Cuando se habla de guerra mediática o, como le gusta calificarla a sus inventores gringos, “guerra de cuarta generación”, no se crea que hay una referencia específica a medios, en el sentido convencional del término.

Es verdad que los llamados medios de comunicación, y más específicamente los radiofónicos, audiovisuales o interactivos, desempeñan un importante y aplastante papel en la sistemática invasión de la conciencia.

Los procesos alienantes, soportados por el recio fuego de artillería de palabras e imágenes que se disparan contra la masa indiferenciada de personas que participan en la producción de bienes (y sobre todo males) materiales y de sentido, sin detenerse a encontrar una explicación de por qué eso es así en el capitalismo, han encontrado, en esos medios de comunicación, herramientas de un poder inmenso.

Con Carlos Marx se pudo entender, desde la crítica, que “las ideas dominantes, en cualquier sociedad, son las ideas de la clase dominante”. Sin proximidad geográfica ni de pensamiento, desde la América nuestra del siglo XIX, Simón Bolívar pareciera parafrasear a su contemporáneo Marx cuando nos advierte que “se nos ha doblegado más por las ideas que por las armas”.

El asunto es que, repetir o actuar con base en las ideas dominantes, no significa que lo estemos haciendo de acuerdo con la verdad, con la justicia, o más exactamente, con los intereses de la clase trabajadora, de los oprimidos, del pueblo, del proletariado. Significa, por el contrario, que siendo pobres y explotados llegamos a pensar como si fuésemos ricos y explotadores. En sicología pudiera decirse que estamos ante una especie de “esquizofrenia” colectiva.

Haber descubierto ese punto de debilidad, que, en el capitalismo, es inherente a la forma enajenada o alienada, como se produce, distribuye y consume, ha permitido que los  mismos dueños de los medios de producción, como dueños -también- de los medios de comunicación, utilicen estos para ablandar o destruir moral e intelectualmente a sus explotados.

El artista plástico y caricaturista venezolano, Iván Lira, desde su firme trinchera de combate, enfrenta a la canalla y al terrorismo que se expresa, dentro de su mismo oficio. En fecha muy reciente dijo en su cuenta de tuíter @ivanernestolira que “El ‘Humor Gráfico’ infamante, racista, vejatorio, anti patria, no es la excepción sino la regla para la derecha”. Se pronunciaba a propósito de la miseria de un dibujante lacayo, apátrida y desclasado que utilizó sus creyones para celebrar la muerte en combate, hace 40 años, del revolucionario chileno Miguel Enríquez. Por extensión, en el contexto actual venezolano, el mercenario del dibujo también celebraba asesinatos como el de nuestros camaradas Robert Serra y María Herrera.

En el fondo es el mismo tema. La misma realidad del terrorismo que recurre al humor, al entretenimiento, a la religión, a las palabras edulcoradas, a las imágenes trucadas, para cuando “informar” no les resulta convincente.

Por lo que aquí expresamos es que volvemos a insistir en lo compleja que es esta invasión gringa, imperialista, capitalista, que -por ahora- no hace descender sobre nuestras cabezas a marines armados a guerra ni dispara bombarderos contra venezolanas y venezolanos, pero que sí infiltra a mercenarios, entrenados por financiamiento del narcotráfico y siguiendo órdenes directas de Álvaro Uribe Vélez, para ejecutar una operación de exterminio como la reciente, contra los camaradas Robert Serra y María Herrera.

Compleja invasión imperial que moldea el pensamiento de mayorías que terminan justificando la crueldad criminal de asesinatos como el mencionado, bajo el eufemismo de “la inseguridad” o bajo la banalización de la comicidad o el chiste fácil.

Resistir es necesario e imperativo, pero también se debe saber identificar al enemigo y a sus armas, para poder vencerlo. Porque estamos en la hora de vencer y no en el la de optar por seguir muriendo, como si eso fuese “normal”.