Juan Manuel Parada
Una revolución solo puede ser hija de las ideas y la cultura, dijo el comandante Fidel hace doce años en el aula magna de la UCV.
La revolución bolivariana (decimos hoy), es la fuerza popular que avanza hacia el futuro, rumbo al horizonte de la justicia social, la igualdad, la libertad plena y la mayor suma de felicidad posible… una fuerza que avanza con el empuje de las ideas de Bolívar, de Zamora, del socialismo y de Chávez.
Pero una revolución, sea del carácter que sea, no tiene el camino despejado para desarrollarse en todas sus dimensiones. Precisamente, debido a su carácter transformador, atrae todos los impedimentos que plantea la fuerza reaccionaria, es decir la contrarrevolución que se opone al desplazamiento del sistema que le garantiza sus intereses.
En síntesis, una revolución es una fuerza cultural transformadora que avanza con el empuje de las ideas de vanguardia, pero que se encuentra en su trayecto con la fuerza reaccionaria de los sectores que pretenden mantener un sistema que les favorece.
En este sentido, la batalla visible entre estas dos fuerzas es electoral y algunas veces armada, pero la que define el triunfo definitivo de un modelo sobre el otro es cultural, es decir, de colectivización de ideas, de percepciones, de formas de interpretar la realidad y asumir la historia. Y en ese plano las fuerzas imperiales han desarrollado una de las más sofisticadas artillerías para dominar al mundo por la razón, haciendo portadores de su ideal incluso a sus oprimidos, muestra de ello: La industria de Hollywood, las poderosas cadenas televisivas como FOX y CNN, la SIP que no es más que la instancia donde coinciden los empresarios de la prensa escrita para defender sus intereses económicos, la amplia gama de video juegos con los que promueven violencia y fobia hacia algunos países asiáticos, portales WEB, miles de radios y todo medio de difusión en manos del capital internacional. En cien años, las formas de dominación han cambiado progresivamente. Según datos fidedignos los Estados Unidos vienen reduciendo el presupuesto para defensa y aumentando el presupuesto para la manipulación informativa. Se impone la guerra de cuarta generación como el mecanismo más económico y “limpio” para mantener el imperio del sistema neoliberal. Es más sofisticado convencer a un pueblo de su incapacidad para administrar sus recursos energéticos e hídricos, para que se lo transfieran a los grupos económicos internacionales, que ir a tomarlos por la fuerza bruta, con costosas armas de fuego. En este contexto histórico el nuevo escenario de la lucha es la mente de los pueblos.
Para desmontar el sistema libio acudieron a una campaña sistemática de descrédito internacional e interno, para desmoralizar al pueblo, para dividirlo, incluso para convencerlos de su pobreza cuando ciertamente presentaban el mayor ingreso per cápita de toda el África y buenos niveles de vida.
Para derrocar a Allende convencieron a la clase media de la incapacidad de los socialistas para conducir la nación, y acudieron a otras formas de la guerra como el sabotaje económico.
En Venezuela, desde la aparición de Chávez en la escena pública, se da inicio a una de las más feroces campañas que se haya registrado contra una figura política. Desde calificarlo de ignorante (aún con su alto grado de formación académica y empírica) hasta tratarlo de machista (cuando fue el mayor defensor de los derechos de las mujeres). Desde asociarlo a prácticas satánicas (cuando fue un fiel cristiano) hasta tildarlo de dictador (cuando ha sido el más grande demócrata que conozca nuestra nación). Tanto Chávez como la revolución bolivariana han sido blancos de sofisticadas campañas comunicacionales de descrédito que aspiran borrar todo lo que culturalmente representan.
Porque si algo se debe reconocer a Chávez como político y a la revolución bolivariana como período histórico es el proceso cultural derivado de las acciones suyas en el desarrollo de la política revolucionaria.
Las ideas en torno a la patria libre, la unión latinoamericana y del caribe, la justicia social, el poder popular, la igualdad de género, el respeto a la vida, la solidaridad, la democracia participativa y protagónica entre tantas otras, son hoy día el andamiaje ideológico de la cultura política venezolana, al punto que la oposición debe acudir a estos conceptos para captar la atención popular. Acuden a dichas ideas aunque las desprecian, como una vía para tomar el poder, pero en sus estrategias de fondo trabajan de manera intensa para borrar todo aspecto cultural surgido en revolución, trabajan como una maquinaria perfecta, con mucho dinero y tentáculos extendidos en todos los niveles de la vida pública. Son un ejército de la mentira cuya estrategia, según el escritor Michel Collon, niega la historia, oculta sus verdaderos intereses, sataniza al enemigo, se victimiza y monopoliza su pensamiento para evitar el debate.
Profundicemos:
1-Niegan la historia para evadir su responsabilidad en la colonización de regiones como américa latina y el caribe donde asesinaron cien millones de indígenas en muchos menos de un siglo. O para ocultar los cientos de miles de asesinados y desaparecidos en el oscuro período de las dictaduras militares. Niegan la historia para sepultar el caracazo, el porteñazo, las masacres de Yumare y Cantaura, y la miseria a la que confinaron al pueblo venezolano durante todo el siglo XX.
2-Ocultan sus verdaderos intereses, que son meramente económicos, que van en función de dominar los recursos energéticos y naturales del planeta con el solo propósito de aumentar sus riquezas en dólares. Ocultan que a través de instrumentos como la banca, las corporaciones, los medios de comunicación, la bolsa y los partidos de derecha, defienden la consolidación del capitalismo y la dominación imperial.
3-Sataniza al enemigo. ¿Habrá políticos venezolanos más vilipendiados que Chávez y Maduro? Toda la artillería mediática de la oposición actúa en función de descalificar a estos dos personajes históricos. Ocultan sus talentos, sus méritos, sus logros. Por el contrario les asocian a los más pérfidos antivalores. Asesinos, satánicos, trogloditas, etc.
4- Se victimizan. ¿Cuántas veces hemos oído a los desvergonzados de la derecha clamar libertad de expresión, mientras insultan al presidente de la república en televisoras nacionales e internacionales? ¿Cuántas veces nuestro pueblo ha sido víctima de sus francotiradores, como el 12 de abril de 2002, como el 15 de abril de 2013 y como febrero y marzo de 2014 y los voceros opositores exponiendo al mundo que las víctimas son de sus filas?
5-Monopolizan el pensamiento. No hay historia, no hay ideología, no hay cultura, no hay ideas. Para la derecha el único pensamiento posible y válido en sus medios de comunicación es el que promueve el consumo desenfrenado, el vacío intelectual, el individualismo, el culto a las cosas, la mujer como objeto sexual y la devoción a los países imperiales. Toda la industria del entretenimiento y de la información trabajan en función del pensamiento único de la derecha. Es el más importante de sus monopolios.
La estrategia es clara, los actores son evidentes y el objetivo está develado. Nuestro enemigo no descansa en su búsqueda de restaurar el capitalismo en Venezuela, ya no sólo por la vía electoral o por la fuerza, sino por el cambio cultural, desmontando el andamiaje ideológico y moral que construyó el comandante Chávez junto al pueblo. Hoy día el golpe no sólo es al estado, sino a la revolución como proceso cultural y político. Allí radica el ojo del huracán. La derecha se plantea desmoralizar al pueblo venezolano sustituyendo la altísima valoración a la patria, como el espacio y el tiempo histórico donde se desarrolla la nueva sociedad en plenas libertades, por vulgares clichés como la falta de papel sanitario o la carencia de harina de maíz precocido o la falta de dólares para comprar por internet. La derecha actúa en la sique colectiva para crear una angustia generalizada en base a las necesidades básicas de los individuos. Para ello están creando una pararealidad donde el país menos desigual del continente, libre de analfabetismo y de desnutrición y con mayor acceso a la educación universitaria, está, según sus medios de comunicación, sumido en la más oscura caverna social.
Y es acá donde surge la otra forma de golpear sicológica y emocionalmente al pueblo con otra variante de la batalla: el sabotaje económico. Para ello la burguesía industrial y comercial instrumentan planes para acaparar o dejar de producir bienes fundamentales para el bienestar de las personas, llegando en algunos casos a centrar su estrategia en productos vitales como toallas sanitarias, leche, pañales para adultos, café y otros que están íntimamente vinculados al buen vivir del pueblo. Cómo negar que es un sabotaje cuando vemos anaqueles repletos de yogurt o leche descremada, mientras sus medios escupen o vociferan la falta de leche. No hay papel sanitario convencional pero hay papel absorbente aromatizado para muebles. No hay azúcar, pero hay refrescos, cuyo principal ingrediente es precisamente la azúcar. Cabe preguntarse, por qué no faltan la cerveza, el ron y el cigarrillo. Cabe preguntarse, si la crisis económica es tan grave, cómo es que circulan flamantes camionetas valoradas en millones de bolívares y los centros comerciales están repletos y los aeropuertos y terminales congestionados. El mundo al revés diría Galeano.
Algunos podrían pensar que esta desmesura de la derecha no la creería nadie, pero resulta ingenuo asumirlo de esa manera. Estas estrategias tienen un altísimo impacto en sectores de la clase media, en la opinión pública internacional, y por qué negarlo, en algunos sectores populares desatendidos por la dirigencia revolucionaria.
Este panorama nos hace inferir que en nuestro caso, el venezolano, la guerra económica está íntimamente vinculada a la mediática, ambas tributan al golpe sicológico, emocional y moral que la derecha intenta asestar en la conciencia y el corazón del pueblo con el propósito de desplazar la cultura revolucionaria desarrollada a lo largo del proceso bolivariano y chavista para retornar a la cultura de la desmemoria, la desmovilización y la resignación. Esa conducta que Paulo Freire denominó la conducta del inmovimiento, donde la sociedad asume el mundo como una fotografía inalterable ante la cual es necesario doblegarse hasta la muerte.
Pero qué hacer, pregunta el pueblo.
Asumirnos sujeto histórico, protagonistas de un proceso de transformación. Asumirnos la vanguardia social de una revolución que llegó para sacar del confinamiento a millones de sin rostro y trascenderlos a una patria de justicia social y felicidad colectiva. Asumir el legado del comandante más allá de las consignas y prendas de vestir, tomando las herramientas del poder popular como las más eficaces para combatir al enemigo. Ante un ejército de la mentira, conformemos un ejército de la verdad que se despliegue por cada barrio, caserío, cada campo, cada calle, porque las calles son y siempre serán del pueblo organizado. Levantemos las voces en los diversos medios de los que dispongamos, volvamos al mural, al panfleto, tomemos las redes sociales, hablemos en la esquina, organicemos foros, conversatorios, volvamos al espíritu de los medios comunitarios, enseñemos a los más jóvenes qué es una guerra mediática, aprendamos a leer críticamente. La verdad nos asiste, la historia nos convoca y el futuro es nuestro.