Carlos Montes

 

Es impactante saber que Rusia acaba de condonar el 90% de los 35.000 de dólares que Cuba contrajo con el gigante siberiano y que el 10% restante será invertido en proyectos productivos en la isla caribeña: un hecho justo y noble de parte del Estado ruso y de su gobierno liderado por el presidente Vladimir Putin.

 

Este sin dudas ha sido un premio a la larga lucha que el gobierno y pueblo cubanos han mantenido durante más de 50 años con el feroz y genocida imperialismo yanqui quien mantiene un cruel bloqueo económico y financiero sobre el pequeño pero gigante país del Caribe guiado por Fidel y Raúl Rastro.

 

Como contracara de esta coherencia histórica, ideológica, política y cultural, vemos en el otro extremo de los países denominados “progresistas” al gobierno socialdemócrata peronista de Cristina Fernández, quien viene zigzagueando desde el comienzo del kirchnerismo (y ultimamente derrapando) entre llamativos acuerdos con empresas norteamericanas y canadienses expresadas en Monsanto, Barrick Gold y Chevron como las tres empresas depredadoras de los recursos energéticos y alimentarios de la Argentina pero con quienes Cristina ha decidido hacer extraordinarios acuerdos económicos de dudoso beneficios para el país tanto geopolíticamente como económica y ambientalmente. Cada tanto la presidenta relata una imaginaria integración económica (aunque si entre empresas transnacionales) y realiza algunos acuerdos con países que requieren alimentos como la hermana República Bolivariana de Venezuela, pero dándole los negocios a grandes empresas -inclusive norteamericanas- como ya ha sucedido o de dudoso origen y solidez.

 

Así, luego de negociar con estos pulpos transnacionales, unos pocos fondos de inversión buitres parecen haber puesto en vilo a la tercer economía de Latinoamérica con solo un juez de la corte de Nueva York y algunos lobbistas de Wall Street, quienes llevaron al gobierno argentino a pergeñar una estrategia malvinezca para acumular adhesiones ante un estado potencial de “Default” que ponga en riesgo la evidente frágil economía argentina.

 

El país de la soja y el dulce de leche, se ve obligado (contrariamente al caso ruso-cubano) a pagar cada vez más deuda a medida que va cancelando año tras año sus compromisos con acreedores externos en una especie de bola de nieve perversa que ya lleva unos 170.000 millones de dólares saqueados al pueblo argentino en nombre de un sistema económico difícil de describir sino como depredador, rapaz y colonial.

 

A pesar de estos hechos reales, Cristina Fernández se ha mostrado demasiado contemplativa con los emisarios del imperio y sus corporaciones, de quienes solo ha encontrado supuestas inversiones en algunas ramas de la industria pero una segura fuga de miles de millones de dólares (unos 80.000) en varias corridas bancarias y fuga de capitales hacia los Estados Unidos y paraísos fiscales.

 

Cristina y su socialdemocracia peronista está pagando su ambigua política exterior y sus alianzas con las empresas aliadas en American Chamber o el Consejo de las Américas, lejos de la Cuba de Fidel y la Rusia de Putin: ellos bien lo saben.