Ángel Guerra Cabrera
Se nos ha ido Gabriel García Márquez. Haber gozado de su entrañable amistad y sus enseñanzas durante casi cuarenta años es un enorme privilegio y la noticia me ha dejado desolado.
Pese a la enorme admiración que siempre sentí por él, es hasta ahora que una irrefrenable sensación de vértigo proyecta antes mis ojos azorados la insólita magnitud de su grandeza. No sé si se deba a haberlo tenido tan cerca.
Lo conocí en el verano de 1975 en La Bodeguita del Medio, modesto pero acogedor restaurante de la bohemia habanera desde los cincuenta. Aunque al final no ocupara su cubierto, la invitación venía del legendario comandante Manuel Piñeiro, “Barba Roja”, encargado por Fidel Castro de la atención a los movimientos de liberación nacional, partidos políticos de izquierda de América Latina y el Caribe y algunas pocas personalidades de su interés. Acostumbrados a las reglas de discreción a que obliga el acoso de Estados Unidos contra Cuba, Piñeiro me dio luz verde para hablar sin reservas con el escritor y su hijo Rodrigo, que lo acompañaba.
Como no podía imaginar la cálida amistad que nacería con él, con Mercedes, Rodrigo y Gonzalo, acudí al encuentro con la emoción de compartir la mesa con el más grande de mis héroes literarios vivos, aumentada por la angustia de que probablemente fuera una oportunidad irrepetible. Así que aunque tenía un gran interés en hablar de política con el colombiano, mientras manejaba hasta La Habana Vieja intenté elaborar un cuestionario con algunas de las dudas y preguntas que me habían suscitado la trama y los personajes de Cien años de soledad.
Gabo fue extremadamente amable al responder a mi cuestionario pero sus respuestas, lejos de aclarar mis dudas, las aumentaron. O me estaba “mamando gallo” como dicen los colombianos o en su desmesurada imaginación Cien años… planteaba niveles de lectura que a mi y a los miembros que conocía de la numerosa cofradía garciamarquiana habanera ni nos habían pasado por la mente.
Pronto pasamos a la política latinoamericana, colombiana e internacional aunque también hablamos de Cuba. Rodrigo estaba feliz con cientos de fotos que había tomado en un recorrido realizado de este a oeste de la isla, en el que se interesaron sobre todo por los efectos del bloqueo de Estados Unidos en la vida cotidiana. No solo los había impresionado el sufrimiento impuesto por la medida punitiva sino la inventiva desplegada por los cubanos y, en particular, las cubanas, para cocinar, hacer los quehaceres y cuidar su aspecto personal en medio de la escasez generalizada.
Yo era a la sazón director del semanario Bohemia y Gabo me explicó sus expectativas con la revista Alternativa, que editaba en Colombia(1974-1980) y ya yo conocía. Expectativas cumplidas con creces pues en su corta vida fue una de las publicaciones de izquierda más renovadoras y contemporáneas del continente, que hoy debiéramos estudiar. Destrozaba en cada número las mentiras de la prensa oligárquica. Son memorables sus trabajos sobre el Chile de Allende, Cuba, Vietnam y las contiendas de liberación africanas.
Y es que Gabo se entregó casi a tiempo completo a las luchas revolucionarias latinoamericanas en aquellos años cruciales, sin cuya impronta hoy nuestra América no habría recuperado el rumbo bolivariano. Puso su inmenso prestigio al servicio de la lucha de Torrijos por la devolución del canal de Panamá, hizo cuanto pudo en apoyo al Chile de Allende agredido por el imperialismo y luego en solidaridad con sus presos, desaparecidos y los de todas las dictaduras latinoamericanas. Ya en la ofensiva final contra Somoza pidió armas a Carlos Andrés Pérez para el sandinismo hasta cerciorarse que llegaran a su destino.
Es imposible enumerar aquí siquiera una pequeña parte de lo que hizo Gabo por la Revolución Cubana. Vaya como ejemplo la lapidaria sentencia enviada a este diario en medio de la grave amenaza de agresión yanqui contra Cuba de 2003 cuando no pocos flaquearon debido a las drásticas medidas que La Habana se vio obligada a tomar: “las muchas declaraciones sobre la situación cubana – aún de buena fe – pueden estar aportando y aún magnificando los datos que los Estados Unidos necesitan para justificar una invasión a Cuba». Más tarde, en su estudio, Gabo me pidió que añadiera su firma a la declaración de solidaridad con Cuba leída el día anterior por Pablo González Casanova en la Plaza de la Revolución de La Habana. Cuba, me dijo, es nuestro escudo para impedir que Estados Unidos se trague a América Latina.