Alice Socorro Peña Maldonado
 
“Para que puedan superar a sus enemigos, reciban todo el Espíritu de la fuerza” (Caraibe a sus hermanos Guaraníes frente a la invasión española en1557 de Huellas Ka-tu-gua)
Uno de los temas simbólicos más ricos y difundidos por la humanidad es el árbol como símbolo de vida en continua evolución, en ascensión al cielo, evoca con gran fuerza el simbolismo de la verticalidad. Por otra, sirve para representar el carácter cíclico de la evolución cósmica: muerte y regeneración y comunica los tres niveles del cosmos: el subterráneo, por las raíces que escavan la profundidad en el cual se fundan, la superficie de la tierra por el tronco y las primeras ramas y el cielo por las ramas superiores y la parte alta erigida a la luz del sol. Pero existe dentro de la tradición hebrea y cristiana la representación del Árbol de la Vida y el del Bien y el Mal que se relata en el pasaje bíblico del Libro del Génesis. También es utilizado la figura del árbol para representar las generaciones, el crecimiento de una familia y de una nación. (Chevalier, 2oo6). El árbol es signo de la abundancia, no sólo por lo que nos reporta: su belleza, su utilidad (oxigeno, frutos, sombra, madera, papel) sino por el significado que le damos al observarlo detenidamente cuando va creciendo y alcanza su máxima altura. Cuando vemos sus ciclos y su capacidad de resistencia gracias a las raíces que se aferran en la madre tierra y que para nosotros le damos por nombre identidad. En la sociedad del conocimiento el árbol resulta la forma idónea para mostrar la complejidad del conocimiento y la incertidumbre que causa su acceso y más cuando se está prohibido y vetado a las mayorías por parte de las élites. Otros ven en la forma del árbol la forma de explicar la estructura del cerebro humano y su forma de alimentarse de la realidad.
 
Con esta introducción quiero partir de nuestra fuerza y capacidad simbólica para tratar una realidad que no es ajena a la vida de todos los días y que se diluye, oculta e invisibiliza en los afanes y exigencias cotidianas pero por ello no deja de existir y me refiero al anhelo de la abundancia (no sólo material) suscrito en lo profundo del ser humano pues lo contiene en su memoria y se produce a lo interno a través del conocimiento necesario y verdadero que es resultante del sentipensar geo- histórico y cultural de los pueblos y naciones de la tierra.
La abundancia es la carga de energía, es la esencia de la conciencia colectiva de los pueblos, es la capacidad de ver más allá de las apariencias, es la fuerza que emana para dar vida, sentido, direccionalidad. No es sinónimo de prosperidad tal como lo usa el sistema capitalista como parte del sueño alienante que inoculan en la gente para que se ilusionen de algo que no verán realizado. La abundancia es aquí sinónimo de potencia, de plenitud, de fuerza motora que impulsa el alma humana. Así como la naturaleza en todo su esplendor nos muestra su abundancia, su grandeza, su generosidad, su belleza, su potencia, su magnificencia, su exuberancia también existe en nuestro interior como seres humanos y como pueblos la energía concéntrica que crea, que libera, que renueva y que luego como energía expansiva transforma todo lo que está a su alrededor, cosas personas y situaciones. Esta energía invisible en esencia busca ser sustanciarse y materializarse en las cosas y en las situaciones en la que estamos incluidos y sumergidos. No estamos preparados para ver natural el mundo desde la abundancia, pues el sistema patriarcal y capitalista desde una visión materialista y objetiva no cree como parte de la realidad lo que no se ve. Pero esa abundancia en nosotros es la que nos lleva de modo individual, grupal y colectivo a inventar, a innovar, a producir nuevas realidades.
 
Y no lo estamos porque el mundo se viene construyendo desde el discurso de la modernidad cuyo paradigma positivista se impone a unos u otros, desde sus precursores los burgueses de Europa, desde su geopolítica del conocimiento y el conjunto de sus ideologías de derecha y de izquierda que solo miran lo externo, lo material, no miran el alma de los pueblos. No les interesa como se observan a sí mismos ellos sino más bien obligan a hacerse otros, los enajenan en sus propios territorios y les aliena el alma. Estas se basan en la exaltación de la miseria humana, donde para alcanzar algo necesita convertir al otro en enemigo y hacer de la tierra una posesión y por eso la competencia y la guerra les resulta el único camino. http://pobrezayriqueza.wordpress.com/2014/07/21/lo-subjetivo-de-la-pobreza-impulsado-por-el-sistema-patriarcal-capitalista/ Por lo que obligan a las multitudes a tomar partidos por una de ellas para «sobrevivir» y aceptar sumisamente sus propuestas de fondo deshumanizador. No se plantea el desarrollo de la conciencia amorosa, recreadora, y regeneradora sino al contrario, la enemistad, el odio, la venganza, la imposición todo como producto del miedo infundido  a través de la mentira y el engaño, la obediencia ciega a las élites y la violencia y el castigo a quienes catalogan como terroristas o anti-sistema.
Pero para encontrar en sí y en nosotros esa abundancia como sujetos en situación histórica y en continua proyección debemos vaciarnos de aquello que no somos, de las falsas creencias y de la alienación. Despojarnos de los condicionamientos a que hemos sido sometidos como objeto y no sujeto frente al operador de turno: colonizador, dictador o capitalista.
 
La abundancia no viene de afuera como nos la han hecho creer las religiones y los bancos, toda la riqueza que necesitamos está dentro del ser humano, en su identidad, en sus saberes y prácticas fundantes. Pero es la alienación y enajenación en nosotros que destruye nuestro potencial para obligarnos a depender del poder de otros y entregar sin resistencia ni rebeldía la energía que poseemos. Desde la antigüedad para establecer poder y autoridad y así, controlar y disuadir a su propio grupo y a otros fueron aplicando la coerción a través del miedo (uso de la violencia), la culpabilidad (las falsas creencias y mentiras) y la vergüenza (rechazo y abandono por desafiar el poder establecido o no ser parte del grupo). Convirtiéndose en atajo para lograr de modo contundente la sumisión, la obediencia y el resignación. Hoy se usan otras formas más sutiles y con apoyo de la ciencia y la tecnología. Ya desde siglos anteriores lo han logrado a través de los procesos socializadores como la religión, la familia, la educación, los medios masivos de difusión, para que individuos, grupos y multitudes cambien sus actitudes, comportamientos y conductas a favor de los intereses de la élite quienes ostentan el poder político y el dominio económico. Ahora bien, creo que es necesario reconocer esta situación en la que estamos y hemos llegado al abismo como sociedad para comprender que por ahí no va el camino, si seguimos potenciando nuestras miserias para alcanzar el bien común y la felicidad suprema. Y menos el Buen Vivir cuyos principios y mitos de nuestros pueblos originarios distan del pensamiento eurocéntrico el cual por tradición colonial aún valoramos porque desconocemos y no profundizamos nuestras propias raíces.
 
Bien común, felicidad y buen vivir que evoca valores supremos espirituales orientados a lo mejor del ser humano, siempre y cuando supere y trascienda el plano material como fin en sí mismo, así como de la propia mirada cuando se siente un ser carente y pobre.
Esta espiritualidad que forma parte de la intersubjetividad colectiva pero es negada e invisibilizada por estas doctrinas materialistas de derecha o izquierda que de fondo buscan el poder y mirando con honestidad poco han contribuido a la paz verdadera. Ambas usan la violencia, una para la ofensiva y la otra para la defensiva. Y el sistema patriarcal de la guerra se establece con mayor fuerza.  
Somos seres espirituales en esencia pero que anhelamos materializar en la realidad terrestre esa riqueza y potencial amoroso, que la humanidad ha llamado utopía. Contrarrestar esa materialidad impuesta por el capitalismo no puede ser bajo las mismas estrategias que ellos nos imponen. Usándolas le estamos reforzando su poder destructor, opresor y depredador y alimentando la perspectiva de éxito a esa elite global que disfruta ver los pueblos en conflictos y que vendiendo sus armas sale más enriquecido. No podemos seguir actuando en la defensiva, si no hacemos un esfuerzo colectivo por comprender la situación en que estamos, y producir culturalmente una forma de sentipensar para actuar desde lo que somos. Eso le llamo energía amorosa, producto de nuestro entendimiento frente a la pobreza y marginalidad heredada pero también desde nuestras identidades originarias que es una riqueza que aún no hemos explorado y resulta nuestra abundancia: nuestra identidad originaria.
 
Ciertamente nos han inoculado la miradas del otro para hacernos olvidar las nuestras. Y afirmo las nuestras porque nuestros pueblos respetaban las diferencias culturales, Cosa que ellos no hacen. Los mecanismos y redes de difusión y comunicación del capitalismo nos alienan permanentemente y no nos permite ver el horizonte de posibilidades. Y peor aún nos resta de energía amorosa para retornar a lo que somos. Vivimos perpetuados en la colonialidad, tenemos que trascender ese pasado y producir en torno a nosotros, desde nosotros y como nosotros somos verdaderamente y no como la modernidad nos ha impuesto a pensar lo que somos.
Pero ¿cómo somos? En esa búsqueda constante que nos obliga este momento histórico y bajo las voces de nuestros pueblos originarios existentes en Latinoamérica voy a valerme del sentipensar de Sumak Kawsay (Plenitud de la vida) de la mitología Kishwa para expresar una de esas posibilidades y explicar brevemente sus concepciones vitales para redescubrirnos en la sencillez de sus miradas y reencontrarnos con lo que somos. Esta concepción andina ancestral tiene como valores fundamentales, el amor, reverencia y respeto a la madre del universo (Pacha mama) a la madre tierra (Allpa mama), a la Madre agua (Yaku mama), a los lugares considerados sitios sagrados (Waka mama) y al Padre sol (Inti Tayta). Su relación con estas entidades espirituales les recuerda que la naturaleza tiene vida y lo sagrado que es ella. Por ello cultivan la visualización de miradores en las altas montañas y del firmamento para ampliar su conciencia, también se ocupan de crear espacios energéticos (o sagrados) y cuidan el sentido estético del lugar, evitando aquellos negativos. Pues la naturaleza transmite energía y el respirar profundo renueva las energías para recomponerse y continuar.  Esto se refleja en la vida cotidiana y en la relación hombre y mujer, dada en el respeto y unidad para estar juntos y avanzar en comunidad. (Ariruma Kowii, 2014)
La riqueza y abundancia que supone cada ser humano y la naturaleza desde esta cosmogonía alimenta el alma y el sentido de hombres y mujeres, que cansados de la cultura patriarcal y capitalista resulta una forma de tomar de nuevo oxigeno para su rehumanización.
 
Esta forma de sentipensar el mundo que se desarrolla en verbos de vida establece como principios en forma de objetivos: el ALLIN MUNAY: Querer bien, hacer las cosas bien, la realización de la voluntad por medio del amor, del querer, de ser «munayniyuq»; ALLIN RURAY: Hacer bien, hacer las cosas bien, la laboriosidad, el esfuerzo y el empeño de realizar bien todo lo que nos propongamos; ALLIN YACHAY: Saber bien, aprender bien, usar la sabiduría para el bien, comprender y estudiar a conciencia, aprender bien la sabiduría ancestral, porque es la verdad la que libera; AYNIN: Reciprocidad andina, ayudarse mutuamente, trabajar colectivamente por el bien común, en bien de la comunidad, todos para uno y uno para todos.
Los principios asumen el Maki purarina y el yunaparina. La primera significa estrechar o darse la mano, es decir, ayudarse mutuamente, equivale a la reciprocidad. En cuanto a la segunda, yunaparina es la solidaridad como un valor fundamental. Ambos principios contribuye a la comunicación, al conocimiento y reconocimiento mutuo así como para la labor comunitaria más próxima denominado Ayni donde se hacen labores específicas entre los ayllus y miembros de la comunidad o para la minka que es el trabajo obligatorio que cada ayllu debe cumplir con los intereses de la comunidad en obras que son de carácter colectivo.
 
El trabajo es considerado el corazón de la felicidad pues permite el equilibrio individual, familiar y colectivo en cuanto lo emocional y estabilidad material (pakta kausay), la armonía (allí kausay) que da fluidez en la vida con los otros y el entorno; la creatividad (wiñak kausay) que busca permanentemente innovaciones  que contribuyan a superar lo anterior; y la serenidad (samak kausay) que se aprende a cultivar el horizonte y serenidad al observar desde miradores para aprender los mecanismos que permite controlar los impulsos y acciones sin previa meditación. Y todo para alcanzar el RUNAKAY la realización de la persona humana y para lograrlo es aprendiendo y cumpliendo todos y cada uno de los principios previamente señalados.
Frente a esta cosmovisión en la que se integra lo espiritual/material de modo armónico, sin fragmentaciones considero que los esfuerzos ya sea a nivel latinoamericano o nacional en materia de educación, cultura y comunicación deben ser espacios para promover en un primer momento esta información para que cada persona lo comprenda, los aprenda y lo lleve a saberes y prácticas desde sus propias realidades y se convierta en conocimiento individual y colectivo.
No podemos permitir a la globalización del mercado que siga actuando a su antojo, es necesario que nosotros frente a su maquinaria nos comportemos diferente y reforcemos nuestra energía identitaria.
No podemos permitir que las estructuras de Estado con sus políticas, planes y programas conjuntamente con sus servidores públicos se aíslen y desconozcan estos saberes y prácticas ancestrales.
Y menos podemos permitir que nuestros pueblos y ciudadanos les sea robada su energía amorosa, recreadora, innovadora y productora de vida para convertirnos en carentes de energía, empobrecidos en el alma y esclavos del sistema patriarcal y capitalista.

Podemos hacer de todos los espacios cotidianos un lugar de encuentro con la vida porque todos y cada uno sabemos estar en solidaridad, sabemos hacer bien las cosas y sabemos vivir dándonos tiempo para nuestra propia renovación de energías. Solo así podemos caminar juntos para seguir avanzando en comunidad.