Ollantay Itzamná
Desde 1994, por decisión de la ONU, cada 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Gobiernos, ONGs y entidades de cooperación internacional organizan conferencias, foros, ceremonias folclóricas, etc. para debatir sobre la realidad y los derechos de “nuestros” pueblos indígenas sin la presencia de dichos pueblos. Imagino similares debates efusivos, hace cinco siglos, entre Sepúlveda y Montesinos, sobre el mismo tema, en ausencia de los “no humanos”.
¿Qué cambió para nosotros a 522 años de 1492?
Hace cinco siglos atrás nos derrotaron, pero no nos vencieron. Muestra de ello, hoy, nuestras banderas compartidas en defensa de nuestra única Madre Tierra se convierten en idearios cada vez más universalizantes, mientras ellos se autodestruyen atrapados en su lógica de sangre insaciable.
Quienes alardearon superioridad civilizatoria (con su teología y su filosofía), ahora, se enfrascan nuevamente, en una guerra permanente, sedientos por el petróleo, el control de la industria militar/criminal y el narcotráfico. Mientras, la inteligencia y el espíritu humano contemplan los destellos de las filosofías y las espiritualidades integrales de los pueblos indígenas, guardianes de la Vida. El Sur, dinamizado por sujetos colectivos indígenas, ahora, se convierte en un faro innegable para el sistema-mundo-occidental sumido en la oscuridad radiante.
Ahora, nosotros/as tenemos la palabra. Somos capaces de nadar simultáneamente en diferentes ríos, y en diferentes direcciones sin humillar, ni competir con nadie. No necesitamos ser reconocidos como “letrados”, “pensantes” o “intelectuales” para entender, explicar y transformar-cuidar el mundo. Sabemos lo que no queremos. Sabemos lo que queremos y cómo lo queremos, sin cerrarnos a las diferencias fecundas.
Los bicentenarios estados republicanos, nuestros peores enemigos encubiertos
Nuestros abuelos/as, luego de la derrota, sobrevivieron en “mejores” condiciones que nosotros/as. Ellos/as tenían tierras comunales para cultivar (aunque mucho de ello iba para el quinto real), ríos y bosques de dónde extraer sus alimentos. Nosotros, en nombre del desarrollo de los desarrollados, nos encontramos en situación límite: sin tierra, sin bosques, sin ríos. Empujados a la inevitable disyuntiva de: ¡O luchamos, o seremos un recuerdo fotográfico!
Para nuestros abuelos/as el enemigo estaba bien identificado: la Corona invasora, con sus agentes militares, religiosos y políticos. Para muchos de nosotros, el enemigo se vuelve difuso. Desde México hasta La Patagonia nos encontramos en resistencia casi permanente en contra de empresas multinacionales neo extractivistas que matan nuestros territorios. Pero, ¿son los principales enemigos nuestros?
Los estados naciones que sobrevinieron a la Colonia fueron y son más letales que la misma Colonia. El Estado nación es nuestro principal enemigo. No sólo porque saqueó nuestros bienes, y, ahora, entrega nuestro presente y futuro a las empresas multinacionales, sino porque, con sus mecanismos de dominación-colonización, nos ha hecho creer su bondad para con nosotros. Al límite de aceptarlo como nuestro garante de derechos. ¡No es verdad que el Estado racista, machista, clasista, especista y etnofágico sea el garante de nuestros derechos! No lo es. Lo que hicieron en la Colonia fue ilegal e inmoral, pero lo que los estados naciones hicieron y hacen con nosotros es legalizado por ellos y legitimado con su democracia de ellos.
Lo más indignante no es que creemos sin pensar en la existencia de los estados como nuestros estados, sino que actuamos según las categorías y configuraciones mentales del nacionalismo metodológico. No hay mayor vergüenza que un indígena patriota defendiendo la patria de su patrón. “Mexicanos” mayas tratando de extranjero a mayas “guatemaltecos”. O quechuas “peruanos” despreciando a quechuas “bolivianos”, sólo porque el patrón les puso la marca de peruano o boliviano a uno y a otro (como si fuésemos sus vacunos)
Por esto y mucho más, nuestra tarea fundamental es repensar los estados naciones racistas que nos saquean para enriquecer a unos pocos de ellos. Los pueblos indígenas, en estos casi dos siglos de repúblicas, hemos sobrevivido en contra de la voluntad de los estados nacionales. Por eso, cada vez que exigimos dignidad y autodeterminación, nos tildan directamente como enemigos internos de los estados, y nos reprimen en consecuencia. Con este tipo de estados, podremos expulsar a las transnacionales de nuestros territorios, pero los estados racistas seguirán legalizando y entregando nuestro destino a otros monstruos habitados por la avaricia y el dólar.
¿Estamos condenados a ser catalogados eternamente como enemigos internos de los estados?
El reconocimiento internacional de los derechos colectivos de los pueblos indígenas es un avance. Pero, no debemos distraernos en eso de “que nos reconozca”. Estados racistas como el de Guatemala o Perú, con poblaciones mayoritariamente indígenas, ratificaron hace como dos décadas atrás, el Convenio 169° de la OIT sobre los derechos de los pueblos indígenas. Pero, ¿existen políticas públicas institucionalizadas que promuevan los derechos de pueblos en dichos países? ¿Reconocen la autodeterminación de los pueblos indígenas? ¿Reorganizaron la geopolítica interna de los países restituyendo los territorios de los pueblos indígenas?
Estas dos décadas de los derechos de los pueblos indígenas, establecido por la ONU, sirvió para la retórica jurídica sobre los derechos colectivos. Pero, en los hechos, no existen avances reales en la implementación de mecanismos garantes de dichos derechos. ¿Por qué? Porque si lo hacen, los estados racistas se diluyen y mueren sin la servidumbre indígena encubierta.
En el mejor de los casos, los estados racistas reconocieron los derechos culturales de los pueblos con la finalidad de agenciarse dólares de la cooperación internacional, o promover la etnofóbica industria del turismo. Pero, en el momento en que los pueblos indígenas defienden sus territorios, o defienden las cuencas hídricas, bosques o playas, son declarados terroristas, enemigos internos de los estados. Y, soportan todo el peso de la industria represor estatal.
Para nosotros/as hijos/as de la Madre Tierra, herederos/as de las alas de la libertad y la itinerancia, no queda más camino que sospechar de los estados racistas, eugenésicos. Tenemos que hacer el camino hacia adentro para desprendernos de las fijaciones estatales y de las construcciones psicológicas, y el camino hacia afuera para reconstruir nuestros territorios. Hasta ahora, sin territorio y con abundante Biblia, hemos podido subsistir. Pero, ¿será que sobreviviremos sin territorio, sin agua, sin bosques, creyentes de la buena voluntad de los Estados racistas?