Aron Lund
Carnegie Endowment for International Peace

 

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

El pasado septiembre, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estimaba que el grupo extremista sunní conocido como Estado Islámico –una rama de al-Qaida que actualmente controla inmensas franjas de territorio tanto en Iraq como en Siria- podía movilizar un total de entre 20.000 y 31.500 combatientes. El doble o el triple de la anterior estimación asimismo de la CIA de 10.000 combatientes.

“Este nuevo total refleja un aumento en sus filas debido al aluvión de reclutamientos que se produjo a partir de junio tras los éxitos obtenidos en la batalla y la declaración del califato”, explicó un responsable de la CIA.

Los extranjeros son minoría

El Estado Islámico es harto conocido por desplegar grandes cifras de combatientes extranjeros, como en el caso de las fuerzas chechenas al mando de Omar al-Shishani, un comandante yihadí nacido en Georgia. Pero no debería exagerarse la cifra de extranjeros. Según la CIA, parece ser que el número total de yihadíes que han viajado a Iraq y Siria en los últimos años es de 15.000, pero no significa que el Estado Islámico haya reclutado a 15.000 extranjeros.

De ellos, algunos miles han ido a parar al Frente Nusra de al-Qaida o a grupos yihadíes independientes, como el Frente Ansar al-Din y Yund al-Aqsa. Hay varios miles que han sido arrestados, heridos o han muerto a lo largo de los últimos años, o simplemente se han vuelto a casa. Cualquiera que sea la cifra que permanece con el Estado Islámico, constituye realmente una minoría en el total de sus fuerzas. Aunque quienes componen la elite y la vanguardia del Estado Islámico y de ciertos órganos de liderazgo parecen ser desproporcionadamente extranjeros, la mayor parte de los combatientes sobre el terreno son sin duda locales sirios e iraquíes.

Explotando los agravios de los árabes sunníes

Cuando visité el norte de Iraq a finales de agosto, un líder de la milicia kurda me dijo que su unidad no había visto, oído, capturado o matado a un solo combatiente extranjero cerca de sus posiciones al norte de Mosul. Los combatientes situados al otro lado de la colina podían incluir a unos cuantos sirios, pero casi todos parecían ser iraquíes. Puede que algunos vinieran de más lejos, como la provincia de Anbar, al oeste de Iraq, pero consideraba que la mayoría eran jóvenes de ciudades cercanas, como Mosul y Tal Afar, o del puñado de pueblos árabes sunníes ubicados cerca de la línea del frente.

“No hay tantos combatientes reales del Estado Islámico aquí”, dijo. “Es una exageración. Ahora, a todos los sunníes se les llama ‘Estado Islámico’, pero no es así”. La marginación política y la devastación militar de las comunidades locales árabes sunníes habían conseguido, junto con las tensiones y los abusos de árabes y kurdos, que muchos de sus habitantes recibieran al Estado Islámico como liberador de la opresión chií y kurda.

“Puede darse una situación en que dos miembros del Estado Islámico se presentan en un pueblo árabe”, dijo el comandante, “y consigan que de repente les sigan 40, 50 ó 100 de los hombres de allí”.

Estos nuevos reclutamientos incluirían miembros de otros grupos rebeldes, antiguos baazistas y, desde luego, la carne de cañón de todas las guerras: jóvenes desempleados sin una afiliación política particular y sin perspectivas de un futuro decente. Para ellos, apenas es una cuestión de ideología sino la oportunidad y el deseo de vengarse de antiguos enemigos y, sobre todo, de salir de una situación de miseria.

Captando grupos rivales y desertores

Una de las fuentes más importantes de reclutas para el Estado Islámico parece ser otros grupos rebeldes. Tanto Siria como Iraq son el hogar de una masa inmensa de jóvenes árabes sunníes que se han unido a los grupos rebeldes locales por una amplia variedad de razones: ante todo, para derrocar a los regímenes de Damasco y Bagdad, pero también en búsqueda de emoción y gloria, por seguir el ejemplo de amigos y familiares, para proteger las zonas donde viven o simplemente para ganar algún dinero. A algunos incluso les han obligado a incorporarse.

Muchos de esos combatientes son conservadores y religiosos, incluso sectarios e inclinados hacia políticas fundamentalistas pero, a nivel ideológico, la inmensa mayoría no son realmente yihadíes salafistas. Sin embargo, en los desesperados tiempos que corren, parece que hay miles dispuestos a unirse a un grupo yihadí si les ofrece lo que necesitan, o si no tienen otra alternativa.

A nivel de liderazgo, el Estado Islámico se ha alienado de casi todos los demás grupos rebeldes. A nivel de base, hay más mezcla. Aunque el Estado Islámico se relaciona de forma brutal con adversarios comprometidos o con cualquier grupo al que perciba como una amenaza, parece ofrecer acuerdos muy indulgentes a combatientes individuales y a pequeñas brigadas que estén dispuestos a cambiar de bando.

Por ejemplo, se cuenta que recientemente ha estado circulando un comunicado en el que los oficiales del Estado Islámico en la ciudad de al-Bab, al este de Alepo, establecen las condiciones para el arrepentimiento (tuba) de los combatientes que pertenezcan a la coalición rebelde rival conocida como Frente Islámico. Se exige que los desertores entreguen sus armas, que dejen de apoyar a cualquier nivel al Frente Islámico, que se distancien públicamente de él y que asistan a las clases de reeducación de la Sharia que imparte el Estado Islámico. A cambio, se olvidarán sus pecados y estarán en paz con el Estado Islámico.

Al parecer, muchos de los combatientes arrepentidos podrán entonces ir a demostrar su lealtad al califato y a integrarse en sus fuerzas armadas. Los antiguos líderes y otros incondicionales podrían rechazar esas condiciones, o ser rechazados, pero es posible que para muchos combatientes de base sea la única vía de reincorporarse a la yihad y de esa forma poder ganarse un sustento.

Fomentar esas deserciones ha formado siempre parte del modus operandi del Estado Islámico, tanto en Iraq como en Siria. En un incidente bien conocido ocurrido en diciembre de 2013, un líder del Ejército Libre Sirio llamado Sadam al-Yamal –del que se burlaban los yihadíes tildándole de contrabandista, criminal y oportunista- aparecía en un video propagandístico arrepintiéndose de sus acciones pasadas. El contexto era obvio: las fuerzas de Yamal estaban al borde de la derrota y se arriesgaban a que les cortaran la cabeza. Según algunos, incluso habían capturado a Yamal. Sin embargo, se produjo la deserción y el Estado Islámico adquirió así un nuevo grupo de combatientes entrenados y equipados.

Deserciones masivas a partir de junio de 2014

El torbellino de éxitos del Estado Islámico en junio de 2014 en Iraq, provocó una riada de nuevas deserciones. En los días de la caída de Mosul, desertó un grupo de dirigentes del ELS, entre ellos los oficiales responsables de los almacenes locales de municiones. Muchos miembros del Frente Nusra y del Frente Islámico hicieron lo mismo, al igual que toda una serie de facciones más pequeñas y de clanes locales que comprendieron que el Estado Islámico estaba a punto de apoderarse de su región. En efecto, como toda la oposición organizada y armada se había evaporado, al Estado Islámico no le llevó mucho tiempo limpiar de rivales la región entera, quedando sólo algunos bolsillos de resistencia.

En el noroeste de la provincia de Idlib, la denominada Brigada Dawud (que ya estaba muy cercana al Estado Islámico) decidió también subirse al carro y envió un gran convoy de combatientes a Raqqa, la capital del Estado Islámico. Meses después, incluso ahora, siguen llegando a Raqqa grupos aislados de rebeldes procedentes de Idlib.

Hasta ahora, todos esos factores han conformado una estrategia total de éxito que ha permitido que el Estado Islámico se convierta en un indiscutible actor dominante en gran parte de Iraq y Siria. Pero ha dejado también al grupo con una base armada donde muchos de los combatientes tienen un compromiso bastante débil con el yihadismo salafí y su adhesión obedece a múltiples intereses personales y de facción, por lo que sus lealtades finales son muy inciertas. Está por ver cuánto tiempo seguirán con el Estado Islámico si su suerte en la batalla empezara a cambiar, si se le acaban los pozos de petróleo y otros recursos económicos y si los riesgos de unirse al califato empiezan a pesar más que los beneficios.

 

Aron Lund es editor de “Syria in Crisis” y autor de varios artículos y libros acerca del movimiento de oposición sirio.