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22 de Agosto 2014.-Mujica no pedía que lo dejaran libre, cosa que le parecía imposible o muy lejana. Pedía que le sacaran el alambre con el que los militares le habían atado las manos detrás de la espalda
¿Cuándo me van a soltar?”, preguntaba José Mujica en esos días en los que ya no aguantaba más. “Estamos procesando su pedido”, le contestaba el soldado a cargo de su custodia.
Corría la década de los 70 y lo que pedía el tupamaro Mujica no era que lo dejaran libre, cosa que le parecía imposible o muy lejana. Pedía que le sacaran el alambre con el que los militares le habían atado las manos detrás de la espalda en su calabozo del Batallón de Infantería 11 de la ciudad de Minas.
Alambre que durante meses le torturaron la carne hasta que la sangre se le volvía costra, según narró Mujica a medio local mientras se tomaba una cerveza y comía una pizza en el bar El Ombú de la capital serrana.
Pepe Mujica volvió ayer a visitar aquella pequeña celda y entró en el cuartel mientras el comandante a cargo y una fila de soldados le hacían la venia de bienvenida.
Cuarenta años atrás lo habían arrastrado de prepo a ese calabozo que ahora, en el recuerdo, se le antoja el mismo de otrora. “Está igual que antes. Acá lloré el día en que, por el barullo que metían los soldados, me enteré de que había caído Saigón (liberada el 30 de abril de 1975 a manos del Frente Nacional de Liberación de Vietnam)”, dijo el presidente quien estuvo preso durante casi 15 años en distintas cárceles del país por pertenecer al Movimiento de Liberación Nacional (MLN).
“La sala donde tenían la televisión estaba al lado de la enfermería a donde me habían llevado. Me acuerdo clarito del escándalo de los soldados por lo que había pasado en Vietnam. Era una época en la que me rotaban cada seis meses entre calabozos de Lavalleja, Rocha y Treinta y Tres”, explicó Mujica a El Observador.
La visita de Mujica a su antigua cárcel no fue programada con demasiada anticipación. Viajó hacia Lavalleja para inaugurar una planta de ANCAP y, como si tuviera la misma importancia una galleta que el recuerdo de la ausencia de libertad, aprovechó para visitar una fábrica de alfajores que le gustan mucho y, después, se dio una vuelta por la vieja prisión. Cuando Mujica le preguntó al comandante del cuartel cuántos años tenía al principio de los 70, le contestó que ni siquiera había nacido. “Yo soy un degenerado si pretendo cobrarle las deudas del pasado a militares como él”, manifestó Mujica. “¿Qué sentí (al volver)? Yo qué sé. Tengo epidermis de cocodrilo”, le dijo a El Observador.
Y sostuvo que con decir “gracias a la vida” alcanza para explicar la peripecia que, con el correr de los años, modificó su vida de tal modo que lo convirtió de preso casi condenado a muerte, a Presidente de la República para el que un alfajor merece el mismo tiempo que un mal recuerdo.