Bruno Perón
Barómetro Internacional

 

El aumento de la violencia en Brasil, al contrario de lo que piensan muchos gestores públicos, no se debe a la falta de represión de las fuerzas armadas y policiales o a su ausencia. Hay un aspecto más importante que el Estado ha descuidado: el país tiene peleas electorales calurosas (inflamadas más aún por los medios de comunicación) pero carece de un proyecto coherente para transformaciones culturales y sociales duraderas.

Mientras el Estado no cuida de nuestros jóvenes, porque tiene el rabo preso por las altas elites (nacionales y extranjeras) en cuya dirección fluye el dinero, gran parte de nuestros medio-ciudadanos y semi-profesionales se forman para disputar lo que les cabe en un escenario cada vez más competitivo. Mientras tanto, los discursos oficiales fuman el alucinógeno de las campañas economicistas a favor del crecimiento económico, recordando las exportaciones del “Brasil emergente”, pero dejan los residuos para los agitadores de las protestas en la calle.

Estos, los que agitan y participan de las protestas, no pierden su entusiasmo en causar ruido, aunque las fuerzas policiales hayan sido acusadas de actuar con truculencia contra los actos colectivos. Debido a las no contenidas confrontaciones, estas fuerzas represivas crearon perfiles enemigos (marginales que se infiltran en manifestaciones pacíficas, grupos enmascarados, jóvenes que hacen “rolezinhos” en los centros comerciales). Pero no haré ahora un análisis minucioso de la violencia en las protestas, porque existen relaciones educacionales, institucionales y de patrimonio público que merecerían un tratamiento especial.

Llamo aquí la atención hacia la desorientación y el agotamiento que las medidas represivas alcanzaron en Brasil. Esto ocurre en el punto en que las protestas se han tornado más frecuentes (por aumento de salarios, contra la Copa del Mundo, etc.) y cuando surjen “justicieros” que supuestamente cubren las lagunas de seguridad del Estado al hacer “justicia por sus propias manos”. Vimos el caso del muchacho de la periferia que fue encadenado desnudo en una playa famosa de Río de Janeiro por haber cometido un delito a los ojos de los “justicieros”.

En esa misma ciudad, las fuerzas policiales intentan reducir la delincuencia (tráfico de drogas, robo de vehículos) en las favelas a través del envío de tropas (ostensivas, muchas veces con fines preventivos) y de Unidades de Policía Pacificadora (UPP). Recientemente estas fuerzas de seguridad pública (junto al Ejército y la Marina) ocuparon el Complejo de Maré, un conjunto de favelas en la región Norte de Río de Janeiro.

En este interín, leo en la prensa que el gobernador de Piaui solicitó fuerzas federales para contener el aumento de la violencia en su Estado. Sin hablar del colapso del sistema de prisiones en Maranhão. Es así que el uso de una fuerza ha generado otra en vez de provocar la tan esperada reducción o anulación del uso de la violencia. Mientras tanto, la falta de proyectos para arreglar la casa, como señalé al principio, no parece preocupar a los que toman las decisiones, que muchas veces cumplen con jornadas de trabajo, pero no con su función pública.

Cuando hablo del agotamiento de las fuerzas de la represión no dejo de mencionar opiniones divergentes con la mía. A pesar de las diferencias de actuación entre las fuerzas policiales citadas y las Fuerzas Armadas (Aviación, Ejército y Marina) en Brasil, muchos creen que el problema está en la insuficiencia de las inversiones. Así, nuestro Ministro de Defensa lamentó que Brasil dedique 1,5% (que en 2013 totalizó R$ 18,3 millardos) de su Producto Interno Bruto a Defensa Nacional, mientras que la media mundial es de 2,6%.

En nuestro país, los conflictos internos tienden a persistir debido a la falta de grandes proyectos que lo transformen constructivamente y a los intereses enfrentados que a veces se equilibran, pero que otras veces se hostilizan y producen lo que vimos en las ciudades brasileras a mediados de 2013. Entre dar municiones y ofrecer estímulos educativos, la segunda opción es más digna de un país con lugar a cambios. Mientras se agotan las fuerzas represivas, persiste nuestro deseo de ver a Brasil resplandecer, pero no solamente en los estadios.

Para eso lector, usted siempre contribuirá con algún deseo precioso.

Su papel como ciudadano hará la diferencia mucho más allá de las urnas.

Blog del autor: http://www.brunoperon.com.br