Antonio José Gil Padilla
Rebelión

La razón, la racionalidad o el razonamiento, es una facultad humana cuyo adecuado uso nos debiera distinguir de otras especies. Sin embargo, la razón, al contrario de lo que pareciera natural, en las últimas décadas, ha ido perdiendo, de formas progresiva, sus verdaderas señas de identidad, tanto en la propia expresión verbal como en su puesta en práctica, hasta alcanzar aquello que pretendían quienes siempre han estado más mermados de ella: los límites de la sin razón o de la irracionalidad. Ahí nos encontramos sin que se vislumbre un repunte de ese estado de anorexia intelectual que padece gran parte de los individuos que conviven en sociedades como esta nuestra.

El maltrecho término razón ha sido tan castigado que en psicología se dice que es un “error cognitivo” el hecho de querer tener siempre la razón. Peor aún en psiquiatría: “tener razón” está considerado como un tipo más de neurosis. Evidentemente el error cognitivo y el querer tener razón son dos deformaciones, con el mismo origen, del verdadero uso de esa potencial facultad.

Por un lado, los movimientos revolucionarios o la izquierda formal proclaman la justicia y la igualdad, pero nunca se han preocupado de reivindicar la racionalidad, o de luchar contra la sinrazón establecida para beneficio de unos pocos. Por otro, la “intelectualidad formal u oficial”, los “expertos” o los voceros que, día tras día, nos castigan en los medios de comunicación, tal vez por carecer de ella, jamás han hecho uso de esa capacidad, siendo sustituida por la conjetura, la opinión sin fundamento, el disentimiento improvisado, el vano comentario o el “yo creo”, despreciando el pensamiento crítico y constructivo, el debate serio o el análisis hecho con rigor, fruto, todo esto, del correcto uso de la razón.

De esta manera se ha ido fraguando una forma de vida contraria a lo racional por cuyo motivo el miedo, la mentira, la confusión o el absurdo se han apoderado de amplias capas sociales. Parafraseando a K. Marx, cuando anunciaba que No es la   conciencia   la que   determina la vida , sino la vida   la que   determina la conciencia , pensamos que es la forma de vida la que determina los valores y el uso de las capacidades intelectuales -y, por supuesto, también la conciencia- de los individuos que forman una sociedad.

De esta manera, esa sociedad se hace conservadora y asume y admite cualquier cosa que emane de los centros u órganos de poder. En las páginas 45-46 de http://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico, se recoge una relación de algunos hechos irracionales aceptados, expresados con carácter universal.

En lo concreto

Por su importancia o actualidad, quiero hacer mención ahora a situaciones irracionales concretas que se derivan de algunos de esos hechos aceptados. La desigualdad entre unos y otros individuos de una misma sociedad es un hecho irracional de orden superior. El principal motivo por el cual esto es así se debe a la aceptación incondicional de que son unos cuantos, los patronos, los únicos que pueden generar el empleo de una masa trabajadora. Este es uno de los hechos más aberrantes porque el objetivo de esos “empleadores” no es otro que su propio enriquecimiento personal. Otro elemento de desigualdad es la aceptación del enriquecimiento de elementos que el propio sistema utiliza para embrutecer a las masas. Se trata de los sueldos de deportistas, actores, cantantes, banqueros, gestores de fondos, etc., haciendo bueno el principio de la instrumentalización según el cual a cada individuo o a cada grupo social le corresponde una asignación monetaria, o una recompensa, que es función de la posibilidad de instrumentalización que el sistema puede hacer de él para alienar o adormecer o, en suma, para mantener o incrementar la situación de desigualdad entre ricos y pobres. Hace poco me llegó el mensaje en el que decía que el programa más visto de TV en nuestro país es “Sálvame” (de Telecinco), el libro más vendido el de Belén Esteban y el disco más vendido el del hijo de la Pantoja (alias “Paquirrín”). Y perdón por la vulgaridad, pero la cosa es así.

A ello hay que sumar la creencia de que los “males” que aquejan a este tipo de sociedades lo pueden remediar los políticos, sin que se indague lo más mínimo en la función encomendada por el poder económico a esta casta o sector privilegiado.

El deterioro de la razón, como capacidad básica, es tan elevado que se ha eliminado por completo la posibilidad de reacción ante casos de inmoralidad y corrupción tales como el que afecta a la familia real, al partido en el gobierno o a algunos dirigentes empresariales. Los individuos se convierten en meros espectadores cuando los medios ofrecen información de estos asuntos, es como si se tratara de una simple retrasmisión deportiva. La información, sea de lo que sea, es totalmente “fungible”: se consume, se esfuma…

Lo que se nos muestra día a día en los medios no requiere explicación, ni siquiera interpretación. Es un esquema claro y evidente del funcionamiento de este modo de vida, pero la anestesia es tan brutal que se pueden permitir contar los acontecimientos de la manera más descarnada posible.

Llegados a este punto, la intervención de los más inquietos ya nada puede conseguir para mejorar lo que vivimos. El fenómeno ha adquirido tal volumen que nos encontramos a la deriva, sin rumbo; ni los que dominan saben como salir de tal situación. ¿Será el determinismo, y solo él, el protagonista de los posibles cambios que puedan acontecer en el futuro?

Una nota de esperanza

Sólo en las mentes de unos pocos se ubica una forma de vida diferente, basada en el ejercicio de la razón. Una vida en la que la represión, el miedo y la mentira no sean los pilares fundamentales de la convivencia. Un mundo sin dominados y dominadores. Una vida sin desigualdad extrema. Una forma de reparto del trabajo organizada desde los órganos centrales de una administración compartida por todo el pueblo. Un modelo político radicalmente opuesto al vigente en esto que llaman “democracia”. Un modelo educativo que nada tenga que ver con lo que tenemos, que permita el desarrollo intelectual y no la inútil adquisición de contenidos. Un modelo cultural participativo, y no una industria o un comercio en los que los ciudadanos son meros espectadores, y unos cuantos se enriquecen. Una sociedad en la que desaparezca la inseguridad y la incertidumbre, en la que los comportamientos cívicos y solidarios no requieran de normas o leyes represivas. ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para que este pensamiento se generalice, o que al menos sea un sueño? Freud pensaba que los sueños son la antesala de la realidad futura. Sería preferible que fuera el ejercicio de la razón de los humanos el que propiciara un cambio a mejor, y no las leyes de carácter casual o mecánico.