El fin de ciclo político del kirchnerismo abrió una polémica sobre su futuro si, finalmente, debe dejar el poder luego del 2015. El artículo polemiza tanto con los que aspiran a una herencia “cultural”, como a quienes proclaman que nacerá el kirchnerismo de la resistencia.
La transición argentina y el fin de ciclo kirchnerista abrieron un debate sobre las perspectivas políticas del “kirchnerismo puro” fuera del gobierno y del estado. Ante la imposibilidad de re-reelección de Cristina Kirchner en el marco constitucional actual, hecho que algunos empiezan a denominar “proscripción”, y sin ningún candidato propio a la vista en condiciones de competir, el interrogante que surge es qué persistirá del kirchnerismo luego del 2015.
En la revista Ideas de Izquierda hemos reflexionado sobre esta cuestión, tomando las consideraciones que en su momento realizara el cineasta Nicolás Prividera -un kirchnerista crítico-, sobre el riesgo que veía de que esta experiencia política termine siendo un avatar o un muerto vivo dentro del peronismo. Sólo un momento de transición para la vuelta al poder del peronismo histórico. Un fracaso de la famosa apuesta a trascender el pejotismo. Su principal “miedo” era la posibilidad de que se eligiera como heredero a Scioli, coronando una cruel “astucia de la razón peronista”.
Con las últimas movidas políticas (acto de La Cámpora y discurso de Máximo incluido), el kirchnerismo parece despegarse de Scioli (aunque no se puede descartar que termine negociando), pero ante la ausencia en el escenario de un candidato propio con posibilidades, alienta nada más o nada menos que a Macri, con el objetivo de “que gane la derecha” para volver en un futuro lejano. Frente a este panorama surgen diferentes posiciones en el debate.
Herencia cultural y resistencia
Cierto Kirchnerismo intelectual, como el que refleja José Natanson, resignado a aceptar el fin de ciclo político, aspira a que deje una “huella cultural” una vez fuera del poder. Así como hoy existen personas que se reivindican alfonsinistas, se conforma con que dentro de veinte o treinta años haya gente que se identifique como kirchnerista. Se encuentra entre los que apoyaron la “batalla cultural” y hoy aspiran a una herencia de la misma naturaleza. Es una versión post-restauración de las “revoluciones culturales” del siglo XX, inauguradas por el maoísmo (que como escribió de manera brillante y a la vez cruel Salvador Benesdra siempre podía encubrir un crimen con un poema) y desarrolladas por el post-marxismo (más módico y “herbívoro” en sus perspectivas). Como afirmó la aguda crítica y teórica marxista norteamericana, Ellen Meiksins Wood: “Después de todo, si hay algún tipo de revolución que los intelectuales podían liderar era la revolución cultural”. Reconvertido el partido del Gran Timonel a una capitalismo sin remordimientos y absorbido el “posmarxismo” en diversas formas de política institucionalizada, las “Revoluciones Culturales” hoy se redujeron a “batallas” principalmente simbólicas. De ahí que surja la ilusión de un kichnerismo alfonsinista de ateneos culturales en Palermo, según la inteligente chicana del representante del lanatismo plebeyo: Lucas Carrasco.
Otro sector pretendidamente más militante, como el que reflejó José Cornejo, director de la Agencia Paco Urondo, apuesta a la permanencia de un fenómeno más político y militante: un kirchnerismo de la resistencia, que en su lectura queda intencionalmente emparentado con la «gloriosa» resistencia peronista.
Sin entrar en disquisiciones a propósito de las obvias razones por las que Máximo Kirchner no puede ser John William Cooke, es preciso señalar que hablar hoy de un “kirchnerismo de la resistencia” después de 2015 es en sí mismo una confesión de “impotencia histórica». En cierto modo corona un ciclo de experiencias de lo que en Argentina se constituyó como el espacio “progresista” a la salida de la dictadura. En los ’80 se nucleó alrededor de la renovación peronista y la Revista Unidos, que terminó resignándose a Menem, antes de que este privatizara hasta las colillas de los cigarrillos. En los ’90 se agrupó en torno al Frente Grande-Frepaso, terminó llevando a De la Rúa a la presidencia y a Cavallo al Ministerio de Economía antes del triste, solitario y final escape en helicóptero; y con el kirchnerismo parecía haberse reconciliado con las mieles del “espíritu estatal” que siempre caracterizó al peronismo “no progre”.
Por otra parte, la Resistencia peronista fue un proceso de lucha y organización, no contra los candidatos que el propio gobierno ayudó a crecer dilapidando su 54% de los votos, sino contra una dictadura que buscaba poner límite a la conquista de derechos por la clase obrera, la cual se identificaba con el peronismo. Con hitos como las huelgas telefónicas, la toma del frigorífico Lisandro de la Torre y las huelgas metalúrgicas, dio origen a las 62 organizaciones y a programas como los de La Falda y Huerta Grande, muchas de cuyas propuestas podrían ser consideradas como “destituyentes” por los yuppies al frente de La Cámpora, en la actualidad.
La política sin clases
Saliendo de las interpretaciones y comparaciones históricas, la dura realidad es que el kirchnerismo no cuenta con ninguna fuerza propia organizada en fuerzas sociales fundamentales, ni el en el movimiento obrero, ni tampoco en el movimiento estudiantil (aunque tiene trabajo barrial, que no está claro hasta donde puede pesar, por ejemplo ante un escenario del tipo lock out agrario, como sí lo hicieron en su momento los camioneros).
Una parte de los sindicatos ya no le responde y una gran parte de la otra deja de responderle al otro día de la derrota. Quedará con un bloque de diputados propios. Pero el conjunto del peronismo se ordena con la siguiente “racionalidad”: subordinarse al que gana y condenar al padre (o la madre) de la derrota.
Se puede objetar que la cantidad de jóvenes que juntó La Cámpora en Argentinos Juniors supera con creces lo que puede movilizar cualquier otra organización. Es una verdad a medias, dado que los sindicatos tienen un poder de movilización mucho mayor, no obstante los límites corporativos impuestos por los dirigentes sindicales. Solamente en un fin de ciclo donde nadie quiere quedar como “destituyente” (salvo Barrionuevo que no es afecto a cultivar una imagen de “políticamente correcto”) se puede dar la paradoja de que un grupo de dirigentes opacos, millonarios y con pocas más habilidades que la obsecuencia, detenten el poder de movilización más notable de la juventud en la coyuntura argentina.
Víctima de su propio rol histórico restaurador respecto de la crisis del 2001, incapaz de “trascender el pejotismo” durante los largos años que estuvo en el gobierno, con pocas perspectivas de crear una épica de “resistencia” contra los propios sucesores que contribuyó a crear, el kircherismo no lucha tanto contra la “astucia de la razón peronista” (que nunca hay que subestimar) como contra su propia capacidad de autodestrucción «progresista». Habiendo sido todo, corre serio riesgo de devenir nada.