En este comienzo del año 2014 convergen diversos aniversarios. Los 55 años de la revolución cubana se sobreimprimen con los 20 años de la rebelión zapatista. La primera dio vuelta una de las páginas más gloriosas de la historia de lucha continental (y mundial), inaugurando en la región la transición al socialismo y derrotando al imperialismo en su intento de invasión militar y bloqueo económico. La segunda, de menor profundidad política pero no menor importancia simbólica y cultural, proporcionó una bofetada al neoliberalismo apenas cinco años después de la caída del muro de Berlín y cuatro años más tarde de la derrota sandinista.
Ninguna de estas dos rebeliones ha logrado ser definitivamente aplastada por los poderosos de la Tierra.
El imperialismo norteamericano, hoy más agresivo que nunca, más desesperado que nunca, a su modo, más débil que nunca, no puede terminar con el ejemplo cubano. Tampoco logra borrar la rebelión indígena de Chiapas. Mastica una y otra vez su impotencia política.
Junto a la revolución cubana y la rebelión zapatista, una tercera estrella de rebeldía mantiene su brillo en medio de la tormenta, la persistencia histórica de la insurgencia colombiana. Este año se cumplen 50 años de la epopeya de Marquetalia. Medio siglo después, tampoco esta rebeldía ha sido derrotada. A pesar de que el estado colombiano recibe junto a Israel y Egipto la mayor “ayuda” (inversión) económica militar del planeta, un ejército increíble de espías, mercenarios, contratistas y asesores estadounidenses no logra desarticular a la insurgencia colombiana.
En Venezuela, muerto (¿asesinado?) el comandante Hugo Chávez, las agencias norteamericanas USAID, NED, Ford y otras similares, no logran desarmar el proceso bolivariano que una vez más, contra todo vaticinio mediático, vuelve a vencer, una y otra vez, en las elecciones periódicas. Aun sin contar con el carisma de Chávez la revolución bolivariana no se detiene ni se cancela.
En los cuatro países (Cuba, México, Colombia y Venezuela) el estado norteamericano y sus aparatos de contrainsurgencia invierten millones y millones de dólares para aplastar la rebeldía. Pero no hay caso. Detrás de sus bravuconadas de cowboys, sus películas triunfalistas que nunca se concretan en la vida real y sus programas millonarios de contrarrevolución que sólo sirven para seguir endeudando hasta el infinito al pueblo estadounidense, los generales del Pentágono y sus financistas del complejo militar industrial continúan, como Penélope, tejiendo y esperando en vano.
Fidel no se murió y el pueblo de Cuba sigue de pie (cada primero de mayo La Habana se pinta de pueblo). Los indígenas zapatistas de Chiapas mantienen intactos sus gestos de rebeldía (sus juntas de buen gobierno allí se mantienen, tercas y obstinadas). Los rebeldes bolivarianos de Colombia no dejan de ganar y acrecentar apoyo popular (no tanto por la pólvora sino principalmente a partir de la movilización masiva del pueblo humilde y trabajador). El pueblo bolivariano de Venezuela reafirma en las urnas y la calle que los escuálidos no son alternativa de nada (las últimas elecciones volvieron a mostrar la superioridad del proyecto de Chávez).
Mal que les pese a sus “estrategas”, el imperialismo mastica y no tiene más remedio que tragar esa cuádruple derrota en silencio.
Para intentar remediarla y contrarrestarla, la geopolítica estadounidense ideó la alianza del Pacífico. Un intento tardío de volver a implementar el vasallaje económico monroísta ya fracasado con el ALCA. Esa es hoy su principal carta a escala económica continental. En paralelo, el Vaticano, eterno aliado fiel de las administraciones de la Casa Blanca, destaca un cuadro político populista como Bergoglio para disputarle a los procesos sociales de la región el consenso de las masas populares y la hegemonía sobre la sociedad civil.
Los programas de contrainsurgencia y “seguridad democrática”, en el plano político militar, las alianzas comerciales en el ámbito económico y el conservadurismo populista de la prédica papal en el terreno ideológico, constituyen una triple operación de pinzas que amenaza al movimiento popular de nuestra América.
En esa difícil coyuntura se abre el año 2014. Nuestro tiempo es un tiempo de disputa, de pulseada, de medición de fuerzas entre un proyecto bolivariano continental de unidad de las fuerzas populares y un intento imperial y contrarrevolucionario de frenar los cambios latinoamericanos.
El futuro está abierto entre la revolución y la contrarrevolución. Ganará quien logre articular mayor hegemonía a escala continental. En esa batalla estamos. Bolívar no sembró en el mar.