La propaganda, la construcción del enemigo, el rol de los medios de comunicación de masas, la inoculación en el imaginario colectivo del «individuo hecho a sí mismo». Los historiadores Pablo Pozzi y Fabio Nigra, docentes en la cátedra de Historia de Estados Unidos en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, diseccionan estos item en el devenir histórico estadounidense. Reflexionan asimismo -en materia económica- sobre lo que supuso el «New Deal», las sedicentes medidas «progresistas» de Obama o la realidad laboral, cada vez más precaria y marcada por la explotación. Esta entrevista es la segunda parte de una anterior realizada a propósito de uno de los libros publicados por los dos historiadores, «Invasiones bárbaras en la Historia de Estados Unidos».
-Os pregunto por la funcionalidad de la propaganda en las dos guerras mundiales. ¿Ha contribuido a modelar el ciudadano medio norteamericano que conocemos hoy: individualista, consumista e identificado con el sueño del «modo americano de vida»?
Pozzi: Hay dos niveles distintos. Uno es el de la propaganda oficial, y otro es el de la propaganda cultural. Dejo que Nigra te hable de la primera. La segunda es importantísima. En ambas guerras lo que se construye es el concepto de Estados Unidos como «arsenal de la democracia» y como «salvador de la decadente Europa». La consigna de la Primera Guerra («Lafayette we are here») aludía a que Francia ayudó con la Guerra de la Independencia, y ahora Estados Unidos iba a salvar a Francia de los «hunos». La Segunda es aun mejor: como se puede ver en «Salvando al Soldado Ryan» o en «Band of Brothers». La construcción es que es la última guerra «buena», donde los malos son muy malos, los norteamericanos son muy buenos y comunes (Tom Hanks, el Capitán que es en realidad un profesor de literatura), y los franceses o belgas son todos fantasmas que casi no aparecen excepto para ser salvados. La imagen es clara: los soldados yanquis, a los cuales la gente recibe con algarabía, van por el mundo repartiendo caramelos a los chicos, medias a las chicas y comida a todo el mundo. O sea, son la viva representación de la abundancia.
Más aun, en ambos casos, la guerra no los toca directamente (no son invadidos), sino que «salvan al mundo» porque eso es parte del «sueño americano». En síntesis la visión hegemónica en torno a las dos guerras es la del individuo, que vive bien y con gran futuro, capaz de sacrificarse por un mundo en decadencia. Es fascinante como esto opera en la realidad: una encuesta entre miles de historiadores yanquis les preguntó que señalaran el mejor y el peor momento en la historia de su país. Una amplia mayoría dijo que el mejor era la Segunda Guerra, y el peor la bomba de Hiroshima. ¿Cómo? Yo, que no debo ser muy inteligente, siempre pensé que la bomba atómica era parte de Segunda Guerra Mundial.
Nigra: En el libro «Visiones gratas del pasado. Hollywood y la construcción de la Segunda Guerra Mundial» hay un artículo de Valeria Carbone que analiza el manual que editó la Office of War Information (OWI) respecto al cine en particular. Esta oficina era la que centralizaba todas las labores vinculadas a la información y propaganda, elaborando las políticas específicas, en particular con los productores y Estudios de Hollywood. Como es de suponer, una parte de las labores era controlar qué se decía y cómo. Lo que uno puede concluir luego de leer ese texto, es que desde el gobierno tenían muy claro cómo construir amigos y enemigos. Y por ello se establecieron lineamientos específicos. Por ejemplo, según una encuesta publicada por la OWI, el 73% de los entrevistados consideraba a los japoneses traicioneros, el 62% lo consideraba engañoso y el 55% destaca la crueldad como elemento relevante del carácter de dicho pueblo.
Como consecuencia de tal política, entre un 38 y un 48% de los soldados norteamericanos movilizados estaba de acuerdo con la afirmación: «me encantaría matar a un soldado japonés», mientras que solamente del 5 al 9% afirmaba lo mismo respecto a los alemanes. Asimismo, el 54% de los soldados de infantería entrevistados manifestaron al ver soldados de Alemania o Italia prisioneros, que «eran hombres como nosotros; es una pena que tengamos que luchar contra ellos», mientras que solamente un 20% hizo esa manifestación en el Pacífico al ver prisioneros japoneses, en tanto que el 43% «sentía bastantes ganas de matarlos». Contrariamente, sólo el 18% pensaba lo mismo respecto a los prisioneros alemanes. Pero esta diferencia entre los japoneses y los alemanes o italianos se vino construyendo desde la década de 1930, dice Tom Engelhardt, presentándose películas en que los japoneses aparecen como taimados, traidores, brutales.
Agrega algo más, y cito: «para la mayor parte de los americanos, la guerra era una venganza contra los japoneses, y sólo se aceptaba acabar primero con el frente europeo para poder así dedicar toda la atención al asunto más importante: el tormento y la destrucción absolutos de los japoneses. El eslogan era, curiosamente, Recordad Pearl Harbor. Nadie gritó ni cantó nunca Recordad Polonia.» Pero lo que parecía una construcción funcional al esfuerzo de guerra, terminó siendo un gigantesco aparato montado para ir definiendo los objetivos sustanciales para el aparato productivo que emerge de la Segunda Guerra, conocido como el complejo militar-industrial. O sea, lo que hemos aprendido a lo largo del medio siglo que siguió a esa guerra es que el complejo tiene que tener siempre un enemigo para justificar los enormes gastos militares.
-Afganistán, Iraq, Siria, Irán. ¿Hay una construcción del «enemigo» heredera de la guerra fría, que continúa aplicando Estados Unidos hoy para la caracterización de sus enemigos?
Pozzi: Hay un caricaturista mexicano maravilloso que se llamó Abel Quezada. Él decía que los yanquis siempre tienen el mismo enemigo. Primero los indios, luego los nazis y japoneses, tercero los comunistas de todo pelaje y, agrego yo, hoy en día los musulmanes «que son todos violentos y quieren ir al paraíso». O sea, no es que lo de hoy hereda a las construcciones de la Guerra Fría, sino estas siempre fueron las construcciones del «enemigo» de Estados Unidos, por ejemplo cuando invadieron a México en 1846. Lo que señalaba Quezada es que el esquema es el mismo en todos los casos, y se modifica sólo la adscripción pero no el contenido. El enemigo construido siempre es tenebroso, amenaza «nuestra forma de vida», quiere «quitarnos nuestra libertad», «nos envidia», «son salvajes que no valoran la vida y al individuo», «nos quieren imponer cosas». Lo que subyace a todo esto es una noción construida por la cual: EstadosUnidos=democracia=
Dicho de otra forma, es una construcción de una ecuación donde todos los términos son intercambiables e inescindibles. Para estar salvado hay que ser parte de Estados Unidos y eso automáticamente implica que eres libre y civilizado. Sin desperdicio. Esto no fue siempre así, sino que son nociones culturales (una identidad dirían mis colegas sociólogos) que se construyeN en el siglo XX, comienza con la Guerra con España, Filipinas y Cuba, y se consolida luego de la Segunda Guerra Mundial gracias a la represión macartista.
Nigra: Puede parecer una conclusión simplista, pero creo que nada casualmente se han ido redefiniendo los enemigos en función de las necesidades estratégicas del gran capital monopólico, y por ello los posicionamientos internacionales de Estados Unidos. Finalizada la guerra, la emergencia del complejo militar-industrial determinó la necesidad de hacer un keynesianismo puro para la economía doméstica, pero claramente sostenido en un imperialismo sobre el exterior, apoyado en un militarismo creciente. La guerra de Corea, la de Vietnam, las invasiones a pequeños países que no cumplían con las órdenes del amo, el apoyo logístico a grupos liberales que se levantaban contra países que o se apoyaban en el área de influencia de la Unión Soviética o intentaban seguir caminos autónomos, requirió gastos cada vez más fuertes, apoyados en impuestos.
La fórmula de justificar esa aspiradora de recursos por parte de un Estado funcional al complejo era el terror que se infundía desde los sectores dominantes a los ciudadanos comunes; un terror a la pérdida del «american way of life» que jamás estuvo ni mínimamente en riesgo. Ahora bien, con la caída del muro de Berlín tuvieron que encontrar un nuevo enemigo que siga justificando el infernal gasto militar, y lo hicieron en función de necesidades estratégicas (geopolíticas, recursos naturales, etc.) En el mundo que propusieron de «inestabilidad organizada», por no haber un enemigo lo suficientemente poderoso como para confrontar (hubo un intento por re-inventar a Japón como enemigo al acecho en los noventa, pero con la profunda crisis en la que cayó su economía no prosperó; no olvidemos que Pablo ya en esa década escribió un artículo al respecto), encontraron primero a los exóticos y poco democráticos musulmanes… y ahora es la guerra al terrorismo. ¿Es necesario recordar que la mayoría de esos grupos terroristas en las pasadas décadas fueron financiados y entrenados por la CIA? ¿Es preciso mencionar que el hoy abanderado de la paz, recientemente fallecido, Nelson Mandela, estuvo hasta hace poco en la lista de terroristas del FBI? Con esto quiero decir que Estados Unidos, conforme avanza la dinámica de la relación de fuerzas internacionales, va redefiniendo los enemigos… y se apoya, claro está, en los medios de comunicación, donde el cine de nuevo juega un papel fundamental.
-Economía. En medios oficiales europeos (sector «progresista») se ejemplifica en Obama la posibilidad de implementar otras políticas, por ejemplo, medidas de expansión monetaria o reformas en el modelo sanitario. ¿Compartís esta interpretación?
Nigra: Acá seguro discutimos. En el mejor de los casos, podríamos ver que a lo largo de los siglos XIX, XX y lo que va del XXI ha habido una alternancia entre lo que comúnmente se llama el capitalismo salvaje y el capitalismo regulado o controlado. La aristocracia financiera de la que hablaba Lenin tomó definitivamente el poder luego de la década de 1980, luego de luchar ideológicamente por décadas (desde Mont Pélerin en 1947 y la fundación de la famosa sociedad), alcanzaron la capacidad de tomar decisiones a nivel estatal. No importa la crisis desatada a partir de 2008, su posición es firme y encontraron la fórmula para reproducir su modelo no solamente en diferentes países, sino también en términos de alternancia democrática: no importa de qué partido son los gobernantes, la financiación de la campaña, los negocios oscuros y el apoyo de los medios concentrados los obliga a respetar sus dictámenes como verdades inobjetables. Se puede perder una elección presidencial, como sucedió con la victoria de Obama, pero tienen el suficiente poder como para colocar una importante cantidad de empleados en el Congreso como para limitar o bloquear el daño que se intente desde sectores progresistas para tratar de cambiar el orden estructurado en términos financieros. Y pienso que Obama no es Franklin D. Roosevelt, no ha tenido la capacidad política ni el coraje de enfrentarlos seriamente. ¿O tenemos que creer que Roosevelt no tenía a su propia cadena Fox en contra?
Por supuesto que sí, y sin embargo logró impulsar una transformación estructural para salvar al capitalismo norteamericano. Obama intenta algunas modificaciones que, luego de pasar por el Congreso, llegan tan debilitadas a la práctica que no tienen una significación particular en la estructura económica heredada de Reagan y Bush. Pensemos que hasta hace poco la Fed ha estado inyectando alrededor de 80 mil millones de dólares por mes a la economía, y mientras tanto el presidente luego de rogar en el mensaje sobre el Estado de la Unión por un aumento del salario mínimo, tuvo que hacerlo por decreto. Y el desempleo ha bajado en valores casi insignificantes. O sea, ¿a manos de quién fueron esos cientos de miles de millones de dólares? No olvidemos que quien llevó adelante esa política monetaria no es precisamente un activo militante de la izquierda del partico demócrata, sino un severo conservador nombrado por Bush Jr., Ben Bernanke. Creo que la tibieza del mandato Obama roza la posibilidad de lo que podría llamarse un acuerdo crítico con el Tea Party, en verdad.
Pozzi: Yo tampoco coincido con el oficialismo europeo. La suposición subyacente es que un negro demócrata es, de alguna forma, una persona que tiene correlato con las bases sindicales, negras y pobres. En realidad, para ser Presidente de Estados Unidos, no hacen falta votos sino millones y millones de dólares. Y si bien el Presidente es la cabeza, el gobierno depende de intereses y múltiples presiones. La reforma sanitaria es un desastre y tiene poco de reforma. La expansión monetaria ya la hacía Bush. Y, con la posible excepción de un mayor multilateralismo en política internacional, Obama ha continuado las políticas socioeconómicas de los dos Bush. Es más, Obama está a la derecha de Clinton, lo cual ya es mucho decir. El problema es que el oficialismo europeo coincide con buena parte de las propuestas neoliberales, y encuentran a Obama más tratable que Bush hijo. Pero Obama interviene en Venezuela, en Ucrania, y en un sinfín de lugares más mientras mantiene la política de ayuda al gran capital a costillas de los trabajadores.
-En Europa hay economistas más o menos críticos, sindicatos y partidos de izquierda que confían en una salida de la crisis con medidas «keynesianas». Incluso se cita a Roosevelt como referente. ¿Pensáis que se idealiza la figura de este presidente, así como el «New Deal» que propulsó? ¿Quién fue realmente Roosevelt y qué fue el «New Deal»?
Nigra: La comparación suena hoy hasta anacrónica. Podría pensarse que la clase dominante aprendió con el crack de 29 y la siguiente década de depresión más de lo que suponíamos. Ubiquémonos en el contexto de aquella década. En ese tiempo había tres grandes modelos político-económicos: el de las democracias liberales, inmersas en una profunda crisis económica y de representación; los modelos fascistas, que hacia afuera mostraban una llamativa fórmula de recuperación económica y control político; y, también hacia el exterior, el paraíso obrero de la URSS (o sea, toda denuncia de la brutalidad del stalinismo era pura propaganda liberal o fascista). En Estados Unidos la opción cercana al fascismo (aunque en verdad podría llamársela populista de derecha) tuvo pequeñas expresiones, y en algún caso se llegó hasta a ganar una gobernación, como los casos de Charles Coughlin en Michigan y Huey Long en Luisiana.
Por su parte el partido comunista de los Estados Unidos y otras expresiones de izquierda contribuyeron enormemente a la organización tanto de los trabajadores explotados como la de los desocupados durante los primeros años de la década de 1930, y evidentemente al ver de la clase dominante y las direcciones de los sindicatos altamente burocratizados y aliados del poder, eran un problema para la supervivencia del capitalismo. Roosevelt, entonces, lee muy bien el mandato que recibe. Siempre comparé (cuando doy clase y no me graban, para que no me puedan chantajear después), que era totalmente comparable al mandato que recibió Menem en Argentina en 1989, y ahora puedo decir que es el mismo mandato que recibió Kirchner en 2003. Es decir, en una situación de crisis que se entiende como terminal, y creo que más allá de la expresión ciudadana del voto, hay como un mandato social que trasciende al voto, que podría sintetizarse así: «no me importa qué es lo que haces como gobernante, pero hacé algo para salir de esto».
Es el mandato que recibió Reagan, y logró instalarlo en la conciencia colectiva tan profundo, que los que lo siguieron no quisieron o no pudieron concebir y consolidar una alternativa. Algunos alucinados en 2009 ó 2010 hablaban de Keynes y Marx como opciones para responder a la crisis. Y no pasó mucho más que mencionarlos. Lo que sí sucedió es que, en un trabajo de resignificación genial, se utilizaron algunas herramientas conceptuales del keynesianismo para justificar los salvatajes al capital financiero, todo lo contrario de lo que pretendió Keynes. Con Pablo llamamos a eso «keynesianismo financiero»: en pocas palabras, se inyectan recursos públicos no para sostener la demanda agregada de bienes de consumo o industriales, sino que esos recursos son utilizados para sostener la demanda agregada de instrumentos financieros. Los gastos públicos enormes de los países centrales son consecuencia de estas herramientas, y todo ajuste que se decide lo es en función de darle garantías a los capitales financieros.
Pozzi: Breve, el estado de bienestar es imposible hoy. Ha cambiado la etapa del capitalismo. Por ende, los que plantean un tipo actualizado de New Deal deliran. Roosevelt salvó a Estados Unidos del colapso y del peligro de revolución social. Para hacer eso amplió los espacios democráticos y redistribuyó hacia abajo el ingreso. Hoy en día, con un capitalismo muy concentrado, cualquier política redistributiva o democrática es contradictoria con la tendencia y los intereses del gran capital. Lo posible son variantes de los populismos de derecha, cuyo discurso es progresista pero cuyas prácticas son funcionales a la concentración económica. En general, donde se ha impuesto este tipo de gobierno la tendencia es a que agudizan los problemas porque no resuelven (ni pueden hacerlo) las cuestiones de fondo. Un neoliberal, Reagan, llevó a Estados Unidos casi al borde de la quiebra; un conservador populista, Clinton, logró ganar tiempo que fue dilapidado por George W. Bush. ¿Y Obama? Ha podido hacer poco y nada, excepto continuar con lo mismo.
-Algunas de las últimas huelgas relevantes en Estados Unidos han tenido lugar en sectores que poco tienen que ver con el movimiento obrero clásico, con el modelo fordista. Se trata de conflictos laborales en «grandes almacenes» o firmas muy conocidas de «comida rápida». ¿Consideráis que lo que algunos llaman «precariado» puede constituir el verdadero sujeto de las luchas en el centro de trabajo? ¿Existe conciencia y potencial para ello?
Pozzi: Este es un larguísimo tema de discusión. Mi postura personal es si y no (¿vacilante lo mío?, un poquito). La clase obrera norteamericana, hoy en día, se encuentra muy segmentada entre sectores. Un obrero blanco y sindicalizado gana el doble o el triple que una obrera latina y sin organización. Ambos son explotados terriblemente, pero uno siente que está un poco mejor y que eso se debe a que logra mantener a los otros fuera del mercado de trabajo. Asimismo, el sistema sindical es sumamente complejo y con escasa protección legal. El movimiento obrero norteamericano ha dado grandes luchas, pero ha obtenido escasos resultados. La licencia por maternidad con goce sueldo es una conquista argentina desde 1947; pero en Estados Unidos no existe, y Clinton solo aprobó la licencia por maternidad pero sin goce de sueldo. Digamos, algo troglodita y terriblemente anti mujer.
La mayoría de los sindicatos yanquis son «business unionism» y están convencidos que si hay que recurrir a la huelga es porque ya perdieron. O sea, creen firmemente en la colaboración y negociación con las patronales. Eso es buenísimo para los dirigentes burócratas, pero las bases vienen en retirada desde 1980. Y el desempleo y la pauperización han aumentado. Un resultado es el auge de precarizados en trabajos mal pagos y de escasa capacitación. La condición de muchos de estos trabajadores recuerda a fines del siglo XIX. Al mismo tiempo, muchos no tienen una cultura propiamente fabril, ya que nunca trabajaron en fábrica, por lo que se asemejan más al lumpenproletariado que al proletariado en sí. Como están tan cercanos al desempleo y al hambre, la posibilidad de perder el empleo tiene poco efecto disciplinador (a diferencia de los trabajos industriales). Sus luchas han sido muy variadas, y tienen un fuerte componente de desesperación y también de enojo. Como no están en el centro neurálgico de la economía la tendencia es que esos conflictos se pierdan. De hecho, uno de los problemas es que las huelgas se pierden casi todas, lo cual lleva a preguntarse cuál es la forma de lucha que se corresponde al momento histórico actual.
Ahora ¿son un verdadero sujeto de lucha? ¿Qué querrá decir eso? En realidad, si luchan son verdaderos sujetos. Quizás la pregunta alude a si tienen un potencial de transformación social o si merecen que pongamos esfuerzos en su organización. Las respuestas me parecen simples. Si, merecen nuestro apoyo solidario para puedan luchar organizadamente y lograr una vida mejor. No, en realidad su posibilidad transformadora es muy limitada, como lo sería el de casi cualquier sector de trabajadores solos. Si no es el conjunto de la clase la que se moviliza, entonces el capitalismo siempre va a ser «un monstruo grande que pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente».
¿Existe conciencia? Ahí vamos a un problema más que serio: ¿qué es y cómo se mide la conciencia de un sector social? Conciencia no es ser luchador. En mis años mozos los fascistas eran tanto o más combativos que nosotros (por eso teníamos unas batallas campales feroces), y su conciencia era nacionalista y macartista y muy atrasada. No hay que confundir combatividad con conciencia. Los precarizados ¿luchan por una mejora colectiva o simplemente para que algunos encuentren su lugarcito bajo el sol mientras a otros los siguen explotando? No hay respuesta fácil. En el caso norteamericano, muchos luchan para su inclusión en los beneficios del sistema no para cambiarlo. Y eso es algo absolutamente terrible y uno de los grandes triunfos de la hegemonía capitalista.
-Otro ingrediente sustantivo de las políticas norteamericanas actuales es el espionaje global, conocido por las revelaciones de Snowden. ¿Qué importancia otorgáis al espionaje a gran escala? ¿Es el síntoma de un imperio que se siente en declive o un indicador de la hegemonía norteamericana?
Pozzi: El espionaje es muchas cosas: es miedo, es decadencia, es control, es represión. A ver y por partes. Espionaje siempre hubo en Estados Unidos sobre su propia población. Cada ciudad tiene un «escuadrón rojo» que controla al activismo social y político, y tiene compilada una lista de posibles «enemigos» a ser detenidos sin orden judicial para «preservar la seguridad pública». Escuchas telefónicas hay desde que existe ese aparato, lo mismo que control sobre el correo. Lo que ha variado es la capacidad tecnológica de comunicarte y también de controlarte. Ya sea el satélite que puede verte cocinar en tu casa, o las computadoras que pueden controlar (vía programas informáticos de reconocimiento del lenguaje) todo lo que tu dices vía internet o teléfono, han incrementado la posibilidad de control poblacional. Por eso los «terroristas» utilizan escasamente la tecnología y recurren a redes y contactos humanos una vez más.
Ahora, si «el terrorismo» es difícil de ubicar ¿por qué tanto énfasis? Primero porque los sectores dominantes sienten que están sentados en un barril de pólvora: sus políticas les generan cada día más y más enemigos, y nunca se sabe de dónde va a salir el próximo. Segundo, porque brinda información que puede ser utilizada en momentos oportunos para que un individuo haga lo que se le requiere. Pero más aun, la tercera opción es imponer el miedo de un estado totalitario y totalizante. Para mí Snowden es un héroe, pero sus revelaciones también me asustaron bastante. Si pueden espiar a Dilma Rousseff impunemente, ¿qué no me pueden hacer a mí? ¿Dónde quedó esa acusación de que la URSS era un estado totalitario por controlador y represor?
De todas maneras, el miedo y el control tienen límites concretos. La dominación se ejerce a largo plazo con consenso del dominado. Porque una dominación basada en la represión pura significa que eventualmente el dominado se acostumbra y la represión no cumple su cometido amedrentador. La decadencia se ve en que se recurre cada vez más al espionaje (o sea a la represión) porque la hegemonía se ha resquebrajado.
Nigra: El espionaje es una necesidad estratégica. O son lo suficientemente torpes como para que se desnuden sus acciones, o efectivamente Snowden, como también sucedió con Daniel Ellsberg de la Corporación Rand y los famosos Pentagon Papers, compró todo el paquete discursivo de ser los representantes del bien, la verdad, la justicia divina y la democracia, hasta que se dio cuenta de la gigantesca mentira que eso representaba. Las leyes patriotas dictadas por Bush y su mafia lo único que hicieron fue darle un estatus legal a lo que ya se venía haciendo desde hacía tiempo, pero ahora con muchos más recursos financieros y tecnológicos. Para mantener la inestabilidad organizada y a la vez diseñar las políticas imprescindibles para contener a su principal contendiente (China), es necesario conocer no solamente qué se está analizando o trabajando a nivel político, sino los proyectos económicos, las reservas de materias primas (como el espionaje a Petrobras), a fin de tomar las decisiones necesarias.
-Por último, ¿Cómo observáis el panorama de los medios de comunicación en Estados Unidos? ¿Identificarías algún medio más o menos progresista o de izquierdas? ¿Os atrevéis a hacer un análisis en perspectiva histórica?
Nigra: Yo creo que lo más importante se ve por internet. Espacios como Counterpunch o Tom Dispatch entre cientos de otros, son espacios de discusión realista, democrática y de izquierda. No veo que exista un espacio como es The Guardian en Inglaterra, o Página 12 en Argentina, por citar casos de medios gráficos de presencia nacional. Pero lo que más se ve es la presencia de enormes conglomerados mediáticos tipo Fox o CNN que tienen una hegemonía nacional tan determinante que hay muchos norteamericanos que en el día de hoy siguen convencidos de la mentira instalada por Fox, de que Obama no nació en Estados Unidos.
Pozzi: Quizás aquí es importante darnos cuenta que el que la ley permita una amplitud de medios y que existan medios de izquierda o progresistas, no significa que estos tengan ni peso ni influencia fuera de sectores muy reducidos. Si hay un país donde 1984 de Orwell ha llegado es Estados Unidos. La historia se reescribe cotidianamente, y las voces disidentes son muy limitadas en su llegada a las amplias masas. Y no llegan no sólo porque tienen menos dinero. No llegan porque primero no tienen mucho para decir, y luego porque en el fondo comparten las nociones básicas de la hegemonía norteamericana. El último periódico contestatario de masas fue The Appeal to Reason (El Llamado a la Razón), el periódico socialista de fines del siglo XIX que se leía en miles y miles de familias obreras y campesinas. Su lenguaje era claro y transparente, sus propuestas eran a organizarse para tener una vida mejor, denunciaba a los capitalistas, y reivindicaba a los trabajadores; y el problema central era el capitalismo en sí.
Hoy en día ni marxistas como New Politics, o liberals como The Nation, o amarillistas como Counterpunch, o post izquierdistas como The New York Review of Books, se centran en el problema del capitalismo. Para ellos el tema es lograr más y mejores reformas, y la denuncia constante ha sustituido buena parte del análisis. No es en todos los casos: gente como Mike Davis o Robert Brenner, revistas como Against the Current, o partidos como Workers World hacen una labor encomiable, pero muy limitada. De hecho los «progre» en Estados Unidos, como pueden ser Naomi Klein o Amy Goodman, serían de centro en casi cualquier otro lado, o por lo menos serían consideradas bastante «light» y superficiales (y a veces muy pero muy macartistas).
En síntesis, el tema es que Estados Unidos permite la existencia de una amplia gama de medios de comunicación, pero lo importante es la aceptación del sistema hegemónico. Dicho de otra manera, se permiten todas las tendencias mientras respeten la «Constitución». En 1950 el Partido Comunista insistía en su patriotismo, se amparaba en la Constitución, y reivindicaba a Washington. El resultado era concreto: ¿para qué necesitas un PC en ese contexto si ya tienes a un Partido Demócrata? Ser el ala izquierda del sistema, no importa cuán combativo, implica reforzar y no cambiar el sistema.
Por último, es revelador que los medios yanquis son terriblemente «honestos». En la tapa del New York Times hay un recuadrito que dice «All the News That’s Fit to Print». Increíble, dice todas las noticias que es adecuado imprimir. ¿Adecuado? ¿De acuerdo a qué o a quién? No dice «todas las noticias», ni siquiera dice «toda la verdad sobre lo que te decimos». Te dice con absoluta y meridiana claridad que te las van a recortar con algún obscuro criterio de «adecuado» y lo que deberías saber. Digamos, es fascismo puro.