Las y los mayas, al igual que otros pueblos aborígenes del mundo, son profundamente silenciosos y acogedores, salvo cuando el dolor es demasiado agudo. La contemplación, que nace de la silenciosa interconexión con el entorno, es el modo de estar permanente de los pueblos mayas, siempre hospitalarios.
Esta mística de la contemplación silenciosa, fue y es estigmatizada por muchos como indolencia, indiferencia y resignación maya. “Pensadores” guatemaltecos, en su limitación mental y su obsesión por el “progreso”, catalogaron aquellas y otras virtudes milenarias como vicios biológicos y culturales a aniquilar. Incluso el Estado blacoide etnofóbico emprendió políticas fallidas de asimilación y aniquilación, vía eugenesia y genocidio, siempre en nombre del progreso y de la modernización.
Durante la invasión y la Colonia española, los pueblos mayas no prestaron mayor resistencia. Sus filosofías de vida, centradas en la no apropiación y en la hospitalidad, permitieron que los foráneos habitados por el dios del metal invadieran sus territorios. Martínez Peláez, en su obra “Motines indios”, habla de algunos amotinamientos locales de pueblos indios (mayas) en contra de los abusos exacerbados durante la Colonia, sin mayor trascendencia.
En aquel período, para asegurarse el cobro del quinto real, y mano de obra disponible para las haciendas de los invasores, la Corona estableció reducciones de pueblos indios (más de 700 pueblos, dice Martínez Peláez). Dichos pueblos de prisioneros para trabajos forzados y para el adoctrinamiento religioso, contaban con tierras comunales para convivir y cultivar.
Durante la República criolla, en palabras de Martha Casaús, el racismo fue asumido como una tecnología del poder, al límite de aplicar sistemáticamente el genocidio, en la década de los 80 del pasado siglo, para aniquilar genética y culturalmente a los pueblos mayas. La élite gestora del Estado etnofático habría promovido la guerra interna con la finalidad de blanquear Guatemala: aniquilar por completo a los pueblos mayas, apropiarse de todos sus bienes y establecer un moderno sistema capitalista sobre las cenizas de los pueblos aborígenes. Pero, no pudieron. Los pueblos indígenas sobrevivieron a la guerra interna y a los incumplidos y paralizantes Acuerdos de Paz (1996).
Durante la Colonia y la República, los pueblos mayas “aceptaron” la titulación individual de las tierras, los sistemas educativos colonizantes, los adoctrinamientos cristianos, los servicios militares obligatorios, la infotoxicación de los medios masivos de información y la “democracia” inmoral de los patrones. Dicha “aceptación” sólo fue una estrategia de sobrevivencia. Una especie de autismo maya. En el fondo, estos pueblos milenarios siguieron creyendo en el corazón del Cielo y corazón de la Tierra.
En los últimos años, cuando se creía que en Guatemala la Vida había perdido la batalla final ante la muerte neoliberal, las comunidades indígenas y campesinas simultáneamente se declararon y se declaran en resistencia y le hacen frente a la violenta invasión del capitalismo herido. En diferentes rincones del país se organizan resistencias pacíficas y permanentes para rechazar e impedir el paso a las maquinarias y operadores de las empresas hidromineras. En 298 municipios del país (de los 336) indígenas y campesinos se declararon en resistencia (se resisten a pagar el consumo de energía eléctrica por los cobros abusivos) exigiendo la nacionalización de este servicio. Estas resistencias, por momentos, inundan con sus movilizaciones las calles de las principales ciudades, aunque la prensa empresarial y pro oligárquica tiende a minimizarlos.
Justo cuando se creía que todo estaba perdido en Guatemala, indígenas y campesinos excluidos y expoliados en sus cuerpos y bienes, encienden luces de esperanza y dignidad en esta casi petrificada oscuridad neoliberal. La Puya es una de ellas.
Pero, estos actos estoicos de resistencia, provenientes desde la Guatemala profunda, son aún ignorados por muchos académicos y organizaciones de derecha e izquierda. Quizás porque aún no creen que de la irredenta Guatemala maya puede salir algo bueno. Lo cierto es que en este país de la muerte y saqueo, donde cada instante de vida es casi un acto de fe, indígenas y campesinos se constituyen en la reserva moral y en el baluarte activo de la dignidad de todo un pueblo que se resiste a morir.
Campesinos e indígenas mayas saben, por experiencia propia, que los mitos de la prosperidad, el desarrollo infinito y la inversión privada para el desarrollo del pueblo son sólo eso. Leyendas rentabilizadas por los mismos de siempre. Por eso, ahora, desde sus silencios activan la inédita resistencia simultánea en diferentes puntos del país porque el pulso del corazón del Cielo y del corazón de la Tierra desfallece. Y, una vez más, muchos profesionales, intelectuales, analistas, académicos, universidades, ONGs, etc., se quedan en la zaga estupefactos sin creer lo que ven. Quizás porque no creen que indígenas y campesinos pueden ser sujetos. O quizás porque esta realidad supera los conocimientos aprendidos en las universidades colonizantes. Lo cierto es que esta resistencia social avanza sin libretos, ni guiones para transformarse en una fuerza política.