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14 julio 2014 – Si el nombre de Venezuela llegó a escucharse fuera de nuestras fronteras, en lugares diferentes a España, fue gracias a Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez, quien siempre se jactó de ser indiano de Caracas.
El primer venezolano universal, como se le ha nombrado en varias ocasiones, dejó de existir un día como hoy, hace 198 años, en el hospital de la cárcel de La Carraca, presto a escaparse por Gibraltar para seguir difundiendo sus ideas emancipadoras.
Sin familiares ni amigos que rescataran su despojo, fue enterrado en una fosa común, donde, infructuosamente, varios científicos e historiadores han tratado de dar con sus huesos.
EL BLANCO DE ORILLA
Sebastián de Miranda llegó a Venezuela a mediados del siglo XVIII y se instaló en Caracas ejerciendo diversos oficios, entre los cuales estaba el de comerciar telas y objetos de uso cotidiano para los hogares de la época.
Tuvo la desdicha de caer en la ciudad venezolana donde la discriminación de clases era más feroz y excluyente.
Este hombre nacido en las islas canarias era catalogado como “blanco de orilla”, es decir, español de segunda, pobre, sin opciones de escalar en la jerarquía social y vejado por la clase mantuana, con la que tuvo que enfrentarse judicialmente para preservar sus derechos.
En ese ambiente nace Sebastián Francisco, quien siempre utilizó su segundo nombre, quizás para diferenciarse de su padre. Desde muy joven se trazó un plan de vida, según consta en algunos de sus escritos. Muchos historiadores lo ubican como egresado en la clase de bachiller en la Universidad Pontificia de Caracas, aunque, al parecer, no hay documentos que prueben esto.
Lo cierto es que su padre se vio afectado por una disputa con dos de las más rancias familias de mantuanos de esta capital, quienes se oponían a que este ostentara el rango de coronel de milicias de blancos y usara bastón, utensilio reservado solo a los de esta alcurnia.
Francisco de Miranda parte entonces a España con un cargo de capitán de la guardia de la reina, comprado por su padre.
Ese 25 de enero de 1771 le abría las puertas a un nuevo destino y un postigo en la historia universal. Su plan de vida comenzaba con estudios de matemáticas, idiomas, geografía y la acumulación de libros en una biblioteca alimentada con obras de filósofos como Montesquieu, Platón y muchos otros de renombre en la época.
A la par de su vida militar, fue cultivando su intelecto, en concordancia con el aprendizaje de la disciplina palaciega. Es enviado al norte de África y participa en la defensa de Melilla y en la expedición española contra Argel. Su accionar en los campos de batalla le hace ganar el aprecio de sus oficiales superiores, entre quienes se encontraba el coronel Juan Manuel Cajigal. Pasa de nuevo a la península, siendo asignado a los ejércitos de Málaga y Cádiz. En 1780 se embarca a las Antillas y desembarca tiempo más tarde en La Habana, como capitán del Regimiento de Aragón y edecán del general Cajigal.
Pasa luego a territorio norteamericano para reforzar el sitio que mantienen los españoles a los ingleses en Pensacola. Participa en la toma del territorio y en la capitulación, en mayo de 1781, ganando los galones de teniente coronel. Ya en esta época comenzó a plantear la necesidad de liberar a los pueblos de América para unirlos en una gran nación llamada Colombeia o Colombia, en honor al almirante Cristóbal Colón.
Su amigo Cajigal es nombrado por la Corona gobernador de Cuba y Miranda continúa ejerciendo las funciones como su edecán. Es enviado a Jamaica para la realización de un canje de prisioneros, aprovechando la ocasión para recoger información militar valiosa, incluyendo un mapa de la isla con sus fortificaciones.
Luego de regresar a Cuba, parte para Las Bahamas con el fin de conquistarlas para la Corona española, logrando una capitulación del almirante que ejercía las funciones de Gobierno en la isla. Pasa por Haití y allí se entera de que el Gobierno español lo acusa de suministrar información al Gobierno inglés. Es arrestado y enviado a Cuba, donde su amigo, el general y gobernador Cajigal, lo pone en libertad.
Ante la persecución que le tienen los españoles, se embarca para Estados Unidos, en junio de 1783. Allí se empapa de la Revolución Libertadora, conociendo personalmente a George Washington, Alexander Hamilton, Samuel Adams y algunos otros personajes influyentes.
A ellos presenta un proyecto de liberación para toda la América, el cual es acogido con beneplácito.
EL VIAJERO
En diciembre de 1784, viaja a Inglaterra y allí inicia un ciclo de preparación intelectual, adquiriendo libros que formarán parte de una gran biblioteca personal. Complementa su formación cultural con un viaje por Europa que lo lleva a Holanda, Prusia, Italia y Grecia en una primera fase. En otra etapa, pasa al Asia Menor y al imperio Turco, llegando luego a Rusia, donde conoce al príncipe Potemkin, quien lo invita a visitar Crimea. El 14 de febrero de 1787 es presentado a la emperatriz Catalina, generando grata impresión por su desenvolvimiento y gran cultura.
Allí se le permite usar el uniforme de coronel del ejército ruso en sus visitas a Moscú y a San Petersburgo, logrando, además, que se le otorgaran cartas de presentación para los diplomáticos rusos en Viena, París, Londres, La Haya, Copenhague, Estocolmo, Berlín y Nápoles.
A mediados de 1787 pasa por Finlandia, Estocolmo y Suecia, donde es recibido por el rey Gustavo III en agosto de ese mismo año. En su periplo debe sortear la vigilancia que sobre él ejercía el Gobierno español. Luego de viajar por casi todos los países europeos, regresa a Inglaterra donde inicia un proceso para lograr apoyos que le lleven a liberar a América.
DE NUEVO EN LA GUERRA
Después de viajar por casi todos los países europeos, regresa a Inglaterra donde inicia un proceso para lograr apoyos que le lleven a liberar a América. En vista de que no logra resultados positivos, pasa a Francia en 1792, en cuyo territorio se vive un proceso revolucionario.
El ministro de guerra, José Servan le ofrece el grado de mariscal de campo, el cual acepta con miras a obtener apoyo para el proceso de emancipación americana. Es nombrado poco después segundo jefe del ejército del norte, bajo el mando del general Carlos Dumouriez.
Alcanza la fama en Valmy contra los prusianos, pero su jefe Dumouriez lo acusa ante el Gobierno y es apresado. Logra defenderse con éxito, a pesar de estar a punto de ser guillotinado.
En París firma con otros americanos un acta para lograr ayuda de Inglaterra y EEUU en la liberación de las naciones subyugadas, pasando luego a Londres, donde reanuda sus gestiones ante representantes del Gobierno inglés.
Su entusiasmo no decae y, a pesar de las negativas y evasivas obtenidas en sus gestiones, viaja de nuevo a los Estados Unidos en 1805, siendo recibido por el presidente Tomás Jefferson y por el secretario de Estado, James Madison, quienes lo atienden, pero no le ofrecen ningún tipo de ayuda.
En 1806 arma una expedición para liberar a Venezuela, pero fracasa, y no es sino hasta 1810, cuando retorna a su Patria para sumarse a las luchas por la independencia que se iniciaban con buen pie en estos territorios.
EN LA REVOLUCIÓN HISPANOAMERICANA
En 1810 conoce a Simón Bolívar y este contribuye a su regreso a Venezuela. Aquí funda la Sociedad Patriótica, es electo como diputado por la región de El Pao y, una vez declarada la independencia, es nombrado generalísimo de los ejércitos para enfrentar los levantamientos realistas en Caracas y Valencia, y luego para confrontar la invasión ejecutada por Domingo de Monteverde desde Coro.
Un episodio oscuro en nuestra historia lo lleva al cadalso y a pesar de ello nunca escribió en contra de quienes le apresaron y entregaron a los españoles. Pasó como reo desde La Guaira hasta Puerto Cabello, de allí a Puerto Rico y luego enviado a Cádiz, donde se le siguió un juicio que no tuvo fin.
En La Carraca, nombre de la prisión, logró el privilegio de tener un ayudante, comida y libros para entretenerse. Incluso llegó a planificar su huida, la cual no logró por haber sufrido un derrame cerebral que lo postró en el hospital hasta el día en que se celebraba el 27 aniversario de la Toma de la Bastilla, el mismo día de 1811 en que en Caracas se publicaba por bando el Acta de la Nacionalidad, y se habían bendecido las nuevas banderas, en la oportunidad de proclamar formalmente la independencia.