Si somos incapaces de preservar la especie humana, ¿qué objeto tiene salvaguardar las especies vegetales?

Wangari Muta Maathai

 

I

Desde la primera piedra que el primer homo habilis afiló hace dos millones y medio de años, la tecnología humana no ha parado de superarse. Y sin duda, no se detendrá jamás, porque justamente en ello consiste la esencia de nuestra especie: la búsqueda perpetua de lo nuevo. La tecnología, en definitiva, no es sino eso: la forma de desarrollar instrumentos que nos permitan aumentar nuestra capacidad natural, nuestro poder, de defendernos de lo hostil y desconocido. Es decir: la tecnología es la posibilidad de llevar a cabo esa búsqueda, de dejar atrás la indefensión natural descubriendo cosas nuevas. En eso, sin dudas, no hay límites: la búsqueda del poder como resguardo contra la finitud de origen es el sentido mismo de la vida. Desde la primera piedra afilada hasta el misil nuclear hay una línea común que nos conduce ininterrumpidamente como especie, llamémosla afán de poderío, intento por saltar los límites o fascinación por el saber y lo novedoso.

Los instrumentos de que nos valemos para esa búsqueda son interminables, cambiantes, sorprendentes. La historia de la humanidad es la historia de ese desarrollo; es decir: la historia del desarrollo de nuestras posibilidades de «hacer». En definitiva, la palabra «tecnología» que hemos acuñado –tomándola del griego clásico: tecné– no significa sino eso: saber hacer, capacidad de operar, posibilidad de transformar.

Las tecnologías, por tanto, en tanto instrumentos, en tanto herramientas que nos permiten ese operar en el mundo, no son en sí mismas ni «buenas» ni «malas» (salvo excepciones muy puntuales sobre las que luego volveremos). Las tecnologías son las herramientas de que nos valemos para vivir; lo que las pone en marcha es el proyecto de vida en que se inscriben, el marco filosófico-político en que cobran sentido. La energía nuclear puede servir para alimentar la electricidad de una ciudad, o para hacerla volar por el aire con una bomba. Y la electricidad puede servir para salvar vidas (en un quirófano, por ejemplo), o para quitarla (con la silla eléctrica), o para torturar (con una picana). Está claro que, en sí mismos, los productos técnicos que la evolución de los seres humanos va obteniendo sirven en función de lo que se quiere hacer de ellos. El poder no está en la tecnología; sigue estando en las relaciones políticas que se establecen entre los grupos humanos.

Las relaciones entres los seres humanos (relaciones de poder hasta ahora siempre asimétricas: luchas de clases sociales, relaciones entre géneros, relaciones entre distintas culturas, relaciones generacionales) se valen de esos instrumentos para mantener/perpetuar el estado de cosas (donde alguien manda y alguien obedece) o, eventualmente, cambiarlo. Pero nunca las relaciones entre seres humanos están definidas solo por las tecnologías en juego. Las tecnologías son siempre aquello de que nos valemos para hacer andar el mundo; no nos determinan. Somos los humanos los que las determinamos a ellas. Un arado, una espada, un cántaro de arcilla, un alto horno de fundición o un robot sirven para instrumentalizar las distintas relaciones entre los grupos humanos; como objetos, por sí mismos, no determinan nada. Sirven para determinar, para relacionar, para articular procesos; esa es la razón de ser de una herramienta: servir para algo.

En el mundo capitalista moderno iniciado con la revolución industrial hace unos dos siglos, las ciencias juegan un papel determinante: han sido –y cada vez lo son más– la llave de la explosión productiva. La revolución científico-técnica en curso pareciera no tener límites, y las posibilidades que abrió en unos pocos años provocaron un salto monumental en historia de la humanidad. Con las ciencias que se instauran en la modernidad europea luego del Renacimiento y su aplicación sistemática en los procesos productivos que trajo el capitalismo, proceso hoy día ya globalizado y sin vuelta atrás posible, la especie humana avanzó en unos pocos siglos lo que no había hecho en milenios y milenios de civilización. De ahí que las ciencias modernas y sus nuevas tecnologías han pasado a ser los nuevos dioses de nuestros tiempos. Y algo curioso, digno de ser destacado: el proceso productivo mismo, el quehacer, la industria, en esa nueva cosmovisión moderna ha pasado a cumplir sin más el papel de ídolo, de deidad adorada. Hablamos indistintamente de «avance de la ciencia» como de «avance de la tecnología». Más aún: identificamos progreso con desarrollo tecnológico. El paso del desarrollo, según esta cosmovisión, lo marca el ritmo de las «tecnologías de punta». Pero no debemos olvidar que las tecnologías son una expresión visible, la aplicación de los conceptos científicos que la sustentan; y todo ello, en definitiva, hace parte del proyecto político en juego de un sistema de relaciones. La tecnología es una demostración del tipo de relaciones sociales que la sostienen, y al mismo tiempo, la posibilitan.

II

De acuerdo al proyecto de sociedad en que se desarrollan, las tecnologías pueden cumplir diversos papeles. Solas, en sí mismas, no representan nada. Son muy pocas las tecnologías nocivas en sí mismas. La gran mayoría, útiles en cuanto facilitan los distintos aspectos de la vida, sirven de acuerdo al proyecto en que se desenvuelven. En ese sentido, podría decirse que hay varias categorías, con implicaciones igualmente diversas:Tecnologías inaceptables en el actual sistema económico-social, pero aceptables en un marco socialista.

  1. Tecnologías correctas en sí mismas, pero que precisan moratoria o lentificación por motivos sociales.
  2. Tecnologías que no siendo prioritarias deben someterse a moratoria antes de haber logrado desarrollarse las primeras.
  3. Tecnologías que ya están suficientemente desarrolladas y no necesitan más investigación.
  4. Y solo en algunos casos muy especiales, tecnologías intrínsecamente negativas
  5. Tecnologías inaceptables en el actual sistema político, pero aceptables en un planteamiento socialista

Hay una serie de realizaciones tecnológicas que serían aceptables, incluso algunas son imprescindibles en sí mismas, pero que desarrolladas dentro de la dinámica del sistema capitalista van a servir inevitablemente no para el provecho colectivo sino solo para el lucro empresarial privado, contrariando el beneficio social. Su uso debería postergarse hasta que existan «reglas de juego» socialistas, donde la actuación política esté dirigida con racionalidad y justicia distributiva, y el respeto al medio ambiente sea una realidad efectiva.

La investigación y desarrollo en estos ámbitos están motivados enteramente por el interés monetario de las patentes, tanto en la investigación privada como en la mayor parte de la investigación académica, por ser una fuente importante de financiación de las universidades. Todo lo que se está patentando desbocadamente bajo el actual sistema abusivo de patentes del capitalismo está alejando sus beneficios a la generalidad de la población e incrementando aún más el poder de las grandes corporaciones multinacionales, que son las beneficiarias finales de las innovaciones. Se adelantan a patentar todo antes de que pueda existir un sistema mucho más restrictivo de patentes, como sería imprescindible. Entre estas tecnologías tenemos los sistemas para la detección, la monitorización cibernética y el automatismo.

a) La detección vía satélite es básica para comunicación, posicionamiento por GPS, alerta climatológica, etc.

El inconveniente es la desviación de su uso a fines éticamente cuestionables, como los bélicos de «guerra de las galaxias», o el control indiscriminado sobre toda la población del planeta. La mayor parte de los satélites en órbita realizan funciones bélicas y de espionaje, habiendo colmado el espacio de los satélites útiles. Los más de 20.000 artefactos o restos en órbita son un peligro para los útiles y para el planeta.

b) Buques-factoría y sistemas para la detección de bancos de peces.

Suponen un gran ahorro energético en la búsqueda, captura y transporte de la pesca, al disminuir los desplazamientos necesarios, pero son también el instrumento para su exterminio. Solo serían buenos si existieran reglas claras para el reparto equitativo de los beneficios, no desplazasen a quienes solo tienen recursos artesanales, y fuera controlada la pesca realizada con los sistemas sofisticados de control que se destinan a otros fines (generalmente perversos).

c) Global Forest Resources Assessment (GFRA).

Medir con exactitud la fotosíntesis que se produce en una parcela forestal o agrícola es útil para desmontar la falacia habitual de ciertas políticas ambientales cuando afirman que «se han plantado 10 árboles por cada uno talado», pues se vería que durante las próximas dos décadas cruciales esos 10 nuevos árboles van a fijar mucho menos dióxido de carbono que el único árbol talado o que un matorral autóctono. También el complejísimo monitoreo planteado, provisto de innumerables sensores, sería útil para el seguimiento de la evolución edáfica de los suelos a consecuencia del tipo de manejo forestal realizado. Pero sería necesario que los sensores instalados detectaran las variables correspondientes a dicha finalidad; que los –seguramente alarmantes– datos que se obtuvieran se hicieran públicos (en lugar de seleccionarlos o falsearlo como es muy habitual); y que se tomaran las medidas necesarias para atajar la degradación (de poco sirve ahora la observación por satélite de las deforestaciones masivas o clandestinas cuando no se aplican medidas correctoras). El desarrollo del GFRA bajo la lógica y la dinámica del sistema capitalista dominante puede servir también para gastar fondos públicos con fines perversos, por ejemplo: ensayar el control remoto de los espacios forestales, combinando la observación por satélite con los sensores sobre el terreno. O como un medio más para eliminar agentes forestales y campesinos provocando la despoblación del medio rural y la expulsión del campesinado. También podría servir para desarrollar industrias de «alta tecnología», controlada por las grandes transnacionales y en su exclusivo beneficio monetario, tecnológico, y político. O para adquirir experiencia en planes de dominación global que no son impensables para un mediano plazo: la regulación y el control cibernético de la biosfera, y con ello el poder absoluto sobre el mundo (por ejemplo: la guerra climatológica, denunciada en más de una ocasión como una realidad ya en curso; es decir: por ejemplo, huracanes teledirigidos). O más aún: la utilización de los sistemas de detección para la completa localización en cualquier lugar del mundo de los movimientos guerrilleros que se cobijan en las selvas, siempre con el benemérito pretexto de la lucha mundial contra las drogas.

  1. Tecnologías correctas en sí mismas, pero que precisan moratoria o lentificación por motivos sociales

Sabido es que en el capitalismo la mayor parte de las innovaciones tecnológicas se orientan a la disminución de la mano de obra y a la ampliación de la tasa de ganancia empresarial. Lo correcto sería dar tiempo al tiempo, que es un factor fundamental a considerar cuando se implementan procesos de innovación. Sin embargo, bajo la lógica del capitalismo, esto no cuenta; lo que le interesa es lucrar cuanto antes con la innovación, y la generación de desocupación masiva es un factor más de beneficio añadido al permitir el descenso de los salarios por tener un ejército de desocupados de reserva. Las políticas neoliberales se han especializado en este mecanismo. Particularmente sangrante es el desplazamiento de la población campesina, expulsada de su territorio (mediante la violencia generalmente) para la agricultura industrial. En este caso, a la catástrofe humanitaria se añade un grave daño a la biosfera común, tanto por la degradación de los suelos que provocan los agronegocios, como por incrementar la insostenibilidad del medio urbano con megápolis cada vez más inmanejables, violentas y hostiles para la sana convivencia.

En esa lógica encontramos la actual revolución industrial cibernética. Su magnitud se refleja en la cantidad de jubilaciones anticipadas, regulaciones y despidos que se han desencadenado en los últimos años. Resulta expresivo que una fábrica de automóviles que empleaba unas décadas atrás a 20.000 operarios con el llamado modelo fordista, se convierte en una factoría robotizada con solo 300 trabajadores muy cualificados. Parte del personal «sobrante», encontrando cerradas todas las puertas para la sobrevivencia, puede hallar como estrategias de vida solo la delincuencia, por lo que un beneficio tecnológico que debería ser alegría para todos (reducción de la jornada laboral, por ejemplo), termina transformándose en una bomba social. Por tanto sería necesaria una moratoria en el desarrollo de ciertas tecnologías aceptables aunque no prioritarias, y una lentificación en el desarrollo de otras de mayor interés, adaptándolas al ritmo de la reconversión y reubicación profesional de los que resultarán desplazados. Las políticas de pleno empleo de todas las experiencias socialistas, así sea recargando innecesariamente a veces las nóminas de algunas dependencias públicas, por lejos son siempre más humanas que los planteos capitalistas que consideran a los trabajadores solo «variables de ajuste». Si las tecnologías no sirven para beneficio de la humanidad, ¿para qué la queremos?

  1. Tecnologías que no siendo prioritarias deben someterse a moratoria antes de haber logrado desarrollar las prioritarias

Pueden tener algún interés para el avance científico, pero su desarrollo es irracional e inmoral por su elevado coste mientras no se resuelvan de forma estable problemas básicos de la humanidad como el hambre, las enfermedades de la pobreza (las diarreas, debido a la falta de agua potable, o las infecto-contagiosas, debido a las malas condiciones de vida), el problema habitacional, la educación básica para todas y todos. El esfuerzo investigador y los recursos deben utilizarse en la ciencia básica y en las investigaciones prioritarias, siempre en atención a las necesidades coyunturales de la sociedad de que se trate, y con perspectivas de mediano y largo plazo.

a) La estación espacial. Al fin se ha reconocido su escaso interés científico y la irrelevancia de los experimentos allí desarrollados. En realidad es prematura e innecesaria toda la aventura espacial, incluyendo la exploración personal o robótica de la luna o Marte. Comparar las sumas invertidas en los viajes espaciales con las necesarias para evitar la muerte por hambre de millones de personas resulta inmoral y obsceno. Hoy día puede verse con más claridad –y además puede decirse abiertamente– que la carrera espacial de Estados Unidos y la Unión Soviética fue una arista más de la Guerra Fría, inconducente y sin relevancia positiva real para los pueblos del mundo. De hecho, la llegada de misiones tripuladas a la luna por parte del gobierno de Washington no aportó prácticamente nada en términos científicos, siendo solo espectáculos mediáticos destinados a tapar la boca a su contrincante socialista.

b) La industria aeroespacial en su totalidad (lo llamado pretenciosamente «la conquista del espacio», «la nueva frontera», la «guerra de las galaxias») representa nuevos impactos sobre la biosfera por la extracción de los minerales escasos necesarios para las construcciones y las naves espaciales, guerras por intermediación para el control de la minería de materiales estratégicos, consumo de combustible, impacto sobre la atmósfera y la troposfera, dispersión de chatarra espacial, con el peligro que ésta representa en su posterior caída sobre la tierra, en ocasiones de combustible nuclear y otros materiales radiactivos. Lo inmoral, irresponsable e irracional de la aventura espacial culmina cuando ni siquiera se invocan los supuestos avances científicos, sino que ese daño y derroche se prepara con fines turísticos: se patenta la luna, se montan empresas de venta de parcelas, se reservan plazas para viajes regulares o para los proyectados hoteles espaciales. Todo ello sin que ningún organismo internacional declare la nulidad de esas patentes, de esas empresas, de los despachos de ingeniería y los técnicos que desarrollan y venden los proyectos, de las cantidades ya percibidas como reservas.

  1. Tecnologías que ya están suficientemente desarrolladas y no necesitan más investigación, al menos por ahora

Si bien no se puede limitar el desarrollo de la investigación científica, se deben abrir cuestionamientos éticos sobre mucho de ella, tanto respecto a su implementación como del «avance» en sí mismo que representa como bien social. Hay tecnologías que ya han dado saltos fabulosos y, hoy por hoy, no necesitan seguir desarrollándose. Por ejemplo: la calidad de la reproducción de todos los actuales medios audiovisuales (cine, televisión, videojuegos, pantallas de computadoras). El punto alcanzado es definitivamente muy bueno y se torna innecesaria su evolución en estos momentos; si se lo hace, es solo en función de continuar generando mercancías para colmar políticas empresariales, pero tecnológicamente no hay nada que las justifique.

Otro tanto pasa con la industria de los vehículos automotores; sabiendo que los motores de combustión interna son uno de los principales agentes causantes del efecto invernadero negativo, lo racional y éticamente correcto sería utilizar los nuevos avances tecnológicos en la producción de transportes públicos no contaminantes, buscando la paulatina eliminación del automóvil privado. Pero el hambre de ganancias de las gigantescas corporaciones fabricantes de vehículos, indisolublemente unidas a las grandes compañías petroleras, prefiere continuar con la producción irracional de autos particulares en vez de promover salidas viables con medios de movilidad públicos. La tecnología automotriz actual se sigue desarrollando solo por el afán de ventas, siendo que ya no sería necesario su avance sino, por el contrario, su reconversión hacia otro tipo de vehículos: no contaminantes y de uso masivo, eliminando el agresivo, en términos ecológicos, automóvil unipersonal o familiar.

5. Tecnologías intrínsecamente negativas

Llegamos a un capítulo especial, aquél en el que sí, efectivamente, la forma misma de la tecnología conlleva una carga negativa, por su probada peligrosidad. Se han desarrollado tecnologías peligrosas sin respetar el más elemental «Principio de Precaución» a pesar de existir serios indicios e informes científicos señalando sus peligros, y se han aplicado masivamente después de que tales peligros se confirmaron, y además con mayor gravedad y rapidez de lo previsto.

a) Biotecnologías que ponen en peligro la conservación de la biosfera. Pueden incluirse aquí: la tecnología del ADN recombinante; todos los cultivos y liberaciones ambientales de transgénicos; los intentos de fabricar bacterias sintéticas, las bacterias alteradas por mutaciones inducidas para uso en la «guerra bacteriológica», entre otros avances tecnológicos.

b) Tecnologías bélicas, cuya única función es la destrucción y el asesinato masivo. En particular las minas antipersonales, o la utilización de «uranio empobrecido» para deshacerse de su peligro en algún «país empobrecido». Según las cifras del jefe de oncología del hospital local de Basora, en Irak, se ha producido un tremendo aumento de los casos de cáncer y tumores, que han pasado de 32 casos anuales en 1989 a más de 600 en el 2002, lo que se atribuye al bombardeo masivo con proyectiles de «uranio empobrecido». Sin embargo, un veterano estadounidense que actuó en esta la primera Guerra del Golfo afirma que se lanzó allí una bomba atómica, de menor potencia que la de Hiroshima (algo muy verosímil pues es una intención declarada del Pentágono la prueba de «pequeñas» bombas atómicas tácticas). En cualquier caso, la utilización masiva de proyectiles con uranio empobrecido por los Estados Unidos está sobradamente acreditada y confesada en los lugares en que ha intervenido, tanto en Irak como en Kosovo.

III

La investigación científico-técnica es siempre una buena noticia para la humanidad. La promoción de nuevos saberes y la invención de nuevas tecnologías abren perspectivas positivas, por lo que siempre es deseable su promoción. Si alguno de esos descubrimientos se muestra inoportuno, inconveniente o dudoso en cuanto a su beneficio colectivo, el problema no está en la producción misma de los nuevos conocimientos sino en su posterior aplicación. Por eso el objetivo final de toda crítica no debe ser la tecnología propiamente dicha, o los conceptos científicos de que se nutre, sino el sistema de relaciones sociales en que se desenvuelven. El poder no está en los instrumentos mismos, en las herramientas de que nos valemos para la vida, no importando su magnitud o complejidad: ha estado y seguirá estando en las relaciones que establecemos los seres humanos entre sí. La lucha por un mundo de mayor justicia, por tanto, no es una cuestión de tecnologías. Es una cuestión política.

Si la tecnología no sirve para un genuino desarrollo humano integral, ¿para qué está  entonces? ¿Por qué termina siendo más importante tener cosas –y cambiarlas cada vez más rápidamente– que su aprovechamiento? No podemos estar fatalmente condenados a valorar la vida en función de las cosas que, en todo caso, nos deben servir para ayudarnos a vivir. El hacha de piedra, la rueda, el automóvil o el teléfono celular son simplemente instrumentos que nos facilitan la vida; olvidarlo implica generar un mito, reduciendo la vida a una frenética carrera por su posesión, para no saber qué hacer una vez se los ha obtenido.

«El ser humano ha llegado a ser, por así decirlo, un dios con prótesis; bastante magnífico cuando se coloca todos sus aparatos, pero éstos no crecen de su cuerpo, y a veces le procuran muchos sinsabores», decía con razón Sigmund Freud. Si lo olvidamos, no hay real desarrollo del ser humano. En vez de venerar imágenes, tótems o espíritus, glorificamos pedazos de plástico o cromo-vanadio. ¿O será ese nuestro destino? Evidentemente es muy pobre ese camino. Las herramientas –cualquiera sea, desde la primer piedra pulida del homo habilis hasta la actual super computadora más potente– tienen que servirnos para mejorar nuestras vidas, no para esclavizarnos más. Si nos esclavizan, está claro que ello sucede porque el proyecto en que se inscriben es el esclavizante. Una vez más entonces: el «enemigo» no es la tecnología, sino el sistema que permite llegar a pensar que un robot es más importante que una persona de carne y hueso, o que el lucro económico puede permitir destruir la naturaleza.