Una de las ideas que atizó el fundador de la Biblioteca de Alejandría, exiliado de Atenas en Egipto, era la promesa de reunir todos los libros del mundo para el rey Ptolomeo. En el siglo XX, la idea inicial de Internet apuntaba a compilar y compartir el conocimiento. Un hombre bastante desconocido por muchos llamado Vannevar Bush, científico que por coincidencia participó en el Proyecto de creación de la Bomba Atómica, creía que era necesario después de la Segunda Guerra Mundial impulsar el intercambio sabio de datos y en julio de 1945 publicó su controversial ensayo “Cómo podríamos pensar” en Atlantic Monthly.
Dado que toda suspicacia es válida, la nota del editor que introdujo el texto no puede ser ignorada hoy: “Como Director de la Oficina para la Investigación y el Desarrollo Científico del gobierno de los Estados Unidos, el doctor Vannevar Bush coordinó a unos seis mil de los más prominentes investigadores estadounidenses de la época en actividades destinadas a aplicar la ciencia al desarrollo de sistemas de armamentos. En este significativo artículo Bush presenta a los científicos un incentivo una vez que la guerra ha terminado, y les anima a dedicarse a la ingente tarea de hacer más accesible el inmenso y siempre desconcertante almacén de conocimiento de la raza humana. Durante años, las invenciones de la humanidad han servido para aumentar el poder físico de las personas y no su poder mental. Así, los martillos hidráulicos multiplican la fuerza de las manos, los microscopios agudizan la mirada y los motores de detección y destrucción constituyen los nuevos resultados, aunque no los resultados finales, de la ciencia. En este momento, explica Vannevar Bush, tenemos en nuestro poder instrumentos que, desarrollados de manera adecuada, pueden proporcionar al género humano el acceso y el control sobre el conocimiento que hemos ido heredando a lo largo de toda nuestra historia”.
Sin más palabras, lo que planteó Bush iría más allá en la oferta de un dispositivo que jamás se construiría al que llamó Memex (Memory Index, índice de Memoria), concebido a partir de máquinas calculadoras como las que imaginó el pensador Gottfried Wilhelm Leibniz o el aparato de Charles Babbage. Se trataba de un artilugio basado en la noción de huellas de la memoria que se almacenaban como se hacía en los microfilms con la diferencia de que podían retransmitirse: la versión de esta máquina suponía que se instalarían artefactos en otros países y de esta forma se establecería una red.
Todavía en 1948, Bush insistió con Memex II, que no interesó a ninguna revista y se editó post-mortem, pero en cambio fundó en 1922 la empresa American Appliance Company que hoy lleva el nombre de Raytheon y en 2013 es la quinta contratista más relevante del Pentágono, especializada en artilugios de guerra electrónica, misiles y programas informáticos de ciberseguridad por medio de su división en Texas. Durante la Guerra Fría, Raytheon apadrinó a decenas de políticos para centralizar sus negocios en una base estable. Qué vueltas da la vida entre los paréntesis: de Memex a Raytheon.
Esta relación entre Internet y el sector militar no termina ahí y es vital atar cabos para no ser incauto y confundir un ideal humanístico gestado en la antigüedad por una corriente de sabios preocupados por el porvenir con el crecimiento sostenido en los niveles de control y aprovechamiento de la información para imponer dominio cultural y tecnológico. Un usuario normal el dato mínimo que provee a los operadores de Internet, en 99% con conexiones militares, es un número de localización inmediata a la que se pueden añadir toda la información contenida en la computadora o teléfono.
En su origen, Internet nace oficialmente de la Red de Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPAnet) porque el Departamento de Defensa de EEUU no contaba con una red veraz para vincular a los contratistas con los programas de seguridad nacional. ARPAnet ponía el dinero y las Universidades a los investigadores y esa relación no ha cesado nunca: en principio la MILNET se distinguió de ARPAnet por su condición militar, aunque esa precisión es más un tecnicismo que otra cosa. La misma agencia sigue presente bajo el nombre de DARPA porque Defensa insistió en trascender con una nueva fase creando otra red más veloz.
La experiencia exitosa de esta red ocurrió en diciembre de 1969, casi paralela a la red de datos TYMnet que funcionó desde 1964 con dos ordenadores de tipo 940 SDS/XDS que usaban la red telefónica para enlazar computadoras. La diferencia es que la TYMnet que coordinaban Norma Hardy y Tymes Laroy fracasó y el éxito es el que fija el sentido de la gloria occidental. Otro experimento que se transformó fue SITA, la Sociedad Internacional de Telecomunicaciones Aeronáuticas, que comenzó en 1949 y siguió con modestia hasta convertirse en una vasta red en los aeropuertos de distintas capitales.
ARPAnet, con apoyo de Defensa no podía darse el lujo de tirar al cesto de la basura las carreras de sus protagonistas y fue producto del estupor de EEUU cuando el 4 de octubre de 1957 la Unión Soviética lanzó el satélite SPUTNIK y se desató el pánico entre los planificadores que veían en el comunismo un modelo a combatir ferozmente. Con su carácter conciliador, el Presidente Dwight E. Eisenhower comprendió que había recibido un mensaje de sus colegas soviéticos y convocó a las mentes más brillantes, les aseguró presupuesto y la Directiva 5105.41 y la Ley 85-325 para legalizar una red que asegurara que las comunicaciones se mantendrían activas ante un posible ataque nuclear.
Hacia 1962, Joseph Carl Robnett Licklider pensó en una solución para dar una respuesta contundente a los soviéticos y escribió un memorándum el 23 de abril de 1963 dirigido a los miembros de la “Red Intergaláctica de ordenadores” -similar al título de un libro de Isaac Asimov- que había contribuido a gestar en la Oficina de Procesamientos Técnicos de Información de ARPA. La anticipación era fabulosa, pero demandaba tecnologías ni siquiera existentes porque el lenguaje de programación de los sistemas era un bosquejo.
La Corporación RAND, que pasaría a ser un grupo de Think Tank o cuadro de asesores especialistas distribuidos en el mundo, incluso Catar, se reunió para efectuar cambios. Larry Roberts, un genio de la MIT (Massachusetts Institute of Technology) pensó bien en usar paquetes de información, leyó detenidamente el texto del precursor Licklider, y pudo sacar en claro que era posible adelantar una red que tuvo cuatro nodos en 1969 con una transferencia entre la Universidad de Los Ángeles y Stanford, 15 nodos en 1972 y su fórmula de paquetes que consiguió que los backbones o columnas vertebrales marchara sin percances.
Para resumirlo, un backbone es la unidad troncal que lleva mediante routers o enrutadores los datos comerciales, académicos y personales en gran masa por cableado. A diferencia de un paquete enviado por alguien siguiendo el correo normal, que puede ser desde un contrato hasta una lámpara, un paquete en informática es la descomposición en fragmentos de un mensaje con los rótulos de dirección y de identificación.
Al salir de ARPAnet, Roberts entendió que valía la pena pensar un tiempo, trabajó en DHL y luego como Ejecutivo de Telenet hasta 1980. Tres años después, se dedicó al Modo de Transferencia Asíncrona (en la calle es más fácil reconocerlo por sus siglas ATM) para facilitar las comunicaciones financieras y también este invento fue el soporte del Internet de Banda Ancha conocido técnicamente como Línea de Abonado Digital Asimétrica (ADSL). La asimetría procedería de que la recepción y envío no son equitativos, una supera a la otra.
Otro científico de la MIT que aprovechó ARPAnet fue Ray Tomlinson, quien recibió como empleado de Bolt, Beranek and Newman (que pasó a ser la BBN Technologies) el encargo de Defensa de buscar un modo de enviar el equivalente a los telegramas o cartas en medio de una batalla para mejorar las comunicaciones. Hacia 1971, ya era posible enviar un correo por esta vía y así se hizo utilizando un computador BBN-TENEXA (BBNA) de 64k, que fue la unidad receptora de un texto irrelevante que salió de otra computadora llamada BBN-TENEXB (BBNB) con 48k. Para comprobar el invento se imprimió en una terminal Teletype KSR-33. Nunca, hasta que recibió un premio en 2009 por haber inventado el signo de @ para diferenciar los correos, Tomlinson creyó en el valor de lo que hizo, pero algo supo que lo mantuvo alejado, se dedicó al campo a cruzar ovejas y perdió todo respeto en la información que circula.
También ligado a DARPA, bajo directrices de Defensa, estuvieron Vinton Cerf y Robert Kahn, quienes habían sido contratados por la Oficina de Técnicas de Procesamiento de Información y de sus trabajos derivaron nada menos que el Programa de Control de Redes y desde 1973 ambos trabajaron en superar esta etapa y crearon las matrices de transmisión de información condensadas en los Protocolos de Control de Transmisión (sus siglas serían TCP) y el Protocolo de Internet (el indispensable IP). Sin estos elementos, la red militar no habría podido conformarse en los años de mayor tensión con la Unión Soviética hacia 1983 cuando un ataque nuclear se vislumbraba desde EEUU sin considerar que la Unión Soviética declinaba sin remedio. Pero había demasiado dinero de por medio como para admitir esa decadencia ante la opinión pública. Los contratistas del Pentágono temían que si los políticos se enteraban de la descomposición soviética disminuirían los presupuestos.
Durante el gobierno ignominioso de Bill Clinton, se lanzó el Internet 2 para eludir las computadoras lentas enlazadas, facilitar las comunicaciones rápidas y ya el Internet comenzaba a ser una realidad más popular, soportado por la propuesta de Theodore Holm Nelson y su Proyecto Xanadú –nombre tomado del poeta Samuel T. Coleridge- que logró encontrar la fórmula mágica de la interfaz atractiva con el usuario y lector. El hipertexto prometía ser y fue una Interfaz muy cercana a la interacción voluble con la gente.
La fascinación de Internet llevó al candidato a Vicepresidente Al Gore en 1992 a solicitar a los contratistas apoyar la iniciativa Nacional de Infraestructura de la Información (la INI) y se refirió a la importancia de crear la Autopista de la Información con equipamientos más potentes, versátiles, con cableado de fibra óptica para el flujo de datos y los gobiernos de las principales potencias se contagiaron de ese entusiasmo. De la INI se pasó luego a la GII o Iniciativa de información Global. Lamentablemente, todo eso terminó en una distopía alfabética porque el periodista Norman Solomon en el año 2000 se atrevió a cuestionar los objetivos conseguidos con un tremendismo que le ganó grandes enemigos por poner las cosas en su sitio:
“Sí, el correo electrónico es estupendo. Sí, Internet ha resultado valiosísimo para activistas con grandes ideales y pequeño presupuesto. Y sí, los motores de búsqueda son capaces de localizar una gran cantidad de información en segundos. Pero vamos a concentrarnos en lo que le ha ocurrido a la World Wide Web en general.
La reconsideración en la prensa de las expectaciones del público con respecto a Internet ha corrido en paralelo a la comercialización constante del ciber-espacio. Cada vez más, las grandes corporaciones están tejiendo la Red. Los sitios web con mayor tráfico así lo testifican. Casi todos los sitios web más populares son en la actualidad propiedad de grandes conglomerados. Incluso los resultados de los motores de búsqueda son cada vez más sesgados, pagándose lugares prioritarios entre bastidores. Hoy en día, «autopista de la información» es un término que suena pasado de moda, y ligeramente pintoresco. La World Wide Web ha perdido todo sentido aparte de hacer dinero. Es el triunfo del comercio electrónico.”
En 2014, la Red informática mundial (World Wide Web) tiene 3.82 billones de páginas, de acuerdo al índice que ofrecen los buscadores estadounidenses Google, Bing y Yahoo. La mayoría son empresas. Eso no hay que olvidarlo porque ya no hay Internet sin back doors o puertas de acceso para que los gobiernos obtengan información privilegiada. Unos sacan más partido que otros y EEUU va a la cabeza de los que mayores beneficios han obtenido de todo esto en una guerra comercial amoral.
Fernando Báez es autor de Los primeros libros de la humanidad (Fórcola, Madrid, 2013)