Marcelo Colussi
I
«Miente, miente, miente, que siempre algo queda», decía el Ministro de Comunicación del régimen nazi Joseph Goebbels. La lección la aprendieron a la perfección los estrategas estadounidenses. Hoy por hoy asistimos a una monumental maquinaria mediática que ha entronizado el siempre impreciso y mal definido «fundamentalismo islámico» como una nueva plaga bíblica. Pero rápidamente, antes de entrar en el análisis de ese fenómeno, tomemos la indicación que hace Noam Chomsky al analizar las estrategias de manipulación propagandística en boga. Entre alguna de ellas comenta la siguiente: «Crear problemas y después ofrecer soluciones. Este método también es llamado «problema-reacción-solución«. Se crea un problema, una «situación» prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad». Con esto queremos significar que mucho, una gran parte de lo que actualmente pensamos en términos de cosmovisión político-ideológica, nuestra visión de la sociedad global, tiene que ver con las mentiras pergeñadas por grandes poderes. La manipulación mediática tiene un papel decisivo en esto. Se ven como «problemas» cosas que, en realidad, han sido fabricadas como tales.
Entrando ahora a considerar el tema del supuesto «fundamentalismo islámico», ante todo es necesario hacer dos precisiones preliminares: por un lado debe aclararse que el presente escrito está hecho por un occidental y dirigido, fundamentalmente, a occidentales. Es importante decirlo porque el fenómeno a estudiar está lejos de nuestra cotidianeidad, de nuestro ámbito de intereses inmediato, y por tanto –es obligado reconocerlo– guardamos con él una cierta distancia, lo cual puede ser «científicamente sano», pero también nos coloca en la situación de estar ante algo bastante desconocido: hablaremos desde nuestra cosmovisión sobre otra cosmovisión que no nos es familiar. Por otro lado, lo que aquí presentamos pretende ser, básicamente, una lectura política de un fenómeno que comporta diversas e intrincadas facetas: políticas y también sociales, psicológicas, históricas, lo que nos alerta, desde el primer momento, de lo puntual del análisis propuesto: estamos hablando de una cara de un problema infinitamente complicado. Es decir: hablamos en términos políticos y como occidentales de un proceso no occidental y más complejo que lo sólo político. Queda claro entonces: intentaremos hacer una lectura del fenómeno en tanto producto semiótico salido de usinas ideológicas (occidentales, de más está decir).
Hechas estas consideraciones –necesarias tanto en nombre de la corrección académica como de la equidad en términos éticos– debemos dejar claro que el objeto de estudio en cuestión es, hoy por hoy, uno de los temas más popularizados, por tanto más banalizados, y por ello mismo más sujeto a equívocos. En realidad no hay un gran esfuerzo académico por circunscribirlo sino, curiosamente, su tratamiento es más bien mediático: es un tema-idea-problema impuesto por los medios de comunicación de masas, sin dudas con una agenda política por detrás. Aunque no se sepa bien qué significa, el término «fundamentalismo» ha pasado a ser de uso común. Y más aún el de «fundamentalismo islámico». Para adelantarlo de una vez: según el imaginario colectivo que los medios han ido generando en Occidente, el mismo es sinónimo de atraso, barbarie, primitivismo, y se une indisolublemente a la noción de terrorismo sanguinario.
Como primera aproximación podríamos decir que, de un modo quizá difuso, está ligado a fanatismo, ortodoxia, sectarismo. De alguna manera está en la antípoda de un espíritu tolerante y abierto. En general suele asociárselo –lo cual es correcto– con el ámbito religioso. En sentido estricto, el término «fundamentalismo» tiene su origen en una serie de panfletos publicados entre 1910 y 1915 en Estados Unidos; con el título «Los Fundamentos: un testimonio de la Verdad», los documentos escritos por pastores protestantes se repartían gratuitamente entre las iglesias y los seminarios en contra de la pérdida de influencia de los principios evangélicos en ese país durante las primeras décadas del siglo XX. Era la declaración cristiana de la verdad literal de la Biblia, y las personas encargadas de su divulgación se consideraban guardianes de la verdad. De tal modo, entonces, fundamentalismo implicaría: «retorno a las fuentes, a los fundamentos».
Existen distintas definiciones y sinónimos para el fundamentalismo religioso. Para tomar alguna, por ejemplo, podríamos citar la que propone Ernest Gellner: «la idea fundamental es que una fe determinada debe sostenerse firmemente en su forma completa y literal, sin concesiones, matizaciones, reinterpretaciones ni reducciones. Presupone que el núcleo de la religión es la doctrina y no el ritual, y también que esta doctrina puede establecerse con precisión y de modo terminante, lo cual, por lo demás, presupone la escritura».
II
Todas las religiones, en mayor o menor medida, pueden comportar rasgos fundamentalistas. En Occidente, por ejemplo, el cristianismo ha conocido momentos de fanatismo e intolerancia increíbles; la Santa Inquisición abrasó en la hoguera a quinientas mil personas en nombre de la lucha contra el demonio, y si bien eso no sucede en la actualidad, la ortodoxia llevada a extremos delirantes persiste. Sólo para muestra: durante la guerra en Bosnia el Papa Juan Pablo II mandó una carta abierta a las mujeres que habían quedado embarazadas después de ser violadas, en la que les pedía que no se practicaran un aborto y que cambiaran la violación en un acto de amor haciendo a ese niño carne de su carne. Una primera hipótesis que esto nos plantea es que el «salvajismo» fundamentalista, en todo caso, no es patrimonio islámico como la verdad mediática nos lo presenta cotidianamente. Llamar al no uso del preservativo porque supuestamente eso es un «atentado a la vida», tal como preconiza el Vaticano, en medio de una extendida pandemia de VIH como la que actualmente tenemos, ¿no es un fundamentalismo irresponsable y criminal acaso?
Pero más aún: el fundamentalismo no es sólo religioso. Cualquier idea, principio o valor que se defiende a ultranza, sin consideraciones ni mediaciones, puede terminar siendo una posición absolutamente fundamentalista, fanática. Bombardear población civil no combatiente para demostrar «quién manda», tal como hizo el gobierno de Estados Unidos en innumerables ocasiones (dos bombas atómicas en Japón, miles de toneladas de napalm y agente naranja en Vietnam, más un largo, interminable etcétera a lo largo del planeta durante el siglo XX y lo que va del XXI) sólo para defender la «libertad» (léase: libre mercado), ¿no es una forma extrema de sangriento fundamentalismo?
Ahora bien: el Islam (palabra árabe que significa «entrega a Dios, sumisión a su voluntad») no es sólo una religión; es, más precisamente, un proyecto sociopolítico de base religiosa. El Islam se define a sí mismo como una ideología que engloba religión, sociedad y política y que se basa en un texto sagrado: el Corán. Por tanto, el Corán no es un libro exclusivamente religioso. El profeta Mahoma, entre los años 622 y 632, organizó la sociedad musulmana con numerosas reglas sociales. La tarea de un gobierno musulmán es organizar toda la vida social según esas normas y expandir el Islam lo máximo posible. Todo debe ser islamizado: desde lo que se habla por los altavoces de las mezquitas hasta los periódicos, la televisión, la escuela, las relaciones interpersonales.
Para el presente análisis es imprescindible partir de la base que la actual y difundida hasta el hartazgo caracterización de la cultura musulmana como intrínsecamente «atrasada», «bárbara» –visión sesgada y ahistórica por cierto– borra tiempos de grandeza inconmensurable, hoy ya idos. El Islam desplegó por siglos un poderoso potencial creativo, filosófico y científico-artístico, superior en su época al del Occidente cristiano; ahí están su colosal arquitectura, el álgebra, los avances médicos, su arte, como testigos de un gran momento de esplendor. Sin embargo la moderna revolución científico-técnica de la era industrial no surgió en suelo islámico sino que ha irrumpido en éste desde fuera, la mayoría de las veces bajo el signo del colonialismo. Hoy por hoy –es la cruda realidad– el mundo árabe no marca la delantera cultural del planeta; su lugar en el concierto mundial se ve relegado, al menos para la lógica que imponen los centros internacionales de poder, a ser productores de materia prima, petróleo fundamentalmente. Riquezas naturales que sólo contribuyen a mantener dinámicas sociales pre-industriales, con corruptas monarquías feudales enquistadas en estados muchas veces dictatoriales, que usufructúan la explotación de esos recursos y a cuya sombra vegetan mayorías empobrecidas, desesperadas en muchos casos.
En este contexto surge el fundamentalismo islámico, en tanto movimiento político-religioso que preconiza la vuelta a la estricta observancia de las leyes coránicas en el ámbito de la sociedad civil. Deriva su nombre de la aspiración de volver sobre las fuentes, es decir, el Corán, la Sunna (la tradición del Profeta, los dichos y hechos de Mahoma) y la Ley Revelada. Dentro de sus planes están el rescate de los valores propios e intrínsecos al Islam, la restauración del Estado Islámico y la oposición a todo lo que haya entrado en la sociedad musulmana como innovación. En el seno de este amplio movimiento se encuentran tendencias diversas, antagónicas incluso: sunnitas, chiitas, wahabitas, el Yihad islámico, los Hermanos musulmanes de tendencia sunni, surgidos a finales de los años veinte e implantados fundamentalmente en Egipto pero también en otros países del occidente musulmán (Sudán, Yemen, Siria,), el movimiento Hamas, la red Al Qaeda, la secta nigeriana Maitatzine, etc.
III
Si bien está extendido en modo difuso por buena parte de África y Asia contando entre sus seguidores a millones de personas, es muy difícil encontrar un hilo conductor único que reúna a todo este movimiento. No obstante, a pesar de la amplísima pluralidad, existen varios aspectos inmutables del derecho islámico que podemos ver transversalmente en todo el amplio arco del fundamentalismo: el rechazo a admitir el matrimonio de la mujer musulmana con el no musulmán, el rechazo a la posibilidad de que un musulmán pueda cambiar de religión reconociendo su derecho a la libertad de conciencia, el rechazo a admitir la legalidad de los sindicatos para los trabajadores, la pena capital por apostasía, la aceptación de los castigos corporales, y tres desigualdades inmodificables: la superioridad del amo sobre el esclavo, del musulmán sobre el no-musulmán y del varón sobre la mujer, la que es sometida al proceso de ablación clitoridiana a partir del supuesto que no debe gozar sexualmente (el placer debe ser sólo varonil).
El fundamentalismo apegado al Islam primigenio no establece distinción entre política y religión. Por ello en algunos casos, como en Irán, los líderes islamistas suponen que la dirección política de la sociedad debe recaer en los ulemas o líderes religiosos. Para el fundamentalismo la restauración del Islam originario es la única alternativa viable, la respuesta religiosa frente a los fracasos, las crisis y el secularismo en el que Occidente es el principal causante de los males.
En esta línea, para los fundamentalistas muchos problemas del mundo árabe actual son achacables al abandono de la fe islámica. Por tanto, lo esencial es volver a las fuentes de la fe, depurar todas las escorias y deformaciones provenientes y resultantes de siglos de decadencia (entienden que la pobreza, el atraso económico, la dominación extranjera, se deberían al abandono del Islam), y recuperar así una edad de oro vista hoy como paraíso perdido.
Este fundamentalismo se ha difundido principalmente entre los estratos más pobres y explotados de las sociedades donde se arraiga, tales como asalariados, campesinos expropiados y empujados a emigrar a la ciudad, trabajadores y pequeña burguesía que gira alrededor de la economía de los bazares, y una parte del clero islámico; pero muy especialmente: en la juventud. Dato importante: el 60 % de la población musulmana de menores de 20 años está desocupada y con un porvenir incierto.
Difundido entre los estratos más pobres de la sociedad, entonces, el fundamentalismo es un movimiento interclasista que, incluso mediante acciones violentas y de terrorismo, se opone a la «modernidad laica» en vez de oponerse a la explotación capitalista y al injusto sistema de comercio internacional (hoy en su versión neoliberal globalizada), verdaderas causas de los actuales sufrimientos de las masas oprimidas. Como en el Corán está escrito que quienes mueran en la defensa de su fe tendrán bienaventuranza eterna, los feligreses-ciudadanos se ven inducidos a los mayores sacrificios para alcanzar las ambiciones terrenales de sus líderes, hábilmente parapetadas detrás de los textos sagrados y de los ideales religiosos. Esto explica el terrorismo autoinmolatorio de los fundamentalistas, tan difícil de entender desde la cosmovisión occidental. Cuando un joven islámico se lanza cargado de explosivos contra un objetivo tiene la convicción de que lo hace porque esa es la «voluntad de Dios» y que después de su muerte irá directamente al paraíso para estar junto a Alá.
En el contexto de miseria económica, desempleo y pobreza, las masas de los países musulmanes se encuentran en un callejón sin salida. La arrogancia y desprecio de los monarcas y dictadores en el mundo islámico y árabe añade más combustible al odio y la cólera de las masas. Visto entonces el fenómeno en esta dimensión sociopolítica, la razón principal para entenderlo está dada por el enorme vacío creado por la falta de propuestas alternativas que se da en estas sociedades, y por la manipulación de las poblaciones apelando a un fanatismo fácil de exacerbar. Es ahí donde deben empezar a vislumbrarse las respuestas a las preguntas: ¿a quién beneficia este fundamentalismo? ¿Es realmente un camino de liberación para las grandes masas? La religión, entonces, ¿es el opio de los pueblos?
IV
Como dijera el politólogo pakistaní Lal Khan: «este virulento fundamentalismo es la culminación reaccionaria de las tendencias que en la época moderna, caracterizada por la política y la economía mundiales, intentan recuperar el islamismo. En los años cincuenta, sesenta y setenta en el mundo musulmán existían corrientes de izquierda bastante importantes. En Siria, Yemen, Somalia, Etiopía y otos países islámicos, se produjeron golpes de estado de izquierdas, y el derrocamiento de los regímenes capitalistas-feudales corruptos llevó a la creación del bonapartismo proletario o estados obreros deformados. En los demás países también hubo movimientos de masas importantes encabezados por dirigentes populistas de izquierda. En el clima de la Guerra Fría algunos de estos dirigentes, como Gamal Abdel Nasser, incluso desafiaron al imperialismo occidental y llevaron a cabo nacionalizaciones y reformas radicales. A partir de ese momento, una de las piedras angulares de la política exterior estadounidense fue organizar, armar y fomentar el fundamentalismo islámico moderno como un arma reaccionaria contra la insurrección de las masas y las revoluciones sociales.» (…) «Después de la derrota de Suez los imperialistas dieron prioridad a esta política. Gastaron ingentes sumas de dinero en operaciones especiales dirigidas por la CIA y el Pentágono. Suministraron ayuda, estrategia y entrenamiento a estos fanáticos religiosos. La mayor operación encubierta de la CIA en la que ha estado implicado el fundamentalismo islámico ha sido en Afganistán.»
La principal fuente de finanzas del fundamentalismo islámico procede del tráfico de drogas ilegales. Este proceso fue iniciado por el imperialismo estadounidense, pero ahora esta economía negra está interrumpiendo el funcionamiento del propio capitalismo. Se ha convertido en parte de la política de la CIA el uso de las drogas y otras formas de crimen para financiar la mayoría de las operaciones contrarrevolucionarias en las que participa. Esta política de drogas en Afganistán ha tenido un impacto desastroso en la juventud de todo el mundo. Hoy el 70 % de la heroína mundial procede de la mafia afgano-pakistaní. Los modernos laboratorios en la frontera de Afganistán y Pakistán (donde se transforma el opio en heroína) fueron instalados con la ayuda de la CIA. De hecho, denuncias al respecto sobre
En sociedades donde los Estados son incapaces de proporcionar los servicios básicos a su población (salud, educación y empleo), el fundamentalismo islámico ha utilizado estas privaciones para construir sus propias fuerzas. Con grandes cantidades de dinero la propuesta fundamentalista ha creado escuelas religiosas (madrassas o escuelas coránicas) para entrenar y desarrollar fanáticos desde muy temprana edad, que después se convertirán en materia prima de la locura religiosa.
Según el economista egipcio Samir Amin este resurgimiento del fundamentalismo no es casual. «Imperialismo y fundamentalismo cultural marchan juntos. El fundamentalismo de mercado requiere del fundamentalismo religioso. El fundamentalismo de mercado dice: ‘subviertan el Estado y dejen que el mercado en la escala internacional maneje el sistema’. Esto se hace cuando los estados han sido desmantelados completamente. Sin estados nacionales, las clases populares son minadas por la carencia de su identidad de clase. El sistema puede gobernarse si el Sur está dividido, con naciones y nacionalidades peleando entre sí. El fundamentalismo étnico y el religioso son instrumentos perfectos para propiciar y dirigir el sistema político. Estados Unidos, como muestra el caso de Arabia Saudita y Pakistán, siempre ha apoyado el fundamentalismo islámico».
Definitivamente en el clima de desesperación de grandes masas de musulmanes –y más aún de su juventud– la salida violenta puede aparecer siempre como una tentación. En ese complejo caldo de cultivo, entonces, hunden sus raíces los movimientos integristas, y la muerte no tarde en campear: estamos así en el campo de la acción armada, en la estrategia terrorista. Pero ante ello se repite la pregunta: ¿a quién beneficia este fundamentalismo con visos violentos? ¿Es realmente ése un camino de liberación para las empobrecidas y postergadas masas musulmanas?
V
Retomando lo dicho al principio del presente artículo, la idea generada por las usinas mediáticas del poder en Occidente –con Washington a la cabeza– une fundamentalismo islámico con terrorismo, insistiendo tanto en esta prédica que, hoy por hoy, el mensaje ha terminado por instalarse. El nuevo peligro que acecha al mundo, según esta ingeniería comunicacional, ya no es el comunismo ni el narcotráfico: es el terrorismo internacional, más aún aquél de cuño islámico. Ahí aparecerá entonces la diabólica figura del nuevo ícono con ribetes hollywoodenses: Osama Bin Laden, quien en realidad fue siempre un agente de la geoestrategia de Estados Unidos, vivo o aún muerto.
En términos que no dejaron duda, quien fuera asesor de Seguridad Nacional durante la presidencia de James Carter y coautor de los ultra derechistas documentos de Santa Fe, el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinski, describió la política de su país en una entrevista con el periódico francés Le Nouvel Observateur, en 1998, admitiendo que Washington deliberadamente había fomentado el fundamentalismo islámico para tenderle una trampa a la Unión Soviética buscando que ésta entrara en guerra. «Ahora tenemos la oportunidad de darle a la URSS su propia guerra de Vietnam», aseguró. «Llenarle su patio trasero de mierda», en realidad dijo explícitamente. Cuando se le preguntó si lamentaba haber ayudado a crear un movimiento que cometía actos de terrorismo por todo el mundo, desestimó la pregunta y declaró: «¿Qué es lo más importante para la historia mundial, los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Varios musulmanes fanáticos o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?».
En realidad no estamos ante un «choque de civilizaciones» Islam-Occidente como cínicamente ha presentado en su análisis de la situación mundial el catedrático Samuel Huntington, con lo que, en definitiva, se pavimenta el camino para la supremacía militarista de Washington, autoerigido como campeón en la defensa de la paz mundial. Si hoy día el «terrorismo islámico» es el nuevo demonio (con Bin Laden, Al Qaeda o ahora el Estado Islámico como sus estrellas principales –el reparto de estrellas va variando, por supuesto–), eso no es sino un maquiavélico montaje mediático. La relación entre el imperialismo estadounidense y el terrorismo del fundamentalismo islámico es simbiótica. La llamada «guerra antiterrorista» no es más que una cubierta para la violencia militar para lograr los objetivos estratégicos mundiales de los Estados Unidos; y sólo creará más reclutas para los movimientos fundamentalistas islámicos. Y nuevos actos de terror contra objetivos estadounidenses y occidentales serán la excusa para mayor agresión por parte de los Estados Unidos en todo el mundo. Empezó con los avionazos sobre las Torres Gemelas en New York y el ataque al Pentágono en Washington, en 1991. Luego Madrid con los bombazos en la estación de Atocha, después cualquier ciudad europea… luego cualquier ciudad del mundo. El clima de terror que se va creando es exactamente un montaje cinematográfico al mejor estilo de Hitchcock. La paranoia ha invadido Occidente, y una población aterrada es lo más fácilmente manejable. Hoy día, instalado ya el terror, cualquier cosa que suene a musulmán o árabe –que no son lo mismo, por cierto– ya puede ser excusa para invadir.
VI
En la agenda de la inteligencia militar estadounidense Bin Laden o cualquiera de estos productos mediáticos obedecen a dos tipos de construcciones. Una verdadera, asociada con las redes secretas del terrorismo, y otra fabricada para consumo mediático. En la primera, se indica que su formación de soldado terrorista proviene de los sótanos de entrenamiento de la CIA. Y en la segunda, las evidencias lo señalan como un espectro fantasmal sobre el cual se montan innumerables campañas de prensa internacional. Los resultados son siempre funcionales a los intereses estratégicos de Washington. De la misma manera que lo utilizó para sus operaciones encubiertas en Asia y en Los Balcanes, ahora la CIA se vale de su imagen para fabricar psicosis terroristas que le sirven a los Estados Unidos para justificar sus nuevas invasiones militares en el rediseño planetario que está poniendo en marcha con los halcones de la Casa Blanca. La simple emisión de un documental donde aparece su figura dos días antes de las últimas elecciones donde participó George Bush hijo en Estados Unidos, sin dudas terminó de inclinar la balanza en los aterrados ciudadanos estadounidenses a favor de una propuesta de «mano dura antiterrorista»; y el plan de los republicanos y el complejo militar-industrial-petrolero pudo seguir adelante sin contratiempos.
Una vez más entonces: ¿a quién beneficia este «fundamentalismo terrorista sanguinario»? ¿Es realmente un camino de liberación para las grandes masas? ¿Apuntan a producir algún cambio real en la estructura del poder los bombazos y avionazos habidos y por venir? (porque todo hace prever que vendrán más. Ahora se decapitan periodistas ante una cámara de video. ¿Qué seguirá mañana?).
Una de las actuales super-estrellas de la función (del nuevo demonio llamado terrorismo islámico) es la red Al Qaeda, y su ahora desaparecido líder, el –según se dice– ex agente del servicio secreto de los Estados Unidos Osama Bin Laden. Investigaciones realizadas por el FBI y el organismo antilavado Financial Crimes Enforcement Network, determinaron las conexiones del clan Bush con Salem Bin Laden (el padre de Bin Laden) y el Bank of Credit & Commerce (BBCI). La investigación reveló que los sauditas estaban utilizando al BCCI para realizar lavado de dinero, tráfico de armas y canalización de los fondos para las operaciones encubiertas de la CIA en Asia y Centroamérica, además de manejar los sobornos a gobiernos y de administrar los fondos de varios grupos terroristas islámicos. El ahora desaparecido jefe de Al Qaeda (de quien, curiosamente, no se sabe dónde fue a parar su cadáver) es un ejemplo arquetípico de ese proceso de laboratorio de las nuevas puestas en escena mediáticas. Hijo de millonarios, educado en el selecto colegio Le Rosey, en Suiza, su juventud fue la de un play-boy del jet set, en medio de lujos y escándalos en las capitales occidentales y en Arabia Saudita, pasando a ser posteriormente el referente de Washington en la nueva estrategia de manipulación de los fundamentalismos, jugando luego un papel clave en la avanzada anticomunista en Afganistán. Evidentemente el engendro dio resultado: la Unión Soviética encontró su Vietnam. Y hoy día el papel que sigue jugando es absolutamente funcional a la nueva estrategia del completo militar-industrial y las petroleras estadounidenses: un monstruo feroz y ávido de sangre amenaza Occidente (¿puede haber sido posible que con miles de soldados buscándolo por todos lados no apareciera?), amenazaba a la civilización humana, a la especie toda. Ahí está Bin Laden, Al Qaeda o cualquier grupo islámico fundamentalista poniendo bombas por todos lados, ahí están esos fanáticos fundamentalistas musulmanes constituyéndose en enemigos de la humanidad, y ahí están las fuerzas armadas del gran país teniendo la justificación universal para su proyecto de defensa planetaria. El miedo está instalado; ahora hay que perpetuarlo.
Enrique Muñoz Gamarra lo pinta de cuerpo entero: «Uno de los objetivos de la nueva ofensiva fascista estadounidense iniciada a finales de 2010 llamada como «Primavera Árabe» habría sido la imposición de un líder que ya en el caso de la ofensiva iraquí se ha hecho muy claro, es decir, el sobre-dimensionamiento del agente de la CIA, Abu Bakr al-Baghdadi, como jefe del grupo terrorista llamada Emirato Islámico en Irak y Siria (EIIS) ahora denominado Estado Islámico. Y junto a esta organización criminal están también las siguientes organizaciones paramilitares fascistas: el llamado Muyahidín Jalq (MKO) (Organización paramilitar de Irán que luego estuvo asentado en Iraq), al-Nusra, Brigadas de Abdulá Azzam (Líbano), Muyahidines del Pueblo (organización paramilitar iraní de oposición), etc. En la actualidad la ofensiva militarista fascista estadounidense en Siria y Ucrania es muy fuerte. Ciertamente los grupos paramilitares son muy protagónicos. En concreto se puede decir, hasta cierto punto, que son determinantes en esta ofensiva. En concreto, como hemos dicho en un artículo anterior (Irak y la patraña estadounidense contra Siria) el operativo en Irak es para intervenir en Siria. Esto se hizo muy claro al oír las declaraciones del general estadounidense, Martin Dempsey, jefe del Estado mayor Conjunto, que afirmó, que es imposible derrotar al Estado Islámico (EI) sin atacar su bastión en Siria. Entonces estas maquiavélicas acciones, además, los montajes de decapitaciones de seudo-periodistas estadounidenses, James Wright Foley«.
Continuando con esta bien montada campaña de atemorización universal, puede leerse que «Debemos ser honestos con nosotros mismos y con el pueblo norteamericano acerca del mundo en que vivimos», según dijo George Tenet, ex director de la CIA. «Un éxito completo contra esa amenaza es imposible. Algunos atacantes alcanzarán sus fines, a pesar de nuestros decididos esfuerzos y las defensas que establezcamos». Vivimos en alerta, asustados. El único camino, entonces, es terminar con esta fiera feroz que acecha de continuo. ¡Gracias Estados Unidos por defendernos!
Valga agregar que con la estructura económico-social que presenta nuestra aldea global –no muy justa, por cierto– actualmente se dan a nivel planetario 6.000 muertes diarias por diarrea, 11.000 muertes diarias por hambre, 3.800 personas mueren a diario por la infección de VIH/SIDA, mientras que cada día 150 fallecen por consumo de drogas y otros 720 seres humanos mueren por accidentes automovilísticos, en tanto que el siempre mal definido «terrorismo» produce, en promedio, 11 muertos diarios. Aún a riesgo de ser reiterativos: ¿quién se beneficia de este despertar fundamentalista musulmán? ¿Algún musulmán quizá? ¿Algún ciudadano de a pie de alguna parte del mundo?
Todo indicaría, así las cosas, que esta «religiosidad» en juego en el mundo musulmán, lo que menos tiene es, justamente, religión. Y para terminar, un dato curioso, nada desdeñable: «casualmente» este despertar fundamentalista que hay que reprimir antes que ataque con la estrategia de «guerras preventivas» que inauguró el Pentágono durante la administración de Bush hijo, se da en países donde –¡vaya coincidencia!– hay petróleo y gas.