Silvia Font

Eldiario.es

 

Sarah Harrison. Foto: Deutsche Welle

20 de julio 2014.- Sarah Harrison, periodista de investigación en Wikileaks, fue una de las acompañantes de Edward Snowden en su vuelo de Hong Kong a Moscú en junio de 2013. Una vez en la capital rusa, pasó 39 días con él en la zona de tránsito del aeropuerto, asistiéndole en el proceso legal de solicitud de asilo a diversos países.

 

Tras conseguir el asilo temporal en el país ruso permaneció con el exempleado de la CIA y la NSA durante otros tres meses. Este contacto con el protagonista del Cablegate y su trabajo dentro de la perseguida plataforma de filtración de documentos, le han convertido en uno de los múltiples objetivos de lo que ella misma denomina el “poder incalculable” de un enorme “entramado global de inteligencia, diplomático y militar”, creado por Estados Unidos y sus aliados con el fin de ver y controlarlo todo.

Ciberespionaje, escuchas telefónicas indiscriminadas, intervenciones de cables diplomáticos… “Wikileaks ha hecho mucho por exponer este sistema de control globalizado” y por ello Estados Unidos va con “todo su poder” tras ellos, explica Harrison durante su intervención en el Global Media Forum organizado por la cadena pública alemana Deutsche Welle y celebrado en Bonn. Y sobre todo a exponerlo de una forma en la que el poder de decisión sobre la historia no reside únicamente en un periodista sino en el público.

“Algunas de las mejores historias de Wikileaks han salido del propio público, consultando ellos mismos los documentos publicados e incluso utilizándolos en sus propias causas legales en ocasiones. Precisamente, la capacidad de dar poder a la gente y el hecho de no poder negar la verdad es lo que más les aterra”. 

Y en su empeño por controlar estas incontrolables fuentes de información, Estados Unidos no duda en tomar “múltiples y extraordinarias medidas, como reunir a sus aliados europeos y obligar al avión del presidente de un país a aterrizar violando leyes internacionales. Han iniciado un bloqueo financiero contra nosotros –se han descubierto conversaciones de Mastercard con el FBI— y de repente ya nadie puede hacernos donaciones, mientras por ejemplo se puede seguir donando al Ku Klux Klan. Así que sí, debemos ser peligrosos”, ironiza.

Asimismo, denuncia la desprotección y el trato represivo que sufre Wikileaks con respecto a otros medios de comunicación: retenciones de sus colaboradores en los aeropuertos, causas judiciales abiertas…  “Lo que hacemos no es intrínsecamente nada distinto a lo que hace cualquier otro medio de comunicación, por lo tanto deberían protegernos las mismas leyes de prensa que al resto”.

“Son ellos los que han convertido esto en una batalla, movilizando y tomando acciones fuera de la ley para acabar con nosotros, pero seguimos adelante, la guerra no está perdida” añade. “En Wikileaks solemos bromear con que si algún compañero nuestro tiene alguna causa judicial a cuenta de su trabajo, puede que haya bastante probabilidad de que sea un buen periodista”. Pero realmente, no es una broma. “Todos los periodistas deberían ser igual, porque cuando enfadas mucho al poder, es cuando te ataca. Es entonces cuando sabes que realmente estás destapando los secretos que quieren mantener ocultos”, reivindica.

Denunciamos que han matado a decenas de miles de inocentes, ¿y somos nosotros los que tenemos manchadas las manos de sangre?

 

Para Harrison una de las cosas que está haciendo más daño a su organización es la retórica creada desde los aparatos de poder, que han llevado la batalla contra Wikileaks al terreno del lenguaje. “Nos tachan de ciberterroristas, de ilegales, por publicar la verdad sobre sus actuaciones ilegales. Es su intento de darle ‘la vuelta a la tortilla’ y establecer ellos mismos el encuadre de la historia”.

Lo mismo sucede con el término de “seguridad nacional” ampliamente utilizado desde la aparición de los documentos de la NSA. “El término en sí significa proteger la estabilidad de tu país dentro de tus fronteras, por tanto no hay razón para vigilar a todo un país o invadir todo un país. Lo que hacen es utilizarlo como término universal para asustar a la gente evitando que publiquen la verdad y permitiéndoles tapar sus propios actos ilegales”, y recuerda como en pro de esta seguridad nacional, la agencia de seguridad nacional britanica irrumpió el pasado agosto en la redacción del diario estadounidense The Guardian y destruyó discos duros y documentación, en un “extraordinario acto contra la libertad de prensa”. “Y eso pasó en un país occidental, pero era por la seguridad nacional”.

Pero su estrategia favorita es la de “etiquetar a la gente”, como cuando llaman a Assange y Snowden “traidores” continúa Harrison. “Conozco a Snowden y entiendo por qué hizo lo que hizo. Lo que hizo fue en sí un acto totalmente patriótico. Su propio Gobierno estaba violando la Constitución y él fue quien, de hecho, mantuvo su juramento a la Constitución y mostró a los ciudadanos estadounidenses lo que estaba sucediendo. Y aún así el Gobierno lo llama traidor”.

Según Harrison, los políticos estadounidenses, con el apoyo de los grandes medios de comunicación, han conseguido llegar muy lejos en su intento de demonización. “Con la publicación de los diarios de guerra exponemos decenas de miles de muertes en sus manos, pero somos nosotros los que tenemos las manos manchadas de sangre. Es extraordinario”. Y consiguen salirse con la suya porque “la gente aún no lo entiende”, que éste es su juego, en el que «emplean mucho dinero”.

La periodista británica no duda en defender los métodos utilizados por Wikileaks, cuyas filtraciones “han ayudado a detener guerras, a la gente en sus juicios y a empezar una revolución”. En este sentido, trabajan “bajo el principio de que todo será publicado, aunque luego tengamos en consideración algo que ha de ser preservado”, de hecho reconoce que con los primeros documentos, con los diarios de guerra de Afganistán e Irak, recibieron muchas presiones por parte de sus medios colaboradores para que no los publicaran totalmente sin editar.

“Cometimos un error al editar demasiado los diarios de Irak, prácticamente se convirtieron en ilegibles. Así que aprendimos la lección de que el discurso del Gobierno de Estados Unidos sobre la seguridad nacional es una estafa y que nada resultó afectado. Los siguientes documentos han sido publicados prácticamente sin editar”.

Es la propia esencia de Wikileaks, “no se trata simplemente de publicar un titular hoy, sino de que la historia completa de esos documentos permanezca accessible por muchos años”. Y reivindica el papel de la plataforma como impulsora, en cierta medida, de una nueva forma de consumo de información en la que los ciudadanos quieren conocer la historia completa. “Creo que se ha producido un efecto bola de nieve con Snowden, los whistleblowers… He estado trabajando con algunas de las personas que fueron los primeros en publicar los documentos de la NSA, como por ejemplo el semanario alemán Der Spiegel, y tuvimos que convencerles para que publicaran el documento completo. Y no creo que lo hubieran hecho si Wikileaks no hubiera de alguna forma normalizado el hecho de que el público ahora espere poder tener acceso a los documentos además de la historia periodística”.

Compañera de huida de Snowden

Pero esta labor pública tiene consecuencias personales. La propia periodista británica vive cada día las consecuencias de ser una de estas profesionales, desde hace nueve meses vive en Berlín sin poder regresar a su hogar. “Reino Unido mantiene abierta una investigación sobre todas las personas relacionadas con Snowden, y además trabajo para Wikileaks, así que hay un interés por parte de Reino Unido y Estados Unidos”.

Reino Unido posee una ley “bastante singular“ que es en realidad el problema para Harrison. La Ley Antiterrorista incluye un apartado denominado ‘Schedule 7’, que de hecho está siendo debatida ahora mismo en el Parlamento después de que David Miranda –pareja del experiodista The Guardian, Glenn Greenwald– fuera arrestado en el aeropuerto de Heathrow durante horas y se confiscaran todos sus dispositivos electrónicos antes de ser puesto en libertad. El citado artículo permite a las autoridades detener a personas en las fronteras mientras transitan por el país, y obliga, entre otras cosas, a los interrogados a responder a sus preguntas, sin preservar su derecho a no declarar.

“Por mi trabajo y lo que respecta a la protección de fuentes, hay grandes probabilidades de que muchas de las preguntas que me hagan no las vaya a contestar, y estaría cometiendo un crimen. Así que el asesoramiento legal que tengo es no entrar en el Reino Unido, por el momento”.

Efectivamente, todo cambió el día que se subió a un avión con Edward Snowden, convirtiéndose en una de las pocas personas que compartió con él las horas de huida siguientes a la explosión del caso en la prensa mundial. En una entrevista concedida en exclusiva al programa estadounidense Democracy Now durante su paso por Bonn, Harrison explica que fue el mismo Snowden quien acudió a los miembros de Wikileaks para pedir ayuda, por la experiencia propia al estar siendo perseguidos por el Gobierno estadounidense y por las conexiones diplomáticas y legales que tienen en todo el mundo. En concreto Harrison tenía muchos contactos en Hong Kong, donde había estado en numerosas ocasiones, lo que le permitía “actuar conociendo la ciudad mejor que otros”.

Así es como la joven periodista británica conoció a Snowden en persona por primera vez en el hotel donde se encontraba junto a Laura Poitras y Glenn Greenwald, los dos periodistas estadounidenses escogidos para revelar la histórica exclusiva al mundo, y acabó en un avión con uno de los hombres más buscados del planeta.

En esas primeras horas trabajaron principalmente en “las opciones legales para negociar su capacidad para salir del país y asegurarnos de que tendría la mayor probabilidad de asilo y una vía segura a otros puntos del mundo”. El riesgo era evidente ya que cuando Snowden salió de Estados Unidos, el gobierno interpuso una orden de extradición sobre él, lo cual requiere un proceso en los juzgados para ser aprobado o denegado, pero ellos despegaron antes de que el sistema judicial de Hong Kong tramitase la orden, de modo que “no hubo ninguna ilegalidad en su salida del país”, aclara la periodista. De haberse producido una detención Snowden podría haber tenido que pasar una larga temporada en una cárcel hongkonesa hasta que se tramitase la solicitud de asilo en el país, donde estos procesos suelen durar años.

El viaje planeado continuaba rumbo a Ecuador, donde “se mostraron abiertos con respecto a concederle el asilo”. “La razón por la decidimos ir vía Rusia fue porque, obviamente, necesitábamos una ruta segura a Latinoamérica, y desde Hong Kong no hay un vuelo directo. Normalmente los vuelos a Latinoamérica pasan por Estados Unidos o Europa Occidental, lo cual no era obviamente una opción, de ahí que pensáramos en esa ruta aparentemente extraña vía Rusia y Cuba hacia América Latina”, concretamente a Ecuador, quien como ya hiciera con Julian Assange, se había mostrado a favor de la concesión de asilo político.

Por lo tanto, Moscú, la actual residencia del informador, no era el destino planeado. Sin embargo el anuncio público por parte de Estados Unidos de la cancelación de su pasaporte cuando se encontraban en pleno vuelo, prácticamente les dejo encallados en Rusia, ya que desde ese momento Snowden carecía de documentación válida para viajar. Y en ese aeropuerto permanecieron más de un mes.

“No teníamos visado –el cual no se necesita si la estancia en el aeropuerto es inferior a 24 horas— para permanecer en Rusia, así que pasamos los 39 días intentando conseguir asilo en varios lugares del mundo” sin éxito, siendo las peticiones denegadas o incluso ignoradas en la mayoría de los casos. Solo América Latina mostraba más apoyo pero “llegados a ese punto era físicamente imposible llegar a salvo hasta allí, por eso pidió el asilo temporal” concluye Harrison. Por lo que puede decirse que, sí, fue gracias a Harrison, con el apoyo de Assange desde su asilo en la embajada ecuatoriana de Londres, quienes hicieron posible el salvoconducto del exoficial de inteligencia.

El futuro de Snowden es por el momento incierto. Hace unos días presentó una solicitud de extensión de asilo en Rusia. Aunque obviamente “le encantaría poder volver a casa, eso no va a pasar en mucho tiempo. Y le gustaría poder viajar, pero desafortunadamente la realidad es que la mayoría de los países no pueden hacer frente a las presiones que recibirían”. Aún así, Harrison se muestra esperanzada en que Rusia le conceda la renovación de asilo, “si no, no sé qué pasará con él”.