y desarraigo poblacional a cambio de territorios y de riquezas naturales, en destrucción de la civilización y de la cultura que nos viene de Oriente, en contaminación y cambios climáticos.
Frente a la economía capitalista, la economía participacionista
El pensamiento de la Revolución del 3 de Octubre precisaba con relación al modelo capitalista, el desarrollo de un modelo de economía participacionista. En el caso peruano, su punto de partida estaba en la Reforma Agraria que se inició el 24 de junio de 1969. También en la Ley de la Comunidad Laboral que alteró el régimen de propiedad capitalista de las empresas del sector industrial y en las Empresas de Propiedad Social.
En esencia, el nuevo modelo de economía encontraría su cabal planteamiento participacionista en este tipo de empresas. Representaban el paso más decisivo del capitalismo al socialismo. Hacer prioritario el sector de empresas de propiedad social significaba un elemento radicalmente nuevo en la concepción económica imperante en el mundo. Por primera vez junto a la economía agraria, empezarían a existir empresas de propiedad directa de los trabajadores socialmente organizados. Así, a las formas asociativas de propiedad de la tierra y a las formas co-gestionarias de propiedad de las empresas no agrícolas, se agregaría una nueva institucionalidad económica: las empresas de propiedad plena de sus trabajadores.
Las tres grandes reformas estructurales que planteó la Revolución (reforma agraria, comunidad laboral y propiedad social), que estaban en pleno proceso de desarrollo, obedecían a la misma orientación de pensamiento económico y social. Las tres reformas perseguían un mismo objetivo: la sustitución de la economía capitalista por una economía de participación. Se truncaron al sobrevenir el “golpe” al que se prestó la felonía de un general que fue pieza clave en la ejecución del Plan Cóndor que el sionismo anglo-norteamericano-israelí montó a través de la CIA, para “acabar con el comunismo” en la región.
Con relación a la nueva configuración económica del Perú, Velasco, puntualizaba: “Cuando se consolide y avance más aún el desarrollo de estas medulares transformaciones de la Revolución Peruana, la fisonomía de nuestro país habrá cambiado de manera profunda e irreversible. Para entonces, millones de peruanos tendrán lo que nunca tuvieron en el pasado y que desde ahora ya empiezan a tener: el disfrute efectivo de la riqueza que su trabajo crea y el acceso al control de los medios de producción. Todo ello ejercido a través de formas de propiedad que estimulen comportamientos solidarios y no individualistas, de acuerdo a un esquema de organización económica radicalmente distinto al que prescriben los modelos capitalistas y estatistas que nuestra revolución rechaza”.
La impronta de un pensamiento libertario
No por el tiempo transcurrido, sino por la racionalidad y la contemporaneidad que implica, el pensamiento económico del proceso que condujera el general Velasco está a una enorme distancia del decadentismo que suponen las “obras por impuestos” o las “alianzas público-privadas” (APP) que no sólo acentúan y facilitan la acelerada privatización de la economía, de los servicios públicos y de las políticas públicas dedicadas a la ayuda y la solidaridad social, sino que entregan de forma incondicional y por tiempo indefinido el territorio nacional y sus recursos a la voracidad de las empresas transnacionales que operan en nuestro país “convocadas y aprobadas” por los organismos financieros internacionales (BM, BID y USAID), bajo estricta supervisión y control militar del Comando Sur. Con esos “modelitos” todos los servicios vinculados a la salud, la educación, la infraestructura social y económica se constituyen en cotos privados para incrementar la rentabilidad de las empresas privadas de todo tipo y género a costa del mayor empobrecimiento poblacional y de la desnacionalización de la economía peruana.
No es esta la ocasión para tratar en profundidad estas “novedosas” imposiciones del BM, de las que el presidente de todos los peruanos se cree el creador.
Lo que importa aquí y ahora es que una vez más quede claro, para todos aquellos que aún persisten en tratar el proceso vivido por los peruanos entre 1968-75 como un “golpe” de Estado, que de lo que se trató fue de poner fin a casi siglo y medio de usurpación capitalista que acabó con los reservas de caucho, de guano, de petróleo, de minerales preciosos, de anchoveta, por citar sólo algunas.
Lo único cierto y que se sobrepone al tiempo y a la persistencia inútil de los siervos de las oligarquías de la prensa oligárquica y mendaz, es que el pensamiento político que se produjo en los siete años del proceso de cambios estructurales que condujo el General Velasco, indicó un camino diferente para el cambio y la liberación de nuestros pueblos; es motivo de permanente estudio y reflexión, y nutre los esfuerzos revolucionarios de otros pueblos hermanos de la Patria Grande.