-¿Eres partidario de una historiografía o de un historiador militante?
Más que de «militancia» prefiero hablar de «compromiso». Un compromiso con el mundo en el que vives, es decir, tener perspectivas, ilusiones y utopías. Esto es algo de lo que no puedes huir cuando te dedicas a explicar la experiencia humana. Y eso es la Historia. Porque la Historia no es pura erudición. Nace para entender el momento en el que vivimos, y para saber mirar y entender las cosas que ocurrirán en el futuro. Si hablamos de historia comprometida, ésta ha de intentar transformar y superar las injusticias del presente, de la sociedad en que vivimos.
-¿Cómo se manifiesta este compromiso? ¿Puedes concretarlo con algún ejemplo?
A cualquier objeto de estudio se le pueden formular preguntas con intención transformadora. Por ejemplo, mi ámbito de estudio es la Universidad, en general. Me puedo preguntar por qué las ideas de la Modernidad (siglo XVI) no llegan (o lo hacen muy matizadamente) a las universidades de Europa y América hasta finales del siglo XVIII, casi hasta la Revolución Francesa. Otro ejemplo. El estudio del nacimiento del movimiento obrero en el siglo XIX ofrece pautas muy similares a las de los nuevos movimientos sociales. En sus inicios, el movimiento obrero se caracterizaba por la poca institucionalización, la inexistencia de una sola idea motriz, la mezcla y la interacción.
-¿Puede un historiador mantenerse neutral?
La neutralidad no es posible. Sólo lo sería si el historiador mirara el mundo como si fuera dios, desde arriba. Pero mientras no sea dios, ha de mirar la realidad desde el mundo. El historiador nace en una época, en un país, con una identidad y unos condicionantes. Y todos estos factores condicionan su manera de mirar la Historia. Ahora bien, esto ocurre con el historiador, pero también con el astrofísico. Alguien que es neutral ante el mundo ni siquiera es persona. La subjetividad y el compromiso lo traslada el historiador a su trabajo en el momento en que le hace preguntas a la materia histórica. Por ejemplo, hasta hace 30-40 años se escribía una historia sin mujeres. Y esto era así porque no existía una inquietud cívica y política para que ellas tuvieran derechos. A partir de esos años, se va integrando a la mujer en el estudio de la Historia. Lo mismo ocurre con los movimientos sociales y con el movimiento obrero. Un medievalista puede hacerle preguntas a conflictos como las «guerres de Remensa» en Cataluña, en el siglo XV, y extraer enseñanzas para el presente.
-La importancia de la pedagogía. ¿Cómo explicarías a un alumno adolescente categorías como «capitalismo», «movimiento obrero» o marxismo? ¿Qué ideas esenciales deberían retener?
Diría que el capitalismo es un sistema de explotación (y esto, no entendido como un insulto) y desigualdad por el que una parte de la sociedad se queda con el valor del trabajo y el esfuerzo de otra parte de la sociedad. Esto es algo que puede comprobarse de manera objetiva, pero también implica una posición personal: estoy en contra de esta práctica social. Y pienso que el capitalismo ha de ser rectificado y transformado mediante un sistema político democrático, en el que la población esté representada en la toma de decisiones. En cuanto al movimiento obrero, explicaría a los alumnos que sería la conjunción de organizaciones sindicales y políticas que defienden a la clase obrera y a la gente que vive de su trabajo (sea con las manos o con la cabeza). Dicho de otra forma, de la gente que no explota a nadie. Este movimiento obrero, añadiría, es plural y diverso, es decir, no está representado por una sola idea ni sindicato. Lo conforman una pluralidad de personas, ideas y generaciones. El marxismo lo definiría como un sistema de pensamiento, filosofía, moral o ideología que hace una explicación y crítica del funcionamiento del capitalismo, además de abrir posibilidades para rectificarlo. El protagonista de esa transformación, en el siglo XIX, fue el movimiento obrero, a lo que habría que añadir a la población campesina. Hoy agregaríamos a otros actores, como movimientos sociales, capas medias de la población, etcétera.
-¿Eres partidario de la investigación en archivos o prefieres la historia oral?
Herodoto ya hacía historia oral. Iba a Egipto, miraba, observaba y le hacía preguntas a la gente. Otros clásicos, como Tucídides o Tito Livio, mezclaban la historia oral con el estudio de documentos y otros libros de historia. Pienso que un buen historiador ha de utilizar todo tipo de fuentes que proporcionen información histórica. La historia oral tiene, en principio, varias ventajas. Constituye una fuente directa para entender el mundo (por ejemplo, si le pregunto a una persona que ha pasado por un campo de concentración). Además, permite acceder a agentes históricos que no aparecen en la documentación. Y esto es muy importante, porque el poder se escribe y televisa, pero lo que no es poder, queda muchas veces fuera de los documentos. En tercer lugar, la historia oral permite huir de la abstracción y dar entidad a las personas de carne y hueso (por ejemplo, si pregunto a las personas que han vivido y experimentado los bombardeos de Hitler sobre Londres). Se trata, como ocurre en Sociología, de captar realidades y puntos de vista diferentes, como en un calidoscopio, porque la realidad es compleja. Además, la historia oral fue durante mucho tiempo ninguneada por la historia académica, hasta que en la segunda mitad del siglo XX se desarrolló (en un contexto de mayor democratización de las sociedades).
-La «Historia Global» de los años 70, la que realizaban historiadores como Hobsbawm o Vilar, parece que hoy ha perdido fuelle. ¿Qué opinas?
La historia global de Hobsbawm, Vilar o Braudel no ha desaparecido, aunque creo que en general tenía un problema. Se ocupaba mucho de lo socioeconómico y poco de la política, lo que corregiría después la historiografía marxista británica. Pero era una historia que tenía una gran ventaja: ofrecía una mirada global de las cosas. Y personalmente pienso que la historia ha de dar esta mirada general. Hoy, por el contrario, predomina una historia más bien «culturalista», que es más cómoda de hacer y que no entra en grandes interrelaciones. Yo no separo la historia social de la historia cultural. En la historia social integro la cultura. Pienso, además, que se volverá a esta dimensión general y de conjunto, que no considere sólo dar cuenta de detalles. Una mirada de conjunto que es un gran instrumento para conocer la realidad en un sentido global; la mirada de una época, de un proceso…
-Algún crítico (o algún historiador «academicista») te podría decir que con la mirada general se corre el riesgo de simplificar, y que la realidad es más compleja…
Bien, la realidad es compleja. Eso es cierto. Pero la función del historiador no consiste en hacerla compleja ni en decir que lo es. Al contrario, se trata de dar cuenta de esa complejidad, pero precisamente para hacerla comprensible. Porque la historia tiene una función social: dar a los ciudadanos elementos de crítica y reflexión sobre el presente, aunque con una perspectiva histórica. En cuanto al academicismo, es el subterfugio del poder. Cuando se pone el foco en la corrección de la nota a pie de página…O se habla de objetividad en sentido de imparcialidad… Hay que entender que las instituciones tienen detrás una estructura de poder, y que el academicismo es un sistema de poder en la historia, en la pintura y en todo. Además, uno de los males de este academicismo es la erudición. Y la Historia, por el contrario, ha de ser un saber útil. El historiador (igual que el arquitecto que hace puentes o el médico que cura enfermos) ha de dar cuenta de cómo funciona la sociedad en la que vive, desde sus raíces históricas. Y ofrecer herramientas para que el ciudadano sea crítico ante el mundo y con el poder, pero también ante los medios de comunicación.
-¿Consideras que se hace suficiente divulgación en materia histórica?
La divulgación es muy difícil de hacer. Mucho más que una charla de 45 minutos para especialistas de la guerra civil. En general, el historiador ha renunciado a la divulgación, que curiosamente la hacen los periodistas. Los historiadores tienen un gran problema, y es que no saben comunicar. Suelen utilizar un lenguaje académico y cifrado que entienden muy pocos. Pero, insisto, es más complejo elaborar un discurso como el de la «Historia de España» de Pierre Vilar, que diez volúmenes técnicos sobre, pongamos por caso, el funcionamiento de una antena. ¿A qué se debe esta falta de interés por la divulgación? En gran medida, al escaso compromiso político. Además, mucho cuidado, la promoción académica se realiza mediante la erudición, mediante tesis doctorales e investigaciones muy eruditas. Y, repito, es más fácil hacer erudición que explicarle a un crío o al vecino la Revolución Francesa. O más difícil que explicarla en un congreso de historia. A los historiadores les presiona el medio académico, salir cuesta mucho y tampoco se les presiona para que lo hagan…
-No es para nada infrecuente que un alumno se matricule en la carrera de Historia, y pase por numerosas asignaturas donde se le explique, básicamente, «estado de la cuestión» y «debates historiográficos». Sobre la Revolución Industrial, sobre el Fascismo o sobre la Revolución Francesa. ¿Cuál es tu opinión?
El «estado de la cuestión» puede ser muy importante para el docente que imparte la materia. Pero él ha de dar su explicación, su interpretación y su diagnóstico. Como hace el médico. Imagínate un médico que se pasara el tiempo de consulta citándole al enfermo todos los análisis que pueden realizarse sobre una enfermedad. No curaría al enfermo, por dar cuenta de su erudición. Hay que «mojarse». Eso vale tanto para el médico como para el historiador en clase.
-¿Muestras en las clases tu punto de vista a los alumnos?
No escondo mi punto de vista, pero lo descubren normalmente los alumnos. Suelo hacer breves comentarios sobre la actualidad política, y de ese modo es fácil saber lo que pienso. Por otra parte, en las clases de Historia Contemporánea Universal me centro en la revolución francesa e industrial en Gran Bretaña, ya que el tiempo es muy limitado. O en una de las dos revoluciones y el periodo de entreguerras. Ahora bien, siempre con prácticas y participación de los alumnos en clase y comentando materiales de prensa o libros de actualidad (el Informe Lugano de Susan George, trabajos sobre la burbuja inmobiliaria y el medio ambiente de Naredo, etcétera). A los alumnos de la especialidad de Geografía, cuando les explico la industrialización en Alemania trato de relacionarla con el ascenso del nazismo y los procesos actuales de auge de la extrema derecha.
-Por otra parte, ¿le falta reposo a la historia? ¿Piensas que se publica demasiado?
Es cierto que falta mucho reposo en la historia y en las ciencias sociales en general. Falta tiempo para asimilar las cosas y los conceptos. También es verdad que los procesos de maduración son diversos según las personas. Hace falta madurar el conocimiento. Más aún, opino, en disciplinas como la historia, donde la interpretación y la experiencia en el oficio son muy importantes. Respecto a la segunda pregunta, hay una urgencia demasiado grande por publicar. Pero esto es algo también muy académico. Algo así como «¡publica o muere!». Y, así, muchas veces te has de repetir o decir bobadas. De todos modos, esto no es ajeno en absoluto a las lógicas productivistas neoliberales.
-¿Qué opinas de la postmodernidad y de su influencia en la Historia?
Pienso que la llamada postmodernidad tiene una ventaja doble. Ha enseñado a las ciencias sociales que los grandes paradigmas explicativos (por ejemplo, el marxismo o el funcionalismo) son construcciones sociales. Y que la realidad va más allá de estas construcciones. Dicho de otro modo, la postmodernidad ha contribuido a relativizar el conocimiento. Por otra parte, el trabajo del historiador se basa en palabras (las fuentes y los documentos remiten finalmente a palabras), pero carece de herramientas para interpretar las palabras, su contexto, o realizar análisis de discursos en su marco significativo. La postmodernidad nos ha enseñado, en ese sentido, a leer mejor las fuentes. En cuanto a los efectos negativos, los resumiría en la frase tan postmoderna de «nada es verdad ni mentira, sino todo del color del cristal con que se mira». Puede que no exista la verdad absoluta, pero sí que es verdad, por ejemplo, que hay personas que explotan a otras. La postmodernidad, por tanto, ha relativizado la capacidad humana de conocer el mundo. Además, se ha llegado a decir, en algunos casos, que la historia es una ficción, cuando realmente lo que hace la historia es interpretar. Interpretaciones contrastadas. Pero igual que la astrofísica.
-En el libro «Los cínicos no sirven para este oficio», el gran reportero Ryszard Kapuscinski recuerda que es licenciado en historia y que «ser historiador es mi trabajo». Dice asimismo que todo periodista es un historiador. «Lo que él (el periodista) hace es investigar, explorar, describir la historia en su desarrollo». ¿Estás de acuerdo?
No sólo eso. Personalmente sitúo todas las ciencias humanas/sociales en el mismo conjunto. Considero a los periodistas como compañeros de observación, igual que a todo aquel que se hace preguntas en relación con las personas y los hechos sociales. Realmente, todos nos preguntamos ante cualquier acontecimiento las cinco «uves» (qué, quién, cómo, cuándo, el porqué) del periodismo clásico, aunque no todas tengan respuesta. Un periodista puede hacerlo con la última manifestación, pero lo mismo hacen en sus investigaciones un arqueólogo o un sociólogo.
-Por último, ¿consideras el oficio de historiador/periodista/
Escindir la parte emocional constituye, a mi juicio, un error. Porque la razón y la emoción van siempre juntas. Personalmente, me agrada el ascenso de la gente menesterosa y su ingreso en la Universidad, cuando me de dedico a estudiar este asunto. O las amnistías de las que se beneficiaron los liberales exiliados en la época de Fernando VII. Cuando mejor se interiorizan las cosas (con la razón y con las emociones), es como mejor se transmiten.