Carlos Fazio
CEPRID / Socialismo 21

 

La conjura de los medios de difusión masiva, como instrumentos para la injerencia y la guerra subversiva de Estados Unidos contra el gobierno legítimo de Nicolás Maduro y el pueblo venezolano forma parte de una dominación de espectro completo.

Como parte de una guerra de ocupación integral de los países de Nuestra América, la intervención estadunidense en curso en Venezuela responde a nuevas concepciones del Pentágono sobre la definición de enemigos (lo que incluye guerras contra no-Estados o contra enemigos asimétricos, no convencionales o irregulares, verbigracia, el terrorista, el populista radical, el traficante de drogas), que podrían actuar en Estados fallidos o ser patrocinados por Estados delincuentes según la siempre arrogante terminología utilizada por el hegemón del sistema capitalista mundial. Lo que ha derivado en las guerras asimétricas de nuestros días, que no se circunscriben a las reglas establecidas en los códigos internacionales y evaden las restricciones fronterizas de los Estados.[1]

La continuada intentona estadounidense para la ocupación integral de Venezuela, vía el golpe de Estado, la desestabilización económica, el desabastecimiento de productos de primera necesidad (entre ellos alimentos y medicinas), la generación del caos y una violencia fratricida, el magnicidio, el secesionismo, el paramilitarismo, el mercenarismo y el terrorismo mediático, forma parte de una “dominación de espectro completo”, noción diseñada por el Pentágono antes del 11 de septiembre de 2001,[2] que abarca una política combinada donde lo militar, lo político, lo económico, lo mediático y lo cultural tienen objetivos comunes y complementarios.

Dado que el espectro es geográfico, espacial, social y cultural, para imponer la dominación se necesita manufacturar el consentimiento. Esto es, colocar en la sociedad sentidos “comunes”, que de tanto repetirse se incorporan al imaginario colectivo e introducen, como única, la visión del mundo del poder hegemónico. Eso implica la formación y manipulación de una “opinión pública” legitimadora del modelo. Ergo, masas conformistas que acepten de manera acrítica y pasiva a la autoridad y la jerarquía social, para el mantenimiento y la reproducción del orden establecido.

Como plantea Noam Chomsky, para la fabricación del consenso resultan clave las imágenes y la narrativa de los medios de difusión masiva, con sus mitos, medias verdades, mentiras y falsedades.[3] Apelando a la sicología y otras herramientas, a través de los medios se construye la imagen del poder (con su lógica de aplastamiento de las cosmovisiones, la memoria histórica y las utopías), y se imponen a la sociedad la cultura del miedo y la cultura de la delación. O de otra manera, la fabricación social del miedo, que incluye la manufacturización de enemigos internos. Verbigracia, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, aquí en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Andrés Manuel López Obrador y el EZLN en México.

La fabricación de imaginarios colectivos busca, además, facilitar la intervención-ocupación de Washington con base en el socorrido discurso propagandístico de la “seguridad nacional” estadounidense y/o la “seguridad hemisférica” y otras argucias como la mentada democracia y la defensa de los derechos humanos.Debido a que desde hace más de medio siglo los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca se abrogan el derecho de intervenir en cualquier parte del mundo, para justificar la extraterritorialidad de sus operaciones de contrainsurgencia, los actuales estrategas del Pentágono utilizan una entelequia jurídica denominada “nación huésped”, cuyo gobierno “invita” a Estados Unidos a intervenir en su territorio en contra de su propio pueblo. Verbigracia, para citar un caso cercano, el México de Felipe Calderón. O fabrica, financia y arma a una disidencia interna, para que a través de una violencia caótica planificada, sectores de la llamada “sociedad civil” llamen a una intervención, como ocurre en Venezuela y Cuba.

Pero debido a que la nueva modalidad guerrera del Pentágono es contra “enemigos irregulares” o “asimétricos”, no contra ejércitos profesionales, los manuales del Pentágono incluyen una serie de aspectos y tareas “no militares” que debe incluir la contrainsurgencia en su fase actual. Entre ellos, materias complejas como la gobernanza, el desarrollo económico, la administración pública y el imperio de la ley, todo lo cual se combina con las formas más conocidas de la “guerra interna”, es decir, las acciones militares directas o encubiertas, la guerra psicológica, la guerra sucia, la acción cívica, el control de población, el paramilitarismo, el mercenarismo y el uso de la economía, de los medios de difusión masiva y las redes de Internet como armas de guerra. Otros aspectos clave de esa guerra integral son las labores de inteligencia y el análisis y aprendizaje de la sociedad, su forma de gobierno, las fuerzas coercitivas del Estado, las instituciones, los grupos étnicos en el país, la cultura, el lenguaje, las percepciones, valores, redes, creencias de la población, para lo cual se recurre a expertos en antropología, economía y ciencias políticas, quienes juegan un papel importante en lo que técnicamente se conoce como “Preparación de Inteligencia del Campo de Batalla”.

Todo ello busca conocer el apoyo o tolerancia de la población hacia un gobernante, dirigente político o grupo guerrillero, sus capacidades y vulnerabilidades, sus tácticas y estrategias y sus formas de organización. Cada dirigente es motivo de un escrutinio detallado, que incluye su historia personal, trayectoria, creencias, ideología, temperamento, educación y un largo etcétera.

Para recabar información se utilizan todos los tipos de inteligencia: humana (que incluye la obtención de datos de políticos, empresarios, militares, policías, contratistas, académicos, periodistas y altos funcionarios del gobierno pelele o a desestabilizar); la inteligencia militar; el interrogatorio a detenidos y desertores, muchas veces a través de la tortura; la escucha telefónica y el espionaje de las redes de Internet, como quedó evidenciado con las revelaciones de Edward Snowden en torno al papel de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), a lo que se suman las formas rutinarias de obtención de información, vía el reconocimiento y la vigilancia, sensores, cámaras, inteligencia espacial, análisis de archivos de propiedad, financieros, del contenido de celulares y computadoras.

Mencionábamos antes la importancia que el Pentágono da a la lucha ideológica en el campo de la información y al papel de los medios de difusión masiva como arma estratégica y política. En ese contexto es clave la fabricación de una determinada percepción de la población, que como nos decía ayer Luis Britto, pasa aquí en Venezuela por generar una sensación de inseguridad que no obedece a la realidad concreta y, otro tema sensible, el desabastecimiento, de lo cual se acusa al gobierno, cuando es provocada por quienes siguen controlando la economía, en particular, en las áreas de la alimentación y otros productos básicos.

Como señala un manual reciente del Pentágono, “las guerras modernas tienen lugar en espacios más allá de simplemente los elementos físicos del campo de batalla. Uno de los más importantes son los medios, en los cuales (…) la ‘batalla de la narrativa’ ocurrirá. Nuestros enemigos han reconocido que la percepción es tan importante para su éxito como el evento mismo (…) Al final del día, la percepción de qué ocurrió importa más, que lo que pasó realmente. Dominar la narrativa de cualquier operación, ya sea militar o de otro tipo, paga enormes dividendos. Fracasos en el terreno, mina el apoyo para nuestras políticas y operaciones, y actualmente pueden dañar la reputación del país y su posición en el mundo”.

La anterior tiene que ver con la información, con los medios, los periodistas y las redes virtuales. Al respecto, las redes sociales son otro campo de batalla, que como decían ayer William Castillo y Rosa Miriam Elizalde, son también objetivos de la guerra cibernética del Pentágono; cada internauta, millones de ciudadanos de a pie en el mundo entero, son hoy un blanco fácil de los drones, los dispositivos satelitales y toda la red de vigilancia, mentira y muerte desplegada por Washington y sus aliados de la OTAN. Es decir, a la conjura mediática se suma la guerra cibernética, que incluye las nuevas tecnologías, en la coyuntura la telefonía, para la difusión de contenidos, imágenes trucadas y noticias falsas.

Decía el Gabo García Márquez que el periodismo es el mejor oficio del mundo. Incluso, tenía la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario. En particular, el reportaje, que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión y un dominio certero del arte de escribir. Afirmaba que en realidad el reportaje “es la reconstitución minuciosa y verídica del hecho”. Es decir, “noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos”.[4]

En su tiempo, como en el mío y el de muchos periodistas y comunicadores aquí presente, no existían escuelas de periodismo. Éramos autodidactas que nos formábamos en la “fábrica” de la redacción y vivíamos con pasión insaciable el oficio de escribir noticias; como decía el Gabo, “nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia”. Pero todo eso ha cambiado. La noticia se ha convertido en una mercancía y la profesión se ha deshumanizado.

De cara a la conjura mundial de los medios de difusión masiva contra Venezuela, conviene recordar algunas normas y principios básicos del ejercicio periodístico. Máxime en momentos como la actual coyuntura, cuando la guerra mediática y cibernética impulsada por Washington contra el gobierno de Nicolás Maduro ha alejado a la información de criterios como la libertad de expresión y la independencia periodística, y se maneja como propaganda; como propaganda de guerra con total desprecio por la deontología informativa, en particular, en lo que tiene que ver con la honestidad intelectual y la objetividad de los periodistas y propietarios de medios.

Como decía el Informe MacBride de 1980, “la libertad de expresión carente de responsabilidad es un paso a la distorsión de la realidad”.[5] Cabe recordar que en 1983, al aprobar los Principios internacionales de la ética profesional del periodismo, la UNESCO reivindicó el derecho del pueblo a recibir una información verídica; a recibir una imagen objetiva de la realidad por medio de una información precisa y completa. En tanto mecanismos de percepción del mundo exterior al individuo (McLuhan) y constructores de la realidad social (Berger y Luhmann), los medios tienen como cometido servir a la sociedad con responsabilidad; servir a toda la ciudadanía. Asimismo, la UNESCO estableció el derecho del pueblo de expresarse libremente a través de los diversos medios de difusión de la cultura y la comunicación.

Otro elemento clave establecido por la UNESCO tenía que ver con la responsabilidad social del periodista frente a los que dominan los medios de comunicación y el gran público, siempre tomando en cuenta la diversidad de los intereses sociales y los valores universales del humanismo. Ergo, el periodista nunca debe hacer apología del terrorismo o estar a favor de la guerra fratricida, una carrera armamentística o instigar al magnicidio.

Por otra parte, y a diferencia de otras profesiones, el periodista tiene un compromiso ético que cumplir y también la responsabilidad y satisfacción de contribuir a la eliminación de la ignorancia, y de promover la igualdad entre todos los pueblos e individuos sin distinción de raza, sexo, religión. En definitiva, el tratamiento ético de la información por el periodista exige que sus destinatarios sean considerados como personas y no como masa.

Se parte de la base de que las noticias deben difundirse respetando el principio de veracidad y exponerse con imparcialidad y exactitud, presentando los hechos y que el lector saque sus opiniones. Dada su labor social, la obligación ética del profesional del periodismo es satisfacer el derecho de la sociedad a recibir la mayor cantidad y calidad de información. Para ello, la información debe sustentarse en fuentes creíbles y confiables, evitando la difusión de rumores falsos propios de la guerra psicológica y las acciones encubiertas, pero también la distorsión maliciosa, la difamación, la injuria, la calumnia, el libelo, las acusaciones infundadas.

Huelga recordar que ni los propietarios, ni los editores, ni los periodistas deben considerarse dueños de la información. En rigor, los medios de comunicación realizan −o deberían realizar, tratándose de países como Venezuela− una labor de mediación y de prestación del servicio de información, y sus derechos están en función de los destinatarios, es decir, de los ciudadanos.

Sin embargo, el periodismo se ejerce hoy dentro de unos medios que tienen una estructura empresarial y que en la actual fase de globalización neoliberal se han venido conformando como poderosos multimedias que cuentan con una estructura oligopólica de carácter y proyección transnacional. Esa tendencia a la concentración, la comercialización y a la transnacionalización de los medios, los hace formar parte del actual entramado económico regido por el dios mercado, en el que el poder financiero impone sus dictados.

Esos medios y sus obedientes sucursales locales se han venido configurando como una “industria del engaño” presidida por la mentira, según la expresión utilizada por el veterano periodista cubano Ernesto Vera, y mediante la desinformación y el terrorismo mediático pretenden arrancar el alma latinoamericana y bolivariana a los países de Nuestra América.

En ese contexto se ha venido acentuando la tendencia de los grandes medios privados a convertir sus contenidos, incluida la información, en mercancías, o a realizar un papel de jueces dictando sentencias paralelas y/o pretendiendo ocupar funciones de gobierno o ejercer el papel de la oposición, propio de los partidos políticos, con acciones subversivas para desestabilizar y derrocar a gobernantes surgidos del voto ciudadano en elecciones democráticas, como ocurre aquí en Venezuela.

Hoy como nunca, aquí, en Venezuela, se está evidenciando el antagonismo entre el derecho colectivo del pueblo y los grandes empresarios de la mentira organizada al servicio del imperialismo. De tener que responder al derecho del pueblo a recibir una información verídica, precisa, completa, responsable, objetiva, imparcial, ética, los dueños de los grandes medios y sus periodistas, comunicadores y conductores asalariados estarían sujetos a rendirle cuentas a la sociedad organizada y no podrían disfrutar del derecho a mentir y distorsionar los hechos, desinformando y manipulando a sus audiencias, como lo han venido haciendo en este país los últimos 15 años.

El manual TC-18-01y la subversión en Venezuela

El pasado 30 de abril, el Departamento de Estado dio a conocer su informe anual sobre países patrocinadores de terrorismo correspondiente a 2013. El documento incluyó a Venezuela y Cuba. La doble moral de la diplomacia de guerra de Barack Obama no admite la prueba del ácido. La razón es sencilla: en momentos en que se daba a conocer el informe en Washington, el Pentágono tenía más de 13 mil elementos de las Fuerzas de Operaciones Especiales (FOE) desplegados y realizando misiones subversivas y terroristas en más de 75 países. Las FOE están integradas por unidades de élite del ejército, la infantería de marina y la fuerza aérea estadunidenses, expertos en operaciones de guerra psicológica, actividades clandestinas, desestabilización, sabotaje, espionaje, ataques cibernéticos y asesinatos selectivos.

Las fuerzas FOE responden al Comando de Operaciones Especiales Conjuntas de la Secretaría de Defensa, cuyo cuartel general está en MacDill, Florida, y están adscritas al plan denominado Visión 2020. Pero el plan Visión 2020 no es únicamente militar, tiene un enfoque “multi-agencias”. Es decir, las fuerzas especiales cumplen misiones en estrecha cooperación con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), el Buró Federal de Investigación (FBI) y la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA). Y se apoyan en el Sistema del Terreno Humano −como le llama el Pentágono−, especialistas civiles en áreas de ciencias sociales y políticas, antropología, estudios regionales y lingüística, además de funcionarios, agencias gubernamentales, empresas multinacionales, think tank, centros académicos, fundaciones, organizaciones no gubernamentales e intelectuales orgánicos, que deben preparar las condiciones objetivas y subjetivas y las coartadas propagandísticas para la guerra irregular o asimétrica, y dotar de sus conocimientos a los efectivos militares antes de los despliegues en diversas regiones del orbe.

La Circular de Entrenamiento TC-18-01 de las Fuerzas de Operaciones Especiales, publicada en noviembre de 2010 bajo el título “La Guerra No Convencional (GNC)”, confirma la importancia que el comando supremo del Pentágono confiere a dichas unidades de élite. Según el documento, las FOE están capacitadas para “explotar las vulnerabilidades psicológicas, económicas y políticas de un país adversario, desarrollar y sostener las fuerzas de resistencia (o insurgencia) y cumplir objetivos estratégicos estadunidenses”. Son las únicas fuerzas específicamente designadas para ese tipo de guerra por sus capacidades para “infiltrarse en terreno enemigo”, posibilitar el “desarrollo” y “entrenamiento” de grupos subversivos al servicio de Washington y “coordinar” sus acciones al interior de países hostiles, así como para “coaccionar, alterar o derrocar a un gobierno”.

Los equipos FOE penetran en el área de operaciones, promueven una disidencia subversiva interna, entrenan a sus líderes, les proporcionan la logística necesaria y manejan el guión propagandístico desestabilizador con eje en denuncias de corrupción contra el régimen de turno, que es acusado dictatorial. Desencadenado un conflicto, el objetivo es generar un clima de malestar permanente mediante manifestaciones y protestas violentas (que son cubiertas por los conglomerados mediáticos como “acciones pacíficas”) y se promueven intrigas y rumores falsos, agitando como banderas la defensa de los derechos humanos y la libertad de prensa.

La guerra asimétrica resultó exitosa en Serbia, Ucrania y Georgia, donde, con recursos encubiertos del Pentágono y la CIA canalizados a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID), la Fundación Nacional para la Democracia (NED) y el Instituto Republicano Internacional, y el apoyo de la Open Society de Georges Soros y la Institución Albert Einstein de Gene Sharp, se produjeron las llamadas “revoluciones de colores” o “golpes suaves” de comienzos del siglo XXI.

Pese a los sucesivos afanes desestabilizadores el modelo no ha podido fructificar en Siria, Cuba y Venezuela. En abril se dio a conocer que la USAID diseñó y operó desde 2009 una red de comunicación horizontal vía Internet, ilegal y secreta, denominada ZunZuneo, para impulsar un Twitter cubano y manipular a sectores de la población con mensajes políticos, cuyos objetivos eran generar una disidencia interna y provocar acciones subversivas que llevaran a un “cambio de régimen” en la isla. Inscrita en los parámetros de la Guerra No Convencional (en su variable de guerra cibernética), para evadir las restricciones soberanas cubanas, la operación clandestina incluyó la creación de empresas de fachada en España y contó con financiamiento desde bancos en Islas Caimán. Pero la intentona por desencadenar una “primavera cubana”, fracasó.

Venezuela es otra víctima de una guerra no declarada según los cánones del manual TC-18-01. El objetivo es derrocar al gobierno legítimo de Nicolás Maduro vía un golpe de Estado o una guerra civil que abra las puertas a una “intervención humanitaria” de la OTAN y/o a la injerencia militar directa del Pentágono. La última escalada sediciosa financiada por la CIA, la USAID y la NED cobró alta visibilidad mediática en febrero, cuando partidos y movimientos extremistas de corte neonazi como Voluntad Popular, de Leopoldo López, la ONG Súmate de la desaforada legisladora María Corina Machado y Gustavo Tovar, de la ONG Humano y Libre, llamaron a “salir a la calle sin retorno”, hasta lograr la renuncia o caída del mandatario. La “rebelión de los ricos”, como la llamó el diario inglés The Guardian, fracasó, pero dejó un saldo de 41 muertos.

A manera de conclusión diría que desarrollo de potentes medios de comunicación corporativos que alcanzan centenares de millones de personas en todo el orbe; su instrumentación como parte del proceso de acumulación de ganancias económicas y poder por parte del capital local, nacional y transnacional; la influencia cultural, ideológica y política que éstos tiene en la formación de consensos entre la población son, todos ellos, factores necesarios para ejercer una reflexión crítica y pensar una ética de lucha de los comunicadores/as y periodistas que caminan al lado del pueblo y los trabajadores/as.

La ética de los comunicadores populares y periodistas que promueven los procesos de cambio hacia la justicia social, la democracia participativa y la soberanía de los pueblos, sólo puede ser una ética de lucha que mantenga la unidad a partir del pensamiento crítico; una ética que coadyuve a los procesos de organización social cuyo horizonte estratégico sea el protagonismo popular; una ética que fortalezca la identidad de clase trabajadora, necesariamente incluyente y opuesta al capital, así como una identidad cultural rica y diversa; una ética que reivindique y enseñe −he aquí un proceso educativo− que el camino que ofrece la realización plena es el propio; que la soberanía tiene siempre el costo de la confrontación contra quienes viven de nuestra dependencia y nos plantea el reto permanente de la colaboración y alianza con otros pueblos pues tiene un carácter internacionalista intrínseco.

La visión de conjunto de todo este planteamiento de ética y estrategia, llevado al terreno de Internet, exige −como en otros ámbitos de acción política− un posicionamiento crítico. No podremos alcanzar mejores condiciones de desarrollo para nuestras plataformas de difusión (y colaboración), ni ampliar sus alcances, si las hacemos dependientes de corporaciones capitalistas que concentran grandes cantidades de información de sus usuarios, hacen predicción de comportamiento social a partir de modelos de análisis de los perfiles y las relaciones que establecen sus usuarios; y en última instancia entregan los datos de su usuarios a los órganos de inteligencia del imperialismo estudanidense. ¿Cómo encarar los retos de nuestro despliegue de comunicaciones en Internet? Como señala Enrique Rosas, de la Asociación Internacional Primero de Mayo/Enlace Popular, ampliando estratégicamente nuestras capacidades en ese ámbito con decisiones correctas tendientes al aprovechamiento y apropiación de Software Libre, Hardware y Estándares abiertos y otros bienes comunes libres de restricciones por copyright y patentes, tendiendo puentes de comunicación con los grupos de desarrolladores de Software Libre y Hardware Abierto −que compartan nuestros valores y que entiendan la dimensión global de la transformación social anticapitalista− mediante procesos de colaboración y organización que den cuenta de nuestro interés y respaldo recíproco a sus propios procesos de cambio locales, ampliando la comprensión de las infraestructuras instaladas en nuestros países, instalando nuestros propios servicios (servidores) en dichas infraestructuras y fortaleciendo los equipos técnicos locales políticamente entusiastas con esta ética y cercanos al movimiento social. Termino. Como decía ayer el canciller Elías Jaua, la conjura mediática y la guerra cibernética sólo se podrán derrotar con la construcción de realidades a través del ejercicio de la política; una política humanista, que priorice al ser humano, al venezolano y la venezolana de a pie, no el interés o el cálculo; una política con eje en la dignidad y la ética. Es decir, como ha ocurrido a los largo de estos fructíferos 15 años, con la construcción y profundización de este proceso de cambio radical de las estructuras injustas de Venezuela; a partir de la conjunción de un gobierno que responde al interés de las mayorías ciudadanas en el marco de una democracia participativa de nuevo tipo y la valentía de un pueblo que ha dicho basta, y habla hoy con voz propia mientras construye su destino. Sepan que si ustedes resisten al tiempo que construyen lo nuevo por venir, están alentando a las distintas formas de resistencia que a lo largo y ancho de Nuestra América adversan al imperialismo y otean los caminos de su liberación definitiva.

Notas [1] Ver Ana Esther Ceceña, Rodrigo Yedra y David Barrios, Un continente bajo amenaza.Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, Quito, Ecuador, 2009. [2] Ibíd. [3] Ver Carlos Fazio, “La mentira del Pentágono como arma de guerra”. [4] Gabriel García Márquez, “El mejor oficio del mundo”. Palabras pronunciadas ante la 52ª. Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en Los Ángeles, Estados Unidos, el 7 de octubre de 1996. [5] Ver Un solo mundo, voces múltiples, más conocido como Informe MacBride, debido a que el coordinador del documento fue el irlandés Sean MacBride.

Intervención de Carlos Fazio en el Foro “Conjura mundial de los medios contra Venezuela”, celebrado en el Teatro Teresa Carreño, de Caracas, el 5 y 6 de junio de 2014. Tema IV: Redes populares frente al Terrorismo Mediático.