Tengamos claro que cuando hablamos de ecología no sólo estamos hablando de la posibilidad de la sobre­vi­vencia humana en el planeta. Esa alarma está encendida y reconocemos la urgencia. Estamos hablando, también, del amplio abanico de culturas y formas de intercambio que han sido obligadas a plegarse, silenciarse, aislarse por acción y gracia de la “racionalización” de los recursos y de su regularización (privación, privatización, despojo). El aprovechamiento y uso de los recursos por parte de las comunidades originarias y tradicionales cada vez más son estigmatizados por el capitalismo; es común, muy común, encontrarse con clichés en los que estos grupos aparecen como depredadores del ambiente y como grandes deudores al progreso de la humanidad.

El capitalismo echa mano a cuanto artificio ecologicista encuentre en su camino para despojar a estos grupos de sus trincheras de resistencia, resultando así que son los grandes laboratorios los que aseguran el bienestar y la salud de la humanidad, o que son las grandes enciclopedias las que resguardan el saber de la especie humana en el mundo, o que son las grandes constructoras (plagadas de ingenieros, arquitectos y agentes inmobiliarios) las que garantizan el derecho a la tierra y a la vivienda de una forma ecológicamente responsable. Pero estos artificios han echado raíces en la subjetividad, digamos que planetaria.

Mientras los pueblos no logremos un camino diferente para regular el metabolismo social impuesto por el capitalismo, personificado en la destructiva vía desarrollista de los Estados -la Modernidad y toda su carga eco-depredadora-, y la súper carrera armamentística desatada post guerra fría, seguirán teniendo vigencia las alarmas (aún no ensordecedoras) del colapso de la vida en el planeta.

Atilio Borón nos dice: “El problema principal ha sido causado por un patrón de consumo que es totalmente irracional y predato­rio. Pero ese patrón es inherente al capitalismo como sistema, pues es la expresión de un modo de producción igualmente irracional. Cambiarlo supone abandonar el capitalismo y construir un sistema ética, social y económicamente superior, algo que ni remotamente pasa por la cabeza de los líderes del mundo desarrollado. Por eso afirmo que no habrá solución a la crisis ecológica del planeta, algo que nos coloca al borde de un suicidio colectivo, en la medida en que no se reemplace un sistema económico-social que considera a hombres, mujeres y a la naturaleza, como simples insumos para la incesante generación de ganancias. Tal sistema es inviable, y su abandono por otro más humano y congruente con el medio ambiente es sólo cuestión de tiempo. (…) Pero, en lo mediato, lo único que salvará al planeta es la abolición del capitalismo y la instauración de un modo de producción y una forma civilizatoria superior, un nuevo socialismo”.

Michael Löwy se aventuró proponiendo el ecosocialismo, nosotros por nuestra parte compartimos taxativamente que es imposible un marxismo desvinculado de la ecología, porque pensar hoy la contradicción capital-trabajo es igualmente pensar en la contradicción capital-naturaleza, ¿o no? No sólo que es imposible pensar la contradicción capital-trabajo sin sus efectos ambientales, sino que es imposible pensarla sin referirnos a algo tan inmediato como los “recursos”.

Obviamente que hay un riesgo de despoli­ti­zación cuando se echa mano de la “cuestión ecológica”, pero es indudable que no debemos caer en esa trampa que quiere presentar al discurso de lo verde, o de lo ecológico, o de la naturaleza, o como quiera llamársele, desprovisto de direccionalidad política, como que si a “todos” nos afectara por igual. Sabemos que no es así. Y es por eso que pedimos no separar el debate ecológico del debate político socialista.

Juan Barreto Cipriani